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Myron corrió hacia su coche y marcó el número de Clip. La secretaria de éste contestó y dijo que el señor Arnstein aún no había llegado. Myron pidió que le pasara la llamada a Calvin Johnson. Diez segundos después hablaba con él.

– Eh, Myron -dijo Calvin-, ¿qué ocurre?

– ¿Dónde está Clip?

– Debería estar aquí dentro de un par de horas. A más tardar, cuando empiece el partido.

– ¿Dónde está ahora?

– No lo sé.

– Localízalo -dijo Myron-. Cuando lo consigas, llámame.

– ¿Qué pasa? -preguntó Calvin.

– Tú limítate a localizarlo -respondió Myron, y colgó el auricular. Abrió la ventanilla del coche y respiró hondo varias veces. Pasaban unos minutos de las seis. La mayoría de los chicos ya estaría calentando en la pista. Subió por Riverside Drive y cruzó el puente George Washington. Marcó el número de Leon White. Contestó una mujer.

– ¿Hola?

Myron disimuló su voz.

– ¿Es usted la señora Fiona White? -preguntó.

– Sí.

– ¿Le gustaría suscribirse a Popular Mechanics? Tenemos una oferta especial por tiempo limitado.

– No, gracias -respondió la mujer y colgó el auricular.

Conclusión: Fiona White, la chica prometedora de noches locas de éxtasis inimaginable, estaba en casa. Había llegado el momento de visitarla.

Tomó la carretera 4 hasta Kindermack Road. No tardó más de cinco minutos en llegar. La casa era un rancho de estilo seminouveau de ladrillo anaranjado y ventanas romboidales. Este particular estilo arquitectónico había causado furor durante dos meses escasos en el año 1977 y pasó de moda muy rápido. Myron aparcó en el camino de acceso, flanqueado por verjas de hierro poco elevadas, cubiertas de enredaderas de plástico. Todo muy chic.

Pulsó el timbre. Fiona White abrió la puerta. Una blusa verde floreada abierta sobre unos leotardos blancos. Llevaba el pelo teñido de color rubio platino y recogido en un moño. Algunos mechones rebeldes le caían sobre los ojos y colgaban por detrás de las orejas. Miró a su interlocutor y frunció el entrecejo.

– ¿Sí?

– Hola, Fiona. Soy Myron Bolitar. Nos conocimos la otra noche en casa de TC.

– Leon no está -dijo ella.

– Quería hablar contigo.

Fiona suspiró y cruzó los brazos sobre su busto generoso.

– ¿De qué?

– ¿Puedo entrar?

– No; en este momento estoy muy ocupada.

– Creo que sería mejor hablar en privado.

– Esto es privado -dijo ella, imperturbable-. ¿Qué quieres?

Myron se encogió de hombros, esbozó su sonrisa más encantadora y comprobó que no le servía de nada.

– Quiero saber más sobre lo tuyo con Greg Downing.

Fiona White dejó caer los brazos a los lados del cuerpo. De pronto pareció horrorizada.

– ¿Qué?

– He visto el correo electrónico que le enviaste. Debíais encontraros el sábado pasado para pasar la noche más loca de éxtasis inimaginable. ¿Lo recuerdas? -Fiona White se acercó más a la puerta. Myron puso el pie para impedir que cerrara.

– No tengo nada que decirte -contestó Fiona.

– No tengo la intención de ponerte en evidencia.

Fiona empujó la puerta contra el pie de Myron.

– Lárgate -masculló.

– Sólo intento encontrar a Greg Downing.

– No sé dónde está.

– ¿Estabas liada con él?

– No. Vete.

– Vi el correo electrónico, Fiona.

– Piensa lo que quieras. No voy a hablar contigo.

– Estupendo -dijo Myron, retrocedió y levantó las manos-. Hablaré con Leon.

Fiona se ruborizó.

– Haz lo que quieras -replicó-. No estaba liada con él. No lo vi el sábado pasado por la noche. No sé dónde está. -Cerró la puerta de golpe.

Caramba, vaya éxito.

Myron volvió a su coche. Cuando iba a abrir la puerta, un BMW negro con las ventanas oscuras subió a toda velocidad por la calle y frenó en el camino de acceso con un chirrido de neumáticos. La puerta del conductor se abrió y Leon White salió como alma que lleva el diablo.

– ¿Qué coño estás haciendo aquí? -preguntó con aspereza.

– Calma, hombre.

– Y una mierda. -Leon se plantó ante Myron y acercó su cara a pocos centímetros de la de éste-. ¿Qué coño estás haciendo aquí, eh?

– He venido a verte.

– Que te jodan. -La saliva alcanzó las mejillas de Myron-. Se supone que debemos estar en la pista dentro de veinte minutos.

