A medida que se acercaban a las tiendas, Rachel Walling empezó a oler la escena. El inconfundible olor de la carne putrefacta transportado por el viento que arremetía contra el campamento, hinchaba las tiendas y salía de nuevo. Rachel empezó a respirar por la boca, obsesionada por el conocimiento, que hubiera preferido no tener, de que la sensación del olor se percibía cuando las pequeñas partículas golpeaban los receptores sensoriales de las fosas nasales. Eso significaba que si olías carne en descomposición era porque estabas respirando carne en descomposición.
Había tres pequeñas tiendas cuadradas en la entrada del emplazamiento. No eran de las de camping, sino tiendas de campaña militares con laterales rectos de dos metros y medio. Detrás de estas tres, había una tienda rectangular más grande. Rachel se fijó en que todas las tiendas tenían solapas de ventilación en la parte superior. Sabía que en ellas se estaban llevando a cabo excavaciones en busca de cadáveres. Las ventilaciones eran para dejar que parte del calor y el olor hediondo escaparan.
Solapándose con todo ello estaba el ruido. Al menos dos generadores de gasolina proporcionaban electricidad a la escena. Había asimismo dos autocaravanas grandes aparcadas a la izquierda de las tiendas y sus dos aparatos de aire acondicionado del techo estaban zumbando.
– Vamos ahí primero -dijo Cherie Dei, señalando a una de las autocaravanas-. Randal suele estar ahí.
Las caravanas parecían como cualquier motorhome que Rachel había visto en la carretera. Esta se llamaba Open Road y llevaba matrícula de Arizona. Dei llamó a la puerta y la abrió inmediatamente, sin esperar respuesta. Entraron. El interior del vehículo no estaba preparado para hacer camping en la carretera. Las particiones y las comodidades del hogar habían sido retiradas. Era una larga sala dispuesta con cuatro mesas plegables y numerosas sillas. En la pared posterior había una encimera con toda la maquinaria habitual de oficina: ordenador, fax, fotocopiadora y cafetera. Dos de las mesas estaban cubiertas de papeles. En la tercera, de manera incongruente con el propósito y el entorno, había un gran bol de fruta. La mesa del almuerzo, supuso Rachel. Incluso junto a una enorme fosa común uno tenía que comer. En la cuarta mesa había un hombre con un teléfono móvil y un portátil abierto delante de él.
– Siéntate -dijo Dei-. Te presentaré en cuanto haya colgado.
Rachel se sentó junto a la mesa del almuerzo y olisqueó de manera cautelosa. El aire acondicionado de la caravana estaba reciclando. El olor de la excavación no se percibía. No era de extrañar que el jefe se quedara allí. Miró el bol de fruta y pensó en coger un puñado de uvas para mantener la energía, pero descartó la idea.
– Si quieres un poco de fruta, adelante -dijo Dei.
– No, gracias.
– Tú misma.
Dei se inclinó y cogió unas uvas, y Rachel se sintió estúpida. El hombre del móvil, que ella supuso que era el agente Alpert, estaba hablando en voz demasiado baja para ser oído, probablemente también para la persona con la que estaba hablando. Rachel se fijó en que la larga pared que se extendía en el lado izquierdo de la caravana estaba cubierta de fotografías de las excavaciones. Apartó la mirada. No quería examinar las fotografías hasta que hubiera estado en las tiendas. Se volvió y miró por la ventana contigua a la mesa. La caravana ofrecía la mejor vista del desierto. Podía mirar a la cuenca y toda la línea de riscos. Se preguntó por un momento si la vista tenía algún significado. Si Backus había elegido el emplazamiento por algún sentido y cuál era éste.
Cuando Dei volvió la espalda, Rachel cogió unas uvas y se puso tres en la boca de golpe. En el mismo momento, el hombre cerró el móvil de golpe, se levantó de la mesa y se aproximó a ella con la mano extendida.
– Randal Alpert, agente especial al mando. Nos alegra tenerla aquí con nosotros.
Rachel le estrechó la mano, pero tuvo que esperar hasta tragar las uvas antes de hablar.
– Me alegro de conocerle, aunque las circunstancias no sean las mejores.
– Sí, pero fíjese en esa vista. Seguro que es mejor que la pared de ladrillos que tengo detrás en Quantico, y al menos estamos aquí a últimos de abril y no en agosto. Eso habría sido mortal.
Era el nuevo Bob Backus. Dirigiendo el cotarro desde Quantico, saliendo en los casos más gordos, y por supuesto aquél era uno de ellos. Rachel concluyó que no le gustaba y que Cherie tenía razón en que era un morfo.
