Win y Myron compartían una peculiar pasión por los musicales de Broadway. En el estéreo instalado en el Jaguar de Win sonaba la banda sonora de 1776. Un congresista gritaba: «¡Será mejor que alguien abra una ventana!», lo cual produjo una feroz discusión sobre las ventajas e inconvenientes de abrir la susodicha ventana («hace un calor infernal en Filadelfia») o dejarla cerrada («demasiadas moscas»). Mientras tanto, la gente le pedía a John Adams que se sentara. La historia.
– ¿Quién encarnó a Thomas Jefferson en la primera versión? -preguntó Win. Sabía la respuesta, pero para los amigos de Myron la vida era un concurso interminable.
– ¿En cine o en teatro?
Win frunció el entrecejo.
– No me gustan las versiones cinematográficas.
– Ken Howard -contestó Myron.
– Correcto. ¿Cuál es el papel más famoso interpretado por el señor Howard?
– El entrenador de White Shadow.
– Correcto otra vez. ¿El primer John Adams?
– William Daniels.
– ¿Cuyo papel más famoso fue?
– El detestable médico de St. Elsewhere.
– ¿Y la actriz que encarnó a Abigail Adams?
– Betty Buckley. Más conocida como Abby en Eight is Enough.
Win sonrió.
– Eres bueno.
Myron miró por la ventanilla. Los edificios y los coches eran un borrón tembloroso. Pensó en Jessica. No había motivos para negarse a ir a vivir con ella. Ambos se querían. Incluso había sido ella la que había dado el primer paso, algo que no había hecho hasta aquel momento. En casi todas las parejas, uno de los miembros goza de más preponderancia que el otro. Era el orden natural de las cosas. Alcanzar el equilibrio perfecto era muy difícil. En su caso, era Jessica la que llevaba la voz cantante. Myron lo sabía. Y en caso de no haberse percatado de ello, las continuas referencias de Esperanza a que «le fustigaban» le habrían hecho caer en la cuenta. Esto no significaba que él la quisiera más o que Jessica lo quisiera menos. O quizá sí. Myron ya no estaba seguro de nada. Lo que sí sabía con absoluta certeza era que Jessica tomaba la iniciativa en contadas ocasiones, pues equivalía a exponerse al peligro. Myron deseaba aferrarse a esa propuesta, tener el coraje necesario. Había esperado mucho tiempo una reacción así por parte de ella, pero algo lo retenía. Como en el caso de TC, había muchos factores implicados.
Su mente no dejaba de sopesar los pros y los contras, pero no llegó a ninguna conclusión. Lo que en realidad deseaba era comunicar sus pensamientos a alguien. Reflexionaba mejor cuando pensaba en voz alta con un amigo íntimo. El problema era con quién. Esperanza, su principal confidente, detestaba a Jessica. Win… Bien, en lo tocante a los asuntos del corazón, no era la persona más apropiada. Algo había menguado hasta atrofiarse en aquella región del alma de Win, mucho tiempo atrás…
– Jessica me pidió que fuera a vivir con ella -dijo Myron casi sin darse cuenta.
Win continuó unos momentos en silencio.
– ¿Vas a cobrar la parte entera de los play off? -preguntó después.
– ¿Qué?
– Has entrado tarde en el equipo. ¿Has calculado cuánto vas a cobrar?
– No te preocupes. Todo está controlado.
Win asintió. Siguió con la vista fija al frente. El velocímetro indicaba ciento veinte kilómetros por hora, una velocidad para la cual no había sido concebida la carretera 3. Win cambiaba de carril sin cesar. Con los años, Myron ya se había acostumbrado a la forma de conducir de su socio, pero aún prefería mantener la vista apartada del parabrisas.
– ¿Vendrás a ver el partido? -preguntó.
– Depende -respondió Win.
– ¿De qué?
– De si va la Sacudepolvos. Dijiste que no para de pedir guerra. Tal vez pueda interrogarla al mismo tiempo.
– ¿Qué le dirás?
– Eso es un dilema al que ambos deberemos enfrentarnos. Si tú le preguntas sobre la llamada de Downing, enviarás a hacer puñetas tu tapadera. Si se lo pregunto yo, querrá saber las causas y los motivos. En cualquier caso, a menos que la Sacudepolvos sea rematadamente tonta, empezará a sospechar. Y si sabe algo importante, mentirá.
