Rachel Walling bajó por la escalera mecánica hasta la cavernosa zona de recogida de equipaje del aeropuerto internacional McCarran. Había cargado con su bolsa de viaje durante el trayecto desde Dakota del Sur, pero el aeropuerto estaba diseñado de manera que todos los pasajeros tenían que pasar por ahí.
La zona que rodeaba la escalera mecánica estaba llena de gente que esperaba. Chóferes de limusinas sostenían carteles con los nombres de sus clientes; otros simplemente llevaban letreros que anunciaban los nombres de hoteles, casinos o agencias de viajes. La algarabía reinante en la sala la asaltó mientras descendía. No se parecía en nada al aeropuerto en el que había iniciado el viaje esa mañana.
Cherie Dei había ido a recibirla. Rachel no había visto a su compañera agente del FBI en cuatro años y entonces sólo tuvieron una breve interacción en Ámsterdam. Habían pasado ocho años desde que había pasado un rato decente con ella y no estaba segura de que fuera a reconocerla ni de que Dei la reconociera a ella.
No importaba. En cuanto buscó en el mar de rostros y letreros, vio uno que captó su atención:
Bob Backus
La mujer que lo sostenía le estaba sonriendo. Su idea de una broma.
Rachel se acercó sin devolverle la sonrisa.
Cherie Dei llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola de caballo. Era atractiva y delgada, lucía una bonita sonrisa, y sus ojos todavía conservaban mucha luz. Rachel pensó que tenía aspecto de madre de un par de niños de escuela católica y no de cazadora de asesinos en serie.
Dei extendió la mano. Ambas mujeres se saludaron y Dei le enseñó a Rachel el cartel.
– Ya sé que es un mal chiste, pero sabía que atraería tu atención.
– Pues sí.
– ¿Has tenido una escala muy larga en Chicago?
– Varias horas. No hay mucha elección viniendo de Rapid City. Denver o Chicago. Me gusta más la comida de O'Hare.
– ¿Llevas bolsas?
– No, sólo ésta. Podemos irnos.
Rachel llevaba un solo bulto, una bolsa de viaje de tamaño medio. Había metido únicamente unas pocas mudas de ropa.
Dei señaló hacia una de las series de puertas de cristal y se encaminaron en esa dirección.
– Te hemos reservado habitación en el Embassy Suites, donde estamos el resto. Casi no pudimos, pero hubo una cancelación. La ciudad está abarrotada por el combate.
– ¿Qué combate?
– No lo sé. Uno de superpesados o de júnior semipesados de boxeo en uno de los casinos. No presté atención. Sólo sé que es la razón de que la ciudad esté tan repleta.
Rachel sabía que Cherie estaba hablando porque estaba nerviosa, pero desconocía la razón. ¿El nerviosismo se debía a que había ocurrido algo o simplemente a que había que tratar a Rachel con cuidado dada la situación?
– Si quieres podemos ir al hotel, y te acomodas. Incluso puedes tomarte un rato para descansar si te apetece. Después hay una reunión en la OC. Puedes empezar allí si…
– No, quiero ir a la escena.
Pasaron a través de las puertas de cristal de apertura automática y Rachel sintió el aire seco de Nevada. No era ni mucho menos tan caliente como había esperado y según lo cual había preparado las maletas. Era frío y vigorizante, incluso bajo el sol directo. Se quitó las gafas de sol y supo que iba a necesitar la chaqueta que se había puesto para ir hasta el aeropuerto en Dakota del Sur. La tenía aplastada en la bolsa.
– Rachel, la escena está a dos horas de aquí. ¿Estás segura de que…?
– Sí, llévame. Quiero empezar por allí.
– ¿Empezar qué?
– No lo sé. Lo que sea que él quiera que empiece.
La respuesta pareció dar que pensar a Dei. No respondió. Entraron en el garaje y encontró su coche, un Crown Victoria federal, tan sucio que daba la sensación de que estaba camuflado para el desierto.