Rachel había llegado a la conclusión de que los agentes en Comportamiento eran de dos tipos. Al primer tipo ella los llamaba «morfos». Esos agentes eran muy parecidos a los hombres y mujeres a los que cazaban. Capaces de impedir que nada les afectara. Podían pasar de un caso a otro como un asesino en serie, sin verse arrastrados a todo el horror y la culpa y al conocimiento de la verdadera naturaleza del mal. Rachel los llamaba «morfos» porque esos agentes podían coger esa carga y de alguna manera metamorfosearla en algo distinto. El emplazamiento de una fosa común se convertía en una vista mejor que cualquiera de las que había en Quantico.
A los del segundo tipo, Rachel los llamaba «empáticos», porque engullían todo el horror de los casos y lo asimilaban. Este se convertía en el fuego de campamento que los calentaba. Lo usaban para conectar y motivarse para hacer su trabajo. Para Rachel, éstos eran los mejores agentes porque iban hasta el límite y más allá de éste para capturar al criminal y resolver el caso.
Sin duda era más sano ser un morfo. Ser capaz de avanzar sin ninguna carga. En los pasillos de Comportamiento acechaban los fantasmas de los empáticos, los agentes que no lograron llegar al final, para los que el fardo fue demasiado pesado. Agentes como Janet Newcomb, que se puso la pistola en la boca, o Jon Fenton, que se estrelló contra el contrafuerte de un puente, o Terry McCaleb, que literalmente dio su corazón al trabajo. Rachel los recordaba a todos ellos y recordaba a Bob Backus, el morfo por excelencia, el agente que era a la vez cazador y presa.
– Era Brass Doran al teléfono -explicó Alpert-. Le manda saludos.
– ¿Está en Quantico?
– Sí es agorafóbica con ese lugar. Nunca quiere salir. Está dirigiendo la investigación allí. En fin, agente Walling, sé que sabe de qué se trata. Tenemos aquí una situación delicada. Estamos contentos de que esté con nosotros, pero está aquí estrictamente como observadora y posible testigo.
A Rachel no le gustó que Alpert fuera tan formal con ella. Era una forma de mantenerla fuera del círculo.
– ¿Una testigo? -preguntó.
– Podría darnos algunas ideas. Conocía a ese tipo. La mayoría de nosotros estábamos persiguiendo atracadores de bancos cuando se desató toda la historia con Backus. Yo llegué a la unidad justo después de que saltara lo suyo. Después de que la ORP pasara por allí. Cherie es una de las pocas que quedan de entonces.
– ¿Lo mío?
– Ya sabe a qué me refiero. Usted y Backus… -¿Puedo ir a la excavación ahora? Me gustaría ver qué tenemos.
– Bueno, Cherie la llevará dentro de un momento. No hay mucho que ver, más que los huesos de hoy.
Hablaba como un verdadero morfo, pensó Rachel. Miró a Dei y ésta se lo confirmó con la mirada.
– Pero antes hay algo de lo que quiero que hablemos.
Rachel sabía lo que se avecinaba, pero dejó que hablara Alpert. Este caminó hasta la parte delantera de la caravana y señaló al desierto a través del parabrisas. Rachel siguió la dirección del dedo, pero no vio nada más que las colinas.
– Bueno, no puede verlo desde este ángulo -dijo Alpert-, pero allí en el suelo tenemos un gran cartel con letras grandes que pone: «Filmando. No sobrevolar. Ruido no.» Eso es por si alguien tiene curiosidad con tantas tiendas y vehículos. Buena idea, ¿eh? Creen que es el escenario de una película. Los mantiene alejados de nosotros.
– ¿Y de qué quería hablar?
– ¿De qué quería hablar? Quería hablar de que hemos echado una buena manta encima de esto. Nadie lo sabe y queremos que siga así.
– ¿Y está insinuando que soy un topo para los medios?
– No, no estoy insinuando eso. Le estoy dando la misma charla que al resto de los que vienen aquí. No quiero que esto llegue a los medios. Esta vez quiero controlarlo. ¿Entendido?
Más bien eran las autoridades del FBI o de la Oficina de Responsabilidad Profesional quienes querían controlarlo, pensó. Las revelaciones del caso Backus casi habían diezmado los mandos y la reputación de la unidad de Ciencias del Comportamiento la última vez, por no mencionar el colosal fiasco de relaciones públicas que supuso para el FBI en su conjunto. En el momento presente, con los fallos del 11 -S y la competición del FBI con Seguridad Nacional por los dólares del presupuesto y los titulares, el foco de los medios en un asesino desquiciado que había sido agente no era lo que las autoridades del FBI o la Oficina de Responsabilidad Profesional tenían en mente. Especialmente cuando se había inducido a la opinión pública a pensar que el agente asesino había muerto hacía años.