– ¿Qué sugieres?
Win inclinó la cabeza como si estuviera sumido en profundos pensamientos.
– Quizá me la lleve a la cama -concluyó-. Después, cuando esté embriagada por los arrebatos de la pasión, le pediré que me cuente…
– Sólo se acuesta con hombres de los Giants o los Dragons. -Myron frunció el ceño-. Además, ¿llevártela tú a la cama?
Win se encogió de hombros.
– Sólo estaba sugiriendo una alternativa a zurrarla con un tubo de goma. A menos que sea masoquista, por supuesto.
– ¿Alguna otra sugerencia?
– Estoy en ello.
Tomaron la salida a Meadowlands en silencio. En el estéreo Abigail Adams estaba diciendo a John Adams que las mujeres de Massachusetts necesitaban alfileres. Win tarareó la melodía unos momentos. Después dijo:
– En cuanto a Jessica -apartó una mano del volante y la agitó-, no soy de los que hacen preguntas acerca de esa clase de cosas.
– Lo sé.
– La primera vez que te abandonó, lo pasaste fatal. No sé por qué te arriesgas a volver a pasar por eso.
Myron lo observó.
– No lo sabes, ¿verdad?
Win permaneció en silencio.
– Eso es muy triste, Win.
– Sí. Es trágico.
– Hablo en serio -dijo Myron.
Win se llevó una mano a la frente en un ademán melodramático.
– Oh, Dios mío, pensar que jamás podré experimentar los abismos de abyección en los que caíste cuando Jessica te abandonó. ¡Tened piedad de mí!
– Sabes que no se trata sólo de eso.
Win bajó la mano e hizo un gesto de negación con la cabeza.
– No, amigo mío, no hay nada más -dijo-. Lo único real fue el dolor que sentiste. Lo demás fue un cruel engaño.
– ¿De veras lo crees?
– Sí.
– ¿En todas las relaciones? -preguntó Myron.
– Nunca he dicho eso -respondió Win.
– ¿Qué opinas de nuestra amistad? ¿También es un cruel engaño?
– No estamos hablando de nosotros.
– Intento comprender…
– No hay nada que comprender -le interrumpió Win-. Haz lo que creas mejor. Como ya he dicho, no soy la persona más indicada para opinar sobre estos temas.
Ambos guardaron silencio. El estadio se alzaba ante ellos. Durante años había recibido el nombre de Brendan Byrne, en honor al impopular alcalde que gobernaba en el momento en que había sido construido. Sin embargo, en época reciente la concejalía de deportes tuvo necesidad de recaudar fondos y el nombre del estadio se cambió por el de Continental Airlines. No es que fuera muy musical, pero tampoco el anterior incitaba a prorrumpir en cánticos. Brendan Byrne y sus lacayos de antaño habían protestado por tamaña afrenta. Qué desgracia, habían clamado, indignados. Aquel era el legado del gobernador Byrne. ¿Cómo podían venderlo así? A Myron no le preocupaba en absoluto el cambio de nombre. ¿Qué era preferible, gravar con impuestos a la gente para recaudar veintisiete millones de dólares o arrastrar por los suelos el ego de un político? No había color.
Myron miró de soslayo a Win, cuyos ojos estaban fijos en la carretera y sus dedos aferraban con decisión el volante. Myron recordó aquella mañana de cinco años atrás, después de que Jessica le abandonara. Estaba solo en casa, muy abatido, cuando Win llamó a la puerta. Myron abrió.
– Vámonos -dijo Win sin más preámbulos-. Te voy a llevar de putas. Necesitas un buen polvo.
Myron negó con la cabeza.
– ¿Estás seguro? -preguntó Win.
– Sí.
– Entonces hazme un favor.
– ¿Cuál?
– No salgas a emborracharte -le pidió Win-. Sería un tópico lamentable.
– Ya, e irse putas no lo es.
Win se humedeció los labios.
– Al menos es más divertido.
Después Win dio media vuelta y se marchó. Eso fue todo.
Nunca más volvieron a mencionar el tema de su relación con Jessica. Había sido un error sacarlo a colación ahora. Myron debería haberlo pensado.
