Tully aporreaba el teclado de su ordenador portátil. Sabía que el de su despacho era mucho más rápido, pero no podía abandonar la sala de reuniones porque estaba esperando unas llamadas y había desplegado sobre la mesa todos los archivos del caso. A la gente O'Dell la pondría furiosa aquel desorden. Aunque Tully dudaba de que pudiera enfurecerse más de lo que ya lo estaba. No la había visto ni había vuelto a hablar con ella desde que el día anterior había salido de su casa dando un portazo.
El director adjunto Cunningham lo había informado de que O'Dell pasaría la mañana en Washington D. C., en una cita fijada con anterioridad. Cunningham no le había dicho nada más, pero Tully sabía que la cita era con el psicólogo del departamento. Tal vez aquello ayudara a tranquilizarla. O'Dell tenía que mantener la perspectiva. Debía darse cuenta de que estaba actuando lo más rápidamente posible. Tenía que superar su propio miedo. No podía seguir viendo al hombre del saco en cada esquina y esperar atraparlo corriendo tras él con la pistola en alto.
Sin embargo, Tully tenía que reconocer que a él también le estaba costando trabajo esperar. Las autoridades de Maryland se mostraban reacias a irrumpir en propiedad privada si no había una buena causa. Y ningún departamento gubernamental parecía dispuesto a reconocer o a confirmar que aquella arcilla metálica podía proceder de una propiedad estatal recientemente cerrada y vendida. Lo único que tenían era la historia de pesca del detective Rosen, y tras repetírsela una y otra vez a distintos funcionarios gubernamentales, a Tully le parecía cada vez más simplemente eso: una historia de pesca.
Habría sido distinto si la propiedad en cuestión no hubiera estado formada por kilómetros y kilómetros de bosque y rocas. Podrían haberse metido por las carreteras a echar un vistazo. Pero, por lo que Tully había podido comprobar en aquella finca no había carretera alguna; al menos, no pública. El único camino de tierra tenía una puerta electrónica, recuerdo de cuando la finca era de propiedad gubernamental y no se permitía el acceso sin autorización. Tully intentaba encontrar a los nuevos propietarios, esperando hallar algo que le aclarara qué o quiénes eran WH Enterprises.
Decidió usar un nuevo buscador y tecleó otra vez «WH Enterprises». Aguardó con los codos sobre la mesa y la barbilla apoyada en la mano, mirando la línea que avanzaba en la parte de debajo de la pantalla: 3% del documento transferido… 4%… 5%… Aquello podía tardar una eternidad.
El teléfono lo rescató de la espera. Se giró en la silla y lo descolgó.
– Tully.
– Agente Tully, soy Keith Ganza, de medicina forense. Me han dicho que la agente O'Dell no estaba esta mañana.
– Sí, así es.
– ¿Sabe si podría encontrarla en alguna parte? ¿Tal vez en su móvil? Me preguntaba si podría darme el número.
– Parece importante.
– No estoy seguro de que lo sea. Supongo que le corresponderá decidirlo a Maggie.
Tully se enderezó en la silla. La voz de Ganza era monótona y constante, pero el hecho de que no quisiera hablar con él lo alarmó. ¿Habían estado O'Dell y Ganza siguiendo alguna pista a sus espaldas?
– ¿Tiene algo que ver con el test de luminol? Ya sabe que la agente O'Dell y yo trabajamos juntos en el caso Stucky, Keith.
Hubo una pausa. Así que tenía razón. Le estaban ocultando algo.
– La verdad es que hay un par de cosas -dijo finalmente Ganza-. Me he pasado tanto tiempo analizando la composición química de ese barro y luego buscando las huellas dactilares, que acabo de ponerme a examinar la bolsa de basura que encontró usted en Archer Drive.
– No parecía contener nada raro, salvo los envoltorios de caramelos.
– Puede que tenga una explicación para eso.
– ¿Para los caramelos? -Tully apenas podía creer que Ganza estuviera perdiendo el tiempo con eso.
– Descubrí una pequeña ampolla y una jeringuilla al fondo de la bolsa. Era insulina. Es posible que alguno de los dueños anteriores de la casa sufra diabetes, pero entonces habríamos encontrado más ampollas. Además, la mayoría de los diabéticos que conozco tienen mucho cuidado con dónde tiran sus jeringuillas usadas.
– ¿Adonde quiere llegar exactamente, Keith?
– Sólo le estoy contando lo que he averiguado. A eso me refería al decir que es Maggie a quien le corresponde determinar si es importante o no.
– Ha dicho que había un par de cosas.
– Ah, sí… -Ganza vaciló de nuevo-. Maggie me pidió que buscara las huellas de Walker Harding, pero me está costando mucho trabajo. Ese tipo no tiene antecedentes delictivos. Ni siquiera tiene permiso de armas.
