Mientras Mattius, el mayordomo, llevaba a Myron de nuevo por el largo pasillo, las dos mismas palabras continuaban dando vueltas por el cráneo de Myron:
¿Mi padre?
Myron buscó un recuerdo, una mención casual del nombre Bradford en casa, una charla política referente al ciudadano más importante de Livingston. No recordó nada.
¿Entonces cómo era que Bradford conocía a su padre?
Mario el Gigante y Sam el Flacucho estaban en el vestíbulo. Mario iba de un lado a otro como si el propio suelo le hubiese cabreado. Sus brazos y manos gesticulaban con la sutileza de una película de Jerry Lewis. De haber sido un personaje de dibujos animados, el humo hubiese salido por sus orejas a toda pastilla.
Sam el Flacucho fumaba un Marlboro, apoyado en la balaustrada como Sinatra esperando a Dino. Sam tenía esa calma. Como Win. Myron podía participar en la violencia, y era bueno, pero estaban los picos de adrenalina y el temblor en las piernas y los sudores fríos posteriores al combate, cuando lo hacía. Era normal, por supuesto. Sólo unos pocos tenían la capacidad de desconectar, de permanecer calmados, observar los estallidos a cámara lenta.
Mario el Gigante se adelantó hacia Myron. Apretaba los puños contra los costados. Tenía el rostro contorsionado como si lo hubiesen aplastado contra una puerta de cristal.
– Estás muerto, gilipollas. ¿Me oyes? Muerto. Muerto y enterrado. Te llevaré afuera y…
Myron levantó de nuevo la rodilla. Y de nuevo encontró el objetivo. Mario el Gigante Imbécil cayó en el frío mármol y se movió como un pescado moribundo.
– El consejo amistoso del día -dijo Myron-: Un suspensorio de copa para protegerse sería una buena inversión, aunque no como receptáculo para beber.
Myron miró a Sam. Flacucho continuaba apoyado en la balaustrada. Le dio otra calada a su cigarrillo y dejó que el humo saliese por los orificios de la nariz.
– Un tipo nuevo -dijo Sam a modo de explicación.
Myron asintió.
– Algunas veces sólo quieres asustar a las personas estúpidas -añadió Sam-. Las personas estúpidas se asustan de los grandes músculos. -Otra calada-. Pero no deje que su incompetencia le haga sentirse chulo.
Myron miró abajo. Iba a responder con una gracia, pero se contuvo y sacudió la cabeza. Chulo, un rodillazo en los cojones.
Demasiado fácil.
Win esperaba junto al coche de Myron. Estaba un tanto inclinado por la cintura, y practicaba su swing de golf. No tenía palo ni pelota, por supuesto. ¿Recuerdas cuando tocabas música de rock a toda pastilla con una guitarra imaginaria dando saltos en la cama? Los golfistas hacen lo mismo. Oyen unos ruidos internos de la naturaleza, se colocan en una salida imaginaria, y mueven palos imaginarios. Por lo general, maderas imaginarias. Algunas veces, cuando quieren más control, sacan hierros imaginarios de sus bolsas imaginarias. Como los adolescentes con las guitarras imaginarias, a los golfistas les gusta mirarse en los espejos. Win, por ejemplo, a menudo contempla su reflejo en los escaparates. Se detiene en la acera, se asegura de que el grip es correcto, controla el backswing, practica el juego de muñecas, lo que sea.
– ¿Win?
– Un momento.
Win volvió a ajustar el espejo retrovisor del pasajero para verse mejor de cuerpo entero. Se detuvo en mitad del swing, vio algo en el reflejo, frunció el entrecejo.
– Recuerda -dijo Myron-. Los objetos en el espejo pueden parecer más pequeños de lo que son.
Win no le hizo caso. Volvió a colocar la, eh, pelota, escogió un sand wedge imaginario, e intentó un pequeño chip imaginario. Por la expresión en el rostro de Win, la pelota cayó en el green y rodó hasta un metro del hoyo. Win sonrió y levantó una mano para agradecer los aplausos de la multitud.
Golfistas.
