La rueda de prensa era a las diez de la mañana. Grace primero llevó a los niños a la escuela. Condujo Cram. Vestía una camisa de franela holgada por encima del pantalón. Ocultaba debajo una pistola, Grace lo sabía. Los niños se bajaron del coche. Se despidieron de Cram y se alejaron a paso rápido. Cram accionó la palanca de cambio.
– No arranque todavía -dijo Grace.
Esperó a que los niños entraran sanos y salvos en la escuela. A continuación, indicó a Cram con un gesto que ya podían ponerse en marcha.
– No se preocupe -dijo Cram-. Tengo a un hombre vigilando.
Grace se volvió hacia él.
– ¿Puedo preguntarle algo?
– Adelante.
– ¿Cuánto tiempo hace que trabaja para el señor Vespa?
– Usted estaba allí cuando murió Ryan, ¿verdad?
La pregunta la desconcertó.
– Sí.
– Era mi ahijado.
Las calles estaban tranquilas. Grace lo miró. No sabía qué hacer. No podía confiar en ellos: no con sus hijos de por medio, no después de haber visto el semblante de Vespa la noche anterior. Pero ¿qué opción le quedaba? Tal vez podía volver a intentarlo con la policía, pero ¿realmente estaría dispuesta o capacitada para protegerlos? Y Scott Duncan… en fin, él mismo había reconocido que su alianza sólo llegaba hasta cierto punto.
Como si le adivinara el pensamiento, Cram dijo:
– El señor Vespa confía en usted.
– ¿Y si decidiera que ya no confía en mí?
– Él nunca le haría daño.
– ¿Tan seguro está?
– El señor Vespa se reunirá con nosotros en la ciudad. En la rueda de prensa. ¿Quiere escuchar la radio?
Teniendo en cuenta la hora, no había mucho tráfico. El puente de George Washington seguía lleno de policías, una resaca del 11 de Septiembre de la que Grace no se había repuesto. La rueda de prensa se celebraba en el hotel Crowne Plaza, cerca de Times Square. Vespa le contó que se había hablado de hacerla en Boston -habría sido más apropiado-, pero alguien próximo a Larue consideró que tal vez sería demasiado perturbador volver a un lugar tan cercano a donde sucedieron los hechos. También esperaban que se presentaran menos miembros de las familias si se celebraba en Nueva York.
Cram la dejó en la acera y fue al aparcamiento colindante. Grace se quedó un momento en la calle e intentó tranquilizarse. Sonó el móvil. Miró el identificador de llamadas. No conocía el número. El prefijo era 617. Si no se equivocaba, correspondía a la zona de Boston.
– ¿Diga?
– Hola. Soy David Roff.
Estaba a un paso de Times Square en Nueva York y, claro, rodeada de gente. Nadie parecía hablar. No sonaban bocinas. Pero el estruendo en sus oídos era ensordecedor.
– ¿Quién?
– Ah, bueno, tal vez me reconozca más fácilmente por el nombre de Crazy Davey. De mi blog. He recibido su mensaje. ¿La llamo en mal momento?
– No, en absoluto. -Grace se dio cuenta de que gritaba para hacerse oír. Se tapó la otra oreja con un dedo-. Gracias por llamar.
– Ya sé que me dijo que la llamara a cobro revertido, pero pago una cuota fija a mi compañía telefónica por las llamadas interurbanas, así que he pensado que daba igual.
– Se lo agradezco.
– Parecía tratarse de algo importante.
– Lo es. En su blog habla de un grupo que se llamaba Allaw.
– Sí.
– Estoy intentando averiguar cualquier dato sobre ellos.
– Sí, ya me lo imaginaba, pero me temo que no puedo ayudarla. Sólo los vi esa noche. Unos amigos y yo cogimos una borrachera y nos quedamos allí toda la noche. Conocimos a unas chicas, bailamos y también bebimos un montón. Después hablamos con los músicos. Por eso me acuerdo tan bien.
– Me llamo Grace Lawson. Mi marido era Jack.
– ¿Lawson? Era el solista, ¿no? Me acuerdo de él.
– ¿Eran buenos?
– ¿El grupo? La verdad es que no me acuerdo, pero creo que sí. Recuerdo que me lo pasé en grande y pillé una curda. Tuve tal resaca que todavía me estremezco al pensarlo. ¿Es que le está preparando una sorpresa?
