29

Myron regresó a la oficina mientras se preguntaba por el significado de todo aquello. De momento, significaba que la Sacudepolvos era algo más que una distracción inofensiva en el caso, pero ¿cuál era exactamente su papel? ¿Había tendido una trampa a Emily, o también la habían grabado sin que se diera cuenta? ¿Eran amantes desde hacía tiempo, o sólo se habían acostado esa noche? Felder le aseguró que no lo sabía. En la cinta no daba la impresión de que se conocieran demasiado, al menos en el fragmento que Myron había visto; aunque, la verdad, no era un experto en el tema.

Myron se desvió hacia el este por la calle Cincuenta. Un albino vestido con una gorra de los Mets y pantalones cortos amarillos tocaba un sitar. Estaba cantando el clásico de los setenta The Night Chicago Died, con una voz que a Myron le recordó esas mujeres chinas ancianas sentadas en la parte posterior de una lavandería. El albino también tenía un bote de hojalata y un montón de casetes. Un anuncio rezaba: «El auténtico Benny y su sitar mágico, sólo por diez dólares». El original. Oh, no quiero a ese albino de imitación, ni su sitar, ni su música de los setenta, no, señor.

Benny lo miró y sonrió. Cuando llegó a la parte de la canción en que el hijo se entera de que cien polis han muerto, tal vez incluso el padre del chico, Benny se puso a llorar. Conmovedor. Myron depositó un dólar en el bote. Cruzó la calle y sus pensamientos volvieron a la cinta de vídeo de Emily y la Sacudepolvos. Se preguntó sobre su importancia. Se había sentido como un voyeur lascivo cuando miraba la cinta, y ahora también por proyectarla de nuevo en su mente. Al fin y al cabo, no debía de ser más que una digresión extravagante. ¿Qué relación podía tener todo aquello con el asesinato de Liz Gorman? No veía ninguna. De todos modos, aún le costaba encajar a Liz Gorman en la ludopatía de Greg, e incluso en el conjunto general de los acontecimientos.

En cualquier caso, el vídeo planteaba algunos temas de interés. Para empezar, las acusaciones de malos tratos contra Greg. ¿Eran ciertas o, como Marty Felder había indicado, el abogado de Emily había cargado las tintas? ¿No había dicho Emily a Myron que haría cualquier cosa con tal de conservar a sus hijos, incluso matar? ¿Cómo había reaccionado Emily cuando se enteró de la existencia de la cinta? Espoleada por aquella espantosa violación de su intimidad, ¿hasta dónde sería capaz de llegar?

Myron entró en el edificio de oficinas de Park Avenue. Cambió una sonrisa lacónica en el ascensor con una joven vestida con traje chaqueta. El ascensor apestaba a colonia barata, de esas con las que te rocías por la mañana cuando decides que no quieres consumir demasiado tiempo duchándote. La joven olfateó el aire con descaro y miró a Myron, que dijo:

– No llevo colonia.

La chica no parecía muy convencida. O quizás estuviese condenando al sexo masculino en general por semejante afrenta. Dadas las circunstancias, era muy comprensible.

– Intente contener la respiración -le aconsejó Myron.

Ella lo miró con cara de pocos amigos.

Cuando Myron entró en su despacho, Esperanza le sonrió.

– Buenos días -dijo.

– Oh, no.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.

– Nunca me habías dicho buenos días -repuso Myron-. Jamás.

– Sí que lo he hecho.

Myron negó con la cabeza.

– ¿«Tú también», Esperanza?

– ¿De qué estás hablando?

– Te has enterado de lo que pasó anoche e intentas ser…, ¿cómo lo diría?, amable conmigo.

– ¿Crees que me importa algo ese jodido partido, o que dieras con el culo en tierra en cada paso? -le increpó Esperanza con los ojos encendidos de indignación.

– Demasiado tarde -dijo Myron, al tiempo que negaba con la cabeza-. Estás preocupada.

– No. Estuviste fatal. Supéralo.

– Bonito intento.

– ¿Bonito intento? Estuviste fatal, te lo digo yo. Fue un espectáculo penoso. Estaba avergonzada de conocerte. Cuando entré agaché la cabeza para que nadie me reconociera.

Myron se inclinó y la besó en la mejilla.

Esperanza lo rechazó con el dorso de la mano.

– Y encima esto.

– Estoy bien -dijo Myron-. De veras.

– Me tiene sin cuidado cómo estés.

Sonó el teléfono. Esperanza descolgó.

– MB SportsReps. Sí, Jason, está aquí. Aguarda un momento. -Cubrió el receptor con la mano-. Es Jason Blair.

