31

En el interior de Sheila's nos recibió el enfermizo olor dulce del perfume mezclado con un exceso de incienso. También nos recibió una mujer sonriente vestida con un quimono que no parecía en modo alguno sorprendida ni ofendida por el hecho de que una pareja entrara en el burdel. Su boca dibujó un gesto severo y afilado como una guillotina cuando vio que Rachel abría la cartera y mostraba las credenciales del FBI.

– Muy bonito -dijo ella con una nota de falsa amabilidad en la voz-. Ahora déjenme ver la orden.

– Hoy no tenemos orden -replicó Rachel tranquila-. Sólo queremos hacer unas cuantas preguntas.

– Yo no tengo que hablar con ustedes a no ser que haya una orden judicial que me obligue a ello. Regento un establecimiento legal y con todos los permisos.

Me fijé en dos mujeres que estaban sentadas en un sofá y que parecían salidas de una página del catálogo de Victoria's Secret. Estaban mirando una telenovela y mostraron escaso interés en la refriega verbal que se dirimía en la puerta del local. Ambas eran en cierto modo atractivas, pero la vida les había dejado su huella en torno a los ojos y en las comisuras de la boca. La escena me recordó de pronto a mi madre y algunas de sus amigas. La forma en que me miraban cuando yo era niño y observaba cómo se preparaban para salir de noche a trabajar. De repente, me sentí completamente incómodo en aquel lugar y deseé irme. Incluso esperaba que la mujer del quimono tuviera éxito y consiguiera echarnos.

– Nadie duda de la legalidad de su establecimiento -dijo Rachel-. Simplemente necesitamos hacerle unas preguntas a usted y a… su personal, y después nos iremos.

– Traiga la orden judicial y lo haremos encantadas.

– ¿Es usted Sheila?

– Puede llamarme así. Puede llamarme como quiera siempre que me esté diciendo adiós al hacerlo.

Rachel subió la apuesta al cambiar a su tono de voz de pocos amigos.

– Si voy a por esa orden, primero llamaré a una unidad del sheriff y pondré un coche patrulla enfrente de esta caravana hasta que me vaya. Puede que regente un establecimiento legal, Sheila, pero ¿cuál de estos sitios van a elegir los tíos cuando vean al sheriff en la puerta de éste? Calculo dos horas hasta Las Vegas, varias horas esperando a entrar a ver al juez y después otras dos horas de vuelta. Termino a las cinco, así que probablemente no volveré hasta mañana. ¿Le parece bien?

Sheila volvió a golpear con dureza y velocidad.

– Si llama al sheriff, pídale que mande a Dennis o a Tommy. Conocen bien el sitio y además son clientes.

Hizo una mueca a Rachel y se mantuvo firme. No se había tragado su farol, y a Rachel no le quedaba nada más. Simplemente se miraron la una a la otra mientras transcurrían los segundos. Estaba a punto de intervenir y decir algo cuando una de las mujeres del sofá se me adelantó.

– ¿Shei? -dijo la que estaba más cerca de nosotros-. Terminemos con esto.

Sheila apartó la mirada de Rachel y miró a la mujer del sofá. Accedió a la propuesta, pero su furia se mantenía a flor de piel. No estoy seguro de que hubiera otra forma de manejarlo, una vez que Sheila nos había tratado de este modo, pero para mí estaba claro que las poses y las amenazas no iban a servir de nada.

Nos reunimos en el pequeño despacho de Sheila y entrevistamos a las mujeres una por una, empezando por Sheila y terminando con las dos jóvenes que estaban trabajando cuando nosotros entramos en el establecimiento. Rachel nunca me presentó a nadie, de modo que el problema de mi papel en la investigación ni siquiera se planteó. Uniformemente las mujeres no pudieron o no quisieron identificar a ninguno de los hombres desaparecidos que terminaron enterrados en Zzyzx, y lo mismo ocurrió con las fotografías de Shandy en el barco de McCaleb.

Al cabo de media hora habíamos salido de allí sin más recompensa para mí que un intenso dolor de cabeza causado por el incienso y con la tensión dejando su huella en el aspecto de Rachel.

– Asqueroso -dijo mientras caminábamos por la acera rosa hasta mi coche.

– ¿Qué?

– Este sitio. No sé cómo alguien puede hacer esto.

– Creía que habías dicho que eran esclavas.