Existían motivos para que Win fuese como era. Miró a su amigo y sintió pena por él. Desde la posición ventajosa de Win, su vida había sido una larga lección sobre cómo cuidar de sí mismo. Los resultados no siempre eran agradables, pero solían ser eficaces. Y no es que Win se hubiera prohibido cualquier sentimiento, ni tampoco que fuera tan frío como a veces quería aparentar. Se trataba de algo mucho menos dramático. Había aprendido a no confiar ni depender demasiado de la gente. Pura supervivencia. Apreciaba a muy pocas personas, pero los elegidos recibían un intenso cariño. El resto del mundo significaba muy poco para él.
– Te conseguiré un asiento cerca de la Sacudepolvos -dijo Myron.
Win asintió y entró en un aparcamiento. Myron dio su nombre a la secretaria de Clip, que los acompañó hasta su despacho. Calvin Johnson ya había llegado y se encontraba de pie a la derecha de Clip, que estaba sentado detrás de su escritorio. Parecía más viejo. Sus mejillas se veían más fofas y grisáceas. Cuando se levantó, dio la impresión de que hacía un gran esfuerzo.
Clip miró a Win por un instante.
– Usted debe de ser el señor Lockwood.
Ya sabía que Win estaba interviniendo en el caso. Bien preparado, una vez más.
– Sí -dijo Myron contestando por su amigo.
– ¿Nos está ayudando en nuestro problema?
– Sí.
Tras las presentaciones, Win, como era su costumbre en tales situaciones, guardó silencio. Sus ojos tomaron nota de cuanto lo rodeaba. Le gustaba estudiar a las personas un rato antes de hablar con ellas, sobre todo cuando estaba en su contexto habitual.
– Bien -empezó Clip, con una sonrisa cansada-, ¿qué tenemos hasta ahora?
– Cuando me propuso el caso -empezó Myron-, usted tenía miedo de que descubriera algo desagradable. Me gustaría saber qué era.
Clip trató de adoptar una actitud despreocupada.
– Nada personal, Myron -dijo con una sonrisa-, pero si lo supiera, no habría necesitado contratarte.
Myron negó con la cabeza.
– No me sirve.
– ¿Qué?
– Greg ya ha desaparecido otras veces.
– ¿Y qué?
– Que nunca sospechó nada desagradable en dichas ocasiones. ¿Por qué ahora sí?
– Ya te lo dije. Se aproxima el voto de los accionistas.
– ¿Es su única preocupación?
– Claro que no -protestó Clip-. También estoy preocupado por Greg.
– Pero nunca antes había contratado a nadie para localizarlo. ¿De qué tiene miedo?
Clip se encogió de hombros.
– De nada. Sólo estoy cubriéndome las espaldas. ¿Por qué? ¿Qué has averiguado?
Myron negó otra vez con la cabeza.
– Usted nunca se cubre las espaldas por completo, Clip. Le gusta el peligro. Siempre le ha gustado. Le he visto cambiar auténticas estrellas del baloncesto por novatos prometedores. Le he visto atacar en lugar de pasar a la defensiva. Nunca ha tenido miedo de arriesgarlo todo.
– El problema de esa estrategia es que también pierdes -dijo Clip con una amplia sonrisa-. A veces, pierdes mucho.
– ¿Qué ha perdido esta vez? -preguntó Myron.
– Nada, todavía, pero si Greg no vuelve, podría costarle a mi equipo el anillo del campeonato.
– No me refería a eso. Aquí está pasando algo más.
– Lo siento -le dijo Clip, al tiempo que abría los brazos-. La verdad es que no sé de qué estás hablando. Te contraté porque era lo más lógico. Greg desapareció. Sí, ya lo había hecho otras veces, pero nunca a las puertas de los play off. No es propio de él.
Myron miró de reojo a Win, que parecía muy aburrido.
– ¿Conoce a una mujer llamada Liz Gorman? -preguntó Myron.
Con el rabillo del ojo, vio que Calvin se enderezaba un poco.
– No -contestó Clip-. ¿Por qué?
– ¿Y a una mujer llamada Carla, o Sally?
– ¿Qué? ¿Quieres decir si he conocido alguna vez a una mujer llamada…?
