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Audrey estaba apoyada contra el coche de Myron.

– Esperanza me dijo que te encontraría aquí.

Myron asintió.

– Joder, qué mal aspecto tienes -añadió Audrey-. ¿Qué ha ocurrido?

– Es una larga historia.

– Que vas a contarme de inmediato hasta el último detalle, pero empezaré yo. Fiona White fue la playmate de septiembre de 1992.

– ¿Bromeas?

– No. Las aficiones favoritas de Fiona incluyen paseos por la playa bajo la luz de la luna y frenéticas noches de amor junto a una chimenea.

Myron no pudo evitar sonreír.

– Qué original.

– Detesta a los hombres de miras estrechas que sólo se fijan en el físico. Y a los tíos con la espalda peluda.

– ¿Sus películas favoritas?

La lista de Schindler y la segunda entrega de Los locos de Cannonball.

Myron soltó una carcajada.

– Te lo estás inventando.

– Todo, excepto que fue la playmate de septiembre de 1992.

Myron sacudió la cabeza.

– Greg Downing y la mujer de su mejor amigo… -Suspiró.

En cierto sentido, la noticia le animaba un poco. Aquel desliz con Emily ocurrido diez años antes ya no le parecía tan espantoso. Sabía que no debía encontrar consuelo en esa lógica, pero cada cual se consuela con lo que puede.

Audrey señaló la casa.

– ¿Qué ha pasado con la ex?

– Es una larga historia.

– Eso ya lo has dicho. Tengo tiempo.

– Yo no.

– Eso no es justo, Myron -replicó Audrey-. Yo me he portado bien contigo. Me he ocupado de lo que me encargaste y he mantenido la boca cerrada. Sé que no viene a cuento, pero, además, no me regalaste nada por mi cumpleaños. No me obligues a volver a amenazarte, por favor.

Tenía razón. Myron le contó una versión abreviada y calló dos partes: el vídeo de la Sacudepolvos (nadie tenía por qué enterarse) y el hecho de que Carla era la tristemente célebre Liz Gorman (era una historia demasiado explosiva; ningún periodista la guardaría en secreto).

Audrey escuchó con atención. Su corte de pelo estilo paje había crecido demasiado sobre la frente. Algunos mechones le caían sobre los ojos. No paraba de mordisquearse el labio inferior y soplar para apartarse los pelos de la frente. Myron nunca había visto a nadie mayor de once años hacer aquel gesto. Le pareció muy tierno.

– ¿La crees? -preguntó Audrey, señalando de nuevo la casa de Emily.

– No estoy seguro. Su historia no carece de lógica. El único motivo que podía tener para matar a Carla era inculpar a Greg; pero asesinarla me parece excesivo.

Audrey ladeó la cabeza como si no acabara de tenerlo claro.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Myron.

– Bien… -dijo Audrey-, tal vez estemos enfocando el caso desde una perspectiva errónea.

– ¿A qué te refieres?

– Damos por sentado que la chantajista sabía algo sucio acerca de Downing. Tal vez los datos de que disponía eran sobre Emily.

Myron se quedó de piedra. Miró hacia la casa como si ésta pudiera albergar alguna respuesta, y luego se volvió otra vez hacia Audrey.

– Según Emily -continuó ella-, la chantajista la abordó; pero ¿por qué lo hizo? Greg y ella ya no viven juntos.

– Carla no lo sabía -repuso Myron-. Pensó que Emily aún era su mujer y que querría protegerlo.

– Es posible -admitió Audrey-; sin embargo, no estoy segura de que sea la teoría acertada.

– ¿Estás diciendo que no estaban haciendo chantaje a Greg sino a Emily?

– Sólo digo que existe esa posibilidad. Tal vez la chantajista sabía algo sobre Emily, algo que Greg iba a utilizar para obtener la custodia de sus hijos.

Myron cruzó los brazos y se apoyó contra el coche.

– ¿Y Clip? -preguntó-. Si la información era referente a Emily, ¿por qué estaba tan preocupado?

– No lo sé. -Audrey se encogió de hombros-. Quizá sabía algo acerca de los dos. Tal vez ambos tenían asuntos sucios que ocultar.

– ¿Los dos?

– Claro. Algo capaz de destruirlos a ambos. Quizá Clip pensó que esa información, aunque se refiriera a Emily, afectaría a Greg.

– ¿Se te ocurre algo?

– Nada.

Myron reflexionó unos segundos; tampoco se le ocurrió nada.

– Puede que lo averigüemos esta noche -dijo.

– ¿Cómo?

– Recibí una llamada del chantajista. Quiere venderme la información.

– ¿Esta noche?

– Sí.

– ¿Dónde?

– Aún no lo sé. Volverá a llamar. He conectado la línea de casa con el móvil.

Como si alguien hubiera atendido a sus palabras, el teléfono sonó.

Myron lo sacó del bolsillo.

Era Win.

– El horario de nuestro querido profesor estaba clavado en su puerta -dijo-. Le queda una última clase. Después abre el despacho para que los chicos vayan a quejarse de las notas.

– ¿Dónde estás?

– En el campus de la Universidad de Columbia. Por cierto, aquí están las mujeres más atractivas del país; bueno, claro, sin tener en cuenta a las de la Ivy League, que son de lo mejorcito…

– Me alegro de que no haya mermado tu capacidad de observación.

– Te lo agradezco. ¿Has terminado de hablar con nuestra chica?

«Nuestra chica» era Emily. Win no mencionaba nombres cuando se comunicaba a través del teléfono móvil.

– Sí -respondió.

– Estupendo. ¿A qué hora vendrás?

– Salgo para allí.

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