– ¿Una sorpresa?
– Sí, una fiesta sorpresa o un álbum de recuerdos de sus viejos tiempos.
– Sólo busco información acerca de los miembros del grupo.
– Ojalá pudiera ayudarla. No creo que durasen mucho. Nunca más volví a saber nada de ellos, aunque me consta que hicieron otro bolo en la Lost Tavern, en Manchester. No sé nada más, lo siento.
– Muchas gracias por llamar.
– De nada. Ah, espere. Esto podría ser una anécdota divertida para un álbum de recuerdos.
– ¿Qué?
– En cuanto al bolo de Allaw en Manchester, fueron teloneros de Still Night.
Oleadas de peatones pasaban a su lado. Grace se apretó contra una pared, intentando evitar a la muchedumbre.
– No conozco a Still Night.
– Bueno, supongo que sólo los conocerían los muy entendidos. Still Night tampoco duró mucho. Al menos no con esa formación. -Se oyó una ráfaga de estática, pero las siguientes palabras de Crazy Davey llegaron a Grace con absoluta claridad-: El cantante era Jimmy X.
Grace sintió que sus dedos languidecían en torno al teléfono.
– ¿Oiga?
– Sigo aquí -dijo Grace.
– Ya sabe quién es Jimmy X, ¿no? ¿Pale Ink? ¿ La Matanza de Boston?
– Sí. -Su voz parecía muy lejana-. Ya me acuerdo.
Cram salió del aparcamiento. Al percibir la expresión de Grace, apretó el paso. Grace dio las gracias a Crazy Davey y colgó. Ya tenía su número de teléfono en el móvil. Siempre podía volver a llamarlo.
– ¿Pasa algo?
Grace intentó en vano sacudirse aquella sensación de frío que la había invadido. Consiguió contestar:
– No.
– ¿Quién era?
– ¿Acaso es mi secretario?
– Tranquila. -Levantó las manos-. Sólo preguntaba.
Entraron en el Crowne Plaza. Grace trató de asimilar lo que acababa de oír. Una coincidencia. Sólo era eso. Una extraña coincidencia. Su marido había tocado en un grupo de música en la universidad. Igual que muchas otras personas. Resultaba que una vez coincidió con Jimmy X en un local. Y una vez más ¿qué importancia tenía eso? Estaban los dos simultáneamente en el mismo lugar. Debió de suceder al menos un año, quizá dos, antes de la Matanza de Boston. Y tal vez Jack no le había comentado nada porque pensó que era irrelevante y, en cualquier caso, tal vez perturbador para su mujer. Estaba traumatizada por culpa de un concierto de Jimmy X. La había dejado parcialmente lisiada. Así que a lo mejor no le había parecido conveniente mencionarle esa relación superficial.
No tenía la menor importancia, ¿no?
Sólo que Jack nunca había mencionado que había tocado en un grupo. Sólo que los miembros de Allaw estaban todos muertos o habían desaparecido.
Intentó reunir algunas de las piezas. En primer lugar, ¿cuándo habían asesinado a Geri Duncan exactamente? Grace estaba en rehabilitación cuando leyó el artículo sobre el incendio. Eso significaba que debió de suceder pocos meses después de la matanza. Grace tendría que comprobar la fecha. Tendría que comprobar toda la línea cronológica porque -debía admitir- era imposible que la conexión Allaw-Jimmy X fuera casualidad.
Pero ¿cuál era la relación? Nada tenía sentido.
Lo repasó todo una vez más. Su marido toca en un grupo. Un día, el grupo coincide con otro en el que canta Jimmy X. Un año o dos después -según si Jack estaba en primero o segundo-, el entonces famoso Jimmy X toca en un concierto al que asiste ella, la joven Grace. Esa noche, ella resulta herida en un tumulto. Pasan tres años. Ella conoce a Jack Lawson en otro continente y los dos se enamoran.
No concordaba.
Sonó una campanilla al detenerse el ascensor en la planta baja.
– ¿Seguro que está bien?
– De fábula -contestó ella.
– Todavía faltan veinte minutos para que empiece la rueda de prensa. He pensado que quizá sería mejor que fuese usted sola e intentase abordar antes a su cuñada.