– Hace poco. O a cualquier otra mujer relacionada con Greg Downing.
Clip meneó la cabeza.
– ¿Y tú? -inquirió mirando a Calvin, que también negó con la cabeza, pero con exagerada vehemencia
– ¿Por qué quieres saberlo? -inquirió Clip.
– Porque es con quien estuvo Greg la noche de su desaparición -contestó Myron.
Tras incorporarse en el sillón, Clip comenzó a escupir preguntas como una ametralladora.
– ¿La has localizado? ¿Dónde está ella ahora? A lo mejor están juntos.
Myron volvió a mirar a Win, que esta vez asintió de manera casi imperceptible. Él también se había dado cuenta.
– Está muerta -dijo Myron.
Clip palideció. Calvin continuó en silencio, pero cruzó las piernas. Un movimiento espectacular para el viejo Témpano.
– ¿Muerta?
– Asesinada, para ser más exacto.
– Oh, Dios mío… -Clip miró a Win y a continuación a Myron, como si buscara alguna respuesta o un poco de consuelo. No encontró ni lo uno ni lo otro.
– ¿Está seguro de que no conoce los nombres Liz Gorman, Carla o Sally? -insistió Myron.
Clip abrió la boca, la cerró. No consiguió articular ningún sonido.
– ¿Asesinada? -probó de nuevo.
– Sí.
– ¿Y estaba con Greg?
– Greg es la última persona conocida que la vio con vida. Encontraron sus huellas en el lugar del crimen.
– ¿El lugar del crimen? -balbuceó Clip, confuso-. Dios mío, la sangre que encontraste en el sótano… ¿El cadáver estaba en casa de Greg?
– No. La asesinaron en el apartamento de ella, en Nueva York.
– Pero yo pensaba que habías encontrado sangre en el sótano de Greg -dijo Clip con expresión de perplejidad-. En el cuarto de juegos de los niños.
– Sí, pero esa sangre ya no está allí.
– ¿Que no está allí? -Clip parecía azorado y furioso al mismo tiempo-. ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que alguien se encargó de limpiarla. -Miró fijamente a Clip-. Quiero decir que alguien entró en casa de Greg durante estos últimos dos días y trató de evitar un escándalo nada agradable ni conveniente.
Clip se sobresaltó. Sus ojos recobraron el brillo de repente.
– ¿Insinúas que fui yo?
– Es la única persona que sabía lo de la sangre. Yo se lo conté. Usted quiso que el descubrimiento se mantuviera en secreto.
– Dejé la decisión en tus manos -replicó Clip-. Dije que me parecía un error, pero que respetaría tu decisión. Claro que quería evitar un escándalo. ¿Y quién no? Pero nunca haría algo semejante. Tú me conoces, Myron.
– Clip, tengo los registros telefónicos de la mujer asesinada. Le llamó a usted cuatro días antes del asesinato.
– Bueno…, puede que llamara aquí -admitió Clip en tono vacilante-, pero eso no significa que hablara conmigo. -Sonaba muy poco convincente-. Tal vez hablase con mi secretaria.
Win carraspeó. Después habló por primera vez desde que había entrado en el despacho.
– Señor Arnstein -dijo.
– ¿Sí?
– Con el debido respeto, señor -continuó Win-, sus mentiras empiezan a molestarme.
Clip dio un respingo. Estaba acostumbrado a que le lamieran el culo, no a que lo llamaran mentiroso.
– ¿Cómo…?
– Myron siente por usted un gran respeto -prosiguió Win-. Me parece admirable. No es fácil ganárselo. Pero usted conoce a la mujer asesinada. Habló con ella por teléfono. Tenemos pruebas.
– ¿Qué clase de pruebas? -preguntó Clip entornando los ojos.
– Los registros telefónicos, para empezar…
– Pero acabo de decirles…
– Y sus propias palabras, para terminar.
– ¿De qué coño está hablando? -Una expresión cautelosa apareció en el rostro de Clip.
– Hace unos minutos -dijo Win-, Myron le preguntó si conocía a Liz Gorman, o a una mujer llamada Carla o Sally. ¿Se acuerda?
– Sí. Le contesté que no.
