Sandra decidió llamar al capitán Stuart Perlmutter. A continuación, se preocupó de su defensa. La representaría Hester Crimstein, la leyenda personificada. No sería una acusación fácil, pero el fiscal pensó que, en vista de ciertas novedades, podía interponerla.
Una de esas novedades fue el regreso de la integrante pelirroja del grupo Allaw, Sheila Lambert. Cuando Sheila se enteró de la detención -y vio que los medios le pedían ayuda-, volvió a aparecer. El hombre que disparó contra su marido coincidía con la descripción del hombre que amenazó a Grace en el supermercado. Se llamaba Martin Brayboy. Lo habían detenido y había aceptado declarar para la acusación.
Sheila Lambert también contó a la acusación que Shane Alworth había asistido al concierto esa noche, pero en el último momento había decidido no ir al camerino a enfrentarse con Jimmy X. Sheila Lambert no sabía por qué había cambiado de parecer, pero suponía que Shane se dio cuenta de que John Lawson estaba demasiado colocado, demasiado desquiciado, demasiado dispuesto a estallar.
Se suponía que eso tenía que haber consolado a Grace, pero no estaba muy segura de que fuera así.
El capitán Stuart Perlmutter había aunado fuerzas con la antigua jefa de Scott Duncan, Linda Morgan, la fiscal. Dieron con uno de los hombres del círculo íntimo de Carl Vespa. Corría el rumor de que pronto lo detendrían, aunque sería difícil imputarle el asesinato de Jimmy X. Cram llamó a Grace una tarde. Le dijo que Vespa no iba a defenderse. Se pasaba gran parte del día en la cama.
– Es como ver una muerte lenta -le dijo.
En realidad, Grace no quería saber nada.
Charlaine Swain llevó a Mike a casa cuando salió del hospital. Reanudaron su vida con sus horarios habituales. Mike ha vuelto al trabajo. Ahora ven la televisión juntos en lugar de hacerlo en cuartos separados. Mike sigue acostándose temprano. Hacen algo más el amor, pero todo de una manera muy cohibida. Charlaine y Grace se han hecho muy amigas. Charlaine nunca se queja, pero Grace percibe su desesperación. Pronto algo se vendrá abajo, Grace lo intuye.
Freddy Sykes sigue recuperándose. Ha puesto su casa en venta y se va a comprar un apartamento en Fair Lawn, Nueva Jersey.
Cora siguió siendo Cora. Con eso está todo dicho.
Evelyn y Paul Alworth, la madre y el hermano de Jack -o en este caso debería decirse de Shane-, también salieron a la luz pública. A lo largo de los años Jack había empleado el dinero del fideicomiso para pagar la educación de Paul. Cuando empezó a trabajar en el Laboratorio Pentocol, Jack llevó a su madre a vivir en esa urbanización para que pudieran estar más cerca. Comían juntos en su apartamento al menos una vez a la semana. Tanto Evelyn como Paul deseaban realmente formar parte de la vida de los niños -al fin y al cabo eran la abuela y el tío de Emma y Max-, pero entendían que debían tomárselo con calma.
En cuanto a Emma y Max, respondieron a la tragedia de maneras muy distintas.
A Max le gusta hablar de su padre. Quiere saber dónde está, cómo es el cielo, si él realmente los ve. Quiere estar seguro de que su padre todavía puede presenciar los acontecimientos fundamentales de su joven vida. Grace intenta responderle de la mejor manera posible -intenta vendérselo, por así decirlo-, pero sus palabras tienen el hueco forzado de lo poco creíble. Max quiere que Grace invente con él rimas de «Jenny Jenkins» en la bañera, como hacía Jack, y cuando Grace lo intenta, Max se ríe y se parece tanto a su padre que Grace teme que le estalle el corazón en ese mismo instante.
