Peter Frankel, un niño de seis años de Cedar Grove, Nueva Jersey, llevaba desaparecido ocho horas. Frenéticos, Paul y Missy Frankel, los padres del chico llamaron a la policía. El patio de los Frankel daba a una zona arbolada del pantano. La policía y los vecinos formaron grupos de búsqueda. Trajeron sabuesos. Los vecinos incluso trajeron sus propios perros. Todos querían ayudar.
No tardaron mucho en encontrar a Peter. Al parecer el chico se había metido en el cobertizo de herramientas de un vecino y se había quedado dormido. Cuando despertó, empujó la puerta, pero estaba trabada. Peter estaba asustado, por supuesto, pero sano y salvo. Todos respiraron aliviados. Sonó la sirena de incendios de la ciudad para avisar a los buscadores de que podían volver.
Un perro no hizo caso de la sirena. Un pastor alemán llamado Wally se adentró en el bosque y comenzó a ladrar hasta que el oficial Craig Reed, nuevo en el cuerpo canino, fue a ver qué inquietaba a Wally.
Cuando Reed llegó, encontró a Wally ladrando junto a un cadáver. Llamaron al médico forense, su conclusión: la víctima, una mujer de veintitantos años, llevaba muerta menos de veinticuatro horas. Causa de la muerte: dos heridas de bala a quemarropa en la nuca.
Una hora más tarde Cheryl Sutton, segunda capitana de los Dolphins de Nueva York, identificó positivamente el cadáver como el de su amiga y compañera de equipo Brenda Slaughter.
El coche seguía aparcado en el mismo lugar.
– Quiero ir a dar una vuelta -dijo Myron-. Solo.
Win se enjugó los ojos con dos dedos. Luego salió del coche sin decir palabra. Myron se sentó al volante. Su pie apretó el acelerador. Pasó por delante de árboles, coches, carteles, tiendas, casas e incluso personas que estaban dando un paseo vespertino. La música sonaba en los altavoces del coche. Myron no se molestó en apagar la radio.
Continuó conduciendo. Las imágenes de Brenda intentaban infiltrarse, pero Myron las eludía y esquivaba.
Todavía no.
Cuando llegó al apartamento de Esperanza era la una de la madrugada. Estaba sola en la escalera de entrada, como si lo estuviese esperando. Él aparcó y permaneció en el coche. Esperanza se acercó. Él vio que había estado llorando.
– Pasa -dijo ella.
Myron negó con la cabeza.
– Win habló de saltos de fe -comenzó.
Esperanza permaneció inmóvil.
– En realidad no entendí a qué se refería. No dejaba de hablar de sus propias experiencias con las familias. El matrimonio lleva al desastre, dijo. Era así de sencillo. Ha visto casarse a mucha gente, y en casi todos los casos acaban haciéndose daño el uno al otro. Haría falta un gran salto de fe para que Win creyese otra cosa.
Esperanza lo miró, y siguió llorando.
– Tú la querías -afirmó.
Él cerró los ojos con fuerza, esperó, los abrió.
– No estoy hablando de eso. Estoy hablando de nosotros. Todo lo que sé, de mis pasadas experiencias, me dice que nuestra sociedad está condenada. Pero después te miro. Tú eres la mejor persona que conozco, Esperanza. Tú eres mi mejor amiga. Te quiero.
– Yo también te quiero -dijo ella.
– Vale la pena dar el salto por ti. Quiero que te quedes.
Ella asintió.
– Bien, porque de todas maneras no puedo marcharme. -Se acercó un poco más al coche-. Myron, por favor, pasa. Hablemos. ¿Vale?
Él menó la cabeza.
– Sé lo que ella significaba para ti.
De nuevo cerró los ojos con fuerza.
– Estaré en casa de Win dentro de unas pocas horas -dijo.
– De acuerdo. Te esperaré allí.
Él se marchó antes de que Esperanza pudiese decir nada más.