– Mira, no necesito que me rebotes todo lo que digo.

– Bueno.

– ¿Por qué estás tan nervioso? No les has dicho nada ahí dentro. Menuda ayuda.

– Es porque yo no lo hubiera hecho de esta manera. A los dos minutos de entrar ya sabía que no íbamos a sacar nada.

– Oh, y tú sí lo habrías sacado.

– No, no estoy diciendo eso. Te digo que estos sitios son como el desierto, es difícil extraer agua. Y sacar a relucir al sheriff fue decididamente una mala manera de abordarlo. Te dije que probablemente la mitad de su sueldo proviene de los burdeles que hay en su territorio.

– Así que sólo quieres criticar y no ofrecer ninguna solución.

– Mira, Rachel, apunta a otro sitio, ¿quieres? No es conmigo con quien estás enfadada. Si quieres probar algo diferente en el siguiente sitio, puedo intentarlo.

– Adelante.

– Muy bien, dame las fotos y espera en el coche.

– ¿De qué estás hablando? Yo voy a entrar.

– Este no es lugar para la pompa y la circunstancia, Rachel. Tendría que haberme dado cuenta de eso cuando te invité. Pero no creía que fueras a hacerles tragar la placa en cuanto entráramos.

– O sea que tú vas a entrar y te las vas a ingeniar.

– No estoy seguro de llamarlo ingenio. Sólo voy a hacerlo a la antigua.

– ¿Eso significa quitarte la ropa?

– No, eso significa sacar la cartera.

– El FBI no compra información de testigos potenciales.

– Eso es. Yo no soy del FBI. Si encuentro a un testigo, el FBI no tendrá que pagar nada.

Puse la mano en la espalda de Rachel y suavemente la dirigí al Mercedes. Le abrí la puerta, la invité a entrar y le dejé las llaves.

– Enciende el aire acondicionado. Para bien o para mal, no tardaré mucho.

Enrollé la carpeta con las fotos y me la puse en el bolsillo de atrás, debajo de la chaqueta.

La acera que conducía a la puerta de Tawny's High Fi-ve también era de cemento rosa y yo estaba empezando a considerarlo muy apropiado. Las mujeres que habíamos encontrado en Sheila's eran huesos duros de roer con revestimiento rosa. Y lo mismo Rachel. Estaba empezando a sentir que tenía los pies en cubos de cemento rosa.

Llamé al timbre y me hizo pasar una mujer vestida con téjanos cortados y un top que apenas contenía sus pechos siliconados.

– Pasa. Soy Tammy.

– Gracias.

Entré en la sala delantera de la caravana, donde había dos sofás, uno enfrente del otro. Las tres mujeres que estaban sentadas en los sofás me miraron con sonrisas ensayadas.

– Ellas son Georgette, Gloria y Mecca -dijo Tammy-. Y yo soy Tammy. Puedes elegir a una de nosotras o esperar a Tawny, que está atrás con un cliente.

Miré a Tammy. Parecía la más ansiosa. Era bajita y tenía el pelo castaño cortado corto. Algunos hombres la considerarían atractiva, pero no lo era para mí. Le dije que ella me servía y me condujo a la parte de atrás a través de un pasillo que doblaba a la derecha y se metía en otra caravana. Había tres habitaciones privadas en la izquierda y Tammy se dirigió a la tercera y la abrió utilizando una llave. Entramos y ella cerró la puerta de golpe. Apenas había espacio para estar de pie, pues una cama king-size ocupaba todo el espacio.

Tammy se sentó en la cama y dio unos golpecitos para que me sentara a su lado. Lo hice y ella se estiró hacia un estante lleno de novelas de misterio gastadas y sacó lo que parecía un menú de restaurante. Me lo dio. Era una carpeta fina con una caricatura en la parte delantera que mostraba a una mujer desnuda apoyada en manos y rodillas, volviendo la cara hacia el hombre que la penetraba desde atrás y guiñando el ojo. El hombre también estaba desnudo, salvo por un sombrero de vaquero y las pistolas de seis balas enfundadas en el cinto. El vaquero sostenía un lazo en el aire. La soga se alzaba sobre la pareja y formaba las palabras: «Tawny's High Five.»

– Vendemos camisetas con este dibujo -me informó Tammy-. Veinte pavos.

– Genial -dije, al tiempo que abría la carpeta.

