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Grace no podía llamar aún a la policía. Tampoco podía dormir.

El ordenador continuaba encendido. El salvapantallas era una foto de la familia tomada el año anterior en Disneylandia. Los cuatro posaban con Goofy en Epcot Center. Jack llevaba puestas unas orejas de ratón. Sonreía de oreja a oreja. La sonrisa de ella era más remisa. Se había sentido tonta, y eso había servido de acicate a Jack. Grace tocó el ratón -el otro ratón, el ratón del ordenador- y su familia desapareció.

Marcó el icono nuevo y apareció la extraña foto de los cinco universitarios. La imagen estaba en Adobe Photoshop. Grace se quedó varios minutos escrutando esas caras jóvenes, buscando… no sabía qué, acaso una pista. Desplazó el cursor a cada rostro y amplió la imagen a un tamaño de diez por diez centímetros. Si las agrandaba más, las caras, ya de por sí borrosas, se volvían indescifrables. El papel de calidad ya estaba en la impresora a color de chorro de tinta, de modo que dio la orden de imprimir. Cogió una tijera y se puso manos a la obra.

Poco después tenía cinco retratos independientes, uno de cada persona de la instantánea. Volvió a examinarlos, esta vez fijándose más detenidamente en la rubia que aparecía al lado de Jack. Era guapa, con una tez fresca y natural, pelo largo y muy rubio. Miraba fijamente a Jack, y no era ni mucho menos una mirada de despreocupación. Grace sintió una punzada… ¿de qué? ¿Celos? A ella misma le causó extrañeza. ¿Quién era esa mujer? Obviamente una antigua novia, una novia a quien Jack nunca había mencionado. Pero ¿y qué? Grace tenía un pasado. Jack también. ¿Por qué la mirada de esa chica en una foto habría de molestarla?

¿Y ahora qué?

Tendría que esperar a Jack. Cuando volviera a casa, le exigiría respuestas.

Pero ¿respuestas a qué?

«Recapitulemos un momento», se dijo. ¿Qué estaba pasando? Una vieja fotografía, probablemente de Jack, había aparecido entre sus fotos. Era raro, desde luego. Incluso resultaba un tanto escalofriante, viendo a esa rubia con la cara tachada. Y Jack ya había salido hasta tarde otras veces sin llamar. ¿A qué venía, pues, tanto alboroto? Casi con toda seguridad se había disgustado por algo relacionado con la foto. Había apagado el móvil y debía de estar en un bar. O en casa de Dan. Todo eso no debía de ser más que una broma extraña.

«Sí, claro, Grace -pensó-. Una broma. Igual que lo del "rebaño a darse un baño".»

Sentada a solas en la habitación a oscuras salvo por el resplandor del monitor, Grace buscó más explicaciones lógicas a lo que sucedía. Dejó de hacerlo al caer en la cuenta de que sólo había conseguido asustarse más.

Grace marcó con el ratón la cara de la joven, la que miraba a su marido con anhelo, y la amplió para verla mejor. Miró el rostro fijamente, muy fijamente, y un cosquilleo de pavor le recorrió el cuero cabelludo. Grace no se movió. Se limitó a mirar la cara de la mujer. No sabía dónde, cuándo ni cómo, pero en ese momento tomó conciencia de algo con una certeza aplastante.

Grace ya había visto antes a esa joven.

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