La amenaza en el supermercado no había surtido efecto.
A Wu no le extrañó. Se había criado en un ambiente que hacía hincapié en el poder de los hombres y la subordinación de las mujeres, pero Wu siempre había creído que eso era más un deseo que una realidad. Las mujeres eran más duras. Más impredecibles. Soportaban más el dolor físico; lo sabía por experiencia personal. Cuando se trataba de proteger a los seres queridos, eran mucho más firmes. Los hombres se sacrificaban por machismo, por estupidez o por la creencia ciega de que saldrían ganando. Las mujeres se sacrificaban sin autoengañarse.
Ya de buen principio no había estado de acuerdo en la conveniencia de amenazarla. Las amenazas creaban enemigos e incertidumbre. Eliminar a Grace Lawson antes habría sido fácil. Eliminarla ahora sería más arriesgado.
Wu tendría que volver y resolver el asunto por su cuenta.
Estaba en la ducha de Beatrice Smith, tiñéndose el pelo para recuperar su color original. Wu solía llevarlo rubio. Lo hacía por dos razones. La primera era básica: le gustaba cómo le quedaba. Tal vez fuese vanidad, pero cuando Wu se miraba en el espejo, tenía la impresión de que el pelo rubio estilo surfista, en punta y engominado, le quedaba bien. La segunda razón, el color -un amarillo chillón- era útil porque era lo que recordaba la gente. Cuando volvía a teñirse el pelo para recuperar su color natural, el moreno asiático, y se lo alisaba, cuando se quitaba la ropa moderna para ponerse algo más formal y unas gafas de montura ancha, en fin, la transformación era muy eficaz.
Cogió a Jack Lawson por el cuello y lo arrastró al sótano. Lawson no opuso resistencia. Apenas estaba consciente. No estaba bien. Su psique, ya antes muy alterada, tal vez se había hundido por completo. No sobreviviría mucho más.
Era un sótano húmedo, a medio construir. Wu se acordó de la última vez que había estado en un lugar parecido, en San Mateo, California. Las instrucciones habían sido precisas. Lo habían contratado para torturar a un hombre durante exactamente ocho horas -por qué ocho, Wu nunca lo supo- y luego romperle los huesos de las piernas y los brazos. Wu había manipulado los huesos rotos de manera que los extremos partidos quedaran junto a los haces de nervios o cerca de la superficie de la piel. Cualquier movimiento, por pequeño que fuera, le produciría un dolor atroz. Wu cerró el sótano con llave y dejó al hombre solo. Iba a verlo una vez al día. El hombre le suplicaba, pero Wu lo miraba en silencio. El hombre tardó once días en morir de hambre.
Wu encontró una tubería resistente y la empleó para atar a Lawson a ella con una cadena. También le ató los brazos por detrás de la espalda, alrededor de una columna. Volvió a ponerle la mordaza.
A continuación decidió comprobar las ataduras.
– Tenías que haber conseguido todas las copias de esa foto -susurró Wu.
Jack Lawson abrió los ojos.
– Ahora tendré que ir a ver a tu mujer.
Sus miradas se cruzaron. Pasó un segundo, no más, y de pronto Lawson cobró vida. Empezó a sacudirse. Wu lo miró. Sí, eso sería una buena prueba. Lawson forcejeó varios minutos, como un pez que agonizaba en el anzuelo. No cedió ninguna atadura.
Wu lo dejó solo, allí forcejeando, para ir en busca de Grace Lawson.