– ¿Liz Gorman llamó a Clip? -preguntó Myron a Esperanza-. ¿Qué coño está pasando?
Esperanza se encogió de hombros.
– Pregúntaselo a Clip.
– Sabía que me estaba ocultando algo -dijo Myron-, pero no lo entiendo. ¿Cómo encaja Clip en esta ecuación?
– Ajá. -Esperanza cogió unos papeles que había sobre su escritorio-. Escucha, tenemos toneladas de trabajo que hacer. Me refiero al trabajo como agentes deportivos. Esta noche juegas un partido, ¿verdad?
Myron asintió.
– Interroga a Clip entonces -añadió Esperanza-. No estamos haciendo otra cosa que dar vueltas sobre el mismo punto.
Myron echó un vistazo a la hoja.
– ¿Conoces algún otro número?
– Aún no, pero quiero hablarte de otra cosa un momento.
– ¿De qué?
– Tenemos un problema con un cliente.
– ¿Quién?
– Jason Blair.
– ¿Qué pasa?
– Se ha cabreado. No le gusta que me ocupe de negociar su contrato. Dice que pagó por tus servicios, no por los de una, y cito literalmente, «luchadora semidesnuda con un bonito culo».
– ¿Dijo eso?
– Sí. Un bonito culo. Eso dijo. Ni siquiera se fijó en mis piernas.
Esperanza meneó la cabeza.
Myron sonrió.
– ¿Y qué pasó?
Detrás de ellos se oyó la campanilla del ascensor. Sólo uno permitía el acceso a la zona de recepción de MB SportsReps. Se trataba de un detalle elegante, según le habían dicho a Myron. Cuando las puertas se abrieron, salieron dos hombres. Myron los reconoció al instante. Eran Pantalones de Camuflaje y Muro de Ladrillo. Los dos iban armados. Apuntaron con sus pistolas a Myron y a Esperanza. El señor Q apareció detrás de ellos, como si acabaran de anunciar su participación en un programa televisivo de variedades. Sonrió como agradeciendo los aplausos del público.
– ¿Cómo va la rodilla, Myron? -preguntó.
– Mejor que tu furgoneta.
El señor Q rió.
– Ese Win nunca deja de sorprenderme -dijo-. ¿Cómo calculó el momento preciso para atacarnos?
No había motivos para mentir.
– Dejamos nuestros móviles abiertos.
El señor Q sacudió la cabeza.
– Muy ingenioso. Estoy francamente impresionado.
Llevaba uno de esos trajes demasiado lustrosos y una corbata rosa. Utilizaba gemelos en los puños de la camisa, que tenía cosido un monograma con seis letras: Señor Q. Tal vez exageraba un poco en lo referente al apelativo. Un grueso brazalete de oro rodeaba su muñeca derecha.
– ¿Cómo has subido? -preguntó Myron.
– ¿De veras piensas que unos cuantos guardias de seguridad van a detenernos?
– Me gustaría saberlo, de todos modos.
El señor Q se encogió de hombros.
– Llamé a Lock-Horne Securities y les dije que estaba buscando un nuevo consejero económico para mis millones. Un obsequioso novato me dijo que subiera de inmediato. Pulsé el botón del piso doce en lugar del quince. -Abrió los brazos-. Y aquí me tienes. -Miró a Esperanza con una sonrisa y preguntó-: ¿Quién es esta criatura tan encantadora?
– Caramba -dijo Esperanza-, ¿a qué mujer no le gusta que la llamen criatura?
El señor Q volvió a reír.
– Veo que la chica tiene agallas -dijo-. Eso me gusta.
– Como si a mí me importara.
Más risas.
– ¿Puede concederme un momento, señorita…?
– Betty Boop -terminó Esperanza por él.
El señor Q soltó una nueva carcajada; esta vez sonó más siniestra.
– ¿Quiere hacer el jodido favor de decirle a Win que baje? Con el altavoz conectado, si no le importa. Ah, y que baje desarmado.
