16

La Sacudepolvos ya se había marchado.

– Vino por ti -explicó TC-. Como no quisiste follar con ella, se fue. Mañana ha de madrugar para ir al trabajo.

Myron consultó su reloj. Las once y media. Había sido un día largo. Ya era hora de dormir. Se despidió y se dirigió hacia su coche. Audrey estaba apoyada contra el capó, con los brazos cruzados sobre el pecho. Pura casualidad.

– ¿Vas a casa de Jessica? -preguntó.

– Sí.

– ¿Me llevas?

– Sube.

Audrey le dedicó la misma sonrisa que Myron había visto durante el entrenamiento. Entonces había creído que estaba impresionada por su juego. Ahora estaba claro que la sonrisa había sido más de sorna que de admiración. Abrió las puertas en silencio. Ella se quitó la chaqueta azul y la dejó en el asiento de atrás. Myron la imitó. Audrey llevaba un jersey verde de cuello alto. Se quitó el collar de perlas y lo guardó en el bolsillo de los tejanos. Myron puso en marcha el coche.

– Empiezan a encajar las piezas -dijo Audrey.

A Myron no le gustó el tono autoritario de su voz. Estaba seguro de que Audrey no necesitaba que nadie la acompañara a casa, lo cual también le preocupaba. Le dedicó una plácida sonrisa.

– Esto no tendrá nada que ver con mi culo, ¿verdad? -dijo.

– ¿Qué? -preguntó ella.

– Jessica me contó que las dos estuvisteis hablando de mi culo.

Audrey rió.

– Bien, detesto admitirlo -dijo-, pero estaba de rechupete.

Myron procuró disimular su satisfacción.

– ¿Vas a escribir un artículo sobre ello? -quiso saber.

– ¿Sobre tu culo?

– Sí.

– Por supuesto -respondió Audrey-. Justamente estaba pensando que podríamos darle una amplia difusión.

Myron gruñó.

– Intentas cambiar de tema -apuntó Audrey.

– ¿Había un tema?

– Te decía que las piezas empezaban a encajar.

– ¿Eso es un tema? -repuso Myron, mirándola de reojo.

Audrey estaba sentada con la rodilla izquierda sobre el asiento y el cuerpo vuelto hacia él. Tenía la cara ancha y pecosa; no era guapa, al menos en el sentido clásico, pero poseía un atractivo terrenal que hacía que uno desease abrazarla y retozar con ella sobre un manto de hojas secas en un frío día de otoño.

– No debería haber tardado tanto en imaginarlo -dijo ella-. Basta pensar un poco para verlo claro.

– ¿Se supone que debo saber de qué estás hablando?

– No; se supone que debes seguir haciéndote el tonto unos cuantos minutos más.

– Es mi especialidad.

– Bien, pues conduce y escucha. -Las manos de Audrey no paraban de moverse al ritmo de su voz-. Me dejé engañar por la ironía poética de la situación. Me concentré en eso, pero vuestro pasado como rivales es mucho menos importante que tu antigua relación con Emily, por ejemplo.

– No tengo ni puta idea de qué estás hablando.

– No jugaste en la AAU. No jugaste en ningún torneo de verano.

Juegas con aficionados una vez a la semana. Cuando más ejercicio haces es en el gimnasio de Kwon, con Win, y allí no hay pista de baloncesto.

– ¿Eso es todo?

Audrey lo miró con expresión de incredulidad.

– No te has entrenado a conciencia -prosiguió-. No has jugado en ningún lugar donde Clip, Calvin o Donny hubieran podido verte. ¿Por qué te han fichado los Dragons? Es absurdo. ¿Tiene algo de positivo en la práctica? A mí me parece que no. La publicidad será mínima, y si fracasas, lo cual es muy probable, esa buena publicidad quedará anulada. La venta de entradas va bien. El equipo va bien. No necesitan publicidad en este momento. Por lo tanto, ha de existir otro motivo. -Se retrepó en el asiento-. Hay que pensar en el momento.

– ¿El momento?

– Sí. ¿Por qué ahora? ¿Por qué te fichan casi al final de la temporada? La respuesta resulta evidente.

– ¿Cuál es?

– La repentina desaparición de Greg.

– No ha desaparecido -la corrigió Myron-. Está lesionado, eso es todo. Se produjo un hueco en el equipo y yo lo he llenado.

Audrey sonrió y sacudió la cabeza.