– Entiendo -dijo Rachel tranquilamente-. No tiene que preocuparse por mí. ¿Puedo irme ahora?
– Otra cosa más.
Alpert vaciló un momento. Fuera lo que fuese, se trataba de algo delicado.
– No todos los implicados en esta investigación están al corriente de la relación con Robert Backus. Es need to know y quiero que siga así.
– ¿Qué quiere decir? ¿La gente que está allí trabajando no sabe que fue Backus quien lo hizo? Deberían…
– Agente Walling, ésta no es su investigación. No trate de apropiársela. Ha venido aquí a observar y ayudar, limítese a eso. No sabremos con segundad si fue Backus hasta que…
– Claro. Sus huellas dactilares sólo estaban en el GPS y su modus operandi en todas partes.
Alpert miró a Dei, lanzándole una mirada de enfado.
– Cherie no debería haberle hablado de las huellas y por lo que respecta al modus operandi, no sabemos nada a ciencia cierta.
– Sólo porque ella no debería habérmelo dicho no significa que no sea cierto. No va a poder tapar esto, agente Alpert.
Alpert se rió, frustrado.
– ¿Quién ha hablado de tapar nada? Mire, lo único que estamos haciendo es controlar la información. Existe el momento adecuado para revelar datos. Eso es lo único que estoy diciendo, ¿está claro? Simplemente no quiero que usted decida qué se revela ni a quién se revela. Ese es mi trabajo. ¿Entendido?
Rachel asintió con la cabeza sin convicción. Miró a Dei al hacerlo.
– Perfectamente.
– Bien. Entonces, Cherie, acompáñala a la visita.
Salieron de la caravana y Dei condujo a Rachel Walling hacia la primera tienda pequeña.
– Ciertamente te lo has ganado -dijo Cherie Dei al salir.
– Tiene gracia. Algunas cosas nunca cambian. Creo que es imposible que una burocracia evolucione, que aprenda algo de sus errores. De todos modos, no importa. ¿Qué tenemos aquí?
– Hasta ahora tenemos ocho bolsas y gas en otros dos. Sólo que todavía no hemos llegado a ellos. La clásica pirámide invertida.
Rachel entendió el resumen. Había inventado parte de esa jerga. Dei estaba explicándole que se habían recuperado ocho cadáveres y que los valores obtenidos por las sondas de gas indicaban que quedaban otras dos víctimas por exhumar.
La historia trágica creaba datos a partir de los cuales se elaboraban modelos de conducta similar. Se había visto antes: un asesino que retorna con las víctimas al mismo lugar de sepultura sigue un modelo: los enterramientos más nuevos irradian desde el primero en forma de pirámide invertida o de V. Ese era el caso en Zzyzx. Conscientemente o de manera no intencionada, Backus estaba siguiendo un modelo basado en datos que él había ayudado a recopilar como agente.
– Deja que te pregunte una cosa -dijo Rachel-. Estaba hablando por teléfono con Brass Doran. Ella conoce la conexión con Backus, ¿no?
– Sí, ella lo sabe. Brass encontró las huellas en el paquete.
Rachel asintió con la cabeza. Al menos tenía una colega en la que podía confiar y que estaba al corriente.
Llegaron a la tienda y Dei tiró de la solapa de entrada. Rachel fue la primera en entrar. Como la solapa de ventilación superior estaba abierta, la tienda no se hallaba a oscuras. Sólo en penumbra. Las pupilas de Rachel se adaptaron de inmediato y vio un gran agujero rectangular en el centro de la tienda. No había ningún montón con el material extraído. Supuso que la tierra, las rocas y la arena habrían sido enviadas a Quantico o al laboratorio de la oficina de campo para ser analizadas.
– En el primer emplazamiento es donde están las anomalías -dijo Dei-. Los otros son simples sepulturas. Muy limpios.
– ¿Cuáles son las anomalías?
– La lectura del GPS nos llevó a este punto. Cuando llegaron aquí había un barco. Era…
– ¿Un barco? ¿En el desierto?
– ¿Recuerdas que te he dicho que este lugar lo fundó un predicador? Cavó un canal para que lo llenara el agua del manantial. Suponemos que el barco llegó entonces. Ha estado aquí durante décadas. El caso es que lo movimos, hundimos una sonda y empezamos a excavar. La anomalía número dos es que la tumba contenía las dos primeras víctimas. Todas las otras sepulturas son individuales.