Esperanza miró a Myron. Éste asintió. La mujer marcó el número.
– Hable -dijo Win.
– Un rubio bronceado te espera aquí -le informó Esperanza.
– Ah, estaba esperándole -dijo Win-. Hola, señor Q.
– Hola, Win.
– Supongo que no has venido solo, y que quienes te acompañan van bien armados.
– Supones bien, Win. Si intentas algo, tus amigos no saldrán vivos de aquí.
– ¿No saldrán vivos de aquí? -repitió Win-. Esperaba algo mejor de ti, señor Q, te lo aseguro. Bajo enseguida.
– Baja desarmado, Win.
– Ni lo sueñes, pero no habrá violencia. Te lo prometo.
La comunicación se cortó. Durante varios segundos todos se miraron, como preguntándose quién iba a dar el siguiente paso.
– No confío en él -dijo el señor Q. Hizo una seña a Muro de Ladrillo y añadió-: Lleva a la chica a la otra habitación. Escóndete detrás de un escritorio, o algo por el estilo. Si oyes disparos, vuélale la cabeza.
Muro de Ladrillo asintió.
El señor Q desvió su atención hacia Pantalones de Camuflaje.
– Apunta a Bolitar con tu arma.
– De acuerdo.
El señor Q sacó su revólver. Cuando se oyó la campanilla del ascensor, se puso en cuclillas y apuntó. Las puertas se abrieron, pero no era Win, sino Big Cyndi, que salió del ascensor como una cría de dinosaurio del cascarón.
– ¡Joder! -exclamó Pantalones de Camuflaje-. ¿Qué coño es eso?
Cyndi gruñó.
– ¿Quién es, Bolitar? -preguntó el señor Q.
– Mi nueva recepcionista.
– Dile que espere en la otra habitación.
Myron miró a Big Cyndi y asintió.
– No pasa nada -la tranquilizó-. Esperanza está allí.
Cyndi gruñó de nuevo, pero hizo lo que le decían. Pasó junto al señor Q y se dirigió hacia el despacho de Myron. El revólver del señor Q parecía un encendedor desechable al lado de Big Cyndi, que abrió la puerta, refunfuñó por última vez y la cerró.
Silencio.
– Joder… -repitió Pantalones de Camuflaje.
Esperaron unos treinta segundos, hasta que volvió a sonar la campanilla del ascensor. El señor Q se agachó de nuevo y apuntó. Las puertas se abrieron. Win salió. Cuando vio el arma que le apuntaba, su rostro se transfiguró en una expresión de disgusto. Habló con voz seca.
– Te dije que no habría violencia.
– Tienes una información que necesitamos -soltó el señor Q.
– Lo sé muy bien -admitió Win-. Ahora guarda el arma y hablemos como personas civilizadas.
El señor Q siguió apuntando a Win.
– ¿Vas armado?
– Por supuesto.
– Entrégame el arma.
– No -dijo Win-. Y no es un arma, sino varias.
– He dicho…
Win suspiró.
– Bien, señor Q. -Meneó la cabeza-. Me lo estás poniendo más difícil de lo que pensaba.
– ¿Qué quieres decir?
– Significa que, para ser un tipo inteligente, olvidas con demasiada frecuencia que la fuerza bruta no es el único método. Hay situaciones que exigen contención.
Win dando lecciones de contención, pensó Myron. ¿Y qué más? ¿Xaviera Hollander dando lecciones de monogamia?
– Piensa en lo que ya has hecho -continuó Win-. En primer lugar, ordenas a estos dos aficionados que maltraten a Myron…
– ¿Aficionados? -A Pantalones de Camuflaje no le había gustado la expresión-. ¿A quién te crees…?
– Cierra el pico, Tony -ordenó el señor Q.
– ¿Has oído lo que me ha llamado? ¡Aficionado!
– He dicho que cierres el pico, Tony.