Ya en marcha, Dei sacó un teléfono móvil e hizo una llamada. Rachel oyó que le decía a alguien -probablemente a su jefe o compañero, o bien el supervisor de la escena del crimen- que había recogido el paquete y que iba a llevarlo a la escena. Hubo una larga pausa mientras la persona a la que ella había llamado respondía en extenso. Después ella se despidió y colgó.
– Puedes ir a la escena, Rachel, pero tienes que distanciarte un poco. Estás aquí como observadora, ¿entendido?
– ¿De qué estás hablando? Soy agente del FBI, igual que tú.
– Pero ya no estás en Comportamiento. Este no es tu caso.
– Estás diciendo que estoy aquí porque Backus me quiere aquí, no vosotros.
– Rachel, será mejor que empecemos mejor que en Ams…
– ¿Ha aparecido algo nuevo hoy?
– Ahora vamos por diez cadáveres. Creen que va a quedarse así. Al menos en este sitio.
– ¿ Identificaciones?
– Están en ello. Lo que tienen es tentativo, pero ya lo están poniendo en orden.
– ¿Brass Doran está en la escena?
– No, está en Quantico. Ella traba…
– Debería estar aquí. ¿No sabéis lo que tenéis aquí? Ella…
– Uf, Rachel, frena, ¿vale? Vamos a dejar las cosas claras. Yo soy la agente en este caso, ¿de acuerdo? Tú no estás llevando esta investigación. No va a funcionar si tú te confundes.
– Pero Backus me está hablando a mí. Él me ha llamado.
– Y por eso estás aquí. Pero tú no manejas el cotarro, Rachel. Tienes que quedarte a un lado y observar. Y he de decirte que no me gusta cómo está empezando esto. Esto no es Paseando a Miss Rachel. Tú fuiste mi mentora, pero eso fue hace diez años. Ahora llevo en Comportamiento más tiempo del que estuviste tú y he investigado más casos de los que tú llevaste nunca. Así que no me seas condescendiente y no actúes como mi mentor o mi madre.
Rachel primero no respondió, y después simplemente le pidió a Dei que parara para poder sacar la chaqueta de la bolsa, que estaba en el maletero. Dei se detuvo en el Travel America de Blue Diamond Road y abrió el maletero.
Cuando Rachel volvió a entrar en el coche llevaba una chaqueta suelta de entretiempo que parecía diseñada para un hombre. Dei no comentó nada al respecto.
– Gracias -dijo Rachel-. Y tienes razón. Lo siento. Supongo que uno se pone como yo cuando resulta que tu jefe, tu mentor, es el mismo diablo al que has estado persiguiendo toda la vida. Y te castigan a ti por eso.
– Lo entiendo, Rachel. Pero no fue sólo Backus. Fueron muchas cosas. El periodista, algunas de las decisiones que tomaste… Hay quien dice que tuviste suerte de que no te despidieran.
A Rachel se le subieron los colores. Le estaban recordando que ella fue uno de los motivos de sonrojo del FBI. Incluso entre sus filas. Incluso con la agente de quien ella había sido mentora. Se había acostado con un periodista que trabajaba en su caso. Ésa era la versión resumida. No importaba que fuera un periodista que de hecho formaba parte de la investigación, que estaba trabajando con Rachel hombro con hombro y hora tras hora. La versión resumida siempre sería la que los agentes oían y la que susurraban. Un periodista. ¿Podía haber una infracción más grave en el comportamiento de un agente? Quizás acostarse con un mafioso o un espía, pero nada más.
– Cinco años en Dakota del Norte seguidos de un ascenso a Dakota del Sur -dijo Rachel débilmente-. Sí, tuve suerte, claro.
– Mira, sé que pagaste el precio. A lo que me refiero es a que tienes que saber cuál es tu sitio aquí. Actúa con un poco de delicadeza. Hay un montón de gente observando este caso. Si lo haces bien puede ser tu billete de vuelta.
– Entendido.
– Bien.
Rachel buscó a tientas en el lateral del asiento y lo ajustó para poder reclinarse.
– ¿Cuánto rato has dicho? -preguntó.
– Unas dos horas. Estamos usando sobre todo helicópteros de Nellis, ahorra mucho tiempo.
