El sótano estaba impecable, era cierto. Ni una gota de sangre.
– Tiene que haber indicios -dijo Myron.
Dio la impresión de que el mondadientes de Dimonte iba a salir disparado de un momento a otro.
– ¿Indicios?
– Sí, no sé, buscarlos con un microscopio o algo por el estilo.
– Con un… -Dimonte agitó los brazos, con la cara encendida-. ¿De qué coño me van a servir unos indicios? No demostrarán nada. ¿Cómo analizas unos jodidos indicios?
– Demostrarán que había sangre.
– ¿Y qué? -gritó el policía-. Te aseguro que si analizas cualquier casa de Estados Unidos con un microscopio te vas a encontrar con restos de sangre… ¿Se puede saber a quién cojones le importa eso?
– No sé qué decirte, Rolly. Aquí había sangre.
Había como mínimo cinco hombres del Departamento Forense (de paisano, con coches camuflados) registrando la casa. Krinsky también estaba. En aquel momento tenía apagada la cámara de vídeo que sostenía en la mano. También llevaba unas carpetas de papel manila debajo del brazo. Myron las señaló.
– ¿Es el informe del forense?
Roland Dimonte se interpuso entre Myron y las carpetas.
– Eso no es asunto tuyo, Bolitar.
– Sé lo de Liz Gorman, Rolly.
El mondadientes fue a parar al suelo.
– ¿Cómo coño…?
– Da igual.
– Y una mierda. ¿Qué más sabes? Si me estás ocultando algo, Bolitar…
– No te estoy ocultando nada, pero creo que puedo ayudar.
Dimonte entornó los ojos con expresión de desconfianza.
– ¿Ayudar en qué?
– Dime el grupo sanguíneo de la Gorman. Es todo lo que quiero saber. Su grupo sanguíneo.
– ¿Por qué demonios debería decírtelo?
– Porque no eres gilipollas del todo, Rolly.
– No me vengas con chorradas. ¿Por qué lo quieres saber?
– ¿Recuerdas que fui yo quien te informó de que habíamos encontrado sangre en este sótano?
– Sí.
– Olvidé decirte algo.
Dimonte le atravesó con la mirada.
– ¿El qué?
– Hemos analizado una pequeña muestra.
– ¿Hemos? ¿Quién cojones es…? -Dimonte enmudeció-. No me jodas, no me digas que ese yuppie psicótico está metido en esto.
Conocer a Win era amarlo.
– Me gustaría hacer un trato -dijo Myron.
– ¿Qué clase de trato?
– Tú me dices el grupo sanguíneo que figura en el informe y yo te digo el grupo sanguíneo que encontramos en el sótano.
– Que te den por el culo, Bolitar. Podría detenerte por manipular pruebas en una investigación policial.
– ¿A qué manipulación te refieres? No existe ninguna investigación.
– Aún podría joderte por allanamiento de morada y sustracción de bienes.
– No puedes demostrarlo. Además, Greg tendría que presentar primero una denuncia. Escucha, Rolly…
– AB positivo -dijo Krinsky. Continuó, sin hacer caso de la mirada furiosa de Dimonte-. Es muy raro. Sólo el cuatro por ciento de la población es AB positivo.
Los dos devolvieron su atención a Myron. Éste asintió.
– AB positivo. Coincide.
Dimonte levantó ambas manos y puso cara de perplejidad.
– Eh, espera un momento. ¿Qué coño intentas decir? ¿Que la mataron aquí y luego la trasladaron a su casa?
– Yo no he dicho nada -contestó Myron.
– No hemos encontrado ninguna prueba de que el cadáver haya sido trasladado -prosiguió Dimonte-. Ninguna en absoluto. Tampoco la hemos buscado. Si la hubieran matado aquí, no habríamos encontrado tanta sangre en su apartamento. Tú mismo la viste, ¿verdad?
Myron asintió.
Dimonte paseó la mirada por la habitación. Myron casi pudo escuchar el chirriar de los engranajes de su cerebro al detenerse.
– Sabes lo que eso significa, ¿verdad, Bolitar?
– No, Rolly. ¿Por qué no me iluminas?
– Significa que el asesino vino aquí después del crimen. Es la única explicación. ¿Y sabes a quién apunta todo esto? A tu colega Downing. Primero encontramos sus huellas dactilares en el apartamento de la víctima…
– ¿Qué quieres decir?
Dimonte asintió.
– Las huellas de Downing estaban junto al marco de la puerta.
– Pero no dentro.
– Sí, dentro. En el marco interior de la puerta.
– Pero en ningún sitio más.
– ¿Y qué más da? Las huellas dactilares demuestran que estuvo en el lugar de los hechos.;Qué más necesitas? Creo que ocurrió así.
– Dimonte se llevó otro mondadientes a la boca. Mondadientes nuevo, teoría nueva-. Downing la mata. Vuelve a su casa para hacer las maletas o algo por el estilo. Tiene prisa, así que desordena un poco el sótano, además de ensuciarlo con sangre. Después, huye. Unos días después, vuelve y lo limpia.
Myron sacudió la cabeza.
– ¿Por qué bajó al sótano, para empezar? -preguntó.
– El cuarto de la lavadora -respondió Dimonte-. Bajó para lavar la ropa.
– El cuarto de la lavadora está arriba, al lado de la cocina -señaló Myron.
Dimonte se encogió de hombros.
– Quizá bajó en busca de una maleta.
– Están en el armario del dormitorio. Esto es el cuarto de juegos de los niños, Rolly. ¿Para qué bajó aquí?
Dimonte calló por un momento. Myron también. Nada tenía sentido. ¿Habían matado allí a Liz Gorman para luego llevar el cadáver hasta su apartamento de Manhattan? Según las pruebas, carecía de consistencia. ¿La habrían herido y después…?
Recapacitemos.
Quizá todo hubiese empezado en el sótano. Se había producido una disputa y la habían golpeado hasta dejarla sin sentido. La sangre derramada era el resultado de las múltiples contusiones provocadas por la paliza, y después… Y después, ¿qué? ¿El asesino la había metido en un coche y la había llevado hasta Manhattan? Y después, ¿qué? ¿El asesino había aparcado el coche en una calle muy transitada, había subido por las escaleras con Liz Gorman a cuestas, había entrado en su apartamento y la había rematado?
Era absurdo, ¿verdad?
– ¡Detective! -gritó alguien desde la planta baja-. ¡Hemos encontrado algo! ¡Deprisa!
Dimonte se humedeció los labios.
– Enciende el vídeo -ordenó a Krinsky, que grababa todos los momentos importantes, tal y como Myron le había sugerido-. Quédate aquí, Bolitar. No me gustaría tener que explicar por qué sale tu fea jeta en la cinta.
Myron les siguió a una distancia prudente. Krinsky y Dimonte subieron por la escalera hasta la cocina. Giraron a la izquierda. El cuarto de la lavadora. Las cuatro paredes estaban cubiertas por papel pintado de vinilo amarillo con dibujitos de polluelos. ¿Lo habría elegido Emily? Seguro que no. Conociéndola, lo más probable era que jamás hubiese entrado en el cuarto de la lavadora.
– Aquí -dijo alguien.
Myron se quedó atrás. Vio que habían apartado la secadora de la pared. Dimonte se agachó y miró detrás. Krinsky filmó todo el proceso. Dimonte se reincorporó. Hizo lo posible por mantener una expresión sombría (una sonrisa no habría quedado bien en la cinta), pero le costaba Dios y ayuda. Se puso unos guantes de goma y levantó un objeto.
El bate de béisbol estaba cubierto de sangre.