Pero Tony, el Pantalones, aún no había terminado.
– Oye, yo también tengo sentimientos, señor Q.
El señor Q lo fulminó con la mirada.
– Si no cierras el pico, tu fémur izquierdo…
Tony obedeció.
El señor Q miró a Win.
– Perdona la interrupción.
– Disculpas aceptadas.
– Continúa.
– Como iba diciendo -prosiguió Win-, primero intentas dar una paliza a Myron. Después, intentas secuestrarlo y lisiarlo, y todo ha sido en vano.
– No ha sido en vano -replicó el señor Q-. Tenemos que saber dónde está Downing.
– ¿Y por qué crees que Myron lo sabe?
– Los dos estuvisteis en su casa. De repente, Bolitar ficha por el equipo de Downing. De hecho, le sustituye.
– ¿Y?
– Que no soy estúpido. Los dos sabéis algo.
– ¿Y qué? -dijo Win-. ¿Por qué no nos preguntaste? ¿Pensaste alguna vez en esa posibilidad? ¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez que el mejor método era preguntar?
– ¡Yo se lo pregunté! -exclamó Pantalones de Camuflaje, a la defensiva-. ¡En la calle! Le pregunté dónde estaba Greg. Me dio largas.
Win lo miró.
– ¿Has sido militar? -preguntó.
– No -musitó Pantalones, algo confuso.
– Eres una rata inmunda -dijo Win en el mismo tono que utilizaría para comentar un informe sobre acciones de bolsa-. Un lamentable ectoplasma como tú vestido con traje de faena es un insulto para los hombres y mujeres que han entrado en combate alguna vez. Si te vuelvo a ver con indumentaria militar, te arrepentirás de haber nacido. ¿Me he expresado con claridad?
– Eh…
– No sabes de lo que este tío es capaz, Tony -lo interrumpió el señor Q-. Limítate a asentir y cerrar el pico.
Aunque parecía indignado, Pantalones de Camuflaje obedeció.
Win devolvió su atención al señor Q.
– Podemos ayudarnos mutuamente en esta situación -dijo.
– ¿Cómo?
– Resulta que nosotros también estamos buscando al escurridizo señor Downing. Por eso quiero hacerte una propuesta.
– Te escucho.
– Primero, deja de apuntarnos.
El señor Q lo miró con curiosidad.
– ¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
– Si hubiera querido matarte, lo habría hecho anoche.
El señor Q reflexionó, asintió y bajó su arma. Indicó con un gesto a Pantalones de Camuflaje que lo imitara.
– ¿Por qué no lo hiciste? -le preguntó el señor Q-. En la misma situación, yo te habría matado.
– A eso me refería cuando hablé de fuerza bruta -dijo Win-. Nos necesitamos. Si te hubiera matado, ahora no podría estar haciéndote esta proposición.
– Tienes razón. Adelante.
– Estoy al corriente de que el señor Downing te debe un montón de dinero.
– Un pastón.
– Bien -dijo Win-. Dinos todo lo que sabes. Nosotros nos encargamos de encontrarlo sin que te cueste un centavo, y tú nos prometes que, cuando lo encontremos, si te paga no le harás ningún daño.
– ¿Y si no me paga?
Win sonrió y extendió las manos con las palmas hacia arriba.
– ¿Quiénes somos nosotros para decirte cómo debes llevar tus negocios?
El señor Q reflexionó, pero no por mucho rato.
– De acuerdo -dijo-, pero no hablo delante de mercenarios. -Se volvió hacia Camuflaje-. Ve a sentarte en la otra habitación.
– ¿Por qué?
– Porque si alguien decide torturarte, no podrás explicar nada.
Camuflaje comprendió la lógica impecable de la respuesta y entró en el despacho de Myron sin rechistar.
– ¿Por qué no nos sentamos? -sugirió Win.
La sugerencia fue aceptada. El señor Q cruzó las piernas y empezó a hablar.
