31

Fueron en el Jaguar. Win no se detuvo en los semáforos. No se detuvo para los peatones. En dos ocasiones se subió a las aceras para evitar los atascos.

Myron mantuvo la mirada adelante.

– Lo que dije antes. Aquello de que vas demasiado lejos.

Win esperó.

– Olvídalo -dijo Myron.

Durante el resto del viaje ninguno de los dos abrió la boca.

Win frenó con un chirrido de neumáticos en un aparcamiento ilegal en la esquina sudeste de la calle 33 y la Octava Avenida. Myron corrió hacia la entrada del personal del Madison Square Garden. Un agente de policía caminó hacia Win con una actitud autoritaria. Win rasgó un billete de cien dólares por la mitad y le dio una mitad. El poli asintió y se tocó la gorra. No hizo falta intercambiar ni una palabra.

El guardia de la entrada de empleados reconoció a Myron y le hizo pasar.

– ¿Dónde esta Norm Zuckerman? -preguntó Myron.

– En la sala de prensa. Al otro lado de…

Myron sabía dónde estaba. Mientras subía las escaleras de dos en dos, oyó el zumbido de la multitud previo al partido. El sonido era curiosamente sedante. Cuando llegó al nivel de la cancha, se desvió a la derecha. La sala de prensa estaba al otro lado. Corrió a través de la superficie de juego. Se sorprendió al ver que la multitud era enorme.

Norm le había explicado cómo planeaba oscurecer y cerrar las gradas superiores; o sea tender una cortina negra sobre los asientos vacíos para que el estadio pareciese más lleno y al mismo tiempo más íntimo. Pero las ventas habían superado con mucho las expectativas. La multitud estaba buscando los asientos. Muchos aficionados sostenían carteles: Bienvenidos a la casa de Brenda, ahora es nuestro turno, las hermanas hacen esto para ellas mismas, ¡Adelante, chicas! Brenda gobierna, el comienzo de una nueva era. Cosas por el estilo. Las marcas de los patrocinadores dominaban el paisaje como la obra de un artista loco de grafitis. Unas imágenes gigantescas de una preciosa Brenda pasaban por el marcador electrónico. Una película. Brenda con su uniforme de colegio. Comenzó a sonar una música atronadora. Música de moda. Era lo que Norman quería. Moda. Había sido también generoso con las entradas de invitados. Spike Lee estaba en primera fila. También Jimmy Smits, Rosie O'Donnell, Sam Waterston, Woody Allen y Rudy Giuliani. Varios antiguos presentadores de la MTV, un gran surtido de aspirantes a famosillos que buscaban las cámaras, desesperados por mostrarse. Las supermodelos llevaban unas gafas enormes, intentando con demasiado énfasis parecer hermosas e intelectuales.

Todos estaban ahí para saludar al último fenómeno de Nueva York: Brenda Slaughter.

Ésta se suponía que sería su noche, su ocasión para brillar en la arena profesional. Myron creía haber entendido la insistencia de Brenda para jugar el partido inaugural. Pero no era así. Esto era más que un partido, más que su amor por el baloncesto. Más que un tributo personal. Era historia. Brenda lo había previsto. En esta era de las hastiadas superestrellas, ella disfrutaba de la oportunidad de ser un modelo a seguir y formar a chicos impresionables. Cursi, pero era tal como suena. Myron se detuvo por un momento y miró la enorme pantalla por encima de su cabeza. La imagen ampliada digitalmente de Brenda corría hacia el aro, su rostro, una máscara de determinación, su cuerpo y sus movimientos espléndidos, gráciles y decididos.

No se podía privar a Brenda de todo eso.

Myron reanudó la carrera. Salió de la cancha, se lanzó por la rampa y siguió por un pasillo. En cuestión de segundos llegó a la sala de prensa. Win lo seguía. Myron abrió la puerta. Norm Zuckerman estaba allí. También los detectives Maureen McLaughlin y Dan Tiles.

Tiles consultó su reloj con muchos aspavientos.

– Sí que ha sido rápido -comentó.