– Es usted una fuente de ideas, Cram.
Las puertas se abrieron.
– Tercera planta -dijo él.
Grace entró y dejó que el ascensor la engullera. Estaba sola. No disponía de mucho tiempo. Sacó el móvil y la tarjeta que le había dado Jimmy X. Marcó el número y apretó el botón de llamada. Enseguida saltó el contestador. Grace esperó a que sonara el pitido:
– Sé que Still Night tocó con Allaw. Llámame.
Dejó su número de teléfono y colgó. El ascensor se detuvo. Al salir, encontró uno de esos carteles negros con letras blancas intercambiables, esos que indican en qué sala se celebra el bar mitzvah de Ratzenberg o la boda de Smith-Jones. Éste decía: «Rueda de prensa de Burton-Crimstein». Publicidad del bufete. Siguió la flecha hasta una puerta, respiró hondo y la abrió.
Aquello fue como una escena de una película de abogados: ese momento álgido en que la testigo irrumpe inesperadamente en la sala. Cuando Grace entró, se produjo ese tipo de grito ahogado colectivo. La sala se sumió en el silencio. Grace se sintió desorientada. Miró alrededor y la cabeza empezó a darle vueltas. Retrocedió un paso. Las caras de dolor, más viejas pero no por ello más en paz, se arremolinaron alrededor. Allí estaban otra vez: los Garrison, los Reed, los Weider. Recordó los primeros días en el hospital. Lo había visto todo a través de la nebulosa de los somníferos, como a través de una cortina de agua. Ahora, de pronto, se sentía igual. Se acercaron a ella en silencio. La abrazaron. Ninguno pronunció una sola palabra. No hacía falta. Grace aceptó los abrazos. Todavía sentía la tristeza que emanaba de ellos.
Vio a la viuda del teniente Gordon MacKenzie. Algunos decían que fue él quien rescató a Grace. Como la mayoría de los verdaderos héroes, Gordon MacKenzie rara vez hablaba de ello. Sostenía que no se acordaba de qué había hecho con exactitud, que sí, que había abierto las puertas y sacado a la gente, pero fue una reacción más que algo que se asemejara a la valentía.
Grace dio a la señora MacKenzie un abrazo más largo.
– Siento su pérdida -dijo Grace.
– Encontró a Dios. -La señora MacKenzie no la soltó-. Ahora está con Él.
Como en realidad no sabía qué contestar, Grace simplemente asintió. La soltó y miró por encima del hombro de la mujer. Sandra Koval había entrado en la sala por el lado opuesto. Vio a Grace casi al mismo tiempo y ocurrió algo extraño. Su cuñada sonrió, casi como si esperara verla. Grace se alejó de la señora MacKenzie. Sandra ladeó la cabeza, indicándole que se acercara. Había un cordón de terciopelo. Un guardia de seguridad le interceptó el paso.
– No hay problema, Frank -dijo Sandra. El guardia dejó pasar a Grace.
Sandra salió primero. Recorrió un pasillo a toda prisa. Grace la siguió cojeando, sin poder alcanzarla. Daba igual. Sandra se detuvo y abrió una puerta. Entraron en una enorme sala de baile. Varios camareros estaban ocupados con la cubertería. Sandra la llevó a un rincón. Cogió dos sillas y las puso de frente.
– No pareces sorprendida de verme -observó Grace.
Sandra se encogió de hombros.
– Supuse que seguirías el caso por las noticias.
– Pues no lo seguía.
– Da igual, supongo. Hasta hace dos días no sabías quién era yo.
– ¿Qué está pasando, Sandra?
No contestó de inmediato. El sonido de los cubiertos al entrechocarse proporcionaba la música de fondo. Sandra explayó la mirada hacia los camareros en el centro de la sala.
– ¿Por qué representas a Wade Larue?
– Se lo acusó de un delito. Soy abogada penalista. Me dedico a eso.
– No seas condescendiente conmigo.
– Quieres saber cómo me topé con este cliente en concreto, ¿es eso?
Grace no contestó.
– ¿Acaso no es obvio? -preguntó Sandra.
– Para mí no lo es.
– Tú, Grace. -Sonrió-. Tú eres la razón por la que represento al señor Larue.