– ¿El gusano que opina que tienes un bonito culo?

Esperanza asintió.

– Háblale de mis piernas.

– Contestaré en mi despacho -señaló Myron. Una fotografía puesta encima de una pila de papeles llamó su atención-. ¿Qué es eso?

– El expediente de la Brigada del Cuervo -respondió Esperanza.

Myron cogió una foto tomada en 1973; la única en que los siete aparecían juntos. Descubrió enseguida a Liz Gorman. No la había visto bien, pero a juzgar por lo que observaba ahora, nadie habría imaginado que Carla y Liz Gorman eran la misma persona.

– ¿Te importa que me la quede unos minutos?

– Como quieras.

Entró en su despacho y descolgó el teléfono.

– ¿Qué pasa, Jason?

– ¿Dónde coño has estado?

– Por ahí. ¿Y tú?

– No te hagas el gracioso conmigo. Le encargaste a esa tía que negociara mi contrato y la cagó. Me dan ganas de abandonar MB.

– Cálmate, Jason. ¿Cómo la cagó?

– ¿No lo sabes? -preguntó Jason en tono de incredulidad.

– No.

– Bien, estábamos en plenas negociaciones con los Red Sox, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Yo quiero quedarme en Boston. Ambos lo sabemos. Pero hay que correr la voz de que voy a marcharme. Fuiste tú quien dijo que lo hiciera, para convencerles de que quería cambiar de equipo. Para que paguen más. Soy muy libre de hacer lo que me dé la gana. Era lo que debíamos hacer, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– No queremos que sepan que mi intención es quedarme en el equipo, ¿verdad?

– Así es, hasta cierto punto.

– Y una mierda. El otro día mi vecino recibe una carta de los Sox solicitando que renueve su pase de la temporada. Adivina de quién es la foto que sale en el folleto y la vuelta de quién se anuncia en él. Adelante, adivina.

– ¿Era la tuya, Jason?

– ¡Claro que era la mía! Ahora déjame hablar con la señorita Culito Respingón…

– Tiene unas piernas fantásticas, además.

– ¿Qué?

– Sus piernas. ¿Te has fijado en sus piernas?

– ¿Estás tomándome el pelo, o qué? Escucha: ella me dijo que los Sox habían llamado para preguntar si podían utilizar mi foto en el anuncio, aunque aún no hubiera firmado. ¡Y la tía les dijo que lo hicieran! ¡Adelante, y a joderse! ¿Qué quieres que piensen esos gilipollas? Yo te lo diré. Creen que voy a firmar a cualquier precio. Y todo por culpa de ella.

Esperanza abrió la puerta sin llamar.

– Esto llegó hace poco. -Arrojó un contrato sobre el escritorio de Myron. Era el de Jason. Myron lo examinó-. Ponme a ese cerebro de mosquito por el altavoz.

Myron lo hizo.

– Jason… -dijo Esperanza.

– Joder, tía, sal de la línea. Estoy hablando con Myron.

Esperanza no le hizo caso.

– Aunque no mereces saberlo, lo de tu contrato ya está hecho. Has conseguido todo lo que querías y más. -Aquello aplacó a Jason.

– ¿Cuatrocientos mil más por año?

– Seiscientos mil. Más un cuarto de millón extra al firmar.

– ¿Cómo…? ¿Qué…?

– Los Sox la cagaron -le repuso Esperanza-. Cuando imprimieron tu foto en el correo comercial, fue como si el trato ya se hubiera cerrado.

– No lo entiendo.

– Muy sencillo. La publicidad salió con tu foto. La gente compró abonos gracias a eso. Entretanto, llamé a la oficina central y dije que habías decidido firmar por los Rangers de Texas. Les dije que el trato estaba casi cerrado. -Esperanza se removió en la silla-. Bien, Jason, ponte por un instante en el lugar de los directivos de los Red Sox. ¿Qué harías? ¿Cómo les explicarías a todos esos socios que Jason Blair, cuya foto ha aparecido en el último material publicitario del club, no jugará porque los Rangers de Texas han superado su oferta?

– A la mierda tu culo y tus piernas -dijo Jason tras un breve silencio-. Tienes el cerebro más bonito que he visto en mi vida.

– ¿Algo más, Jason? -preguntó Myron.

– Entrena un poco, Myron. Por lo que vi anoche, lo necesitas. Quiero repasar los detalles con Esperanza.

– Pásamelo a mi despacho -indicó ella.

– Buena jugada -dijo Myron dirigiéndose a Esperanza.

– Alguien del departamento de marketing de los Sox la cagó. Suele pasar -repuso ella encogiéndose de hombros.