Posiblemente se estaba burlando debajo de las tierras interiores del bigote.

– ¿Está aquí? -preguntó Myron.

Maureen McLaughlin le dedicó su sonrisa de «estoy-de-tu-parte».

– ¿Por qué no se sienta, Myron?

No le hizo caso. Se volvió hacia Norm.

– ¿Ha aparecido?

Norm Zuckerman iba vestido como Janis Joplin invitada a un capítulo de Corrupción en Miami.

Win entró al trote detrás de Myron. A Tiles no le gustó la intrusión. Cruzó la habitación y le ofreció a Win una mirada de tío duro. Win le dejó hacer.

– ¿Éste quién es? -preguntó Tiles.

Win señaló el rostro de Tiles.

– Tiene un poco de comida pegada al bigote. Parecen huevos revueltos.

Myron mantuvo sus ojos en Norm.

– ¿Qué están haciendo aquí?

– Siéntese, Myron. -De nuevo McLaughlin-. Tenemos que hablar.

Myron le dirigió una mirada a Win. Éste asintió. Se acercó a Norm Zuckerman y apoyó un brazo sobre sus hombros. Los dos se dirigieron a un rincón.

– Siéntese -repitió McLaughlin.

Esta vez había un leve toque acerado.

Myron se sentó en una silla. McLaughlin hizo lo mismo, manteniendo siempre el contacto visual. Tiles permaneció de pie y miró furioso a Myron. Era de aquellos idiotas que creían que mantener la ventaja de la altura equivalía a intimidación.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Myron.

Maureen McLaughlin entrelazó las manos.

– ¿Por qué no nos lo dice usted, Myron?

Él sacudió la cabeza.

– No tengo tiempo para esto, Maureen. ¿Por qué están aquí?

– Estamos buscando a Brenda Slaughter -respondió McLaughlin-. ¿Sabe dónde está?

– No. ¿Por qué la están buscando?

– Querríamos hacerle algunas preguntas.

Myron miró alrededor.

– ¿Y creen que el mejor momento para hacerlas es inmediatamente antes del mayor partido de su vida?

McLaughlin y Tiles intercambiaron una mirada obvia. Myron miró a Win. Seguía susurrando con Norm.

Tiles se adelantó al proscenio.

– ¿Cuándo fue la última vez que vio a Brenda Slaughter?

– Hoy -respondió Myron.

– ¿Dónde?

Esto iba a tardar demasiado.

– No tengo por qué responder a sus preguntas, Tiles. Tampoco Brenda. Soy su abogado, ¿recuerda? Si tiene algo, dígamelo. Si no es así deje de desperdiciar mi tiempo.

El bigote de Tiles pareció curvarse hacia arriba en una sonrisa.

– Tenemos algo, listillo.

A Myron no le gustó la manera de decirlo.

– Soy todo oídos.

McLaughlin se inclinó hacia delante de nuevo con la mirada seria.

– Esta mañana conseguimos una orden de registro de la habitación de Brenda Slaughter en la residencia universitaria. -Ahora su tono era del todo oficial-. Encontramos en el lugar un arma, un revólver Smith and Wesson del calibre treinta y ocho, el mismo calibre que mató a Horace Slaughter. Estamos esperando las pruebas de balística para saber si es el arma homicida.

– ¿Huellas? -preguntó Myron.

McLaughlin sacudió la cabeza.

– La habían limpiado.

– Incluso si es el arma homicida -dijo Myron-, es obvio que la pusieron allí.

McLaughlin pareció intrigada.

– ¿Cómo lo sabe, Myron?

– Vamos, Maureen. ¿Para qué iba a limpiar el arma y después dejarla donde pudieran encontrarla?

– Estaba oculta debajo del colchón -señaló McLaughlin.

Win se apartó de Norm Zuckerman. Comenzó a marcar en el móvil. Alguien respondió. Win mantuvo la voz baja.

Myron se encogió de hombros, fingió desinterés.

– ¿Es todo lo que tienen?

