25

El asiento contiguo al de la Sacudepolvos estaba libre. Win lo ocupó y le dedicó a la mujer una de sus sonrisas más sensuales.

– Buenas noches -dijo.

Ella le devolvió la sonrisa.

– Hola.

– Usted debe de ser la señorita Mason.

La mujer asintió.

– Y usted es Windsor Horne Lockwood III. Le he reconocido por la foto del Forbes.

Se estrecharon la mano y se miraron fijamente a los ojos. Sus manos se soltaron; los ojos no.

– Es un placer conocerla, señorita Mason.

– Llámeme Maggie, por favor.

– Sí, estupendo.

Win mantuvo la sonrisa un instante más. La bocina que anunciaba el final del primer cuarto sonó en la pista. Myron se levantó del banquillo para ceder el puesto a sus compañeros de equipo. Verlo vestido con el uniforme de la NBA produjo en Win una sensación muy desagradable. No tenía ganas de presenciar el partido. Se volvió hacia la Sacudepolvos, que lo miró expectante, y dijo:

– Tengo entendido que busca empleo.

– Sí -respondió ella.

– ¿Le importa que le haga unas cuantas preguntas?

– No, en absoluto.

– En este momento trabaja usted para la firma Kimmel Brothers, ¿no es así?

– Sí.

– ¿Cuántos clientes tienen en la actualidad?

– Menos de diez. Es una empresa muy pequeña.

– Entiendo. -Win fingió que reflexionaba sobre las palabras de la mujer-. ¿Trabaja los fines de semana?

– A veces.

– ¿Y las noches de los fines de semana?

La Sacudepolvos entornó los ojos.

– A veces -repitió.

– ¿Trabajó el sábado pasado por la noche?

– ¿Perdón?

– Conoce a Greg Downing, ¿verdad?

– Claro que sí, pero…

– Como sin duda sabrá -continuó Win-, Downing se encuentra en paradero desconocido desde el sábado pasado por la noche. Lo curioso es que la última llamada que hizo desde su casa fue a su oficina, señorita Mason. ¿Recuerda esa llamada telefónica?

– Señor Lockwood…

– Llámeme Win, por favor.

– No sé qué pretende…

– Es muy sencillo -la interrumpió él-. Anoche le dijo al señor Bolitar, mi socio, que no hablaba con Greg Downing desde hacía meses. No obstante, como acabo de decirle, poseo cierta información que desmiente sus palabras. Estamos ante una evidente contradicción, y una contradicción, señorita Masón, podría llevar a muchos a considerar que es usted poco honrada. No puedo permitir eso en Lock-Horne Securities. Exijo que la conducta de mis empleados sea irreprochable. Por ese motivo, me gustaría que me aclarara dicha contradicción.

Win extrajo una bolsa de cacahuetes del bolsillo de la chaqueta. Quitó las cáscaras a algunos con la mayor pulcritud imaginable, las depositó en una segunda bolsa, siempre con movimientos delicados, y se llevó de uno en uno los cacahuetes a la boca.

– ¿Cómo sabe que el señor Downing llamó a mi despacho? -preguntó la Sacudepolvos.

– Por favor -dijo Win con una mirada esquiva-. No perdamos el tiempo con trivialidades. La llamada es un hecho. Usted lo sabe. Yo lo sé. Continuemos.

– El sábado pasado por la noche no trabajé -dijo ella-. Debió de llamar a otra persona.

Win frunció el entrecejo.

– Me estoy cansando de sus tácticas, señorita Masón. Como acaba de admitir, trabaja usted en una empresa modesta. Si quisiera, podría llamar a su jefe. Estoy seguro de que se alegraría mucho de confirmar al señor Windsor Horne Lockwood III si usted fue a trabajar o no.

La Sacudepolvos se reclinó en la silla, cruzó los brazos sobre el pecho y miró hacia la pista. Los Dragons ganaban por 24 a 22. Sus ojos siguieron los movimientos del balón.

– No tengo nada más que decirle, señor Lockwood.

