11

Aparcaron en la calle y caminaron hasta el Dakota, uno de los grandes edificios de Nueva York, aunque es más conocido por ser el lugar donde asesinaron a John Lennon. Un ramo de rosas lozanas indicaba el lugar donde había caído su cuerpo. Myron siempre sentía una sensación extraña cuando pasaba por encima, como si estuviese pisando una tumba o algo así. El portero del Dakota debía haber visto a Myron un centenar de veces, pero siempre fingía lo contrario y telefoneaba al apartamento de Win.

Las presentaciones fueron breves. Win le buscó a Brenda un lugar donde estudiar. Ella sacó un texto de medicina del tamaño de una lápida y se puso cómoda. Win y Myron fueron a una sala medio decorada al estilo de Luis no sé qué. Había una chimenea con grandes atizadores de hierro y un busto en la repisa. Los muebles parecían, como de costumbre, acabados de lustrar pero muy viejos. Óleos de hombres severos y no obstante afeminados miraban desde las paredes. Y sólo para mantener las cosas en la década correcta, había una gran pantalla de televisión y un vídeo en el centro.

Los dos amigos se sentaron y pusieron los pies en alto.

– ¿Qué opinas? -preguntó Myron.

– Es demasiado alta para mi gusto -dijo Win-, pero tiene unas bonitas piernas.

– Me refiero a protegerla.

– Le encontraremos un lugar -prometió Win. Entrelazó las manos detrás de la nuca-. Cuéntame.

– ¿Conoces a Arthur Bradford?

– ¿El candidato a gobernador?

– Sí.

Win asintió.

– Nos hemos encontrado varias veces. Una vez jugué al golf con él y su hermano en Merion.

– ¿Puedes conseguir una cita?

– Ningún problema. Nos han estado llamando para conseguir una suculenta donación. -Cruzó las piernas a la altura de los tobillos-. ¿Cómo encaja Arthur Bradford en todo esto?

Myron recapituló los acontecimientos del día: el Honda Accord que los seguía, los pinchazos telefónicos, la camisa ensangrentada, las llamadas telefónicas de Horace Slaughter al despacho de Bradford, la visita sorpresa de FJ, el asesinato de Elizabeth Bradford, y el papel de Anita al encontrar el cadáver.

Win pareció poco impresionado.

– ¿De verdad ves un vínculo entre el pasado de los Bradford y el presente de los Slaughter?

– Sí, puede ser.

– Entonces permíteme comprobar si puedo seguir tu razonamiento. Puedes corregirme si me equivoco.

– Vale.

Win apoyó los pies en el suelo y unió las puntas de los dedos apoyando los índices en la barbilla.

– Veinte años atrás Elizabeth Bradford murió en unas circunstancias un tanto curiosas. Su muerte fue calificada como un accidente, aunque un tanto extraño. Tú no te lo crees. Los Bradford son ricos, y, por lo tanto, sospechas todavía más de la versión oficial…

– No sólo son ricos -interrumpió Myron-. ¿Caerse de su propio balcón? Venga ya.

– Sí, de acuerdo, me parece justo. -Win volvió a unir las manos-. Supongamos que has acertado en tus sospechas. Asumamos que algo extraño ocurrió cuando Elizabeth Bradford cayó antes de morir. Y también voy a asumir, como sin duda también lo has hecho, que Anita Slaughter, en su cometido como doncella, sirvienta o lo que sea, apareció en la escena y fue testigo de algo incriminatorio.

Myron asintió.

– Continúa.

Win separó las manos.

– Bien, amigo mío, es ahí donde llegas a un punto muerto. Si la querida señora Slaughter de verdad vio algo que no se debía ver, el tema se hubiese resuelto de inmediato. Conozco a los Bradford. No son personas que corran riesgos. Anita hubiese muerto, o se hubiese visto forzada a huir de inmediato. Pero en cambio, y aquí está la pega, esperó nueve meses completos antes de desaparecer. Por lo tanto, concluyo que los dos incidentes no están relacionados.

Detrás de ellos Brenda carraspeó. Ambos se volvieron hacia la puerta. La muchacha miró a Myron. No parecía contenta.

– Creía que vosotros dos estabais discutiendo un tema de negocios.