– Sigues simulando que no te enteras, ¿eh? Estupendo, adelante. Tienes razón. Se supone que Downing está lesionado y recluido. Me considero una profesional excelente, Myron, y me ha sido imposible descubrir su lugar de reclusión. He llamado a mis mejores contactos y no he conseguido nada. ¿No lo encuentras un poco extraño?

Myron se encogió de hombros.

– Quizá -prosiguió Audrey-, si Downing hubiera querido de veras perderse de vista hasta recuperarse de una lesión que no aparece en ninguna cinta de vídeo, por cierto, lo habría logrado, pero si sólo se trata de un tobillo lesionado, ¿a qué viene tanto secretismo?

– Para que pelmazos como tú no lo molesten -le espetó Myron.

Audrey estuvo a punto de reír.

– Con qué convicción lo has dicho, Myron. Hasta parece que te lo creas.

Myron no dijo nada.

– Permíteme añadir algunos detalles más -prosiguió Audrey-, y después dejarás de hacerte el tonto. Uno, sé que trabajaste para los federales, lo cual te proporciona cierta experiencia en casos de investigación. Dos, sé que Downing tiene la costumbre de desaparecer. Ya lo ha hecho otras veces. Tres, conozco la situación en que se encuentra Clip con los demás accionistas. El día de la gran votación se acerca. Cuatro, sé que fuiste a ver a Emily ayer, y dudo que tu intención fuera reavivar las llamas de una antigua pasión.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Myron.

– Súmalo todo, y sólo hay una conclusión posible -respondió Audrey-: estás buscando a Greg Downing. Ha vuelto a desaparecer. Esta vez, sin embargo, el momento es mucho más crítico: la votación contra Clip y la inminencia de los play off. Tu misión es encontrarlo.

– Qué gran imaginación la tuya.

– Es cierto, pero los dos sabemos que tengo razón, de modo que deja de fingir y vayamos al grano: quiero participar.

– Participar -repitió Myron-. Detesto la jerga de los periodistas.

– No quiero desbancarte -continuó Audrey. Su rostro era tan rutilante y expectante como el de un colegial durante la fiesta de fin de curso-. Creo que deberíamos formar equipo. Puedo servirte de ayuda. Tengo muy buenos informadores. Puedo hacer preguntas sin que nadie sospeche de mí. Conozco al equipo por dentro y por fuera.

– ¿Y qué quieres a cambio de esa ayuda?

– Toda la historia. Quiero ser la primera en saber dónde está, por qué desapareció, todo. Quiero que me prometas que sólo me lo dirás a mí. Quiero la exclusiva.

Pasaron por delante de varios moteles y gasolineras. Los moteles de mala muerte de Nueva Jersey siempre se adjudicaban nombres rimbombantes que falseaban su verdadera condición. Ahora, por ejemplo, estaban pasando frente al Courtesy Inn. Aquel estupendo establecimiento no solamente dispensaba una atención cortés, sino que lo hacía por una tarifa de 19,82 dólares la hora. No veinte dólares, ojo, sino 19,82. Myron sospechaba que la cifra coincidía con el último año en que habían cambiado las sábanas. La bodega de la cerveza barata, según otro letrero, era el siguiente edificio a la derecha de Myron, y no mentía. El Courtesy Inn podía aprender algo de su vecino.

– Ambos sabemos que podría denunciarlo ahora -dijo Audrey-. No estaría nada mal informar de que Downing no está lesionado y que tú estás buscándolo. Sin embargo, prefiero aguantar un poco y ofrecer un artículo de más peso.

Myron pensó mientras pagaba el peaje. Miró el rostro expectante de Audrey. Tenía los ojos muy abiertos y el pelo alborotado, como las mujeres refugiadas que bajan del barco al llegar a Palestina en la película Éxodo. Dispuesta a luchar para defender su territorio.

– Has de prometerme algo -dijo Myron.

– ¿Qué?

– Pase lo que pase, por increíble que parezca la historia, no te irás de la lengua. No hablarás de ella con nadie hasta que lo encontremos.

Audrey casi saltó del asiento.

– ¿Qué has querido decir con lo de increíble?

– Olvídalo. Informa de lo que quieras.

– De acuerdo, de acuerdo, hemos hecho un trato -se apresuró a decir Audrey en tono de súplica.

– ¿Lo prometes?

– Sí, sí, lo prometo. ¿Qué ha pasado?

Myron sacudió la cabeza.

– Tú primero -dijo-. ¿Por qué crees que ha desaparecido Greg?

– Quién sabe. Ese hombre es un misterio.

– ¿Qué puedes decirme acerca de su divorcio?

– Que ha sido una auténtica batalla campal.

– ¿Qué sabes?

