10

– Fue la noche antes de la boda -dijo Myron. Había vuelto a la oficina. Esperanza, sentada al otro lado del escritorio, lo miraba atentamente mientras él permanecía echado hacia atrás en su sillón, con los ojos fijos en el techo y los dedos entrelazados sobre el vientre-. ¿Quieres conocer los detalles?

– Sólo si te apetece contarlos.

Se los contó. Le dijo que Emily lo había llamado, que ella había acudido a su habitación, que los dos habían bebido demasiado. Dijo esto último a modo de globo sonda, pero una fugaz mirada a Esperanza desinfló aquel globo. Ella lo interrumpió con una pregunta.

– ¿Sucedió mucho después de que te ficharan?

Myron sonrió. Esperanza era demasiado intuitiva. No había motivos para contestar.

– Supongo -prosiguió ella- que esta pequeña escaramuza tuvo lugar entre el día en que te ficharon y el día de la lesión.

– Supones bien.

– Bien. A ver si acierto. Es tu último año de carrera. Tu equipo ganó la final de la NCAA. Un punto para ti. Terminas perdiendo a Emily, y ella termina prometida con Greg. Un punto para él. Llega el fichaje. Greg es el séptimo seleccionado. Tú eres el octavo. Otro punto para Greg.

Myron cerró los ojos y asintió.

– Te estás preguntando si intenté empatar.

– No hace falta -lo corrigió Esperanza-. La respuesta es evidente.

– No me estás ayudando.

– Si quieres ayuda, ve a un psiquiatra. Si quieres la verdad, acude a mí.

Tenía razón. Myron levantó las manos y, sin dejar de enlazar los dedos, las colocó detrás de la cabeza. Apoyó los pies sobre el escritorio.

– ¿Ella te engañó con él? -le preguntó Esperanza.

– No.

– ¿Estás seguro?

– Sí. Se conocieron después de nuestra ruptura.

– Lástima. Te habría proporcionado una bonita coartada.

– Sí. Una pena.

– ¿Por eso te sientes en deuda con Greg? ¿Porque te acostaste con su prometida?

– Sobre todo por eso, pero hay algo más.

– ¿Por ejemplo?

– Te parecerá retorcido, pero siempre ha existido un vínculo entre nosotros.

– ¿Un vínculo?

Los ojos de Myron se desviaron hacia la pared cubierta de fotogramas de películas. Woody Allen y Diane Keaton contemplando el paisaje de Manhattan en Annie Hall. Bogie e Ingrid Bergman apoyados contra el piano de Sam cuando París les pertenecía.

– Greg y yo éramos rivales unidos por un vínculo especial -dijo Myron-; como Magic Johnson y Larry Bird, pongamos por caso. Uno define al otro. Eso mismo era lo que pasaba con Greg y conmigo. Nunca hablamos de ello, pero los dos sabíamos que el vínculo existía. -Hizo una pausa y añadió-: Cuando sufrí la lesión de rodilla, Greg fue a verme al hospital. Vino el mismo día. Desperté después de que me aplicaran un sedante, y allí estaba, sentado al lado de Win. Lo comprendí al instante. Win también debió de comprenderlo, de lo contrario lo habría echado a patadas.

Esperanza asintió.

– Greg también me ayudó con la rehabilitación -prosiguió él-. A eso me refiero cuando hablo de un vínculo. La noticia de mi lesión lo destrozó, era como si una parte de él hubiera desaparecido. Intentó explicarme lo mucho que lo afectaba, pero no fue capaz de expresarlo con palabras. Daba igual. Yo lo sabía. Él tenía que estar a mi lado.

– ¿La lesión de rodilla fue mucho después de que te acostaras con su mujer?

– Un mes.

– ¿Ayudaba, o hería, verle cada día?

– Sí.

Esperanza no dijo nada.

– ¿Lo entiendes ahora? -le preguntó Myron-. ¿Comprendes por qué no voy a cejar en mi empeño? Creo que tienes razón. Acostarme con Emily debió de ser una especie de venganza porque no me ficharon antes que a Greg. Otra estúpida batalla. Pero ¿cómo es posible empezar un matrimonio de esa manera? Estoy en deuda con Greg Downing. Así de sencillo.

– No -dijo Esperanza-. No es tan sencillo.

– ¿Por qué?

– Porque demasiadas cosas de tu pasado están regresando. Primero, Jessica…

– No empieces con eso.

– Sólo estoy enunciando hechos -repuso ella con calma, como siempre que hablaba de Jessica-. Esa mujer te destrozó al abandonarte. Nunca lo superaste.

– Pero ahora ha vuelto.

– Sí.

– Entonces ¿qué quieres decir?

– El baloncesto también te destrozó cuando te abandonó. Nunca lo superaste.