Resultó que era un curioso menú, personalizado para Tammy. Contenía una única hoja de papel con dos columnas. Una consignaba los actos sexuales que ella estaba dispuesta a realizar y la duración de cada sesión, y la otra detallaba los precios que estos servicios iban a costarle al cliente. Detrás de dos de los actos sexuales había asteriscos. En la parte inferior se explicaba que los asteriscos eran una especialidad personal.

– Bueno -dije, mirando las columnas-. Creo que voy a necesitar un traductor para algunos de éstos.

– Yo te ayudaré. ¿Cuáles?

– ¿Cuánto cuesta sólo hablar?

– ¿Qué quieres decir que tú me digas guarradas, o que yo te diga guarradas?

– No, sólo hablar. Quiero preguntarte por un hombre al que estoy buscando. Es de por aquí.

Su postura cambió. Enderezó la espalda, y al hacerlo puso unos centímetros más de distancia entre nosotros, lo cual no me molestó porque su perfume me estaba perforando unas fosas nasales ya irritadas por el incienso.

– Creo que es mejor que hables con Tawny cuando termine.

– Quiero hablar contigo, Tammy. Tengo cien dólares por cinco minutos. Lo doblaré si me das una pista sobre este tío.

Ella vaciló mientras se lo pensaba. Doscientos dólares ni siquiera equivalía a una hora de trabajo, según el menú, pero tenía la sensación de que los precios del menú eran negociables y, además, no había gente haciendo cola sobre el cemento rosa para entrar en el local.

– Alguien se va a llevar mi dinero aquí -dije-. Podrías ser tú.

– Vale, pero ha de ser rápido. Si Tawny descubre que no eres un cliente de pago te va a echar de una patada y me pondrá la última de la lista.

Entendí que había abierto la puerta porque le tocaba a ella. Yo podía haber elegido a cualquiera de las mujeres del sofá, pero Tammy tenía la primera opción sobre mí.

Hurgué en mi bolsillo y le di un billete de cien. El resto me lo quedé en la mano mientras sacaba la carpeta y la abría. Rachel había cometido un error al preguntar a la mujer de Sheila's si reconocían a los hombres de las fotos. La razón era que le faltaba la confianza que tenía yo. Yo estaba más seguro de mi teoría y no cometí ese error con Tammy.

La primera foto que le mostré era la imagen frontal de Shandy en el barco de Terry McCaleb.

– ¿Cuándo fue la última vez que lo viste por aquí? -le pregunté.

Tammy miró la foto durante varios segundos. No la cogió, aunque se la había dado para que ella la sostuviera. Después de lo que pareció un momento interminable, cuando ya pensaba que se abriría la puerta y la mujer llamada Tawny me pediría que me fuera, ella habló finalmente.

– No lo sé… un mes, al menos, puede que más. No he vuelto a verle.

Tenía ganas de subirme a la cama y ponerme a dar botes, pero mantuve la calma. Quería que creyera que sabía todo lo que ella me estaba diciendo. Así se sentiría más cómoda y sería más comunicativa.

– ¿Recuerdas dónde lo viste?

– Aquí enfrente. Acompañé a un cliente a la puerta y Tom estaba allí esperando.

– Aja. ¿Te dijo algo?

– No, nunca dice nada. De hecho ni siquiera me conoce.

– ¿Qué ocurrió entonces?

– No ocurrió nada. Mi cliente se metió en el coche y se fueron.

Estaba empezando a formarme una idea. Tom tenía un coche, era chófer.

– ¿Quién lo llamó? Lo llamaste tú o ya lo había hecho el cliente antes.

– Probablemente Tawny, no lo recuerdo.

– Porque pasaba siempre.

– Sí.

– Pero no ha estado por aquí en, ¿cuánto?, ¿un mes?

– Sí, quizá más. ¿Es suficiente pista? ¿Qué quieres?

Ella estaba mirando el segundo billete que tenía yo en la mano.

– Dos cosas. ¿Conocías el apellido de Tom?

– No.

– Bueno, ¿cómo contactaba con él alguien que necesitara un viaje?

– Lo llamaba, supongo.

– ¿Puedes darme el número?

– Vete al bar, desde allí lo llamábamos. No me sé el número de memoria. Está apuntado allí, al lado del teléfono.

– En el bar, de acuerdo. -No le di el dinero-. Una última cosa.