– Correcto. Y después le dijo, y voy a citar sus propias palabras, porque son muy reveladoras: «Es con quien estuvo Greg la noche de su desaparición». Se trata de una frase un poco rebuscada, lo admito, pero que encierra un propósito. ¿Recuerda las dos preguntas que formuló usted a continuación, señor Arnstein?
Clip parecía desorientado.
– No.
– Fueron, y vuelvo a citar las palabras textuales: «¿La has localizado? ¿Dónde está ella ahora?».
Win calló.
– ¿Y qué? -preguntó Clip.
– Usted dijo «la has localizado». Después dijo «ella». No obstante, Myron le preguntó si conocía a Liz Gorman, a Carla o a Sally. ¿No sería lo más lógico inferir que se refería a dos mujeres diferentes, o incluso a tres? Usted, señor Arnstein, llegó a la inmediata conclusión de que esos tres nombres pertenecían a una sola mujer. ¿No lo encuentra curioso?
– ¿Qué? -La cólera de Clip se había reducido a meras bravatas-. ¿Y llama a eso pruebas?
Win se inclinó hacia delante.
– Myron está siendo bien recompensado por sus esfuerzos. Por ese motivo, yo le aconsejaría en circunstancias normales que siguiera trabajando para usted. Le aconsejaría que fuera a su aire y aceptara su dinero. Si usted desea complicar la investigación que está sufragando, ¿quiénes somos nosotros para entrometernos? Claro que Myron no me haría caso. Es entrometido por naturaleza. Peor aún, tiene la desdichada obsesión de hacer el bien, incluso cuando no se lo piden.
Win calló, respiró hondo, se reclinó en su silla. Todos los ojos estaban fijos en él.
– El problema reside en que una mujer ha sido asesinada -continuó-, y para colmo alguien ha manipulado el lugar de los hechos. Además, otra persona ha desaparecido; podría tratarse tanto del asesino como de una víctima más. En otras palabras, dada la situación, es demasiado peligroso seguir haciendo la vista gorda. El coste potencial supera con mucho los posibles beneficios. Como hombre de negocios, señor Arnstein, ya tendría que haberse dado cuenta.
Clip permaneció en silencio.
– De modo que vayamos al grano, ¿no le parece? -Win abrió los brazos-. Sabemos que la víctima habló con usted. O nos cuenta lo que le dijo o nos estrechamos las manos y adiós muy buenas.
– Antes habló conmigo. -Era Calvin. Se removió en su asiento. Eludió la mirada de Clip, pero no era necesario, pues éste no parecía molesto. Se hundió más en su butaca, como un balón desinflado-. Utilizó el nombre de Carla -añadió.
Win asintió y se retrepó en su asiento. Había cumplido su misión. Ahora le devolvía las riendas a Myron, que preguntó:
– ¿Qué dijo?
– Dijo que sabía algunas cosas sobre Greg -respondió Calvin-, y que podía hacer que el contrato publicitario se convirtiera en papel mojado.
– ¿Qué sabía?
– Nunca lo averiguamos -intervino Clip. Vaciló un instante. Myron no supo si para ganar tiempo o para serenarse-. No era mi intención mentirte, Myron. Lo siento. Sólo intentaba proteger a Greg.
– ¿Habló con usted también? -le preguntó Myron.
Clip asintió.
– Calvin vino a verme después de la llamada. La siguiente vez que telefoneó, los dos hablamos con ella. Dijo que quería dinero a cambio de su silencio.
– ¿Cuánto?
– Veinte mil dólares. Teníamos que encontrarnos el lunes por la noche.
– ¿Dónde?
– No lo sé. Nos lo iba a comunicar el mismo lunes por la mañana, pero no llamó.
«Porque ya estaba muerta -pensó Myron-. Los muertos no suelen llamar por teléfono.»
– ¿Nunca le desveló su gran secreto?
Clip y Calvin se interrogaron mutuamente con la mirada. Calvin asintió. Clip se volvió hacia Myron.
– No fue necesario -dijo con resignación-. Ya lo sabíamos.
– ¿El qué?
– Greg jugaba. Debía un montón de dinero a gente muy peligrosa.
– ¿Ya conocía sus problemas con el juego?
– Sí -respondió Clip.
– ¿Cómo?
– Greg me lo contó.
– ¿Cuándo?