Grace abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla.
– ¿De qué estás hablando?
– Tú en realidad nunca has sabido nada de mí. Sólo te constaba que Jack tenía una hermana. Pero yo sí lo sabía todo sobre ti.
– Sigo sin entenderte.
– Es muy sencillo, Grace. Tú te casaste con mi hermano.
– ¿Y qué?
– Cuando me enteré de que ibas a ser mi cuñada, sentí curiosidad. Quise saber quién eras. Es lógico, ¿no? Así que le pedí a uno de mis investigadores que se informara sobre ti. Tus cuadros son una maravilla, por cierto. Compré dos. Anónimamente. Los tengo en mi casa de Los Ángeles. En realidad, son espectaculares. A mi hija mayor, Karen, de diecisiete años, le encantan. Quiere ser pintora.
– No veo qué tiene que ver eso con Wade Larue.
– ¿Ah, no? -Hablaba con un tono extrañamente alegre-. Me he dedicado al derecho penal desde que acabé la carrera. Empecé a trabajar con Burton y Crimstein en Boston. Yo vivía allí, Grace. Estaba al corriente de la Matanza de Boston. Y de pronto mi hermano se enamoró de una de las principales protagonistas de la matanza. Eso avivó más aún mi curiosidad. Empecé a informarme sobre el caso, ¿y sabes de qué me di cuenta?
– ¿De qué?
– De que Wade Larue había recibido una condena injusta por culpa de un abogado incompetente.
– Wade Larue fue el responsable de la muerte de dieciocho personas.
– Disparó una pistola, Grace. Ni siquiera hirió a nadie. Se fue la luz. La gente empezó a chillar. Él estaba bajo los efectos del alcohol y las drogas. Se dejó llevar por el pánico. Creyó, o al menos imaginó, que estaba en peligro inminente. Le era imposible, absolutamente imposible, saber que aquello acabaría así. Su primer abogado tenía que haber pactado un acuerdo. Le habrían concedido la libertad condicional, y como mucho le habrían caído dieciocho meses. Pero en realidad nadie quiso llevar el caso. A Larue lo mandaron a la cárcel a pudrirse. Así que, sí, Grace, me informé sobre él por ti. A Wade Larue le habían gastado una mala pasada. Su anterior abogado lo jodió y luego se esfumó.
– ¿Así que te hiciste cargo del caso?
Sandra Koval asintió.
– Sin cobrar. Fui a verlo hace dos años. Empezamos a preparar la vista para solicitar la libertad condicional.
En ese momento Grace cayó en la cuenta.
– Jack lo sabía, ¿no?
– Eso no lo sé. No nos hablamos, Grace.
– ¿Insistes en que no hablasteis esa noche? Nueve minutos, Sandra. Según la compañía telefónica, la llamada duró nueve minutos.
– La llamada de Jack no tuvo nada que ver con Wade Larue.
– ¿Y por qué fue?
– Por esa foto.
– ¿Qué pasa con ella?
Sandra se inclinó hacia delante.
– Antes contéstame tú a una pregunta. Y ahora necesito la verdad. ¿De dónde sacaste esa foto?
– Ya te lo he dicho. Estaba en el paquete entre mis fotos.
Sandra movió la cabeza en un gesto de incredulidad.
– ¿Y crees que el dependiente de Photomat la metió allí?
– Ya no lo sé. Pero no me has contestado. ¿Por qué esa foto indujo a Jack a llamarte?
Sandra vaciló.
– Sé lo de Geri Duncan -dijo Grace.
– ¿Qué sabes de Geri Duncan?
– Que es la chica de la foto. Y que la asesinaron.
Sandra se enderezó.
– Murió en un incendio. Fue un accidente.
Grace negó con la cabeza.
– Fue un incendio provocado.
– ¿Eso quién te lo ha dicho?
– Su hermano.
– Un momento, ¿cómo es que conoces a su hermano?
– Estaba embarazada, ¿sabes? Geri Duncan. Cuando murió en ese incendio, esperaba un hijo.
Sandra calló y la miró horrorizada.
– Grace, ¿qué estás haciendo?
– Intento encontrar a mi marido.
– ¿Y crees que así lo vas a conseguir?