– ¿Cómo has llegado tan rápido? -preguntó Myron.
– El bathelicóptero.
Lock-Horne Securities tenía un helicóptero y un helipuerto en la azotea del edificio. Lo más probable era que Win hubiese volado hasta un campo cercano y venido a la carrera.
– ¿Así que lo has oído todo?
Win asintió.
– ¿Qué opinas?
– Una pérdida de tiempo -dijo Win.
– Correcto, tendría que haberle disparado en la rodilla.
– Bueno, sí, así funcionan las cosas. Pero en este caso me refiero a todo el asunto.
– ¿Qué quieres decir?
– Digo que Arthur Bradford puede estar metido en algo. No estás manteniendo tus ojos en el premio.
– ¿Y cuál es el premio?
Win sonrió.
– Exacto.
Myron asintió.
– Una vez más, no tengo ni idea de lo que hablas.
Abrió las puertas del coche y los dos hombres ocuparon sus asientos. El tapizado simulando cuero estaba caliente por el sol. El aire acondicionado escupió algo que parecía saliva caliente.
– En ocasiones -señaló Win-, hemos realizado tareas extra-curriculares por una razón u otra. Pero, en su mayor parte, siempre hubo un propósito. Una meta, si quieres. Sabíamos qué estábamos intentando conseguir.
– ¿No crees que en esta ocasión sea ése el caso?
– Correcto.
– Entonces te daré tres objetivos -manifestó Myron-. Uno, intento encontrar a Anita Slaughter. Dos, intento encontrar al asesino de Horace Slaughter. Tres, intento proteger a Brenda.
– ¿Protegerla de qué?
– Todavía no lo sé.
– Ah -dijo Win-. Y deja que me asegure de si te he entendido bien, ¿consideras que la mejor manera de proteger a la señorita Slaughter es incordiar a los agentes de policía, a la familia más poderosa del estado, y a unos conocidos mañosos?
– No se puede evitar.
– Bueno, sí, en eso por supuesto tienes razón. También tenemos que considerar tus otros dos objetivos. -Win bajó el parasol y se miró el pelo en el espejo. Ni un pelo rubio fuera de lugar. Pero aun así se lo arregló, con el entrecejo fruncido. Cuando acabó, volvió a colocar el parasol en la posición original-. Empezaremos con el de encontrar a Anita Slaughter, ¿de acuerdo?
Myron asintió, pero sabía que no le iba a gustar donde les llevaría esto.
– Es el meollo del asunto, ¿no? Encontrar a la madre de Brenda.
– Correcto -asintió Myron.
– Así que, y permíteme de nuevo que me asegure de haberlo comprendido del todo, ¿te estás metiendo con los agentes de policía, la familia más poderosa del estado y los conocidos mañosos para encontrar a una mujer que se fugó hace veinte años?
– Sí.
– ¿La razón para esta búsqueda?
– Brenda. Quiere saber dónde está su madre. Tiene el derecho…
– Bah -le interrumpió Win.
– ¿Bah?
– ¿Qué eres, la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles? ¿Qué derecho? Brenda no tiene ningún derecho en ese tema. ¿Crees que Anita Slaughter está retenida contra su voluntad?
– No.
– Entonces, por favor dímelo, ¿qué pretendes conseguir? Si Anita Slaughter desease una reconciliación con su hija, la buscaría. Es obvio que ha optado por no hacerlo. Sabemos que se fugó hace veinte años. Sabemos que ha hecho todo lo posible para permanecer oculta. Lo que no sabemos, por supuesto, es por qué. En lugar de respetar su decisión, tú prefieres no hacerle caso.
Myron no dijo nada.
– En circunstancias normales -continuó Win-, esta búsqueda sería muy difícil. Pero cuando añades los factores mitigantes, el obvio peligro de inquietar a estos particulares adversarios, el envite es fácil. Para decirlo en pocas palabras, estamos corriendo un riesgo tremendo sin motivos de peso.
