Backus las siguió por la rampa de salida desde una distancia prudencial. Cruzó por encima de la interestatal y puso el intermitente para dar la vuelta. Si ellas lo estaban observando por el espejo, simplemente lo tomarían por alguien que estaba cambiando de sentido para dirigirse de nuevo a Las Vegas.
Antes de volver a incorporarse a la interestatal, observó el vehículo del FBI que salía de la carretera pavimentada y se dirigía al yacimiento a través del desierto. Su yacimiento. Una nube de polvo se levantó detrás del coche. Distinguió las tiendas blancas en la distancia y sintió una sobrecogedora sensación de éxito. La escena del crimen era una ciudad que él había construido. Una ciudad de huesos. Los agentes eran como hormigas entre paneles de cristal. Vivían y trabajaban en el mundo que él había creado, cumpliendo sin saberlo con su antojo.
Deseó poder acercarse más a aquel cristal, absorberlo todo y contemplar el horror que él había esculpido en sus rostros, pero sabía que el riesgo era demasiado grande.
Y tenía otras ocupaciones. Pisó a fondo el acelerador y se dirigió de nuevo hacia la ciudad del pecado. Tenía que asegurarse de que todo estaba preparado como era debido.
Mientras conducía sintió que una ligera sensación de melancolía se deslizaba por debajo de sus costillas. Supuso que era por la decepción de haber dejado atrás a Rachel en el desierto. Tomó una profunda inspiración y trató de desembarazarse de esta sensación. Sabía que no pasaría mucho tiempo hasta que estuviera cerca de ella otra vez.
Al cabo de un momento, sonrió ante el recuerdo del letrero con su nombre que sostenía la mujer que había ido a buscar a Rachel al aeropuerto. Una broma interna entre agentes. Backus reconoció a la que había ido a recibirla. La agente Cherie Dei. Rachel había sido su mentora, del mismo modo que él había sido mentor de Rachel. Eso significaba que parte de la perspicacia que lo caracterizaba había pasado a través de Rachel a esta nueva generación. Eso le gustó. Se preguntó cuál habría sido la reacción de Cherie Dei si él se hubiera acercado a ella y a su estúpido letrero y le hubiera dicho: «Gracias por venir a recibirme.»
Contempló a través de la ventanilla del coche el terreno plano y agreste del desierto. Creía que era verdaderamente hermoso, más todavía por lo que él había plantado en la arena y las rocas.
Pensó en eso y pronto se alivió la presión en su pecho y se sintió de nuevo maravillosamente. Miró en el retrovisor en busca de perseguidores, pero no vio nada sospechoso. Entonces se miró en el espejo y admiró una vez más el trabajo del cirujano. Se sonrió a sí mismo.