Esperanza aún seguía en el despacho cuando sonó la señal del fax. Cruzó la habitación y vio que el aparato empezaba a escupir papel. El mensaje, del FBI, estaba dirigido a su atención:
Ref.: FIRST CITY NATIONAL BANK – TUCSON (ARIZONA)
Asunto: Arrendatarios de cajas de seguridad.
Llevaba todo el día esperando aquella transmisión.
La teoría de Esperanza sobre el caso del chantaje era la siguiente: la Brigada del Cuervo había atracado el banco y había forzado las cajas de seguridad, donde la gente guardaba toda clase de cosas: dinero, joyas, documentos importantes, etcétera. En pocas palabras, la Brigada del Cuervo había descubierto algo en aquellas cajas que perjudicaba a Greg Downing y había decidido idear un plan para hacerle chantaje.
Los nombres salieron en orden alfabético. Esperanza leyó la lista mientras aún transmitían el mensaje.
La primera página terminaba en la L. Ningún nombre conocido. La segunda página terminaba en la T. Ningún nombre conocido. En la tercera página, cuando llegó a la W, el corazón le dio un vuelco. Se llevó una mano temblorosa a la boca, y a punto estuvo de soltar un grito.
El procedimiento duró varias horas. Se tomaron declaraciones. Se dieron explicaciones. Myron le contó a Dimonte casi toda la historia. Calló lo del vídeo de la Sacudepolvos y Emily, ya que a nadie le importaba. Tampoco dijo nada de su encuentro con Cole Whiteman. Myron pensaba que estaba en deuda con él. Por su parte, Audrey no habló, salvo para solicitar un abogado.
– ¿Sabes dónde está Downing? -preguntó Dimonte a Myron.
– Creo que sí.
– Pero no quieres decírmelo.
Myron meneó la cabeza.
– No es asunto tuyo.
– Eso no es verdad -replicó Dimonte-. Vete. Lárgate de aquí.
Myron y Win abandonaron el Departamento de Policía. Grandes edificios municipales ocupaban toda la zona. La burocracia moderna en su forma más extrema e intimidatoria. Incluso a aquella hora de la noche era fácil imaginar colas de personas saliendo por las puertas.
– Era un buen plan -dijo Win.
– Audrey está embarazada.
– Lo he oído.
– Su hijo nacerá en la cárcel.
– No es problema tuyo.
– Pensó que era la única forma de resolver la situación.
Win asintió.
– Vio que una chantajista se interponía entre ella y sus sueños de felicidad. No sé si yo habría actuado de una forma muy distinta…
– Tú no cometes asesinatos para solucionar los problemas que presenta la vida -dijo Myron.
Win no lo contradijo, pero tampoco le dio la razón.
– ¿Qué nos queda? -preguntó cuando llegaron al coche.
– Clip Arnstein -respondió Myron-. Tiene que darnos algunas explicaciones.
– ¿Quieres que te acompañe? -preguntó Win.
– No. Quiero hablar con él a solas.