Backus vio salir a Rachel del aparcamiento lateral del edificio del FBI en un Crown Victoria azul oscuro. Dobló a la izquierda por Charleston y se dirigió a Las Vegas Boulevard.
Se quedó atrás. Estaba sentado al volante de un Ford Mustang de 1997 con matrícula de Utah. Le había cogido el coche a un hombre llamado Elijah Willows, que no iba a necesitarlo más. Sus ojos se apartaron del automóvil de Rachel y se fijaron en la escena de la calle, observando el movimiento.
Un Grand Am con dos hombres se incorporó al tráfico desde el edificio de oficinas contiguo al del FBI. Iba en la misma dirección que el coche de Rachel.
«Aquí va uno», se dijo Backus.
Esperó y después observó un gran todoterreno azul oscuro con antenas triples que salía del aparcamiento del FBI y doblaba a la derecha por Charleston, yendo en dirección opuesta a la de Rachel. Otro Grand Am salió detrás de él y lo siguió.
«Allí van el dos y el tres.»
Backus sabía que era lo que se llamaba una vigilancia «a vuelo de pájaro». Un coche para mantener una vigilancia visual relajada mientras el sujeto era rastreado por satélite. A Rachel, tanto si ella lo sabía como si no, le habían dado un coche con un repetidor GPS.
Nada de eso preocupaba a Backus. Sabía que todavía podía ir tras ella. Lo único que tenía que hacer era no perder de vista al coche que la seguía y llegaría al destino de todos modos.
Arrancó el Mustang. Antes de salir a Charleston para seguir al Grand Am y de este modo a Rachel, se estiró y abrió la guantera. Llevaba guantes de látex de cirujano, de la talla pequeña, para que le quedaran más ajustados y fueran casi imperceptibles desde la distancia.
Backus sonrió. En la guantera había una pequeña pistola de dos balas que complementaría a la perfección su propia arma. Sabía que había calibrado a la perfección a Elijah Willows cuando lo había visto por primera vez saliendo del Slots-o-Fun en el lado sur del Strip. Sí, era lo que había estado buscando físicamente -misma talla y complexión-, pero también había sentido cierta soledad en el hombre. Era una persona solitaria y que vivía en el filo. La pistola en la guantera parecía probarlo y le dio a Backus confianza en su elección.
Pisó el acelerador y salió sonoramente a Charleston. Lo hizo a propósito. Sabía que en el caso poco probable de que hubiera un cuarto vehículo de seguimiento el coche que encontrarían menos sospechoso sería aquél en el que el conductor atraía descaradamente la atención hacia sí mismo.