– Están pleiteando por la custodia de los niños. Los dos intentan demostrar que el otro es un padre incompetente.

– ¿Algún detalle sobre cómo va la cosa?

– No. Lo mantienen en secreto.

– Emily me dijo que Greg le había jugado una mala pasada. ¿Sabes algo?

Audrey se mordió el labio inferior.

– Me ha llegado el rumor -dijo al cabo de unos segundos-, sin demasiado fundamento, debo admitirlo, de que Greg contrató a un detective privado para que la siguiera.

– ¿Por qué?

– No lo sé.

– ¿Tal vez para filmarla? ¿Para sorprenderla con otro hombre?

Audrey se encogió de hombros.

– No lo sé. Sólo es un rumor.

– ¿Sabes el nombre del detective, o para quién trabaja?

– Sólo rumores, Myron. Rumores. El divorcio de un jugador de baloncesto profesional no es una noticia deportiva de primer orden. No la seguí muy de cerca.

Myron anotó mentalmente que debía registrar los papeles de Greg, por si había pagado a alguna agencia de detectives.

– ¿Cómo era la relación de Greg con Marty Felder? -preguntó.

– ¿Con su agente? Buena, supongo.

– Emily me dijo que Felder le había hecho perder a Greg varios millones.

Audrey volvió a encogerse de hombros.

– No he oído nada por el estilo.

El puente Washington estaba muy despejado. Se pegaron a la izquierda y se desviaron por el Henry Hudson Parkway hacia el sur.

A la derecha, el río Hudson refulgía como una capa de lentejuelas negras. A la izquierda, una valla publicitaria exhibía la imagen de Tom Brokaw con su sonrisa abierta y convincente. Bajo la foto, un epígrafe rezaba: «NBC News: Ahora más que nunca». Muy melodramático. ¿Qué demonios significaba?

– ¿Qué sabes de la vida privada de Greg? -continuó Myron-. ¿Novias o algo por el estilo?

– ¿Te refieres a una fija?

– Sí.

Audrey se pasó los dedos por el cabello rizado y luego se frotó la nuca.

– Creo que había una chica -repuso-. Lo mantenía en secreto, pero nos enteramos de que vivieron juntos un tiempo.

– ¿Cómo se llama?

– Nunca me lo dijo. Los vi juntos una vez, en un restaurante llamado Saddle River Inn. A Greg no le hizo ninguna gracia encontrarme allí.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Nada especial, por lo que recuerdo. Morenita. Estaba sentada, así que no pude apreciar la estatura o el peso.

– ¿Edad?

– No lo sé. Treintañera, supongo.

– ¿Por qué supones que vivían juntos?

Parecía una pregunta fácil, pero Audrey se demoró unos instantes en responder.

– A Leon se le escapó algo en una ocasión -contestó al fin.

– ¿Qué dijo?

– Ya no me acuerdo. Algo sobre la chica. Pero nunca ha vuelto a hablar del tema.

– ¿Cuánto hace de eso?

– Tres o cuatro meses. Tal vez más.

– Leon me dio a entender que Greg y él no eran tan amigos, que los medios de comunicación exageraban.

Audrey asintió.

– En estos momentos parece que existe cierta tensión, pero creo que sólo es temporal.

– ¿Cuál fue el motivo de esa tensión, como tú la llamas?

– No lo sé.

– ¿Desde cuándo existe?

– Desde hace poco. Dos semanas, quizá.

– ¿Ha ocurrido algo recientemente entre Leon y Greg?

– No. Son amigos desde hace mucho tiempo. Los amigos, a veces, tienen encontronazos. No me lo tomé muy en serio.

Myron dejó escapar un profundo suspiro. Estaba claro que los amigos podían tener encontronazos, pero la coincidencia en el tiempo no dejaba de sorprenderle.

– ¿Conoces a Maggie Mason?

– ¿La Sacudepolvos? Por supuesto.

– ¿Greg y ella eran íntimos?

– ¿Te refieres a si follaban?

– No, no me refería a eso.

– Bien, pues follaban. De eso sí estoy segura. Pese a lo que la Sacudepolvos va proclamando por ahí, no se ha tirado a todos los miembros del equipo. Algunos la han rechazado. No muchos, debo admitirlo, pero sí algunos. ¿Te lo ha propuesto ya?

– Hace unas horas.

– ¿Debo suponer que has engrosado las filas de los pocos, los orgullosos, los incólumes? -le dijo Audrey con una sonrisa.

– Supones bien, pero estábamos hablando de su relación con Greg. ¿Son íntimos?