– Y lo estamos discutiendo -se apresuró a decir Myron-. Me refiero a que íbamos a hacerlo. Por eso que vine aquí. Para hablar de un tema de negocios. Pero comenzamos primero a hablar de esto, y bueno, ya sabes, una cosa lleva a la otra. Pero no fue intencionado ni nada parecido. Vine aquí para hablar de un tema de negocios, ¿no es así?

Win se inclinó hacia delante y palmeó la rodilla de Myron.

– Muy hábil -dijo.

Ella cruzó los brazos. Sus ojos eran como dos taladros.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó Myron.

Brenda señaló a Win.

– Desde que dijo que tenía unas bonitas piernas. Me perdí la parte de ser demasiado alta para su gusto.

Win sonrió. Brenda no esperó a que se lo pidiese. Cruzó la habitación y cogió una silla. Mantuvo la mirada fija en Win.

– Sólo para que conste, no me creo nada de todo esto -le dijo Brenda-. A Myron le cuesta creer que una madre abandone sin más a su hija pequeña. No tiene ningún problema en creer que un padre haga lo mismo, pero no la madre. Aunque se lo he explicado, es un tanto machista.

– Un cerdo -admitió Win.

– Pero -continuó ella-, si los dos vais a estar aquí jugando a ser Holmes y Watson, yo sí que veo una manera de superar vuestro -hizo una señal de comillas con los dedos- punto muerto.

– Por favor, continúa -dijo Win.

– Cuando Elizabeth Bradford cayó y murió, mi madre pudo haber visto algo que en un primer momento pareció inocente. No sé el qué. Quizás algo preocupante, pero nada por lo que inquietarse. Ella continuó trabajando para la familia, fregando los suelos y los baños. Quizás un día abrió un cajón. O un armario. Y quizás encontró algo que, relacionado con lo que vio el día en que murió Elizabeth Bradford, la llevó a la conclusión de que después de todo no fue un accidente.

Win miró a Myron. Myron enarcó las cejas.

Brenda suspiró.

– Antes de que continuéis con esas miradas de superioridad, esas que dicen «vaya, chico, la mujer tiene la capacidad de raciocinio», dejadme añadir que sólo estoy intentando aclarar la posibilidad de los hechos. Yo no me lo creo ni por un momento. Deja demasiadas cosas sin explicar.

– ¿Cómo qué? -preguntó Myron.

Brenda se volvió hacia él.

– Como por qué mi madre escapó de la manera que lo hizo. Por qué iba a dejar aquella cruel nota para mi padre hablándole de otro hombre. Por qué nos dejó sin un centavo. Por qué dejó atrás a una hija a la que teóricamente amaba.

No había ningún temblor en la voz. De hecho, todo lo contrario. El tono era demasiado firme, insistía demasiado en la normalidad.

– Quizá quería proteger a su hija de un daño mayor -señaló Myron-. Tal vez intentaba descorazonar a su marido para que no la buscase.

Ella frunció el entrecejo.

– ¿Así que se lleva todo su dinero y finge escaparse con otro hombre? -Brenda miró a Win-. ¿De verdad se cree esa mierda?

Win levantó las manos y asintió como si pidiese disculpas.

Brenda se dirigió hacia Myron.

– Aprecio lo que intentas hacer, pero no cuadra. Mi madre se fugó hace veinte años. Veinte años. ¿En todo ese tiempo no pudo hacer nada más que escribir un par de cartas y llamar a mi tía? ¿No se le ocurrió alguna manera de ver a su propia hija? ¿Arreglar un encuentro? ¿Al menos una vez en veinte años? ¿En todo ese tiempo no encontró dónde afincarse y venir a buscarme?

Se detuvo como si se hubiese quedado sin aliento. Se llevó las rodillas al pecho y se giró. Myron se giró hacia a Win, que permaneció inmóvil. El silencio presionó contra las ventanas y las puertas.

Win rompió por fin el silencio.

– Basta de especulaciones. Voy a llamar a Arthur Bradford. Él nos recibirá mañana.

Win salió de la habitación. Con algunas personas podías mostrarte escéptico, o al menos preguntarte cómo podían estar tan seguros de que el candidato a gobernador les vería con tan poco tiempo de anticipación. No cuando se trataba de Win.