– No intente engañarnos, imbécil -intervino Tiles-. Tenemos un motivo: temía tanto a su padre como para pedir una orden de alejamiento. Encontramos el arma homicida oculta debajo de su colchón. Y ahora tenemos el hecho de que se ha fugado. Es mucho más que suficiente para arrestarla.

– ¿Entonces por qué están aquí? -replicó Myron-. ¿Para arrestarla?

De nuevo McLaughlin y Tiles intercambiaron una mirada.

– No -McLaughlin soltó el monosílabo como si le hubiese costado un gran esfuerzo-. Pero nos gustaría mucho hablar de nuevo con ella.

Win cortó la llamada. Después llamó a Myron con un gesto.

Myron se levantó.

– Si me perdonan.

– ¡Qué demonios! -exclamó Tiles.

– Necesito conversar un momento con mi socio. Ahora mismo vuelvo.

Myron y Win se retiraron a un rincón. Tiles bajó las cejas a media asta y apoyó los puños en las caderas. Win lo miró un momento. Tiles mantuvo el gesto huraño. Win apoyó los pulgares en las orejas, sacó la lengua, y movió los dedos. Tiles no lo imitó.

Win habló rápido y en voz baja.

– Según Norm, Brenda recibió una llamada durante el entrenamiento. Atendió la llamada y salió corriendo. El autobús del equipo esperó un rato, pero Brenda acabó por no presentarse. Cuando el autobús se marchó, una ayudante de la entrenadora la esperó con su coche. Todavía está en la cancha de entrenamiento. Es todo lo que Norm sabe. Después llamé a Arthur Bradford. Estaba al corriente de la orden de registro. Afirmó que en el momento en que llegasteis a un acuerdo para proteger a Brenda, ya se había efectuado el registro y habían encontrado el arma. Desde entonces se ha puesto en contacto con algunos amigos en las altas esferas, y todos aceptaron actuar muy lentamente con la señorita Slaughter.

Myron asintió. Esto explicaba el tratamiento casi diplomático que estaban recibiendo. McLaughlin y Tiles querían arrestarla a toda costa, pero los superiores los estaban reteniendo.

– ¿Alguna cosa más?

– Arthur estaba muy preocupado por la desaparición de Brenda.

– No lo dudo.

– Quiere que le llames de inmediato.

– Bueno, no siempre conseguimos lo que queremos -señaló Myron. Miró a los dos detectives-. Vale, tengo que marcharme de aquí.

– ¿Tienes una idea?

– El detective de Livingston. Un tipo llamado Wickner. Casi se desmoronó en el campo de la liga infantil.

– ¿Crees que quizás esta vez se desmoronará?

– Sí que lo hará -afirmó Myron.

– ¿Quieres que te acompañe?

– No, ya me ocuparé. Necesito que te quedes aquí. McLaughlin y Tiles no pueden retenerme legalmente, pero puede que lo intenten. Entretenlos por mí.

Win casi sonrió.

– Ningún problema.

– A ver si puedes encontrar al tipo que atendió al teléfono en el entrenamiento. Quien sea que llamó a Brenda puede que se identificase. Quizás una de sus compañeras de equipo o las entrenadoras vieron algo.

– Ya me ocuparé. -Win le dio a Myron la mitad del billete de cien y las llaves del coche. Señaló su móvil-. Mantén la línea abierta.

Myron no se preocupó de las despedidas. De pronto salió de la habitación. Oyó que Tiles le gritaba: «¡Alto! Hijo de…». Tiles comenzó a correr detrás de él. Win se le puso delante y le cerró el camino. «¡Qué coño…!» Tiles no acabó la frase. Myron continuó corriendo. Win cerró la puerta. Tiles no saldría.

Una vez en la calle, Myron le dio la mitad del billete al poli que esperaba y saltó al Jaguar. La casa en el lago de Eli Wickner estaba en la guía telefónica. Myron marcó el número. Wickner respondió a la primera llamada.

– Brenda Slaughter ha desaparecido -le dijo Myron.

Silencio.

– Tenemos que hablar, Eli.

– Sí -respondió el detective retirado-. Creo que sí.

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