14

Dimonte estaba esperándolo en el aparcamiento de Meadowlands. Asomó la cabeza por la ventanilla de su Corvette rojo.

– Entra.

– Un Corvette rojo -dijo Myron-. ¿Por qué será que no me sorprende?

– Entra de una puta vez.

Myron abrió la puerta y se deslizó en el asiento de piel negra. Aunque estaban aparcados con el motor apagado, Dimonte aferraba el volante con las dos manos y tenía la vista fija al frente. Su cara estaba blanca como la cera. El mondadientes colgaba entre sus labios. No paraba de menear la cabeza.

– ¿Algo va mal, Rolly?

– ¿Cómo es Greg Downing?

– ¿Qué?

– ¿Estás sordo? -le replicó Dimonte-. ¿Cómo es?

– No lo sé. Hace años que no hablo con él.

– Pero lo conocías, ¿verdad? Fuisteis compañeros de estudio. ¿Cómo era entonces? ¿Se relacionaba con tipos pervertidos?

Myron lo escrutó.

– ¿Tipos pervertidos?

Dimonte hizo girar la llave del encendido. Pisó un poco el acelerador y dejó que el motor se calentara un rato. El coche estaba trucado como un coche de carreras. El sonido era ensordecedor. No debía de haber mujeres en los alrededores porque de lo contrario se habrían desnudado de inmediato tras oír aquella llamada al apareamiento. Por fin, Dimonte puso la primera.

– ¿Adónde vamos? -preguntó Myron.

Dimonte no contestó. Ascendió por la rampa que conducía al estadio de los Giants y el hipódromo.

– ¿Se trata de una de esas citas a ciegas? -preguntó Myron-. Me encantan.

– Deja de decir tonterías y contesta a mi pregunta.

– ¿Qué pregunta?

– ¿Cómo es Downing? Necesito saber todo cuanto pueda sobre él.

– Te has equivocado de persona, Rolly. Yo no lo conozco lo suficiente.

– Dime lo que sepas.

El tono de Dimonte dejaba escaso margen para una negativa. Era menos impostado que de costumbre y transmitía un pánico peculiar. A Myron no le gustó.

– Greg se crió en Nueva Jersey -dijo-. Es un gran jugador de baloncesto. Está divorciado y tiene dos hijos.

– Tú saliste con su mujer, ¿verdad?

– De eso hace mucho tiempo.

– ¿Dirías que ella era de izquierdas?

– Rolly, te estás desviando del tema.

– Haz el favor de contestar a mi jodida pregunta. -El tono pretendía transmitir irritación e impaciencia, pero daba la impresión de que el miedo se superponía a ambas-. ¿Dirías que es radical en cuestiones políticas?

– No.

– ¿Salía con pervertidos?

– ¿A qué llamas tú «pervertidos»?

Dimonte meneó la cabeza.

– ¿Tengo pinta de estar de humor para tus gilipolleces, Bolitar?

– De acuerdo, de acuerdo. -Myron hizo un gesto de resignación con las manos. El Corvette cruzó el aparcamiento vacío del estadio-. No, Emily no salía con pervertidos, o como quieras llamarlos.

Se dirigieron hacia el hipódromo y tomaron otra rampa. Al parecer, iban a recorrer la enorme extensión de aparcamientos pavimentados de Meadowlands.

– Volvamos a Downing.

– Ya te he dicho que han pasado muchos años desde la última vez que hablamos.

– Pero sabes cosas de él, ¿verdad? Has estado investigándolo. Habrás leído cosas acerca de él. -Dimonte aceleró-. ¿Dirías que era un revolucionario?

Myron no daba crédito a sus oídos.

– No, señor presidente.

– ¿Sabes con qué clase de gente se relaciona?

– La verdad es que no. En teoría, sus mejores amigos son sus compañeros de equipo, pero Leon White, con quien comparte habitación cuando juegan fuera, no parece muy enamorado de él. Ah, sí, hay algo que podría interesarte: después de jugar en casa, Greg conduce un taxi por la ciudad.

Dimonte pareció confuso.

– ¿Quieres decir que acepta clientes y todo eso?

– Sí.

– ¿Por qué coño lo hace?

– Greg está un poco… -Myron buscó la palabra-. Ido.

– Ya. -Dimonte se frotó la cara enérgicamente, como si estuviera sacando brillo a un guardabarros con un trapo. Lo hizo durante varios segundos, sin mirar hacia delante. Por suerte, se encontraban en mitad de un aparcamiento vacío-. ¿Eso hace que se sienta como un tío normal, más cerca de las masas?

– Supongo -dijo Myron.

– Continúa. ¿Qué sabes de sus intereses, de sus aficiones?

– Es un amante de la naturaleza. Le gusta pescar, cazar, caminar y navegar, esa clase de cosas.

– ¿Una especie de ecologista?

– Más o menos.

– ¿Un tipo amante de la vida al aire libre, gregario?

– No; más bien un tío amante de la vida al aire libre, pero solitario.

– ¿Tienes idea de dónde podría estar?

– No.

Dimonte aceleró, rodeó la cancha y se detuvo junto al Ford Taurus de Myron.

– De acuerdo, gracias por la ayuda. Ya hablaremos más tarde.

– Eh, espera un momento. Pensaba que trabajábamos juntos en esto.

– Pues te equivocas.

– ¿No vas a decirme qué está pasando?

– No -respondió Dimonte con voz muy suave.

El lugar estaba en silencio. Los demás jugadores ya se habían marchado. En el aparcamiento no había otro coche que el Taurus.

– ¿Tan malo es? -preguntó Myron.

Dimonte no abrió la boca.

– Sabes quién es ella, ¿verdad? -prosiguió Myron-. La han identificado.

Dimonte se reclinó en el asiento. Volvió a frotarse la cara.

– Nada confirmado -murmuró.

– Tienes que decírmelo, Rolly.

Dimonte negó con la cabeza.

– No puedo.

– No diré nada. Sabes…

– Baja de mi coche enseguida. -Dimonte se inclinó por delante de Myron y abrió la puerta del acompañante-. Ahora mismo.

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