– Downing es el típico ludópata. Gozó de una suerte envidiable durante mucho tiempo. Cualquier adicción es mala para el hombre. Cuando su suerte cambió, como siempre acaba sucediendo a la larga, siguió convencido de que volvería a ganar. Todos lo piensan. Cuando tienen tanto dinero como Downing, les dejo que se caven su propia tumba. Es bueno para el negocio. Pero, al mismo tiempo, tienes que estar muy alerta. Nadie quiere que sigan cavando hasta llegar a China. -Se volvió hacia Myron-. Ya sabes a qué me refiero.
Myron asintió.
– China, claro.
– Bien. El caso es que Downing empezó a perder muchísima pasta. Nunca pagaba enseguida, pero siempre acababa pagando. A veces dejaba que la deuda se elevara a doscientos cincuenta, o incluso trescientos.
– ¿Trescientos mil? -preguntó Myron.
– Sí. -El señor Q sonrió-. No conoces a ningún jugador, ¿verdad?
Myron calló. No iba a contarle a aquella bazofia la historia de su vida.
– Es tan malo como el alcohol o la heroína -continuó el Señor Q-. En cierto modo es aún peor, porque no pueden parar. La gente bebe y se droga para escapar de la desesperación. También se juega por este motivo, pero además el juego te tiende la mano amigable de la esperanza. Cuando juegas, lo último que pierdes es la esperanza. Siempre crees que tan sólo una apuesta te separa de una vida completamente nueva. Si abrigas esperanzas, sigues jugando, y eso es lo que les ocurre a los ludópatas.
– Muy profundo -le dijo Win-. Volvamos a Greg Downing.
– En pocas palabras, Greg dejó de pagar. Su deuda ascendía a medio millón de dólares. Empecé a presionarle. Me dijo que estaba arruinado, pero que no debía preocuparme porque iba a firmar un contrato publicitario que le reportaría muchos millones.
El contrato con Forte, pensó Myron. Ahora empezaba a cobrar sentido el repentino cambio de parecer de Greg acerca de la publicidad.
– Le pregunté cuándo ingresaría el dinero del contrato -prosiguió el señor Q-. Me dijo que al cabo de unos seis meses. ¿Seis meses? ¿Con una deuda de medio millón, y aumentando? Le dije que era demasiado tiempo, que quería el dinero ya. Dijo que aún no podía pagarme. Le pedí una prueba de buena voluntad.
Myron sabía cuál era.
– Dejó de sumar puntos.
– Te equivocas. Se suponía que dejaría de sumar puntos. Las apuestas estaban a favor de que los Dragons ganarían por ocho puntos a Charlotte. Downing se iba a encargar de que lo hicieran por menos de ocho. Poca cosa.
– ¿Accedió?
– Por supuesto. El partido fue el domingo. Aposté una tonelada.
– Y Greg no jugó -dijo Myron.
– Exacto. Los Dragons ganaron por doce puntos de diferencia. Bien, imaginé que Greg se había lesionado, como afirmaban los periódicos. Una lesión complicada no achacable al jugador. No me malinterpretéis. Greg aún era responsable de mis pérdidas. ¿Por qué debía pagar yo por esa fea lesión? -El señor Q hizo una pausa para ver si alguien lo contradecía. Nadie se molestó en hacerlo-. Esperé a que Downing me llamara, pero no llamó. Ahora me debe cerca de dos millones. Win, sabes de sobras que no puedo quedarme de brazos cruzados, ¿verdad?
Win asintió.
– ¿Cuándo fue la última vez que Greg te hizo un pago? -preguntó Myron.
– No sé. Hace unos cinco o seis meses, quizá.
– ¿Nada más reciente?
– No.