– Muy íntimos, diría yo, pero la Sacudepolvos es más amiga aún de TC Son uña y carne. No es una relación puramente sexual. No me malinterpretes; estoy segura de que TC y Maggie se han acostado, y es probable que aún lo hagan en ocasiones, pero son como hermanos. Una cosa rara, la verdad.

– ¿Cómo se llevan Greg y TC?

– Bastante bien, para ser las superestrellas del equipo. Aunque tampoco es una maravilla.

– ¿Te importaría explicarte?

Audrey reflexionó por unos momentos y respondió:

– Desde hace cinco años, TC y Downing comparten el estrellato. Creo que existe un respeto mutuo en la pista, pero no hablan mucho de ello. No digo que se lleven mal, pero jugar al baloncesto es un trabajo como otro cualquiera. Puede ser que soportes trabajar con determinada persona pero seas incapaz de soportarla en la vida privada. -Audrey alzó la vista-. Coge la salida de la calle Setenta y nueve.

– ¿Aún vives en la Ochenta y uno?

– Sí.

Myron tomó la salida y se detuvo en un semáforo de Riverside Drive.

– Ahora me toca a mí, Myron -dijo Audrey-. ¿Por qué te contrataron?

– Ya te lo he dicho. Quieren que encuentre a Greg.

– ¿Qué has averiguado hasta el momento?

– Poca cosa.

– Entonces ¿por qué te preocupaba tanto que me fuera de la lengua y revelara la historia antes de tiempo?

Myron vaciló.

– He prometido no decir nada -le recordó ella-. Tienes mi palabra.

Era justo. Le habló de la sangre que habían descubierto el sótano de la casa de Greg. Audrey abrió los ojos como platos. Cuando le habló de que había encontrado el cuerpo de Sally/Carla, temió que la periodista sufriera un infarto.

– Dios mío -exclamó Audrey cuando él hubo terminado-. ¿Crees que Downing la mató?

– Yo no he dicho eso.

Audrey se reclinó en el asiento. Apoyó la cabeza contra el respaldo, como si su cuello ya no pudiera sostenerla.

– Joder, qué historia -musitó.

– Pero no la puedes contar.

– No me lo recuerdes. -Audrey se incorporó de nuevo-. ¿Te parece que tardará mucho en filtrarse?

– Tal vez.

– ¿Y por qué no me das la oportunidad de ser la primera en recibir la filtración?

Myron sacudió la cabeza.

– Todavía no. Hemos conseguido mantenerlo en secreto. No vas a ser tú quien se encargue de sacarlo a la luz.

Audrey asintió de mala gana.

– ¿Crees que Downing la mató y huyó?

– No existen pruebas que lo confirmen. -Myron frenó ante el edificio de la periodista-. Una última pregunta -añadió-. ¿Greg estaba metido en asuntos sucios?

– ¿Como qué?

– ¿Qué motivos pueden tener unos matones para buscarlo?

La excitación de Audrey crecía por momentos.

– ¿A qué te refieres? ¿De qué matones me estás hablando?

– De un par de matones que estaban vigilando la casa de Greg.

– ¿Matones? ¿Te refieres a gángsteres profesionales?

– Es probable. Todavía no lo sé con certeza. ¿Se te ocurre algo que relacione a Greg con matones o, ya puestos, con el asesinato de esa mujer? ¿Drogas, tal vez?

Audrey negó con la cabeza de inmediato.

– No pueden ser drogas.

– ¿Por qué estás tan segura?

– Downing es un defensor a ultranza de la vida sana. Un naturista.

– También lo era River Phoenix.

Ella negó nuevamente con la cabeza.

– Nada de drogas. Estoy segura.

– Investígalo. A ver si encuentras algo.

– Claro. Investigaré sobre todo lo que hemos hablado.

– Intenta ser discreta.

– No te preocupes. -Audrey bajó del coche-. Buenas noches, Myron. Gracias por tu confianza.

– No me has dejado otra alternativa.

Audrey sonrió y cerró la puerta del coche. Myron la vio entrar en el edificio. Volvió hacia la calle Setenta y nueve. Entró de nuevo en Henry Hudson y continuó hacia el sur, en dirección a la casa de Jessica. Estaba a punto de coger el móvil para llamarla, cuando el teléfono sonó. El reloj del tablero de instrumentos indicaba las doce y siete minutos de la noche. Sólo podía ser Jessica.

– ¿Hola?

No era Jessica.

– Carril derecho, tres coches detrás de ti. Te están siguiendo.

Era Win.

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