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Perlmutter y Duncan ya habían salido de la autopista de Garden State en la Interestatal 287, y cuando estaban a no más de diez kilómetros de la casa en Armonk, les llegó el aviso por radio:

– Han estado aquí, el Saab de Lawson sigue en el camino de entrada, pero ellos se han ido.

– ¿Y Beatrice Smith?

– No se la ve por ningún lado. Acabamos de llegar. Seguimos registrando la casa.

Perlmutter se quedó pensando.

– Wu habrá supuesto que Charlaine Swain avisaría de que lo había visto. Sabrá que tiene que deshacerse del Saab. ¿Sabes si Beatrice Smith tenía un coche?

– No, todavía no.

– ¿Hay algún otro coche en el garaje o en el camino de entrada?

– Un momento.

Perlmutter esperó. Duncan lo miró. Al cabo de diez segundos oyeron:

– No hay más coches.

– O sea, que se han llevado el de ella. Averigua la marca y la matrícula. Envía un aviso a todas las unidades de inmediato.

– Bien, entendido. Un momento, espere un momento, capitán. -El agente volvió a callar.

– Por lo visto -dijo Scott Duncan-, su experta en informática creía que Wu podía ser un asesino en serie.

– Le parecía una posibilidad.

– Pero usted no lo cree.

Perlmutter negó con la cabeza.

– Es un profesional. No escoge a las víctimas para divertirse. Sykes vivía solo. Beatrice Smith es una viuda. Wu necesita un lugar para vivir y actuar. Ésa es su manera de encontrarlos.

– Es un arma que se contrata, pues.

– Algo así.

– ¿Se le ocurre para quién podría estar trabajando?

Perlmutter, al volante, se desvió por la salida de Armonk. Ya estaban a un par de kilómetros.

– Esperaba que usted o su cliente lo supieran.

La radio crepitó.

– ¿Capitán? ¿Sigue ahí?

– Sí.

– Existe un coche matriculado a nombre de Beatrice Smith. Un Land Rover de color habano. Con matrícula 472-JXY.

– Da el aviso. No pueden estar lejos.

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