– ¿No ha llamado la atención?
Rachel estaba preguntando si todavía no se habían filtrado noticias de la investigación a los medios de comunicación.
– Hemos tenido que apagar unos pocos incendios, pero por el momento se sostiene. La escena está en California y estamos trabajando desde Nevada. Creo que eso de algún modo mantiene la tapa puesta. Para serte sincera, ahora hay algunas personas preocupadas por ti.
Rachel pensó en Jack McEvoy, el periodista, por un instante.
– Nadie ha de preocuparse -dijo-. Ni siquiera sé dónde está.
– Bueno, si este asunto finalmente salta a la luz, puedes contar con verle. Escribió un best seller la primera vez. Te garantizo que volverá para la segunda parte.
Rachel pensó en el libro que había estado leyendo en el avión y que en ese momento se encontraba en su bolsa de viaje. No estaba segura de si era el tema o el autor lo que la había llevado a leerlo tantas veces.
– Probablemente.
Rachel zanjó la cuestión. Se echó la chaqueta sobre los hombros y cruzó los brazos. Estaba cansada, pues no había dormido desde que había recibido la llamada de Dei.
Reclinó la cabeza en la ventanilla y enseguida se durmió. Su sueño de oscuridad retornó. Sin embargo, esta vez ella no estaba sola. No podía ver a nadie porque todo era negro, pero sentía otra presencia. Alguien cercano, aunque no necesariamente alguien que iba con ella. Se movió y se volvió en la oscuridad, tratando de ver quién era. Estiró los brazos, pero sus manos no tocaron nada.
Oyó una especie de gemido y se dio cuenta de que era su propia voz desde lo más profundo de su garganta. Entonces la sujetaron. Algo la atrapó y la sacudió con fuerza.
Rachel abrió los ojos. Vio la interestatal que pasaba con velocidad a través del parabrisas. Cherie Dei soltó su chaqueta.
– ¿Estás bien? Esta es la salida.
Rachel levantó la mirada a un cartel verde que acababan de pasar.
ZZYZX ROAD
1 MILLA
Se enderezó en el asiento. Consultó su reloj y se dio cuenta de que había dormido más de noventa minutos. Tenía el cuello rígido y dolorido en el lado derecho de apoyarse tanto tiempo en la ventanilla. Empezó a masajearse con los dedos, hundiéndolos profundamente en el músculo.
– ¿Estás bien? -preguntó otra vez Dei-. Parecía que estabas teniendo una pesadilla.
– Estoy bien. ¿Qué he dicho?
– Nada. Una especie de gemido. Creo que estabas huyendo de algo o que algo te sujetaba.
Dei puso el intermitente y se metió en el carril de salida. Zzyzx Road parecía estar en medio de ninguna parte. Allí no había nada, ni siquiera una gasolinera o una estructura abandonada. No había razón visible para la salida o la carretera.
– Es por aquí.
Dei giró a la izquierda y cruzó por encima de la interestatal. Tras el paso elevado, la ruta se degradaba en una senda sin pavimentar que serpenteaba cuesta abajo hacia el sur, hasta la cuenca plana del Mojave. El paisaje era agreste. La sosa blanca en la superficie de la llanura parecía nieve en la distancia. Había árboles de Josué que estiraban sus dedos huesudos hacia el cielo y plantas más pequeñas apretujadas entre las rocas. Era una naturaleza muerta. A Rachel no se le ocurría qué tipo de animal podría subsistir en un lugar tan inhóspito.
Pasaron un cartel que informaba de que se dirigían a Soda Springs. Enseguida la carretera se curvó y Rachel divisó de repente las tiendas blancas y las caravanas y furgonetas y otros vehículos. A la izquierda del campamento, vio un helicóptero militar con las hélices detenidas. Más allá del campamento había un complejo de pequeños edificios en la base de las colinas. Parecía un motel de carretera, pero no había carteles ni tampoco carretera.
– ¿Qué es eso?
