19

Zigo me escoltó de nuevo a la caravana sin decir una palabra más. La agente Dei me estaba esperando a la mesa. Rachel Walling seguía de pie junto a la encimera. Me senté con calma y miré a Dei.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó con voz amable.

– Ha ido bien. Mi cliente dice que puedo hablar con ustedes. Pero no va a ser una calle de un solo sentido. Hacemos un trato. Yo respondo a sus preguntas y ustedes responden a las mías.

La agente negó con la cabeza.

– No, no, así no es como funciona. Esto es una investigación del FBI. No intercambiamos información con aficionados.

– ¿Me está diciendo que soy un aficionado? Les doy una foto del largo tiempo desaparecido Robert Backus y yo soy el aficionado?

Vi movimiento y miré a Rachel. Se había llevado la mano a la cara para esconder una sonrisa. Cuando vio que la miraba se volvió hacia la encimera e hizo ver que examinaba otra vez la foto de Backus.

– Ni siquiera sabemos si es Backus -dijo Dei-. Tiene un hombre con barba y gafas de sol. Podría ser cualquiera.

– Y podría ser el tipo que está supuestamente muerto, pero que de algún modo se las arregló para matar a cinco personas en Ámsterdam hace varios años y ahora, ¿qué, seis hombres aquí? ¿O hay más que los seis que salen en ese artículo de periódico?

Dei me dedicó una sonrisa forzada y desagradable.

– Mire, puede que se esté impresionando usted mismo con todo esto, pero yo todavía no estoy impresionada. Todo se reduce a una cosa: si quiere salir de aquí, empiece a hablar con nosotros. Ahora ya tiene el permiso de su cliente. Le sugiero que empiece por decirnos cuál es el nombre de ese cliente.

Me recosté en la silla. Dei era una fortaleza y no creía que pudiera asaltarla, pero al menos había conseguido esa sonrisa de Rachel Walling. Eso me decía que podría tener una oportunidad de escalar con ella la barricada del FBI más adelante.

– Mi cliente es Graciela McCaleb. La mujer de Terry McCaleb. Es decir, la viuda.

Dei parpadeó, pero se recuperó rápidamente de la sorpresa. O quizá no fuera una sorpresa. Posiblemente era una confirmación de algún tipo.

– ¿Y por qué le contrató?

– Porque alguien cambió el medicamento de su marido y lo mató.

Eso produjo un silencio momentáneo. Rachel lentamente se apartó de la encimera y volvió a su silla. Con pocas preguntas o instrucciones de Dei les conté cómo me había llamado Graciela, los detalles de la manipulación de los fármacos de su marido, y mi investigación hasta el punto de llegar al desierto. Empezaba a creer que no los estaba sorprendiendo con nada. Más bien daba la impresión de que les estaba confirmando algo, o al menos contándoles una historia de la cual conocían algunas partes. Cuando hube terminado, Dei me planteó algunas preguntas aclaratorias acerca de mis movimientos. Zigo y Walling no me preguntaron nada.

– Bien -dijo Dei después de que hube finalizado mi relato-. Es una historia interesante. Mucha información. ¿Por qué no la pone en contexto para nosotros? ¿Qué significa todo esto?

– ¿Me lo pregunta usted? Pensaba que eso era lo que hacían en Quantico, ponerlo todo en la batidora y sacar un perfil del caso y todas las respuestas.

– No se preocupe, ya lo haremos. Pero me gustaría conocer su punto de vista.

– Bueno -dije, pero no continué. Estaba intentando formarme una idea en mi propia procesadora, añadiendo a Robert Backus como último ingrediente.

– Bueno, ¿qué?

– Lo siento, estaba tratando de ordenarlo.

– Sólo díganos qué piensa.

– ¿Alguien de aquí conocía a Terry McCaleb?

– Todos lo conocíamos. ¿Qué tiene eso que ver con…?

– Me refiero a conocerlo de verdad.

– Yo lo conocí -dijo Rachel-. Trabajamos casos juntos. Pero no había mantenido el contacto. Ni siquiera sabía que había muerto hasta hoy.

– Bueno, deberían saber, y lo sabrán cuando vayan allí y registren su casa y su barco y todo lo demás que seguía trabajando en casos. No podía dejarlo. Investigaba algunos de sus propios casos no resueltos y trabajaba en otros nuevos. Leía los diarios y veía la televisión. Hacía llamadas a policías sobre casos que le interesaban y ofrecía su ayuda.