– Eso ya lo has dicho.

– Ya lo sé, pero esta vez es en serio.

Le mostré las seis fotos de los hombres desaparecidos que había traído Rachel. Eran mejores y mucho más claras que las que acompañaban el artículo de periódico. Eran cándidos retratos en color que sus familias habían entregado a la policía de Las Vegas y después habían sido entregadas como cortesía al FBI.

– ¿Algunos de estos tipos eran clientes tuyos?

– Mira, aquí no hablamos de clientes. Somos muy discretas y no damos esa clase de información.

– Están muertos, Tammy. No importa.

Sus ojos se abrieron como platos y después bajaron a las fotos que tenía yo en la mano. Estas las cogió y las miró como si fueran una mano de naipes. Por la manera en que sus ojos brillaron me di cuenta de que le había servido un as.

– ¿Qué?

– Bueno, este tipo se parece a uno que estuvo aquí. Estuvo con Mecca, creo. Puedes preguntárselo a ella.

Oí que sonaba dos veces un claxon. Sabía que era el de mi coche. Rachel se estaba impacientando.

– Ve a buscar a Mecca. Entonces te daré el segundo billete. Dile que también tengo dinero para ella. No le digas lo que quiero, sólo dile que quiero dos chicas a la vez.

– Vale, pero nada más. Me pagarás.

– Lo haré.

Ella salió de la habitación y yo me quedé sentado en la cama y eché un vistazo a mi alrededor mientras esperaba. Las paredes tenían paneles de madera de cerezo falsa. Había una ventana con una cortina de volantes. Me estiré sobre la cama y descorrí la cortina. No se veía otra cosa que desierto estéril. La cama y la caravana bien podrían haber estado en la luna.

La puerta se abrió y yo me volví, preparado para darle a Tammy el resto del dinero y para buscar en mi bolsillo la parte de Mecca. Pero en el umbral no había dos mujeres, sino dos hombres. Eran grandes -sobre todo uno- y los brazos que asomaban por debajo de las camisetas negras estaban completamente grabados con tatuajes carcelarios. En el bíceps del hombre más grande había una calavera con un halo que me informó de quiénes eran.

– ¿Qué pasa, Doc? -dijo el más grande.

– Tú debes de ser Tawny -dije.

Sin decir palabra, se agachó y me agarró por la chaqueta con ambos puños. Me levantó de la cama de un tirón y me arrojó al pasillo a los brazos del compañero que esperaba. Este me empujó por el pasillo en dirección contraria a la que había venido al entrar. Me di cuenta de que el bocinazo de Rachel había sido una advertencia, no una señal de impaciencia. Lamenté no haberlo entendido cuando Gran y Pequeño Esteroide me empujaron al terreno rocoso del desierto a través de una puerta trasera.

Caí sobre las manos y rodillas, y me estaba recuperando y levantándome cuando uno de ellos me puso la bota en la cadera y me derribó de nuevo. Traté de levantarme una vez más, y en esta ocasión me lo permitieron.

– He dicho, ¿qué pasa, Doc? ¿Tienes un negocio aquí?

– Sólo estaba haciendo preguntas y pensaba pagar por las respuestas. No creía que eso fuera un problema.

– Bueno, socio, resulta que sí es un problema.

Estaban avanzando hacia mí, el más grande delante. Era tan robusto que ni siquiera podía ver a su hermano pequeño detrás. Yo iba dando un paso atrás por cada uno que ellos daban hacia delante. Y tenía la mala premonición de que era eso lo que querían. Me estaban obligando a retroceder hacia algo, quizás un agujero en el suelo de arena y roca.

– ¿Quién eres, chico?

– Soy detective privado de Los Ángeles, sólo estoy buscando a un hombre desaparecido, nada más.

– Sí, bueno, a la gente que está aquí no les gusta que los busquen.

– Ahora ya lo entiendo. Me voy a ir y no…

– Disculpen.

Todos nos detuvimos. Era la voz de Rachel. El hombre más grande se volvió hacia la caravana y su hombro bajó unos centímetros. Vi que Rachel salía por la puerta de atrás de la caravana. Tenía las manos a los costados.

– ¿Qué es esto? ¿Has venido con tu mamá? -dijo Gran Esteroide.

– Más o menos.