– Hace un mes. Quería que lo ayudara. Yo… Siempre he sido como un padre para él. Lo aprecio. Lo aprecio mucho. -Miró a su interlocutor con expresión de abatimiento-. También te aprecio a ti, Myron, y por eso es por lo que este asunto es tan duro para mí.
– ¿Por qué?
Clip no prestó atención a la pregunta.
– Quería ayudarlo -prosiguió-. Lo convencí de que fuera a ver a alguien. Un profesional.
– ¿Le hizo caso?
– La semana pasada Greg comenzó a ir a un psiquiatra especializado en ludopatías. También lo convencimos de que firmara el contrato publicitario. Para pagar la deuda.
– ¿Marty Felder estaba enterado del problema con el juego? -preguntó Myron.
– No estoy seguro -contestó Clip-. El médico me habló de los trucos asombrosos que los jugadores utilizan para guardar en secreto su adicción. No obstante, Marty Felder administraba casi todo el dinero. Me extrañaría mucho que no lo supiera.
Detrás de la cabeza de Clip había un póster del equipo del año en curso. Myron lo observó por un instante. Los dos capitanes, TC y Greg, estaban arrodillados delante. Greg exhibía una amplia sonrisa. TC mostraba su típica mueca burlona.
– De manera que aunque me contrató -dijo-, usted sospechaba que la desaparición de Greg estaba relacionada con el juego.
– No. -Clip se lo pensó mejor-. Al menos, no de la forma que te imaginas. Nunca pensé que el deudor de Greg le haría daño. Imaginé que el contrato con Forte serviría para que comprase… tiempo.
– ¿De qué manera?
– Me preocupaba su salud mental. -Clip señaló el cartel que había detrás de él-. Para empezar, Greg no es una persona muy equilibrada, pero me preguntaba hasta qué punto pesaba la presión de sus deudas sobre su ya cuestionable cordura. Por extraño que te parezca, le gustaba su imagen. Ser un ídolo popular le gustaba más que el dinero. Si sus admiradores hubieran averiguado la verdad, ¿cuál habría sido su reacción? Me pregunté si tanta presión no sería excesiva para él. Si no acabaría por desequilibrarlo por completo.
– Y ahora que ha muerto una mujer, ¿qué opina? -preguntó Myron.
Clip sacudió la cabeza.
– Conozco muy bien a Greg -dijo-. Cuando se siente atrapado, huye. Sería incapaz de matar a nadie, te lo aseguro. No es un hombre violento. Hace mucho tiempo que aprendió que la violencia es peligrosa.
Nadie habló durante unos segundos. Myron y Win esperaron a que Clip se explicara mejor. Como no lo hizo, Win intervino.
– Señor Arnstein, ¿tiene algo más que contarnos?
– No. Eso es todo.
Win se levantó en silencio sin hacer el menor gesto y abandonó el despacho. Myron se encogió de hombros y lo siguió.
– Myron.
Se volvió hacia Clip, que se había puesto de pie. Tenía los ojos arrasados en lágrimas.
– Que te vaya bien el partido de esta noche -musitó-. Al fin y al cabo, sólo es un partido. No lo olvides.
Myron asintió, desconcertado de nuevo por el comportamiento de Clip. Se apresuró para alcanzar a Win, quien le preguntó:
– ¿Tienes mi entrada?
Myron se la entregó.
– Descríbeme a esa tal Sacudepolvos, por favor.
Myron lo hizo.
– Tu señor Arnstein no nos está diciendo toda la verdad -señaló Win cuando llegaron al ascensor.
– ¿Algo concreto, o sólo es una corazonada?
– No me fío de las corazonadas. ¿Le crees?
– No estoy seguro.
– Aprecias a Arnstein, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Aunque haya admitido que te mintió?
– Sí.
– Entonces, permite que formule unas interesantes preguntas en voz alta -dijo Win-. ¿Quién, además de Greg, tiene mucho que perder si su ludopatía sale a la luz? ¿Quién, además de Greg, tenía motivos acuciantes para silenciar a Liz Gorman? Y finalmente, si Greg Downing se estaba convirtiendo en un grave problema para el club, hasta el punto de poner en peligro la posición de Clip Arnstein, ¿quién tendría los mejores motivos para hacerlo desaparecer?
Myron no se molestó en contestar.