– Claro que sí.

Esperanza negó con la cabeza.

– Los primeros tres años te los pasaste probando todos los remedios para que tu rodilla mejorase.

– Sólo intentaba recuperarme. Es normal, ¿no?

– Muy normal, pero eras un coñazo. Tu comportamiento alejó de ti a Jessica. No es que trate de justificar su actitud. Tú no le pediste que te dejara, pero influiste en su decisión.

– ¿Por qué mencionas todo esto?

Esperanza meneó la cabeza.

– Eres tú el que habla de tu pasado, incluidos Jessica y el baloncesto. Quieres que te veamos pasar otra vez por lo mismo, pero no lo vamos a consentir.

– ¿Pasar por lo mismo?

Esperanza contraatacó con otra pregunta.

– ¿Quieres saber por qué no fui a verte jugar anoche?

Myron asintió, sin mirarla. Notó cierto calor en las mejillas.

– Porque con Jessica al menos existe la posibilidad de que no vuelvas a sufrir. Pero con el baloncesto, no. No puedes volver.

– Puedo manejar la situación -repuso él, que ya había oído antes aquellas palabras.

Esperanza no dijo nada.

Myron levantó la vista hacia el techo. Apenas oyó que el teléfono sonaba. Ninguno de los dos hizo ademán de contestar.

– ¿Crees que debería dejarlo? -le preguntó Myron.

– Sí. Estoy de acuerdo con Emily. Ella fue quien lo traicionó. Tú sólo fuiste una herramienta. Si lo que pasó envenenó su relación, fue culpa de ella, su decisión. No le debes nada a Greg Downing.

– Aunque lo que dices sea verdad, ese vínculo todavía existe.

– Y una mierda -replicó Esperanza-. Eso no son más que chorradas machistas y pedantes. Acabas de darme la razón. Ya no existe ningún vínculo, si es que alguna vez hubo alguno. Hace diez años que el baloncesto no forma parte de tu vida. El único motivo de que sigas creyendo en la existencia de ese vínculo es que has vuelto a jugar.

Se oyó un golpe en la puerta. El marco tembló. Myron se incorporó de un salto.

– ¿Quién se encarga de los teléfonos? -preguntó, y al ver que Esperanza sonreía, susurró-: Oh, no.

– Entra -dijo Esperanza.

La puerta se abrió. Myron dejó caer los pies al suelo para poder inclinarse. Aunque la había visto en otras ocasiones, Myron quedó boquiabierto. Big Cyndi entró. Era como un mamut: metro noventa y cinco de estatura y más de ciento cuarenta kilos de peso. Vestía una camiseta blanca con las mangas cortadas a la altura de los bíceps. Sus brazos habrían sido la envidia de Hulk Hogan. Llevaba un maquillaje más extravagante que el que solía exhibir en el ring. El pelo de punta y de color púrpura, al igual que el rímel, aunque éste era de un tono algo más oscuro. Sus labios semejaban un manchón rojo. Cyndi parecía escapada del Rocky Horror Picture Show. Era la imagen más terrorífica que Myron había visto en su vida.

– Hola, Cyndi -balbuceó Myron.

Cyndi gruñó. Levantó el dedo índice, dio media vuelta, salió y dio un portazo.

– ¿Qué…?

– Te acaba de decir que cojas la línea uno -le explicó Esperanza.

– ¿Cyndi se encarga de contestar las llamadas?

– Sí.

– ¡Pero si no habla!

– En persona no. Al teléfono es muy buena.

– ¡Joder!

– Descuelga el teléfono y deja de quejarte.

Myron obedeció. Era Lisa, su contacto en la compañía telefónica de Nueva York. Casi todo el mundo cree que sólo la policía puede acceder al registro telefónico. No es verdad. Casi cualquier detective privado del país tiene contactos en su compañía telefónica local. Basta con sobornar a la persona indicada. Un mes de registros telefónicos puede costar entre mil y cinco mil dólares. Myron y Win habían conocido a Lisa cuando trabajaban con los federales. No aceptaba dinero, pero ellos siempre encontraban la forma de recompensarla.

– Tengo lo que Win quería -dijo.

– Adelante.

– La llamada de las nueve y dieciocho minutos de la noche se hizo desde el teléfono público de un restaurante barato cerca de Dyckman y Broadway.

– ¿Eso no está cerca de la calle Doscientos?

– Me parece que sí. ¿Quieres el número de teléfono?

¿Carla había llamado a Greg desde un restaurante barato de la calle Doscientos?

– Si lo tienes…

La mujer se lo dio.

– Espero que os sirva de algo.

– Desde luego, Lisa. Gracias. -Myron le tendió el número a Esperanza-. Mira lo que acaban de facilitarme -dijo-. Una pista verdadera.

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