– Es Zzyzx -dijo Dei-. Por lo que yo sé, es el culo del universo. Un predicador de radio le puso el nombre y lo construyó hace sesenta años. Obtuvo el control del territorio prometiendo a las autoridades que haría prospecciones. Pagó a borrachines de los barrios bajos de Los Ángeles para que lo hicieran mientras él continuaba en antena y hacía un llamamiento a los que tenían fe para que vinieran aquí a bañarse en las aguas del manantial y beber el agua mineral que él embotellaba. La Oficina de Control de la Tierra tardó veinticinco años en deshacerse de él. Entonces se entregó el lugar al sistema universitario estatal para que hiciera estudios sobre el desierto.
– ¿Por qué aquí? ¿Por qué Backus los enterró aquí?
– Por lo que podemos conjeturar la causa es que es terreno federal. Quería asegurarse de que nosotros, probablemente tú, trabajábamos en el caso. Si eso era lo que quería, lo ha conseguido. Es una gran excavación. Hemos tenido que traer suministro eléctrico, refugio, comida, agua, todo.
Rachel no dijo ni una palabra. Estaba examinándolo todo, desde la escena del crimen hasta el distante horizonte de crestas grises que encerraban la cuenca. No estaba de acuerdo con la opinión que Dei tenía del lugar. Había oído que describían la costa de Irlanda como un paraje de extraordinaria belleza. Pensaba que el desierto, con su paisaje lunar y agreste también era hermoso a su modo. Poseía una belleza áspera. Una belleza peligrosa. Nunca había pasado mucho tiempo en el desierto, pero sus años en las dos Dakotas le habían enseñado a apreciar los lugares ásperos, los paisajes vacíos donde el ser humano es un intruso. Ese era el secreto. Tenía lo que el FBI llamaba un destino en «condiciones rigurosas». Estaba concebido para que la gente se hartara y lo dejara. Pero ella había vencido en esta partida. Podía quedarse allí para siempre. No iba a renunciar.
Dei frenó cuando se acercaron a un puesto de control instalado a un centenar de metros de las tiendas. Un hombre con un mono azul con las letras FBI en blanco en el bolsillo del pecho estaba de pie bajo una tienda estilo playero con los laterales abiertos. El viento del desierto, que antes había jugado a revolver el pelo del agente, amenazaba con arrancarla de sus anclajes.
Dei bajó la ventanilla. No se molestó en decir su propio nombre ni en mostrar su identificación. La conocían. Le dijo al hombre el nombre de Rachel y la calificó de «agente de visita», significara eso lo que significase.
– ¿La ha autorizado el agente Alpert? -preguntó él, con la voz seca y plana como la cuenca del desierto que tenía tras de sí.
– Sí, está autorizada.
– Muy bien, entonces sólo necesito sus credenciales.
Rachel le tendió su cartera de identificación. El agente anotó el número de serie y se la devolvió.
– ¿De Quantico?
– No, de Dakota del Sur.
El agente la miró con esa expresión que decía que sabía que ella era un cero a la izquierda.
– Páselo bien -le dijo al tiempo que se volvía hacia su tienda.
Dei avanzó, subiendo la ventanilla, dejando al agente en medio de una nube de polvo.
– Es de la OC de Las Vegas -dijo ella-. No están muy contentos jugando de reservas.
– ¡Qué novedad!
– Exacto.
– ¿Alpert está al mando?
– Sí.
– ¿Cómo es?
– Bueno, ¿recuerdas tu teoría de que los agentes eran morios o empáticos?
– Sí.
– Es un morfo.
Rachel asintió con la cabeza.
Llegaron a un pequeño letrero de cartulina enganchado a una rama de un árbol de Josué. Decía «Vehículos» y tenía una flecha que señalaba a la derecha. Dei giró y aparcaron al final de una fila de cuatro Crown Vic igualmente sucios.
– ¿Y tú? -preguntó Rachel-. ¿Al final tú qué eres?
Dei no respondió.
– ¿Estás preparada para esto? -preguntó a Rachel en cambio.
– Absolutamente. He estado esperando cuatro años para tener otra oportunidad con él. Aquí empieza.
Rachel entreabrió la puerta y salió al brillante sol del desierto. Se sentía en casa.