– Lo hiciste muy bien.

– Mi turgente busto está henchido de orgullo -repuso ella.

– Olvida lo que te he dicho. Ve a contestar la llamada.

– No, de veras, mi objetivo en la vida es ser como tú.

Myron negó con la cabeza.

– Nunca tendrás mi culo.

– Eso es verdad -admitió Esperanza, y salió.

Ya a solas, Myron cogió la foto de la Brigada del Cuervo. Localizó a los tres miembros que aún seguían en paradero desconocido: Gloria Katz, Susan Milano y el enigmático líder de los Cuervos y su miembro más famoso: Cole Whiteman. Nadie había atraído más la atención y la ira de la prensa que Cole Whiteman. Myron iba a la escuela elemental cuando los Cuervos pasaron a la clandestinidad, pero recordaba algunas historias. De hecho, Cole habría podido pasar por hermano de Win: rubio, de facciones aristocráticas, familia acomodada. Mientras todos los demás miembros iban sucios y desgreñados, Cole siempre aparecía recién afeitado, con un corte de pelo muy clásico. Su única concesión a los sesenta eran unas patillas exageradas. En Hollywood no le habrían adjudicado un papel de radical de izquierdas. Como Myron había aprendido de Win, las apariencias engañan.

Dejó la fotografía sobre el escritorio y marcó el número de Dimonte en el Departamento de Policía. Después de que Dimonte rugiera un «hola», Myron le preguntó si tenía algo nuevo.

– ¿Acaso te crees que somos socios, Bolitar?

– Como Starsky y Hutch -contestó Myron.

– Dios, cómo los echo de menos -dijo Dimonte con un suspiro-. Aquel coche… Cuando iban de marcha con Fuzzy Bear.

Se estaba poniendo melancólico. Myron temió que hablara en serio.

– El tiempo vuela, Rolly. Deja que te eche una mano.

– Primero tú. ¿Qué tienes?

Otra negociación. Myron le habló de la adicción al juego de Greg. Como imaginaba que Rolly también había conseguido los registros telefónicos, le habló del supuesto plan de chantaje. No hizo ningún comentario acerca de la cinta de vídeo. No sería justo, antes tenía que hablar con Emily. Dimonte hizo algunas preguntas.

– Muy bien, ¿qué quieres saber? -dijo cuando se dio por satisfecho.

– ¿Descubriste algo más en casa de Greg?

– Nada. Tal como suena. Nada. Me dijiste que habías encontrado ropa femenina en el dormitorio, lociones o algo por el estilo, ¿te acuerdas?

– Sí.

– Bien, pues alguien se lo llevó también. Ni rastro de potingues femeninos.

«De manera que la teoría de la amante de nuevo enseña la cabeza -pensó Myron-. La amante vuelve a casa y limpia la sangre para proteger a Greg. Después, hace desaparecer su rastro para asegurarse de que su relación seguirá siendo un secreto.»

– ¿Algún testigo? -preguntó Myron-. ¿Alguien vio algo en el edificio de Liz Gorman?

– No. Hemos peinado todo el barrio. Nadie vio nada. Todo el mundo estaba estudiando o algo por el estilo. Ah, otra cosa: la prensa ya se ha enterado de lo del crimen. El artículo aparece en las ediciones matutinas.

– ¿Les dijiste el verdadero nombre de la víctima?

– ¿Estás loco? Claro que no. Creen que es otro caso de homicidio con escalo. Pero escucha esto: esta mañana hemos recibido una llamada anónima. Alguien sugirió que registráramos la casa de Greg Downing.

– No me jodas.

– Te lo juro. Una voz femenina.

– Le están montando una trampa, Rolly.

– No me vengas con chorradas, Sherlock. Y una mujer, nada menos. El asesinato no ha obtenido una gran resonancia. Sale en las últimas páginas, como cualquier otro homicidio vulgar. Ocupó un poco más de espacio porque sucedió muy cerca de un campus universitario.

– ¿Has investigado esa relación? -preguntó Myron.

– ¿Qué relación?

– La proximidad de la Universidad de Columbia. La mitad de los movimientos políticos de los sesenta empezaron ahí. Puede que aún existan simpatizantes en las aulas. Quizás alguien ayudó a Liz Gorman.

Dimonte dejó escapar un suspiro.

– Bolitar, ¿crees que todos los polis son deficientes mentales?

– No.

– ¿Crees que eres el único que ha pensado en eso?

– Bueno, dicen que soy un chico bien dotado.

– Pues en la sección de deportes de hoy no he leído precisamente eso.

Touché.

