Cuando Myron regresó a su despacho, Esperanza estaba en el mostrador de recepción.
– ¿Dónde se ha metido Cyndi? -le preguntó Myron.
– Ha ido a comer.
Myron imaginó al instante el coche de Pedro Picapiedra ladeado por culpa del peso de su brontosaurio.
– Win me ha informado de lo ocurrido -añadió Esperanza. Vestía una blusa azul verdoso. Exhibía con orgullo sobre la piel morena del cuello un corazón de oro sujeto a una delgada cadena. Se echó hacia atrás la desordenada cabellera con un dedo y preguntó-: ¿Qué pasó en la casa?
Myron le explicó que la sangre había desaparecido y que habían encontrado un bate ensangrentado en el sótano. Esperanza solía hacer otras cosas mientras escuchaba. Esta vez no. Lo miraba a los ojos, de manera tan intensa que resultaba turbadora.
– No estoy segura de haberlo entendido bien -dijo-. Tú y Win encontrasteis sangre en el sótano hace dos días.
– Exacto -repuso Myron.
– Y ahora resulta que alguien la ha limpiado…, pero se ha dejado el arma del crimen, ¿no?
– Eso parece.
Esperanza reflexionó por unos instantes.
– ¿Pudo ser la criada?
– La policía ya la ha investigado. Hace tres semanas que no va a la casa.
– ¿Alguna teoría?
Myron asintió.
– Alguien está intentando inculpar a Greg. Es la única explicación lógica.
Esperanza enarcó una ceja con gesto de escepticismo.
– ¿Y para inculparle deja primero la sangre y después vuelve para limpiarla?
– No, empecemos desde el principio. -Myron cogió una silla y se sentó delante de Esperanza. Había meditado sobre el problema durante todo el camino de vuelta, y quería expresarlo en voz alta. En el rincón de su izquierda, el fax emitió su característico chirrido. Él esperó a que el sonido remitiera y prosiguió-. Bien, primero voy a suponer que el asesino sabía que Greg estaba con Liz Gorman aquella noche. Quizá les siguió, o tal vez los esperó cerca del apartamento de ella. En cualquier caso, sabía que estaban juntos.
Esperanza asintió y se levantó. Se acercó al fax y comprobó que la transmisión se estuviera realizando correctamente.
– Cuando Greg se fue, el asesino mató a Liz Gorman -continuó Myron-. Sabía que Greg podía servirle como excelente cabeza de turco; por tanto, recogió un poco de sangre del lugar de los hechos y la depositó en casa de Greg. Eso serviría para despertar sospechas. Con el fin de rematar la jugada, el asesino escondió detrás de la secadora el arma homicida.
– Pero acabas de decir que habían limpiado la sangre -objetó Esperanza.
– Exacto. Aquí es donde las cosas se complican. Supongamos, por ejemplo, que yo quisiera proteger a Greg Downing. Entro en su casa y descubro la sangre. Recuerda: quiero proteger a Greg de una acusación de asesinato. ¿Qué haría?
Esperanza echó un vistazo al fax que se estaba recibiendo.
– Limpiarías la sangre.
– Exacto.
– Gracias. ¿Me merezco una medalla de oro? Continúa de una vez.
– Sigue mi razonamiento, ¿de acuerdo? Vería la sangre y la limpiaría. Pero, y esto es lo más importante, la primera vez que entré en la casa no vi el bate. No es sólo un ejemplo. Sucede en la vida real. Win y yo sólo vimos la sangre en el sótano, pero no el bate de béisbol.
– Espera un momento. ¿Estás diciendo que alguien limpió la sangre para proteger a Greg de una acusación de asesinato, pero que ignoraba la existencia del bate?
– Eso mismo.
– ¿Quién?
– No lo sé.
Esperanza hizo un gesto de negación con la cabeza. Volvió a su escritorio y pulsó algunas teclas del ordenador.
– No tiene sentido -dijo.
– ¿Por qué?