– Dio un empujón a Myron, que se tambaleó hacia atrás-. ¿Para qué has venido, eh? -Nuevo empujón-. ¿Qué estás buscando?

– Nada.

– ¿Creías que ibas a encontrar a mi mujer sola?

– No se trata de eso.

Leon se irguió para propinarle otro empujón. Myron estaba preparado. Cuando Leon lanzó la mano, el brazo derecho de Myron salió disparado hacia delante y aprisionó las manos de Leon contra su pecho, se dobló y le retorció las muñecas. La presión obligó a Leon a caer sobre una rodilla. La mano derecha de Myron agarró la izquierda de Leon y la inmovilizó con el codo. Leon se encogió de dolor.

– ¿Más tranquilo? -preguntó Myron.

– Cabrón.

– Veo que aún no lo estás lo suficiente. -Myron aplicó un poco más de presión al codo. Llaves como ésa permitían controlar la fuerza ejercida y dosificar el dolor. Cuanto más doblabas la articulación, más dolía. Si te pasabas, la articulación se dislocaba o un hueso se rompía. Él fue prudente-. Greg ha vuelto a desaparecer -añadió-. Por eso he entrado en el equipo. Debo encontrarlo.

Leon aún seguía de rodillas, inmovilizado.

– ¿Qué tiene que ver eso conmigo? -preguntó.

– Os peleasteis -respondió Myron-. Quería saber por qué.

Leon lo miró.

– Suéltame, Myron.

– Si vuelves a atacarme…

– No lo haré, pero suéltame de una vez.

Myron esperó un par de segundos y lo soltó. Leon se frotó el brazo mientras se levantaba. Myron vigiló sus movimientos.

– Has venido porque crees que Greg y Fiona se lo estaban montando -masculló Leon.

– ¿Era así?

Leon negó con la cabeza.

– No porque no lo intentara -dijo.

– ¿Qué quieres decir?

– Se supone que es mi mejor amigo. Pero no es más que otra jodida superestrella que cree que puede disponer de lo que se le antoje.

– Incluida Fiona.

– Lo intentó. Muchas veces. Pero ella no es de esa clase de chicas.

Myron no dijo nada. No era asunto suyo.

– Los tíos siempre quieren ligarse a Fiona -continuó Leon-. Por su aspecto físico y ese rollo racial. Cuando te vi aquí, convencido de que sabías que no ibas a encontrarme… -Se encogió de hombros y calló.

– ¿Hablaste de ello con Greg? -le preguntó Myron.

– Sí. Hace un par de semanas.

– ¿Qué le dijiste?

Leon entornó los ojos, cauteloso de repente.

– ¿Qué tiene que ver esto con su desaparición? -le preguntó, suspicaz-. ¿Estás intentando cargarme el muerto?

– ¿Qué muerto?

– Has dicho que había desaparecido. ¿Intentas colgármelo a mí?

– Sólo intento descubrir dónde está.

– Yo no tuve nada que ver con eso.

– No te estoy acusando. Sólo quiero saber qué pasó cuando discutisteis.

– ¿Tú qué crees? -replicó Leon-. El muy cabrón lo negó. Juró que jamás se había acostado con una mujer casada, y mucho menos con la mujer de su mejor amigo.

Myron tragó saliva.

– Pero tú no le creíste.

– Es una superestrella, Myron.

– Eso no lo convierte en un mentiroso.

– No, pero sí en un ser especial. Los tíos como Greg, Michael Jordán, Shaq y TC no son como el resto de nosotros. Van a su bola.

Los demás son criados para ellos. Todo el mundo debe estar pendiente del menor de sus caprichos. ¿Lo entiendes?

Myron asintió. En la universidad había llegado a ser uno de esos privilegiados. Pensó una vez más en los vínculos que compartían las superestrellas. Greg y él no habían intercambiado más de cinco palabras antes de que Greg fuese a verlo al hospital, pero existía un vínculo. Los dos lo sabían. Las superestrellas comparten ese aire viciado con muy pocos. Como TC le había dicho, les aísla de manera peculiar, a menudo enfermiza.

El recuerdo vino acompañado de una revelación. Myron retrocedió un paso.

Siempre había pensado que si Greg se metía en un lío, acudiría a su mejor amigo en busca de ayuda. Pero éste no era el caso. Si Greg había topado con el cadáver, si el pánico se había apoderado de él, si había experimentado la sensación de que todos sus problemas (las deudas de juego, la amenaza de extorsión, el divorcio, la custodia de los hijos, la probabilidad de ser considerado sospechoso de asesinato) estaban asfixiándolo, ¿a quién recurriría?

Al tipo que mejor lo entendía.

Al tipo capaz de comprender los problemas de las superestrellas.

Al tipo que compartía con él el aire viciado del estrellato.

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