Hablaron un poco más. Esperanza, Big Cyndi, Pantalones de Camuflaje y Muro de Ladrillo volvieron a la sala. Win y Q hablaron de artes marciales y de conocidos comunes. Unos minutos después, el señor Q y sus gorilas se marcharon. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Big Cyndi se volvió y miró a Esperanza con una amplia sonrisa. Después empezó a dar saltitos en círculo. El suelo se estremeció.
Myron interrogó con la mirada a Esperanza.
– El grandote, el que estaba con nosotras en la otra habitación -dijo Esperanza.
– ¿Qué pasa con él?
– Le pidió a Cyndi su número de teléfono.
Big Cyndi continuaba saltando como si fuese una niña. En el piso de abajo debían de pensar que se trataba de un terremoto. Myron se volvió hacia Win.
– ¿Te has fijado? Greg hacía meses que no pagaba nada.
Win asintió.
– Los cincuenta mil dólares que retiró antes de su desaparición no eran para pagar deudas de juego, está claro.
– Entonces ¿para qué eran?
– Para huir, imagino.
– De modo que, al menos cuatro días antes de desaparecer, ya sabía que iba a hacerlo -señaló Myron.
– Eso parece.
Myron reflexionó unos segundos.
– En ese caso -dijo al cabo-, el momento en que se produce el asesinato no puede ser una coincidencia. Si Greg pensaba desaparecer, no puede ser casualidad que el mismo día en que lo hace asesinen a Liz Gorman.
– Es dudoso -dijo Win.
– ¿Crees que Greg la mató?
– Las pistas apuntan en esa dirección. ¿Te dije que el dinero procedía de una cuenta manejada por Marty Felder? Tal vez el señor Felder tenga la respuesta.
Myron pensó en ello. De pronto Big Cyndi dejó de saltar. Abrazó a Esperanza y emitió un canturreo. ¡Ah, el amor!
– Si Felder sabía que Greg tenía intención de huir -prosiguió Myron-, ¿por qué dejó todos aquellos mensajes en el contestador automático de Greg?
– Quizá para despistarnos, o porque desconocía las intenciones de Greg.
– Lo llamaré -anunció Myron-. Intentaré concertar una cita para mañana.
– Esta noche tienes partido, ¿verdad?
– Sí.
– ¿A qué hora?
– A las siete y media. -Myron consultó su reloj-. Pero tengo que irme enseguida si quiero hablar antes con Clip.
– Conduciré yo -dijo Win-. Me gustaría conocer al señor Arnstein.
Cuando se fueron, Esperanza escuchó los mensajes del buzón de voz. Después ordenó su escritorio. Cyndi había tumbado sus dos fotografías: una de su collie Chloe cuando recibía el primer premio en el concurso de perros de Wetchester, y la otra de ella, vestida de Pequeña Pocahontas, con Big Cyndi ataviada de Big Chief Mama, ambas sosteniendo en alto sus cinturones de luchadoras.
Mientras contemplaba las fotografías no podía dejar de pensar en algo que había dicho Myron. Estaba preocupado por el hecho de que Greg hubiese desaparecido al mismo tiempo que Liz Gorman era asesinada. Pero también había que pensar en el momento en que ésta había llegado a Nueva York. Hacía dos meses del atraco al banco de Tucson. Liz Gorman había empezado a trabajar en el Parkview dos meses atrás. Un criminal en fuga pretende huir lo más lejos posible del lugar de los hechos, sí, pero ¿por qué Liz había elegido un lugar tan superpoblado como Nueva York?
Cuanto más pensaba en ello, más perpleja se sentía Esperanza. Tenía que existir una relación de causa y efecto. Liz Gorman tenía que haber recalado en Nueva York por algo relacionado con el atraco al banco. Esperanza meditó acerca de ello. Después descolgó el auricular y llamó a uno de los contactos más estrechos de Win y Myron en el FBI.
– Necesitan todo lo que tengas sobre el atraco al banco de Tucson perpetrado por la Brigada del Cuervo -dijo-. ¿Puedes enviarme una copia del expediente?
– Lo recibirás mañana por la mañana.