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Cuando Myron llegó al estadio, el partido ya había terminado. Los coches bloqueaban las salidas y era difícil avanzar en dirección contraria. Myron consiguió abrirse paso. Mostró su identificación al guardia y entró en la zona de aparcamiento reservada a los jugadores.

Corrió hacia el despacho de Clip. Alguien lo llamó por su nombre. No hizo caso.

Cuando llegó a la puerta exterior, intentó hacer girar el pomo. Habían echado la llave. Estuvo a punto de forzar la cerradura.

– Eh, Myron.

Era uno de los empleados de mantenimiento. Myron había olvidado su nombre.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

– Ha llegado esto para ti.

El chico le entregó un sobre de papel manila.

– ¿Quién lo dejó? -preguntó Myron.

– Tu tío.

– ¿Mi tío?

– Eso dijo el tipo.

Myron miró el sobre. Su nombre aparecía escrito con grandes letras mayúsculas. Lo abrió y vació su contenido.

Primero salió una carta. Después un casete cayó en la palma de su mano. Guardó el casete en un bolsillo y desplegó la carta.


Myron:

Tendría que haberte dado esto en la catedral. Lamento no haberlo hecho, pero estaba demasiado afectado por el asesinato de Liz. Quería que te concentraras en atrapar al criminal, no en esta cinta. Temía que te distrajera. Aún creo que lo hará, pero eso no me da derecho a negártela. Espero que te concentres hasta encontrar al hijo de puta que mató a Liz. Ella merece que se haga justicia.

También quería decirte que estoy pensando en entregarme. Ahora que Liz ha muerto, ya no existen motivos para seguir escondiéndome. Hablé acerca de ello con unos amigos abogados de los viejos tiempos. Ya han empezado a buscar a los mercenarios que había contratado el padre de Hunt. Estoy seguro de que alguno corroborará mi historia. Ya veremos.

No escuches esta cinta solo, Myron, sino en compañía de un amigo.


Cole


Myron dobló la carta. No sabía qué pensar. Echó un vistazo al pasillo. Ni rastro de Clip. Corrió hacia la salida. Casi todos los jugadores ya habían abandonado el estadio; TC, por supuesto, el primero de todos. Siempre era el último en llegar y le faltaba tiempo para marcharse. Myron subió a su coche e hizo girar la llave en el contacto. Después introdujo el casete y esperó.


Esperanza marcó el número del teléfono del coche de Myron. No obtuvo respuesta. Probó con el móvil, con idéntico resultado. Myron siempre llevaba encima el móvil. Si no contestaba era porque no quería hacerlo. Marcó a toda prisa el número del móvil de Win, quien contestó al segundo timbrazo.

– ¿Sabes dónde está Myron? -preguntó Esperanza.

– Ha ido al estadio.

– Ve a buscarlo, Win.

– ¿Por qué? ¿Pasa algo?

– La Brigada del Cuervo robó las cajas de seguridad. De ellas sacaron la información que utilizaron para extorsionar a Greg Downing.

– ¿Qué descubrieron?

– No lo sé, pero tengo una lista de los arrendatarios.

– ¿Y?

– Una estaba a nombre de B. Wesson.

– ¿Estás segura de que se trata del mismo B. Wesson, el que lesionó a Myron? -preguntó Win tras unos segundos de silencio.

– Ya lo he comprobado. La be es de Burt, y consta en su contrato como entrenador de baloncesto juvenil, de treinta y tres años. Es él, Win. Es el mismo Burt Wesson.

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