– ¿Y por eso lo mataron? -preguntó Dei.

Asentí con la cabeza.

– Finalmente. Creo que sí. En enero, el Los Angeles Times publicó ese artículo que estaba en la carpeta que tienen ahí. Terry lo leyó y se interesó. Llamó a la policía metropolitana de Las Vegas y ofreció sus servicios. Lo mandaron al cuerno, no les interesaba. Pero no olvidaron dejar caer su nombre al periódico local cuando iban a publicar un artículo de seguimiento sobre los hombres desaparecidos.

– ¿Cuándo fue eso?

– Principios de febrero. Estoy seguro de que pueden comprobarlo. En cualquier caso, ese artículo, su nombre en ese artículo, atrajo al Poeta hacia él.

– Mire, no vamos a confirmar nada sobre el Poeta. ¿Lo entiende?

– Claro, como quiera. Puede tomar todo esto como hipotético si lo prefiere.

– Continúe.

– Alguien estaba secuestrando a esos hombres, y ahora sabemos que los enterraba en el desierto. Como todos los buenos asesinos en serie mantenía un ojo en los medios para ver si alguien ataba cabos y se le acercaba. Vio el artículo de seguimiento y reparó en el nombre de McCaleb. Es un viejo colega. Mi hipótesis es que conocía a McCaleb. De Quantico, de antes de que Terry saliera de Ciencias del Comportamiento a su destino en Los Ángeles. Antes de que tuviera su primer ataque al corazón.

– De hecho, Terry fue el primer agente del que Backus fue mentor en la unidad -dijo Walling.

Dei la miró como si hubiera traicionado su confianza. Walling no le hizo caso, y eso me gustó.

– Ahí está -dije-. Tenían esa conexión. Backus ve su nombre en el periódico y, una de dos: o lo toma como un desafío o sabe que McCaleb es irreductible y que va a seguir insistiendo, a pesar de la aparente falta de interés en él por parte de la policía de Las Vegas.

– Así que fue a por McCaleb.

– Exacto.

– Y tenía que eliminarlo de forma que no planteara preguntas -agregó Rachel.

– Exacto.

Miré a Zigo. Era hora de que interviniera, pero no dijo nada.

– Así que fue allí para asegurarse -continué-. Llevaba la barba, el sombrero y las gafas de sol, probablemente un poco de cirugía estética. Contrató a Terry para que lo llevara de pesca.

– Y Terry no sabía que era él -dijo Rachel.

– Terry sospechó de algo, pero no estoy seguro de qué. Esas fotos forman parte de una serie. Terry sabía que había algo extraño en ese tipo y por eso hizo más fotos. Pero creo que si entonces hubiera sabido que el tipo era Backus habría hecho algo más. No lo hizo, y eso me hace pensar que no estaba seguro de lo que tenía o de quién era el tipo. -Miré a Rachel-. Ha estudiado la foto. ¿Puede saber si es él? Me refiero, de manera hipotética.

– No puedo decirlo ni hipotéticamente ni de ninguna manera. No le veo los ojos ni la mayor parte de la cara. Si es él, hay mucho bisturí. La nariz es diferente y los pómulos también.

– Es fácil de cambiar -dije-. Venga un día a Los Ángeles. Le llevaré a un tipo de Hollywood que trabaja para las putas de lujo. Tiene algunas fotos del antes y el después que le harían rendirse a las maravillas de la ciencia médica.

– Estoy segura -dijo Dei, aunque yo estaba hablando con Rachel-. Entonces, ¿qué? ¿Cuándo cambió los medicamentos de McCaleb?

Quería consultar mi cronología, pero tenía la libreta en el bolsillo de la chaqueta. Todavía no me habían registrado, así que quería mantener mis notas al margen, y con un poco de suerte salir de allí con ellas.

– Um, unas dos semanas después de la excursión de pesca entraron en el barco de Terry. El que lo hizo se llevó un GPS, pero creo que sólo era una tapadera por si Terry se daba cuenta de que alguien había… ¿Qué pasa?

Había observado sus reacciones. El GPS significaba algo.

– ¿Qué clase de GPS era? -preguntó Rachel.

– Rachel -le interrumpió Dei con rapidez-. Recuerda que eres una observadora.