Myron miró a Brenda. Ella no le devolvió la mirada. Win regresó pocos minutos después.

– Mañana por la mañana -anunció-. A las diez.

– ¿Dónde?

– En su finca, en Bradford Farms. En Livingston.

Brenda se levantó.

– Si hemos acabado con este tema, os dejaré solos. -Se dirigió a Myron-. Para que podáis hablar de negocios.

– Una cosa más -dijo Win.

– ¿Qué?

– El tema de un lugar seguro. Ella se detuvo y esperó.

Win se echó hacia atrás.

– Os invito a ti y a Myron a quedaros aquí si estáis cómodos. Como puedes ver, tengo muchas habitaciones. Puedes utilizar el dormitorio al final del pasillo. Tiene su propio baño. Myron estará al otro lado del pasillo. Tienes la seguridad del Dakota y una fácil y cercana proximidad a ambos.

Win observó a Myron, que intentó ocultar su sorpresa. Con frecuencia se quedaba a dormir -incluso tenía ropa y cepillo de dientes-, pero Win nunca había hecho antes una oferta de ese tipo. Por lo general, reclamaba una intimidad absoluta.

– Gracias -dijo Brenda.

– El único problema potencial -añadió Win- es mi vida privada.

– Vaya, vaya.

– Puedo traer una sorprendente variedad de damas para muy diversos propósitos -continuó-. Algunas veces a más de una. A veces hago filmaciones. ¿Te causa algún problema eso?

– No -respondió ella-. Siempre que yo pueda hacer lo mismo con los hombres.

Myron comenzó a toser.

Win permaneció imperturbable.

– Por supuesto. La cámara de vídeo está en aquel armario.

Ella se volvió hacia el mueble y asintió.

– ¿Tiene trípode?

Win abrió la boca, la cerró, sacudió la cabeza.

– Demasiado fácil -dijo.

– Tío listo. -Brenda sonrió-. Buenas noches, tíos.

Cuando se hubo marchado, Win se volvió hacia Myron.

– Ya puedes cerrar la boca.


Win se sirvió un coñac.

– ¿Cuál es el problema de negocios que quieres discutir?

– Es Esperanza -respondió Myron-. Quiere convertirse en socia.

– Sí, lo sé.

– ¿Te lo ha dicho?

Win hizo girar el líquido en la copa.

– Me lo consultó. Sobre todo en los cómo. El montaje legal necesario para hacer el cambio.

– ¿Y nunca me has hablado de ello?

No respondió. La respuesta era obvia. Win odiaba decir obviedades.

– ¿Quieres un Yoo-Hoo?

Myron rechazó el ofrecimiento.

– La verdad es que no sé qué hacer.

– Sí, lo sé. Lo has ido aplazando.

– ¿Te lo ha contado ella?

Win lo miró.

– Ya sabes que no.

Myron asintió. Lo sabía.

– Oye, es mi amiga…

– Corrección -le interrumpió Win-. Ella es tu mejor amiga. Más, quizá, que yo mismo. Pero eso no debe influir en tu decisión. Ella sólo es una empleada, quizás una muy buena, pero tu amistad no debe contar para nada. Tanto por tu bien como por el de ella.

Myron asintió.

– Sí, tienes razón, olvida lo que he dicho Y comprendo todos sus motivos. Ha estado conmigo desde el principio. Ha trabajado duro. Ha acabado la carrera de derecho.

– ¿Pero?

– Pero ¿socia? Me encantaría ascenderla, darle su propio despacho, más responsabilidades, incluso ver cómo puedo montar un programa de participación en los beneficios. Pero ella no lo aceptaría. Quiere ser socia.

– ¿Te ha dicho por qué?

– Sí -respondió Myron.

– ¿Y?

– No quiere trabajar para nadie. Así de sencillo. Ni siquiera para mí. Su padre trabajó para cabronazos durante toda su vida. Su madre limpiaba las casas de otras personas. Juró que un día trabajaría para ella misma.

– Ya veo -dijo Win.