– ¿Significa eso que ya no le interesa el empleo?

– Exacto.

– No me ha entendido -dijo Win-. No me refiero sólo al de Lock-Horne Securities. Me refiero a cualquier empleo, incluido el actual.

La Sacudepolvos se volvió hacia él.

– ¿Qué…?

– Tiene dos opciones. Se las explicaré con claridad, para que pueda elegir la que más le convenga. La primera es decirme por qué Greg Downing la llamó el sábado por la noche, por qué le mintió usted a Myron al respecto y contarme todo lo que sabe sobre la desaparición.

– ¿Qué desaparición? -preguntó ella-. Pensaba que Greg estaba lesionado.

– Opción dos -prosiguió Win-: continuar en silencio o seguir mintiendo, en cuyo caso empezaré a esparcir un rumor en el seno de nuestro gremio, dirigido contra su integridad moral. Para ser más concreto, difundiré que las autoridades federales están investigando graves acusaciones de malversación de fondos.

– Pero… -tartamudeó la mujer-. Usted no puede hacer eso.

– ¿No? -Win compuso una mueca sarcástica-. Soy Windsor Horne Lockwood III. Nadie dudará de mi palabra. A usted, en cambio, le costará encontrar empleo, incluso de friegaplatos, cuando yo haya terminado. -Sonrió y tendió la bolsa hacia ella-. ¿Un cacahuete?

– Está loco.

– ¿Acaso usted es normal? -replicó Win. Volvió la cabeza hacia la pista-. Mire, ese jovencito de mantenimiento está secando el sudor que ha caído en el entarimado. Eso debe valer… -Se encogió de hombros-. No sé. Una felación, como mínimo, ¿no?

– Me voy -dijo la Sacudepolvos, e hizo ademán de levantarse.

– ¿Quiere acostarse conmigo? -soltó Win.

Ella lo miró horrorizada.

– ¿Qué?

– ¿Quiere acostarse conmigo? Si se porta muy bien, me pensaré lo del empleo en Lock-Horne Securities.

– No soy una prostituta -masculló la Sacudepolvos.

– No, no es una prostituta -dijo Win, en voz lo bastante alta para que algunos espectadores se volvieran hacia él-. Pero es una hipócrita.

– ¿De qué está hablando?

– Siéntese, por favor -le indicó Win con un gesto.

– No tengo ganas.

– Y yo no tengo ganas de gritar. -Win repitió el ademán-. Por favor.

La Sacudepolvos obedeció dirigiéndole una mirada cautelosa.

– ¿Qué quiere?

– Me encuentra atractivo, ¿no?

Ella hizo una mueca.

– Creo que es usted el hombre más repulsivo que he…

– Sólo estoy hablando del físico -dijo Win-. El físico, ¿se acuerda? Como le dijo a Myron anoche, practicar el sexo es algo puramente físico. Como estrecharse las manos, si bien, con una analogía semejante, empiezo a poner en duda las proezas de sus compañeros de lecho. Bien, aun a riesgo de parecer inmodesto, sé que no carezco de atractivo físico. Si piensa en los numerosos miembros de los Giants y los Dragons con que se ha ido a la cama a lo largo de su carrera estelar, habrá al menos uno que sea menos atractivo físicamente que moi.

La Sacudepolvos entornó los ojos. Parecía intrigada y horrorizada al mismo tiempo.

– Tal vez -admitió.

– Sin embargo no quiere acostarse conmigo -dijo Win-. Eso, querida mía, constituye una actitud verdaderamente hipócrita.

– ¿Por qué? -preguntó la Sacudepolvos-. Soy una mujer independiente. Elijo.

– Eso me ha dicho, pero ¿por qué elige tan sólo a miembros de los Giants y los Dragons? -Como ella vaciló, Win sonrió y agitó un dedo-. Como mínimo, debería ser sincera con respecto al motivo por el que ha escogido esta opción.

– Parece que sabe mucho sobre mí -musitó la Sacudepolvos-. ¿Por qué no me lo dice usted?