Myron sacudió la cabeza, pero vio la lógica. ¿No se había planteado a sí mismo esos mismos temas? Una vez más estaba haciendo su número de la cuerda floja, esta vez sobre un infierno, y estaba arrastrando con él a otros, incluida Francine Neagly. ¿Y para qué? Win tenía razón. Estaba cabreando a personas importantes. Quizás incluso estaba ayudando, sin darse cuenta, a aquellos que deseaban el mal a Anita Slaughter, obligándola a salir a campo abierto donde la tendrían a tiro con gran facilidad. Era consciente de que en este punto tenía que andar con pies de plomo. Un movimiento en falso y adiós.
– Hay algo más -intentó Myron-. Puede que encubriesen un crimen.
– ¿Ahora estás hablando de Elizabeth Bradford?
– Sí.
Win frunció el entrecejo.
– ¿Es lo que estás buscando, Myron? ¿Estás arriesgando vidas para poder hacer justicia después de veinte años? ¿Elizabeth Bradford te está llamando desde la tumba o algo así?
– También hay que pensar en Horace.
– ¿Qué pasa con él?
– Era mi amigo.
– ¿Crees que encontrar a su asesino aliviará tu culpa por no haber hablado con él en diez años?
Myron tragó saliva al oír la réplica.
– Es un golpe bajo, Win.
– No, amigo mío. Sólo intento apartarte del abismo. No estoy diciendo que no sea valioso lo que haces. Hemos trabajo antes por beneficios cuestionables. Pero tienes que hacer alguna especie de cálculo entre costes y beneficios. Estás intentando encontrar a una mujer que no quiere ser encontrada. Te estás enfrentando a fuerzas más poderosas que tú y yo juntos.
– Casi pareces asustado, Win.
Win lo miró.
– Tú me conoces.
Miró los ojos azules con chispas de plata. Asintió. Lo conocía.
– Estoy hablando de pragmatismo -continuó Win-, no de miedo. Presionar está bien. Forzar la confrontación está bien. Lo hemos hecho muchísimas veces antes. Ambos sabemos que muy pocas veces me aparto de dichas instancias, de que quizá las disfruto demasiado. Pero siempre había un objetivo. Buscamos a Kathy para ayudar a un cliente inocente. Buscamos a Greg porque tú recibías una buena compensación económica. Lo mismo podría decirse del chico Coldren. Pero aquí la meta es demasiado difusa.
El volumen de la radio era bajo, pero Myron aún oía a Seal «comparar» su amor con «un beso que salió de la tumba». Romántico.
– Tengo que seguir con ello -afirmó Myron-. Al menos un poco más.
Win no dijo nada.
– Y me gustaría contar con tu ayuda.
Todavía nada.
– Se crearon unas becas para ayudar a Brenda -explicó Myron-. Creo que su madre puede estar enviándole dinero por esa vía. De forma anónima. Quiero que intentes rastrear el camino del dinero.
Win extendió una mano y apagó la radio. Casi no había tráfico. El aire acondicionado zumbaba, pero, por lo demás, el silencio era opresivo. Después de un par de minutos, Win lo rompió.
– Estás enamorado de ella, ¿verdad?
La pregunta lo pilló por sorpresa. Myron abrió la boca, la cerró. Win nunca le había hecho antes una pregunta como ésa; en cambio, hacía todo lo posible por evitar el tema. Explicarle las relaciones amorosas a Win siempre había sido algo cercano a explicarle la música de jazz a una tumbona de playa.
– Es posible -admitió Myron.
– Está afectando a tu juicio -opinó Win-. La emoción puede estar dominando tu pragmatismo.
– No dejaré que lo haga.
– Finge que no estás enamorado de ella. ¿Seguirías adelante?
– ¿Te importaría?
Win asintió. Comprendía mejor que la mayoría. Las hipótesis no tenían nada que ver con la realidad.
– De acuerdo -dijo-. Dame la información de las becas. Veré lo que puedo encontrar.
Ambos se acomodaron en silencio. Win como siempre parecía relajado del todo y en estado de absoluta preparación.
– Hay una línea muy delgada entre lo implacable y lo estúpido -señaló Win-. Intenta permanecer en el lado correcto.