– ¿Estas dos fueron enterradas al mismo tiempo?
– Sí, un cadáver encima del otro. Pero una víctima estaba envuelta en plástico y llevaba mucho más tiempo muerta que la otra. Siete meses más, creemos.
– O sea que se guardó un cadáver durante cierto tiempo. Lo envolvió para conservarlo. Y cuando tuvo el segundo se dio cuenta de que tenía que hacer algo, por eso vino al desierto a enterrarlos. Utilizó el barco como marcador. Como una especie de lápida para sí mismo, porque sabía que volvería con más.
– Tal vez. Pero ¿para qué necesitaba el barco si tenía el GPS?
Rachel asintió con la cabeza y sintió que la adrenalina empezaba a latirle en la sangre. El brainstorming siempre había sido la mejor parte del trabajo.
– El GPS vino después. Recientemente. Eso era sólo para nosotros.
– ¿Nosotros?
– Para ti. Para el FBI. Para mí.
Rachel se acercó al borde y miró al agujero. No era demasiado profundo, sobre todo para dos cadáveres. Dejó de respirar por la boca y el aire fétido se introdujo en sus fosas nasales. Quería recordarlo.
– ¿ Identificaciones?
– Nada oficial. No ha habido contacto con familiares todavía, pero sabemos quiénes eran algunos de ellos. Al menos cinco. El primero fue hace tres años. El segundo siete meses después.
– ¿Habéis establecido un ciclo?
– Sí. Una reducción de aproximadamente un ocho por ciento. Creemos que los dos últimos nos llevan a noviembre.
Eso significaba que los intervalos entre los asesinatos se habían reducido en un ocho por ciento desde el periodo inicial de siete meses entre los asesinatos uno y dos. De nuevo, la información era familiar. El intervalo decreciente era común en la casuística, un síntoma del cada vez menor control de sus impulsos por parte del asesino al mismo tiempo que crecía su fe en su invulnerabilidad. Uno sale impune del primero y el segundo llega más fácil y más pronto. Y así sucesivamente.
– Según eso lleva retraso -dijo Rachel.
– Supuestamente.
– ¿ Supuestamente?
– Vamos, Rachel, es Backus. Sabe lo que nosotros sabemos. Sólo está jugando con nosotros. Como en Amsterdam. Se fue incluso antes de que reconociéramos que era él. Aquí lo mismo. Ha pasado a otra cosa. Venga, ¿por qué si no, nos envió el GPS? Ya se ha ido. No lleva retraso y no va a volver aquí. Está en alguna parte riéndose de nosotros, observando cómo seguimos nuestros modelos y rutinas, sabiendo que no nos acercaremos a él más de lo que lo hicimos la última vez.
Rachel asintió con la cabeza. Sabía que Dei tenía razón, pero decidió ser optimista.
– Tiene que cometer un error alguna vez. ¿Y el GPS? ¿Se sabe algo de eso?
– Estamos trabajando en ello, obviamente. Brass está en ello.
– ¿Qué más?
– Estás tú, Rachel.
Rachel no dijo nada. De nuevo Cherie tenía razón. Backus tenía algo en juego. Su mensaje oscuro pero directo para Rachel parecía hacerlo obvio. La quería allí, quería que participara en la función. Pero ¿cuál era la función? ¿Qué quería el Poeta?
Como Rachel había sido mentora de Dei, Backus había sido mentor de Rachel. Era un buen maestro. En retrospectiva, mejor de lo que ella o ningún otro podían haber imaginado.
Rachel había tenido de mentor al agente y al asesino, al cazador y a la presa, una combinación única en los anales del crimen y el castigo. Rachel siempre recordaba un comentario que Backus había hecho de pasada una noche, cuando subían por la escalera del sótano de Quantico para abandonar la unidad hasta el día siguiente.
«Al final creo que todo es una mentira. No podemos predecir cómo actúa esta gente. Sólo podemos reaccionar. Y en última instancia, eso significa que básicamente somos inútiles. Generamos buenos titulares y Hollywood hace buenas películas sobre nosotros, pero nada más.»
Rachel era entonces novata en la unidad. Estaba cargada de ideales, planes y fe.
Pasó los siguientes treinta minutos tratando de convencer a Backus de lo contrario. Se sintió avergonzada por el recuerdo del esfuerzo y por las cosas que le había dicho a un hombre de quien más tarde sabría que era un asesino.
– ¿Puedo ir ahora a las otras tiendas? -preguntó Rachel.
– Claro -dijo Dei-. Lo que quieras.