– Ayer me dijiste que no conocías a ninguna de las personas de la foto. Pero acabas de reconocer que conocías a Geri Duncan, que murió en un incendio.
Sandra cerró los ojos.
– ¿Conocías a Shane Alworth o a Sheila Lambert?
– No, en realidad no -contestó Sandra en voz baja.
– En realidad, no. ¿Así que los nombres no te son del todo desconocidos?
– Shane Alworth era un compañero de clase de Jack. Sheila Lambert, creo, era una amiga de otra universidad o algo así. ¿Y eso qué tiene que ver?
– ¿Sabías que los cuatro tocaban en un grupo musical?
– Durante un mes o algo así. ¿Y qué tiene que ver eso también?
– La quinta persona de la foto. La que está de espaldas. ¿Sabes quién es?
– No.
– ¿Eres tú, Sandra?
Miró a Grace.
– ¿Yo?
– Sí. ¿Eres tú?
De pronto una expresión extraña se dibujó en el rostro de Sandra.
– No, Grace, no soy yo.
– ¿Jack mató a Geri Duncan?
Las palabras salieron solas. Sandra abrió los ojos desorbitadamente, como si la hubieran abofeteado.
– ¿Estás loca?
– Quiero la verdad.
– Jack no tuvo nada que ver con su muerte. Ya estaba en el extranjero.
– Entonces, ¿por qué lo afectó tanto la foto?
Sandra vaciló.
– ¿Por qué, maldita sea? -insistió Grace.
– Porque hasta entonces no supo que Geri había muerto.
Grace se mostró confusa.
– ¿Eran amantes?
– Amantes -repitió, como si nunca hubiera oído la palabra-. Es un término demasiado maduro para lo que eran.
– ¿Ella no salía con Shane Alworth?
– Supongo. Pero eran todos unos críos.
– ¿Jack tonteaba con la novia de su amigo?
– No sé hasta qué punto Jack y Shane eran amigos. Pero sí, Jack se acostaba con ella.
A Grace empezó a darle vueltas la cabeza.
– Y Geri Duncan se quedó embarazada.
– De eso no sé nada.
– Pero sabes que está muerta -dijo Grace.
– Sí.
– Y sabes que Jack huyó.
– Antes de morir ella.
– ¿Antes de quedarse embarazada?
– Ya te lo he dicho. No sabía que estaba embarazada.
– Y Shane Alworth y Sheila Lambert, también han desaparecido los dos. ¿Me estás diciendo que es todo casualidad, Sandra?
– No lo sé.
– ¿Y qué te dijo Jack cuando te llamó?
Sandra dejó escapar un profundo suspiro. Agachó la cabeza. Se quedó un momento callada.
– ¿Sandra?
– Oye, esa foto tiene, ¿cuánto? ¿Quince, dieciséis años? Cuando se la diste así, de sopetón, ¿cómo creías que iba a reaccionar, viendo la cara de Geri tachada con una cruz? Jack se fue de inmediato al ordenador. Hizo una búsqueda por Internet; creo que usó la hemeroteca del Boston Globe. Se enteró de que llevaba todo este tiempo muerta. Por eso me llamó. Quería saber qué le pasó. Se lo dije.
– ¿Qué le dijiste?
– Lo que sabía. Que murió en un incendio.
– ¿Y por qué eso hizo huir a Jack?
– No lo sé.
– ¿Y por qué huyó al extranjero para empezar?
– Tienes que dejarlo estar.
– ¿Qué les pasó, Sandra?
Sandra negó con la cabeza.
– Olvídate de que soy su abogada y de que es información confidencial. Simplemente no es mi lugar. Jack es mi hermano.
Grace tendió la mano y cogió la de Sandra.
– Creo que Jack tiene problemas.
– En ese caso, lo que sé no puede ayudarlo.
– Hoy han amenazado a mis hijos.
Sandra cerró los ojos.
– ¿Me has oído?
Un hombre trajeado asomó la cabeza.
– Ya es la hora, Sandra -dijo.
Sandra asintió y le dio las gracias. Apartó las manos, se puso en pie y se alisó las arrugas del traje.
– Tienes que dejarlo estar, Grace. Tienes que volver a tu casa. Tienes que proteger a tu familia. Es lo que Jack querría que hicieras.