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Win llegó unos minutos más tarde. Miró los dos cadáveres y dijo:

– Muy bonito.

Myron no respondió.

– ¿Has tocado algo?

– Ya he limpiado todo el lugar -contestó Myron.

– Una petición -dijo Win.

Myron lo miró.

– La próxima vez que se dispare un arma en circunstancias similares di algo de inmediato. Un buen ejemplo podría ser: «No estoy muerto».

– La próxima vez -asintió Myron.

Salieron de la casa. Fueron hasta un supermercado cercano que abría las veinticuatro horas. Myron aparcó el Taurus y subió al Jaguar con Win.

– ¿Adónde vamos? -preguntó Win.

– ¿Oíste lo que Wickner dijo?

– Sí.

– ¿Qué has deducido?

– Todavía lo estoy procesando -respondió Win-. Pero es obvio que la respuesta está dentro de Bradford Farms.

– Probablemente, también Brenda.

Win asintió.

– Si es que todavía está viva.

– Pues es allí adonde debemos ir.

– ¿Rescatar a la rubia doncella de la torre?

– Si es que esta allí, es un gran sí. Y no podemos entrar disparando. Alguien podría asustarse y matarla. -Myron buscó su teléfono-. Arthur Bradford quiere que le ponga al día con las últimas noticias. Creo que le daré una. Ahora. En persona.

– Podría ser que intentasen matarte.

– Es ahí donde entras tú -señaló Myron.

Win sonrió.

– Mola.

Su palabra de la semana.

Entraron en la ruta 80 y fueron hacia el este.

– Deja que pelotee unos cuantos pensamientos contigo -dijo Myron.

Win asintió. Era un juego al que estaba acostumbrado.

– Esto es lo que sabemos -comenzó Myron-. Anita Slaughter es atacada. Tres semanas más tarde presencia el suicidio de Elizabeth Bradford. Pasan nueve meses. Luego huye de Horace. Vacía su cuenta bancaria, coge a su hija, y se oculta en el Holiday Inn. Es ahí donde las cosas comienzan a confundirse. Sabemos que Chance Bradford y Sam acaban allí. Sabemos que acaban llevándose a Anita herida del hotel. También sabemos que en algún momento antes Anita llama a Horace y le dice que recoja a Brenda…

Myron se interrumpió y miró a Win.

– ¿A qué hora sería eso?

– ¿Perdón?

– Anita llama a Horace para que recoja a Brenda. Tuvo que ser antes de que Sam entrase en escena, ¿correcto?

– Sí.

– Pero ahí está la cosa. Horace le dijo a Mabel que Anita le había llamado. Pero quizás Horace mentía. Me refiero a ¿por qué Anita llamaría a Horace? No tiene sentido. Huía de ese hombre. Ya había cogido todo el dinero. ¿Por qué iba a llamar a Horace y descubrir su escondite? Pudo llamar a Mabel, por ejemplo, pero nunca a Horace.

– Continúa -dijo Win.

– Supongamos… supongamos que lo estamos mirando desde un punto de vista del todo erróneo. Olvidemos a los Bradford por un momento. Vamos a considerarlo desde el punto de vista de Horace. Llega a casa. Encuentra la nota. Quizás incluso se entera de que le han robado el dinero. Está furioso. Así que supongamos que sigue a Anita hasta el Holiday Inn. Supongamos que entró allí para recuperar a su hija y su dinero.

– Por la fuerza -apuntó Win.

– Sí.

– ¿Entonces mató a Anita?

– No la mató. Pero quizá le dio una paliza tremenda. Quizás incluso la dio por muerta. En cualquier caso, se lleva a Brenda y el dinero. Horace llama a su hermana. Le dice que Anita le llamó para que recogiese a Brenda.

Win frunció el entrecejo.

– ¿Y después qué? ¿Anita se esconde de Horace durante veinte años? ¿Deja que críe a su hija por su cuenta, porque le tiene miedo?

Myron no parecía convencido.

– Quizás.

– Luego, si sigo tu lógica, veinte años más tarde, Anita se entera de que Horace la está buscando. ¿Así que es ella quien le mata? ¿Un último enfrentamiento? Pero entonces ¿quién se llevó a Brenda? ¿Y por qué? ¿O es que Brenda está aliada con su madre? Si bien hemos descartado a los Bradford en beneficio de las hipótesis, ¿cómo encajan en todo esto? ¿Por qué se preocupan tanto como para llegar a encubrir el asesinato de Horace Slaughter? Y en primer lugar, ¿qué estaba haciendo Chance Bradford en el hotel aquella noche?

– Hay agujeros -admitió Myron.

– Hay abismos de proporciones gigantescas -le corrigió Win.

– Hay otra cosa que no entiendo. Si los Bradford han tenido pinchado el teléfono de Mabel durante todo este tiempo, ¿no han podido rastrear las llamadas de Anita?

Win lo meditó.

– Quizá lo hicieron.

Silencio. Myron giró el botón del volumen. El partido estaba en su segunda mitad. Los Dolphins de Nueva York perdían escandalosamente. Los comentaristas preguntaban por el paradero de Brenda Slaughter. Myron bajó el volumen.

– Hay algo que estamos pasando por alto -opinó Myron.

– Sí, pero nos estamos acercando.

– Entonces sigamos intentándolo con los Bradford.

Win asintió.

– Abre la guantera. Ármate como un déspota paranoico. Esto puede ponerse feo.

Myron no discutió. Marcó el número privado de Arthur. Respondió en mitad del primer timbrazo.

– ¿Ha encontrado a Brenda? -preguntó Arthur.

– Voy camino de su casa -contestó Myron.

– ¿Entonces la ha encontrado?

– Estaré allí en quince minutos -dijo Myron-. Avise a sus guardias.

Myron colgó.

– Curioso -le comentó a Win.

– ¿Qué?

Entonces fue cuando Myron recibió el impacto. No poco a poco. Sino de una vez. Una tremenda avalancha que lo sepultó en un abrir y cerrar de ojos. Con mano temblorosa, Myron marcó otro número de teléfono en el teléfono móvil.

– Norm Zuckerman, por favor. Sí, sé que está mirando el partido. Dígale que soy Myron Bolitar. Dígale que es urgente. Y dígale que también quiero hablar con McLaughlin y Tiles.

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