Mientras aquel mastodonte estaba mirando a Rachel, yo uní las manos y le descargué un mazazo en la nuca. Trastabilló y casi cayó encima de su compañero. Pero el golpe no era más que un ataque por sorpresa. El motero no llegó a caer, se volvió hacia mí y empezó a acercarse cerrando los puños como dos martillos. Vi que Rachel metía el brazo debajo del blazer y buscaba la pistola, pero la mano se le enganchó en la tela y tardó en alcanzar el arma.

– ¡Quietos! -gritó.

Los chicos Esteroides no se detuvieron. Me agaché ante el primer puñetazo del más grande, pero cuando surgí estaba justo delante del hermano pequeño. Este me agarró en un abrazo de oso y me levantó del suelo. Por alguna razón en ese punto me di cuenta de que había tres mujeres observando desde las ventanas traseras del último remolque. Había atraído público a mi propia destrucción.

Tenía los brazos inmovilizados por mi agresor y sentía una fuerte presión en la espalda al tiempo que el aire salía de mis pulmones. Justo entonces Rachel por fin liberó su arma y disparó dos veces al aire.

Me dejaron caer al suelo y observé que Rachel retrocedía del remolque para asegurarse de que nadie se le acercaba por detrás.

– FBI -gritó-. Al suelo. Los dos al suelo.

Los dos hombres obedecieron. En cuanto pude meter un poco de aire en mis pulmones me levanté. Traté de sacudirme parte del polvo de la ropa, pero lo único que hice fue levantar una nube. Miré a Rachel y le comuniqué que estaba bien con un gesto. Ella mantuvo la distancia con los dos hombres del suelo y me señaló con el dedo.

– ¿Qué ha pasado?

– Estaba hablando con una de las chicas y le pedí que trajera a otra. Pero entonces aparecieron estos tipos y me sacaron aquí. Gracias por la advertencia.

– Traté de avisarte. Toqué el claxon.

– Ya lo sé, Rachel. Cálmate. Por eso te doy las gracias. Lo interpreté mal.

– Bueno, ¿qué hacemos?

– Estos tipos no me importan, suéltalos. Pero hay dos mujeres dentro, Tammy y Mecca, hemos de llevárnoslas. Una conoce a Shandy y creo que la otra puede identificar a uno de los desaparecidos como cliente.

Rachel computó la información y se limitó a asentir.

– Bien. ¿Shandy es un cliente?

– No, es una especie de chófer. Hemos de ir al bar y preguntar allí.

– Entonces no podemos soltar a estos dos. Podrían venir a vernos allí. Además había cuatro motos fuera. ¿Dónde están los otros dos?

– No lo sé.

– Eh, ¡vamos! -gritó Gran Esteroide-. Estamos respirando polvo.

Rachel se acercó a los dos tipos que estaban en el suelo. -Muy bien, levantaos.

Ella esperó hasta que estuvieron en pie y mirándola con ojos malevolentes. Bajó la pistola a un costado y les habló con calma, como si ésa fuera la forma que tenía de conocer a la gente.

– ¿De dónde sois?

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? Porque quiero conoceros. Estoy decidiendo si os detengo o no.

– ¿Por qué? Ha empezado él…

– Eso no es lo que yo he visto. He visto a dos tipos grandes asaltando a uno más pequeño.

– Estaba entrando sin autorización.

– La última vez que lo comprobé, entrar sin autorización no era una justificación válida para la agresión. Si quieres ver si me equivoco entonces…

– Pahrump

– ¿Qué?

– De Pahrump.

– ¿Y sois los dueños de esto?

– No, servicio de seguridad.

– Ya veo. Bueno, os diré el qué. Si encontráis a los dueños de las otras dos motos y os volvéis a Pahrump, dejaré que los fugados se fuguen.

– Eso no es justo. El estaba allí dentro preguntando…

– Soy del FBI, no me interesa lo que es justo. Tomadlo o dejadlo.

Después de un momento el más grande cambió de posición y empezó a caminar hacia el remolque. El más pequeño lo siguió.

– ¿Adonde vais? -espetó Rachel.

– Nos vamos, como nos has dicho.

– Bien. No olviden ponerse el casco, caballeros.

Sin mirar atrás el hombre más grande levantó un brazo musculoso y alzó el dedo corazón. El más pequeño lo vio e hizo lo mismo.

Rachel me miró y dijo:

– Espero que esto funcione.

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