Emma, la niña de los ojos de su padre, nunca habla de Jack. No hace preguntas. No mira fotos ni recuerda viejos tiempos. Grace intenta facilitar las necesidades de su hija, pero nunca sabe muy bien cómo hacerlo. Los psiquiatras hablan de abrirse. Grace, que ha sufrido suficientes tragedias, no lo ve tan claro. Se ha dado cuenta de que la negación, romper y compartimentar, tiene sus ventajas.
Curiosamente, Emma parece feliz. Le va bien en la escuela. Tiene muchos amigos. Pero Grace no se deja engañar. Emma ya no escribe poemas. Ni siquiera mira su diario. Ahora insiste en dormir con la puerta cerrada. Grace se detiene ante la puerta de su hija por la noche, a menudo muy tarde, y a veces cree oír suaves sollozos. Por la mañana, después de irse Emma a la escuela, Grace repasa la habitación de su hija.
La almohada está siempre mojada.
La gente obviamente supone que si Jack siguiera vivo, Grace tendría muchas preguntas que hacerle. Es verdad, pero ya no le importa lo que hizo un chico asustado y colocado de veinte años al enfrentarse a la devastación y sus secuelas. En retrospectiva, tenía que habérselo contado. Pero, por otro lado, ¿y si lo hubiera hecho? ¿Y si Jack se lo hubiera contado todo desde el principio? ¿O un mes después de conocerse? ¿O un año? ¿Cómo habría reaccionado ella? ¿Se habría quedado con él? Grace piensa en Emma y Max, en el simple hecho de que existen, y el camino seguido le produce un estremecimiento.
Así que tarde por la noche, cuando Grace está sola en la enorme cama y habla con Jack, sintiéndose muy rara porque en realidad no cree que él la oiga, sus preguntas son más básicas: Max quiere apuntarse al equipo de fútbol itinerante de Kasselton, pero ¿no es demasiado pequeño para semejante compromiso? La escuela quiere que Emma siga un programa intensivo de lengua, pero ¿eso no la someterá a demasiada presión? ¿Deberíamos ir igualmente a Disneylandia en febrero, sin ti, o será un recordatorio demasiado doloroso? ¿Y qué hago, Jack, con esas dichosas lágrimas en la almohada de Emma?
Preguntas así.
Scott Duncan fue a verla una semana después de la detención de Sandra. Cuando Grace abrió la puerta, él dijo:
– Encontré algo.
– ¿Qué?
– Esto era de Geri -dijo Duncan.
Le dio una cinta vieja. Aunque no tenía etiqueta, alguien, en tinta negra y trazos tenues, había escrito: Allaw.
Fueron en silencio a la leonera. Grace puso la cinta en el magnetófono y pulsó el botón de encendido.
Invisible Ink era la tercera canción.
Tenía cierto parecido con Pale Ink. ¿Acaso un tribunal habría dictaminado que Jimmy era culpable de plagio? No era evidente, pero Grace supuso que la respuesta, tras todos estos años, habría sido que no. Muchas canciones se parecían. También había una tenue línea que separaba la influencia del plagio. Pale Ink, le pareció, tal vez se hallara en un punto indefinido de esa línea borrosa.
Lo mismo sucedía con tantas cosas que acabaron mal: es decir, tantas estaban en un punto indefinido de una línea borrosa.
– ¿Scott?
Él no se volvió hacia ella.
– ¿No crees que ha llegado el momento de aclarar las cosas?
Él asintió lentamente.
Grace no sabía muy bien cómo plantearlo.
– Cuando te enteraste de que tu hermana fue asesinada, te pusiste a investigar apasionadamente. Dejaste tu trabajo. Fuiste a por todas.
– Sí.
– No te habría sido difícil averiguar que salía con alguien.
– Nada difícil -coincidió Duncan.
– Y te habrías enterado de que se llamaba Shane Alworth.
– Yo ya estaba al corriente de lo de Shane antes de todo esto. Salieron seis meses. Pero yo creía que Geri había muerto en un incendio. No tenía ninguna razón para intentar averiguar qué había sido de él.
– Ya. Pero más tarde, después de hablar con Monte Scanlon, la tuviste.