– ¿Qué has averiguado?

– Alquiló el piso a un profesor de Columbia medio chiflado, fanático e izquierdista, llamado Sidney Bowman.

– Me encanta tu tolerancia, Rolly.

– Sí, bueno, pierdo los estribos cuando recuerdo aquellas asambleas en la Universidad de California. El rojeras no tiene ninguna intención de soltar nada. Dice que le alquiló el piso y la tía pagó en efectivo. Todos sabemos que miente. Los federales lo pasaron por la piedra, pero un ejército de abogados liberales y maricones acudió al rescate. Nos llamaron cerdos nazis y otras cosas por el estilo.

– Eso no es un cumplido, Rolly. Por si no lo sabías.

– Gracias por iluminarme. Krinsky está siguiéndolo, pero no ha conseguido nada. El tal Bowman no es ningún descerebrado. Sabe que estamos vigilándolo.

– ¿Qué más has averiguado de él?

– Es divorciado. Sin hijos. Da clases de una de esas chorradas existenciales que no sirven para nada. Según Krinsky, dedica casi todo su tiempo a ayudar a los sin techo. Se pasa el día confraternizando con vagabundos en parques y refugios. Como ya he dicho, un chiflado.

Win entró en el despacho sin llamar. Se encaminó sin vacilar hacia un rincón y abrió la puerta del armario, que reveló un espejo de cuerpo entero. Examinó su pelo. Se peinó hasta que el último mechón estuvo perfecto. Después separó un poco las piernas e hizo como si tuviera en las manos un palo de golf. Levantó lentamente los brazos como si fuese a golpear la bola, sin dejar de observar su imagen en el espejo, procurando que el brazo derecho quedara recto. Solía repetir ese movimiento muchas veces al día. Se paraba incluso delante de los escaparates. Era una costumbre irritante que a Myron le recordaba a esos culturistas que no podían pasar por delante de un espejo sin flexionar el brazo.

– ¿Tienes algo más, Rolly?

– No. ¿Y tú?

– Nada. Te llamaré más tarde.

– No sé si podré esperar, Hutch -señaló Dimonte-. ¿Sabes una cosa? Krinsky es tan joven que casi no se acuerda de la serie. Triste, ¿verdad?

– La juventud de hoy no tiene cultura -dijo Myron, y colgó el auricular.

Win continuaba estudiándose en el espejo.

– Infórmame, por favor -dijo. Myron lo hizo. Cuando terminó, Win añadió-: Esa tal Fiona, la ex playmate, parece una candidata perfecta para un interrogatorio de Windsor Horne Lockwood III.

– Ajá -admitió Myron-, pero ¿por qué no me hablas antes del interrogatorio al que Windsor Horne Lockwood III sometió a la Sacudepolvos?

Win frunció el entrecejo ante el espejo, modificó la forma en que agarraba el palo invisible.

– Es más bien callada -dijo-, así que adopté otra estrategia.

– ¿Cuál?

Win le contó la conversación. Myron sacudió la cabeza.

– ¿La seguiste?

– Sí.

– ¿Y?

– No hay mucho que contar. Fue a casa de TC después del partido. Se quedó a dormir allí. No hubo ninguna llamada importante desde la residencia de TC. O nuestra conversación no la impresionó o no sabe nada.

– O sabía que la seguían -puntualizó Myron.

Win volvió a fruncir el entrecejo. O no le había gustado la insinuación de Myron o había observado alguna imperfección en sus movimientos. Probablemente lo último. Se volvió y echó un vistazo a la foto que había sobre el escritorio de Myron.

– ¿Ésa es la Brigada del Cuervo?

– Sí. Hay uno que se parece a ti.

Myron señaló a Cole Whiteman.

Win estudió la fotografía unos segundos.

– Aunque el hombre es muy atractivo, carece del estilo que me caracteriza y de mi impresionante presencia.

– Por no mencionar tu humildad.

Win tendió la mano.

– Veo que lo has comprendido.

Myron volvió a mirar la foto. Pensó de nuevo en lo que había dicho Dimonte, en la rutina diaria del profesor Sidney Bowman… De repente lo comprendió todo. Se le heló la sangre en las venas. Cambió mentalmente un poco las facciones de Cole, imaginó deformaciones debidas a la cirugía estética y al envejecimiento. No encajaba con exactitud, pero se aproximaba bastante.

Liz Gorman había modificado la característica que más la identificaba. ¿No sería lógico suponer que Cole Whiteman hubiera hecho lo mismo?

– ¿Myron?

Éste levantó la vista.

– Creo que sé dónde encontrar a Cole Whiteman.

Загрузка...