– Supón que estoy locamente enamorada de Greg Downing -dijo mientras regresaba al fax-. Estoy en su casa, por alguna razón que no se me ocurre. Estoy en el cuarto de jugar de sus hijos. Da igual dónde esté. Imagina que estoy en mi apartamento, o en tu casa, donde sea.
– De acuerdo.
– Veo sangre en el suelo, en las paredes, donde se te ocurra. -Se detuvo y miró a Myron-. ¿Qué conclusión lógica debería extraer?
– No sé qué quieres decir -repuso Myron.
– Supón que te marcharas de aquí ahora mismo -dijo Esperanza tras reflexionar por un instante- y volvieras al piso del putón.
– No la llames así.
– Da igual. Supón que, al entrar, descubrieras sangre en las paredes. ¿Cuál sería tu primera reacción?
Myron asintió, cada vez más convencido. Ahora comprendía adonde quería ir a parar.
– Me preocuparía por Jessica.
– ¿Y cuál sería tu segunda reacción, tras averiguar que ella está bien?
– De curiosidad, supongo. ¿De quién es la sangre? ¿Cómo ha llegado allí?
– Exacto. -Esperanza asintió-. Pensarías: «Caramba, será mejor que la limpie antes de que acusen a ese putón de haber asesinado a alguien».
– He dicho que dejes de llamarla así.
Esperanza rechazó sus protestas con un ademán.
– ¿Pensarías eso o no?
– En esas circunstancias, no. Para que mi teoría se sostenga…
– Tu protector debía estar enterado del asesinato. -Esperanza terminó por él la frase, al tiempo que se dirigía hacia su ordenador para realizar una nueva comprobación-. Él o ella también deberían saber que Greg estaba implicado de alguna manera.
– Tú crees que Greg la mató, ¿no es eso? -preguntó Myron-. Crees que volvió a su casa después del crimen y dejó algunos rastros del asesinato, como, por ejemplo, la sangre en el sótano. Después, envió a su protector de vuelta a la casa para que le ayudara a borrar dichas huellas.
Esperanza hizo una mueca.
– ¿De dónde coño te has sacado eso?
– Es que…
– No es lo que yo pienso. -Esperanza grapó las páginas del fax-. Si Greg hubiese enviado a alguien para deshacerse de las pruebas, el arma también habría desaparecido.
– Exacto. ¿Adónde nos conduce eso?
Esperanza se encogió de hombros, cogió un rotulador rojo y rodeó con un círculo un párrafo del fax.
– Tú eres el gran detective. Dedúcelo tú.
Myron meditó por un instante. Se le ocurrió otra respuesta, pero confió en que no fuera la correcta.
– Existe otra posibilidad -dijo.
– ¿Cuál?
– Clip Arnstein.
– ¿Qué pasa con él?
– Le conté a Clip lo de la sangre en el sótano.
– ¿Cuándo?
– Hace dos días.
– ¿Cuál fue su reacción?
– Se asustó. Tiene otro motivo: cualquier escándalo destruirá toda posibilidad de seguir controlando a los Dragons. Por eso me fichó, para evitarse problemas. Nadie más sabe lo de la sangre en el sótano. -Myron hizo una pausa. Se reclinó en la silla y añadió-: Aún no he podido contarle a Clip lo del asesinato de Liz Gorman. Ni siquiera sabía que la sangre del sótano no era de Greg. Solamente sabía que había sangre en el sótano. ¿Llegaría al extremo de correr el riesgo de limpiarla, aun sin saber nada sobre Liz Gorman?
– Quizá sabe más de lo que imaginas -dijo Esperanza, y esbozó una sonrisa.
– ¿Por qué lo dices?
Esperanza le tendió el fax.
– Es la lista de llamadas de larga distancia efectuadas desde el teléfono de pago del Parkview. Mira el número que he marcado con un círculo.
Myron lo miró. Cuatro días antes de la desaparición de Greg, desde el Parkview se había efectuado una llamada de unos doce minutos de duración. Era el número de teléfono de Clip.