– Sí -contestó-. Fue lo primero que hice.
– Te enteraste de que desapareció justo cuando asesinaron a tu hermana.
– Exacto.
– Y eso te hizo sospechar.
– Por no decir algo peor.
– Supongo, no sé, que consultaste su expediente académico de la universidad, incluso su expediente de la escuela. Hablaste con su madre. No te habría sido muy difícil. No cuando era lo que estabas buscando.
Scott Duncan asintió.
– Así que ya sabías, antes de conocernos, que Jack era Shane Alworth.
– Sí -contestó-, lo sabía.
– ¿Sospechabas que él había matado a tu hermana?
Duncan sonrió, pero sin la menor alegría.
– Un hombre sale con tu hermana. Rompe con ella. La asesinan. El hombre cambia de identidad y desaparece durante quince años. -Se encogió de hombros-. ¿Tú qué habrías pensado?
Grace asintió.
– Me dijiste que te gustaba sacudir jaulas. Que así se avanzaba en un caso.
– Sí.
– Y sabías que no podías preguntarle a Jack por tu hermana así, sin más. No tenías ninguna prueba contra él.
– Sí, también.
– Así que -siguió Grace- sacudiste la jaula.
Silencio.
– Hablé con Josh en Photomat -dijo Grace.
– Ah. ¿Cuánto le pagaste?
– Mil dólares.
Duncan resopló.
– Yo sólo le pagué quinientos.
– Por poner una foto en mi sobre.
– Sí.
Empezó otra canción. Ahora Allaw cantaba sobre las voces y el viento. Se les veía inmaduros, pero también parecían tener posibilidades.
– Me hiciste sospechar de Cora para que no presionara a Josh.
– Sí.
– Insististe en que fuéramos a visitar a la señora Alworth. Querías saber cómo reaccionaba al ver a los niños.
– Quería sacudir más jaulas -coincidió él-. ¿Viste la cara que puso cuando vio a Emma y Max?
La había visto. Simplemente no había sabido lo que significaba ni por qué esa mujer vivía en una urbanización situada justo en el camino de Jack al trabajo. Ahora, claro, lo sabía.
– Y como te viste obligado a pedir excedencia, no pudiste recurrir al FBI para pedir una vigilancia. Así que contrataste a una detective privada, la que empleó a Rocky Conwell. Y pusiste esa cámara en mi casa. Si ibas a sacudir la jaula, necesitabas ver cómo reaccionaba tu sospechoso.
– Es todo verdad.
Grace pensó en el resultado final.
– Murió mucha gente por lo que hiciste.
– Yo investigaba el asesinato de mi hermana. No pretenderás que me disculpe por eso.
La culpa, pensó ella otra vez. Hay tanta para repartir.
– Podías habérmelo dicho.
– No. No, Grace, jamás habría podido confiar en ti.
– Dijiste que nuestra alianza era temporal.
Él la miró. Ahora allí había algo oscuro.
– Eso -dijo él- era mentira. Nunca tuvimos una alianza.
Ella se sentó y bajó la música.
– No te acuerdas de la matanza, ¿verdad, Grace?
– Eso no tiene nada de raro -dijo ella-. No es amnesia ni nada por el estilo. Recibí un golpe tan fuerte en la cabeza que estuve en coma.
– Traumatismo craneal -dijo él con un gesto de asentimiento-. Lo sé. He visto muchos casos. Como le sucedió al corredor del Central Park, por ejemplo. En la mayoría de los casos, como en el tuyo, tampoco se recuerdan los días anteriores.
– ¿Y?
– ¿Cómo llegaste a ese foso de orquesta aquella noche?
Al oír la pregunta, que no venía en absoluto a cuento, Grace se irguió. Le examinó el rostro en busca de una señal delatora. No vio nada.
– ¿Qué?
– Ryan Vespa… bueno, su padre compró una entrada en la reventa por cuatrocientos pavos. Los miembros de Allaw las consiguieron por medio del propio Jimmy. La única manera de estar allí era pagando una pasta o conociendo a alguien. -Se inclinó hacia delante-. ¿Cómo conseguiste estar en ese foso de orquesta, Grace?