A Tully lo sorprendió que Maggie no le hubiera dicho a Ganza que dejara de investigar a Harding tras descubrir que el antiguo socio de Stucky se estaba quedando ciego y que, por tanto, no podía ser el asesino.
– Ahórrese el tiempo -le dijo a Ganza-. No parece que haya nada que investigar.
– Yo no he dicho que no haya encontrado nada. Sólo he dicho que me estaba costando más tiempo de lo normal. Ese tal Harding tuvo un trabajo de funcionario hace unos diez años, así que, después de todo, sus huellas estaban en un archivo.
– Keith, lamento que se haya tomado tantas molestias -Tully sólo escuchaba a medias a Ganza mientras observaba la pantalla del ordenador. El buscador debía de haber encontrado algo acerca de WH Enterprises, si tardaba tanto. Empezó a tamborilear con los dedos.
– Por suerte, ha valido la pena -continuó Ganza-. Las huellas que recogí en la bañera son idénticas a las de Harding.
Los dedos de Tully se pararon. Su otra mano aferró el teléfono con fuerza.
– ¿Qué acaba de decir?
– Las huellas recogidas en el jacuzzi de Archer Drive encajan perfectamente con las de ese tal Walker Harding. Son las mismas. No hay duda.
Las piezas del puzzle empezaban a encajar, pero a Tully no le gustaba la imagen que iban formando. En una oscura página web diseñada de tal modo que parecía una agencia de información dirigida por la Confederación, había encontrado unos videojuegos de ordenador a la venta. Todos se vendían al por mayor, y la búsqueda podía completarse activando los pequeños iconos que representaban las banderas de los Estados Confederados. Una empresa llamada WH Enterprises se encargaba de la distribución de los juegos. La mayoría de ellos garantizaban violencia explícita y algunos prometían ser de naturaleza pornográfica. Aquéllos no eran juegos de los que podían comprarse en cualquier tienda.
La demostración, que podía verse con un simple clic del ratón, mostraba a una mujer desnuda sufriendo una violación múltiple. El jugador podía abatir a todos los agresores y era recompensado por ello violando él mismo a la mujer. A pesar de que se trataba de animación, el videoclip era sumamente realista. Tully sintió que se le revolvían las tripas. Se preguntaba si alguno de los amigos de Emma sería aficionado a aquella basura.
Uno de los enlaces de la página era la Lista de los Diez Mejores del General Lil, que incluía una nota del consejero delegado de WH Enterprises. Tully supo lo que iba a encontrar antes de bajar el cursor y ver que el mensaje acababa diciendo: Feliz caza. General Walker Harding.
Tully se paseaba de un lado a otro por la sala de reuniones, de ventana en ventana. Walker Harding tal vez hubiera estado a punto de quedarse ciego, pero era indudable que había recuperado la vista. ¿Cómo, si no, iba a dirigir un negocio informático como aquél? ¿Cómo, si no, iba a estar en los lugares donde habían sido hallados los cuerpos y en la escena del crimen, ayudando a su viejo amigo Albert Stucky?
– Hijo de perra -dijo Tully en voz alta.
O'Dell tenía razón. Trabajaban los dos juntos. Tal vez siguieran compitiendo en un nuevo juego de terror. Fuera como fuese, no había forma de negar la evidencia. Las huellas de Walker Harding se correspondían con las halladas en el contenedor donde habían encontrado el cuerpo de Jessica Beckwith. Encajaban con las del paraguas de Kansas City, y con las huellas dejadas en el jacuzzi de la casa de Archer Drive.
Poco antes, las autoridades de Maryland habían confirmado al fin que en la finca había una enorme casa de dos plantas y varios cobertizos de madera. Todos los edificios gubernamentales habían sido derruidos antes de la venta. El resto de la propiedad, informaron a Tully, estaba rodeado de agua por tres de sus lados y cubierto por árboles y rocas. No había carreteras, salvo un camino de tierra que conducía a la casa. Tampoco había tendido eléctrico, ni cables de teléfono que llegaran desde el exterior. El nuevo propietario utilizaba un potente generador que había dejado el gobierno. Aquel lugar parecía el sueño de un ermitaño hecho realidad, o el paraíso de un loco. ¿Por qué no se había dado cuenta antes de que, naturalmente, las siglas de WH Enterprises pertenecían a Walker Harding?
Tully miró su reloj de pulsera. Tenía que hacer varias llamadas. Necesitaba concentrarse. Respiró hondo varias veces, se frotó los ojos intentando librarse del cansancio y levantó el teléfono. La espera se había acabado, pero temía decírselo a la agente O'Dell. ¿Sería aquello la última hebra que desmadejaría por completo su ya maltrecho equilibrio mental?