– Estupendo. Pregona de inmediato esta extravagante regla sobre los Dragons y los Giants. Fija unos límites. Yo no. Si encuentro atractiva a una mujer, me basta. Pero usted necesita esta filiación aleatoria. La utiliza a modo de línea divisoria.

– ¿Divisoria de qué?

– De qué, no. De quién. De las rameras profesionales. Como acaba de señalarme, usted no es una prostituta. Usted elige, qué coño. No es una ramera.

– Exacto. No lo soy.

Win sonrió.

– Pero ¿qué es una ramera? ¿Una mujer que se acuesta con todo quisque? Por supuesto que no. Sin embargo, es lo que usted hace, por lo que no criticaría a una hermana de la causa. Entonces ¿qué es exactamente una ramera? Bien, según su definición, no existe tal cosa. No obstante, usted necesitaba negar que era una ramera cuando la interrogué. ¿Por qué?

– No hay para tanto. La palabra ramera posee una connotación negativa. Es la única razón de que me pusiera a la defensiva.

Win extendió las manos.

– ¿Por qué ha de poseer una connotación negativa? Si una ramera es, por definición, una mujer perdida, una mujer que se acuesta con todo el mundo, ¿por qué no abrazar el término con las dos piernas? ¿Por qué erigir esas barreras? ¿Por qué crear límites artificiales? Usted utiliza su fidelidad a los equipos para proclamar su independencia. Pero proclama lo contrario: que es insegura.

– ¿Y por eso soy una hipócrita?

– Por supuesto. Volvamos a mi petición de que se acueste conmigo. O el sexo es un acto puramente físico, en cuyo caso mi brusco comportamiento de ahora con usted debería carecer de importancia, o es algo más que puro físico. ¿Qué es?

La Sacudepolvos sonrió y agitó la cabeza.

– Es usted un hombre interesante, señor Lockwood. Quizá me acueste con usted.

– No es suficiente.

– ¿Qué?

– Sólo lo hará para demostrar que estoy equivocado. Eso, querida mía, es tan patético e inseguro como lo que suele hacer. Pero nos estamos apartando del tema principal. Ha sido culpa mía, y le ruego que me disculpe. ¿Va a contarme su conversación con Greg Downing, o prefiere que destruya su reputación?

La mujer parecía desconcertada. Era lo que Win quería.

– Siempre queda la opción tres, por supuesto -continuó él-, que sigue muy de cerca a la opción dos: además de ver su reputación destruida, tendrá que enfrentarse a una acusación de asesinato.

La Sacudepolvos abrió los ojos como platos.

– ¿Qué?

– Greg Downing es el principal sospechoso en una investigación por asesinato. Si descubrimos que usted lo ayudó de alguna manera, se convertirá en cómplice. -Win calló y frunció el entrecejo-. Para ser sincero, no creo que el fiscal del distrito consiga que la condenen. Da igual. Empezaré con su reputación. Ya veremos cómo evoluciona la situación.

– Señor Lockwood -dijo la Sacudepolvos mirándolo fijamente.

– ¿Sí?

– Váyase a tomar por culo.

Win se levantó.

– Sin duda, una opción mejor que permanecer en su compañía. -Sonrió e inclinó la cabeza. Si hubiera llevado sombrero, se lo habría quitado-. Buenas tardes.

Se alejó con la cabeza alta. Había un método en su locura. Win supo casi al instante que ella no hablaría. Era una mujer inteligente y leal. Una combinación peligrosa, aunque admirable. No obstante, lo que él le había dicho le daría que pensar. Hasta los mejores eran presa del pánico, o al menos reaccionaban. La esperaría fuera y la seguiría.

Echó un vistazo al marcador. Estaban en la mitad del segundo cuarto. No le interesaba ver el partido. Sin embargo, cuando llegó a la puerta, sonó una bocina y una voz anunció:

– Myron Bolitar entra por Troy Erickson.

Win vaciló. Dio otro paso hacia la salida. No tenía ganas de ver el partido, pero se detuvo de nuevo y se volvió hacia la pista.

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