– Mi novio consiguió entradas.
– ¿Te refieres a Todd Woodcroft? ¿El que nunca fue a verte al hospital?
– Sí.
– ¿Estás segura de eso? Porque antes decías que no te acordabas.
Grace abrió la boca para hablar y luego la cerró. Él se inclinó más hacia ella.
– Grace, he hablado con Todd Woodcroft. No fue al concierto.
A Grace algo se le agitó en el pecho. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
– Todd no fue a verte porque habías roto con él dos días antes del concierto. Pensó que habría sido extraño. ¿Y sabes una cosa, Grace? Ese mismo día Shane Alworth rompió con mi hermana. Geri no fue al concierto. Así que, ¿a quién crees que llevó Shane?
Grace se estremeció y sintió que el temblor se extendía por todo su cuerpo.
– No lo entiendo.
Duncan sacó la foto.
– Ésta es la Polaroid original que amplié y puse en tu sobre. Mi hermana anotó la fecha al dorso. La foto se sacó el día antes del concierto.
Ella movió la cabeza en un gesto de negación.
– Esa mujer misteriosa a la derecha, la que apenas se ve… Creíste que era Sandra Koval. Bien, pues es posible, Grace… sólo digo que es posible… que seas tú.
– No…
– Y es posible, puesto que buscamos a más culpables, es posible que tengamos que preguntarnos quién era la chica guapa que distrajo a Gordon MacKenzie para que los demás fueran a ver a Jimmy X. Sabemos que no fue mi hermana, ni Sheila Lambert, ni Sandra Koval.
Grace siguió moviendo la cabeza, pero de pronto recordó aquel día en la playa, la primera vez que vio a Jack, esa sensación, ese tirón repentino en las entrañas. ¿De dónde había venido? Es lo que uno siente…
… cuando tiene la sensación de conocer a esa persona.
El tipo de déjà-vu más extraño. Esa sensación de que ya estás conectada a alguien, de que ya has tenido ese primer arrebato de pasión. Los dos cogidos de la mano, y cuando empieza la agitación, sientes que se te contrae el estómago al apartarse su mano de la tuya…
– No -dijo Grace, ahora con más firmeza-. Te equivocas. No puede ser. Me habría acordado de eso.
Scott Duncan asintió.
– Es posible que tengas razón.
Se puso en pie y sacó la cinta del magnetófono. Se la dio.
– Es todo una conjetura descabellada. O sea, por lo que sabemos, puede que esa mujer misteriosa fuera la razón por la que Shane no fue a los camerinos. A lo mejor ella lo convenció. O a lo mejor él pensó que había algo más importante allí mismo, en ese foso de orquesta, de lo que podía encontrar en una canción. A lo mejor, incluso tres años después, se aseguró de que volvería a encontrarlo.
Después Scott Duncan se marchó. Grace se puso en pie y fue a su estudio. No había pintado nada desde la muerte de Jack. Puso la cinta en su aparato de música portátil y apretó el botón.
Cogió un pincel e intentó pintar. Quería pintarlo a él. Quería pintar a Jack: no a John, no a Shane. A Jack. Pensó que saldría una imagen confusa y borrosa, pero no fue eso lo que sucedió en absoluto. El pincel voló y danzó por el lienzo. Ella empezó a pensar otra vez que nunca podríamos saberlo todo acerca de los seres queridos. Y tal vez, bien pensado, ni siquiera todo acerca de nosotros mismos.
La cinta se acabó. La rebobinó y la oyó otra vez. Trabajó con un frenesí delirante y delicioso. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. No se las secó. En cierto momento consultó el reloj. Pronto tendría que dejarlo. Se acercaba la hora de salida de la escuela. Debía recoger a los niños. Emma tenía clase de piano. Max tenía entrenamiento de fútbol con su equipo itinerante.
Grace cogió el bolso y cerró la puerta con llave al salir.