Win y Myron corrieron de vuelta al Jaguar. Win conducía. Myron no preguntó por el destino de los dueños de aquellas cuatro radios. Tampoco le importaba.
– Revisé toda la finca -dijo Win-. No está aquí.
Myron pensó. Recordó haberle dicho al detective Wickner en el campo de la liga infantil que no dejaría de escarbar. Recordó la respuesta de Wickner: «Entonces morirán más personas».
– Tenías razón -manifestó Myron.
Win continuó conduciendo.
– No mantuve mi atención en el premio. Presioné demasiado.
Win no dijo nada.
Myron oyó el sonido de una llamada, y buscó su móvil. Al hacerlo, recordó que Sam se lo había cogido al entrar en la finca. La llamada sonaba en el teléfono del coche. Win atendió. Dijo: «Hola». Escuchó durante un minuto entero sin asentir, hablar o hacer sonido alguno. Después dijo: «Gracias», y colgó. Redujo la velocidad del coche y se desvió a un costado de la carretera. El coche se detuvo sin una sacudida. Puso punto muerto y apagó el motor.
Win se volvió hacia Myron, su mirada pesada como los siglos.
Por un momento fugaz, Myron se sintió intrigado. Pero sólo por un momento. Después su cabeza cayó a un lado, y soltó un pequeño gemido. Win asintió. Algo dentro del pecho de Myron se secó y salió volando.