– Un Gulliver-dije-. No recuerdo el modelo exacto. La denuncia al sheriff está en el barco. De hecho, no era de Terry, sino de su socio.

– ¿Conoce el nombre de su socio? -preguntó Dei.

– Sí, Buddy Lockridge. ¿No lo recuerda de la película?

– No la vi. ¿Sabe algo más de la historia de este GPS?

– Buddy me dijo que lo ganó en una partida de póquer. Tenía buenos lugares de pesca marcados. Se cabreó mucho cuando se lo robaron, pensó que había sido otro guía de pesca.

Por sus reacciones supe que estaba dándolas todas. El GPS era importante. No se lo habían llevado simplemente como una tapadera. En eso me había equivocado. Tardé un momento en comprenderlo.

– Ya lo entiendo -dije-. Así es como encontraron este sitio, ¿no? Backus les mandó el GPS con este sitio marcado. Les llevó aquí como hizo con Terry.

– No se trata de nosotros -dijo Dei-, sino de usted.

Pero yo miré a Rachel y vi la confirmación en sus ojos. Di el siguiente salto y supuse que se lo había enviado a ella. Por eso estaba allí como observadora. Backus la había convocado, igual que había convocado a Terry.

– Ha dicho que Terry fue el primer agente del que Backus fue mentor en la unidad. ¿Quién fue el segundo?

– Sigamos -dijo Dei.

Rachel no respondió, pero me ofreció esa leve sonrisa que parecía tan triste con aquellos ojos apagados. Me estaba diciendo que no me equivocaba. Ella había seguido a Terry McCaleb en el programa de formación.

– Espero que esté tomando las precauciones apropiadas -dije en voz baja.

Dei abrió la carpeta en la mesa.

– De hecho, no es asunto suyo -dijo ésta-. Veamos, hay algunas cosas en sus notas sobre las que queremos preguntarle. En primer lugar, ¿quién es William Bing?

Miré a Dei. Ella pensaba que eran mi carpeta y mis notas.

– No lo sé. Sólo un nombre con el que me he cruzado. -¿Dónde?

– Creo que Terry lo escribió. Todavía no he averiguado quién es.

– Y esta referencia a la teoría del triángulo, ¿qué significa?

– ¿Qué significa para usted?

– Señor Bosch, no me irrite. No se haga el listo.

– ¿Cherie? -intervino Rachel.

– ¿Qué?

– Creo que probablemente son notas de Terry.

Dei miró la carpeta y se dio cuenta de que Rachel tenía razón. Miré a Rachel como si me sintiera dolido porque me hubiera delatado. Dei cerró la carpeta abruptamente.

– Claro, por supuesto. -Me miró-. ¿Sabe lo que significa eso?

– No, pero creo que usted me lo va a decir.

– Significa que a partir de aquí nos ocuparemos nosotros. Ya puede volver a Los Ángeles.

– No voy a Los Ángeles, voy a Las Vegas. Tengo una casa allí.

– Puede ir a donde quiera, pero manténgase alejado de esta investigación. La estamos asumiendo oficialmente.

– ¿Sabe?, no trabajo para ningún departamento de policía, agente Dei. No puede quitarme nada a no ser que yo quiera. Soy un investigador privado.

Ella asintió con la cabeza como si me entendiera.

– Está bien, señor Bosch, hablaremos después con su cliente y dejará de tener cliente antes de anochecer.

– Sólo intento ganarme la vida.

– Yo sólo intento capturar a un asesino. Así que, entiéndame, sus servicios ya no se requieren. Apártese de esto. Está fuera. Ha terminado. ¿Puedo ser más clara?

– ¿Cree que podría ponérmelo por escrito?

– ¿Sabe qué? Creo que debería salir de aquí e irse a casa mientras todavía puede. Tom, ¿puedes devolverle la licencia y las llaves al señor Bosch y escoltarlo hasta su coche?

– Encantado -dijo Zigo, en lo que fueron sus primeras palabras en el interior de la caravana.

Me estiré a recoger la carpeta, pero ella la apartó de mi alcance.

– Y nos quedaremos esto.

– Claro. Buena caza, agente Dei.

– Gracias.

Seguí a Zigo hacia la puerta. Miré atrás y saludé a Rachel con la cabeza. Ella me devolvió el saludo. Creo que vi un rastro de luz entrando en sus ojos.

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