– Y estoy de acuerdo. ¿Y quién no? Sus padres probablemente trabajaban para unos ogros abusivos. Olvida nuestra amistad. Olvida el hecho de que quiero a Esperanza como a una hermana. Soy un buen jefe. Soy justo. Incluso ella tiene que admitirlo.

Win bebió un buen trago.

– Pero es obvio que no es bastante para ella.

– ¿Entonces qué se supone que debo hacer? ¿Ceder? Las sociedades entre amigos o familiares nunca funcionan. Nunca. Así de sencillo. El dinero jode todas las relaciones. Tú y yo nos esforzamos mucho para mantener nuestras empresas vinculadas pero separadas. Por eso nos hemos salido con la nuestra. Tenemos metas similares, pero eso es todo. No existe una vinculación monetaria. Sé de un montón de buenas relaciones y buenas empresas que han sido destruidas por algo así. Mi padre y su hermano siguen sin hablarse por una cuestión de negocios. No quiero que eso ocurra en mi caso.

– ¿Se lo has dicho a Esperanza?

Myron negó con la cabeza.

– Me ha dado una semana para que tome una decisión. Luego se va.

– Dura situación -señaló Win.

– ¿Alguna sugerencia?

– Ninguna.

Win echó la cabeza hacia atrás y sonrió.

– ¿Qué?

– Tu argumento -respondió Win-. Lo encuentro irónico.

– ¿Por qué?

– Crees en el matrimonio, la familia, la monogamia y todas esas tonterías, ¿no?

– ¿Y qué?

– Crees en criar a los hijos, en las cercas blancas, en la canasta de baloncesto junto a la entrada del garaje, en la liga de fútbol infantil, las clases de baile, todo ese montaje.

– De nuevo pregunto ¿y qué?

Win abrió los brazos.

– Pues yo podría decir que los matrimonios y cosas por el estilo nunca funcionan. Inevitablemente llevan al divorcio, a la desilusión, a la muerte de los sueños, o como mínimo a la amargura y el resentimiento. Al igual que tú, podría poner a mi propia familia como ejemplo.

– No es lo mismo, Win.

– Ya, lo reconozco. Pero la verdad es que todos tomamos los hechos y los computamos a través de nuestras propias experiencias. Has tenido una maravillosa vida familiar; por lo tanto, crees lo que crees. Por supuesto, yo soy lo opuesto. Sólo un salto de fe podría cambiar nuestras posiciones.

Myron torció el gesto.

– ¿Se supone que esto ayuda?

– Por supuesto que no -dijo Win-. Pero de verdad disfruto mucho con estas tonterías filosóficas.

Win cogió el mando a distancia y encendió el televisor. El show de Mary Tyler Moore. Se sirvieron sus bebidas y se acomodaron para mirar.

Win bebió otro sorbo que dio color sus mejillas.

– Quizá Lou Grand te dará la respuesta.


No lo hizo. Myron imaginó lo que pasaría si él trataba a Esperanza de la misma manera que Lou trataba a Mary. Si Esperanza hubiese estado de buen humor, probablemente le hubiese arrancado el pelo hasta que se hubiese parecido a Murray.

Hora de ir a la cama. Camino de su habitación, Myron hizo una visita a Brenda. Estaba sentada en la posición del loto en una antigua cama estilo reina no sé cuántos. El gran libro de texto estaba abierto delante de ella. Su concentración era total, y, por un momento, sólo la contempló. Su rostro mostraba la misma serenidad que le había visto en la cancha. Vestía un pijama de franela, la piel todavía un poco húmeda por la ducha, una toalla envuelta en el pelo.

Brenda intuyó su presencia y alzó la mirada. Cuando le sonrió, Myron sintió que algo le encogía el estómago.

– ¿Necesitas algo? -preguntó él.

– Estoy bien -respondió ella-. ¿Has resuelto tu asunto de negocios?

– No.

– No tenía intención de espiar.

– No te preocupes por eso.

– Me refería a lo que dije antes. Quiero que seas mi agente.

– Me alegro.

– ¿Te encargarás de los contratos?

Myron asintió.

– Buenas noches, Myron.

– Buenas noches Brenda.

Ella bajó la mirada y pasó una página. Myron la miró durante otro segundo. Luego se fue a la cama.

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