A media mañana del día posterior a la llegada de Rachel Walling, los agentes asignados a lo que había sido bautizado como el «caso de Zzyzx Road» se reunieron en persona o por videoconferencia en la sala de la tercera planta del edificio John Lawrence Bailey, en Las Vegas. La sala no tenía ventanas y estaba mal ventilada. Una fotografía de Bailey, un agente asesinado en el atraco a un banco veinte años antes, presidía la reunión.
Los agentes que asistían estaban sentados ante mesas alineadas de cara a la parte delantera de la sala. Allí se encontraba Randal Alpert y un emisor y receptor de vídeo que estaba conectado por línea telefónica con la sala de brigada de Quantico, Virginia. En pantalla, la agente Brasilia Doran estaba esperando para facilitar su informe. Rachel estaba en la segunda fila de mesas, sentada sola. Sabía cuál era su lugar y trataba de mostrarlo de forma externa.
Alpert convocó la reunión presentando cortésmente a los presentes. Rachel pensaba que era una gentileza con ella, pero no tardó en darse cuenta de que no todos los presentes en persona o los conectados de manera audiovisual conocían a todos los demás.
Alpert identificó en primer lugar a Doran, también conocida como Brass, en línea desde Quantico, donde manejaba la información recopilada y actuaba de enlace con el laboratorio nacional. A continuación el agente especial al mando pidió a todos los presentes sentados en la sala que se identificaran e informaran de su especialidad o posición. La primera era Cherie Dei, que declaró que era la agente del caso. A su lado estaba su compañero, Tom Zigo. El siguiente era John Cates, agente representante de la oficina de campo local y el único participante en la reunión que no era de raza blanca.
Las siguientes cuatro personas eran del equipo científico y Rachel había conocido a dos de ellos en la excavación el día anterior. Entre éstos se hallaba una antropóloga forense llamada Greta Coxe, que se encontraba a cargo de las exhumaciones, dos forenses llamados Harvey Richards y Douglas Sundeen, y Mary Pond, especialista en escenas del crimen. Ed Gunning, otro agente de Ciencias del Comportamiento de Quantico, pasó el turno a Rachel, que era la última.
– Agente Rachel Walling -dijo-, oficina de campo de Rapid City. Antes en Comportamiento. Tengo cierta… familiaridad con un caso como éste.
– De acuerdo, gracias, Rachel -dijo Alpert con rapidez, como si pensara que Walling podía mencionar a Robert Backus.
Este hecho llevó a Rachel a concluir que había gente en la sala que no había sido informada del hecho principal del caso. Supuso que se trataría de Cates, el agente simbólico de la oficina de campo. Se preguntó si alguien del equipo científico, o todos ellos, también estaban in albis.
– Empecemos por la parte científica -continuó Alpert-. Primero, ¿Brass? ¿Algo desde allí?
– En el aspecto científico, no. Creo que vuestra gente de la escena del crimen lo tiene todo. Hola, Rachel. Cuanto tiempo.
– Hola, Brass -dijo Rachel con calma-. Demasiado.
Rachel miró a la pantalla y los ojos de las dos mujeres se encontraron. Walling se dio cuenta de que probablemente hacía ocho años que no veía a Doran. Parecía cansada, con las comisuras de la boca y de los ojos hacia abajo, el pelo corto en un peinado que insinuaba que no había pasado mucho tiempo con él. Rachel sabía que era una empática, y los años se estaban cobrando su peaje.
– Tienes buen aspecto -dijo Doran-. Supongo que todo ese aire fresco y campo abierto te sienta bien.
Alpert intervino y le ahorró a Rachel hacer un falso halago a cambio.
– Greta, Harvey, ¿quién quiere empezar? -preguntó, pisoteando la reunión virtual.
– Supongo que empezaré yo, porque todo empieza con la excavación -dijo Greta Coxe-. A eso de las siete de la tarde de ayer habíamos exhumado ocho cadáveres, que ya están en Nellis. Esta tarde cuando volvimos allí, estábamos empezando con el número nueve. Lo que vimos en la primera excavación se mantiene cierto con la última. Las bolsas de plástico en cada incidencia y el…
– Greta, tenemos una cinta en marcha -interrumpió Alpert-. Seamos completamente descriptivos. Como si habláramos a una audiencia no informada. No nos saltemos nada.
«Excepto cuando se trata de mencionar a Robert Bac-kus», pensó Rachel.
– Claro, como no -dijo Coxe-. Um, los ocho cadáveres exhumados hasta ahora estaban completamente vestidos. La descomposición era extensiva. Manos y pies atados con cinta. Todos tenían bolsas de plástico sobre la cabeza, que también habían sido adheridas al cuello con cinta. No existe variación en esta metodología, ni siquiera entre las víctimas uno y dos, lo cual es inusual.
A última hora del día anterior, Rachel había visto las fotos. Había regresado a la sala de mando de la caravana y había mirado la pared de fotos. Le quedó claro que todos los hombres habían sido asfixiados. Las bolsas no eran de plástico transparente, pero incluso a través de su opacidad se distinguían las facciones de los rostros y las bocas abiertas en busca de un aire que no iba a llegar. Le recordó fotos de atrocidades de guerra, cadáveres desenterrados de fosas comunes de Yugoslavia o Irak.
– ¿Por qué es inusual? -preguntó Alpert.
– Porque lo que vemos con más frecuencia es que el plan de asesinar evoluciona. A falta de una mejor manera de describirlo, el asesinato mejora. El sudes aprende cómo mejorar de víctima a víctima. Eso es lo que suele verse en los datos de que disponemos.
Rachel se fijó en que Coxe había usado el término «sudes». Sujeto desconocido. Lo más probable es que estuviera fuera del círculo escogido y no supiera que el sujeto era más que conocido para el FBI.
– Muy bien, de manera que la metodología quedó establecida desde el primer día -dijo Alpert-. ¿Algo más, Greta?
– Sólo que probablemente hayamos terminado con la excavación pasado mañana. A no ser que las sondas encuentren algo más.
– ¿Seguimos sondeando?
– Sí, cuando tenemos tiempo. Pero estamos a dieciocho metros del último cadáver y las sondas no han encontrado nada. Y anoche hubo otro vuelo desde la base de Nellis. No había nada nuevo en la imagen térmica. De manera que en este momento nos sentimos bastante confiados de que los tenemos todos.
– Gracias a Dios. ¿Harvey? ¿Qué nos cuenta?
Richards se aclaró la garganta y se inclinó hacia delante para que su voz se oyera por los micrófonos electrónicos, estuvieran donde estuviesen.
– Greta tiene razón, los ocho cadáveres exhumados hasta el momento están en el depósito de Nellis. Hasta el momento el velo de confidencialidad se sostiene. Creo que la gente de allí cree que estamos llevando extraterrestres de un platillo volante accidentado en el desierto. ¡Así empiezan las leyendas urbanas!
Sólo Alpert sonrió. Richards continuó.
– Hemos llevado a cabo cuatro autopsias completas y exámenes preliminares de los otros. Al hilo de lo que ha dicho Greta, no estamos encontrando grandes diferencias entre un cadáver y otro. Este tipo es un robot. Es casi como si los asesinatos en sí no tuvieran importancia. Quizá lo que le pone a este tío sea la caza. O quizá los asesinatos forman parte de un plan más amplio que todavía desconocemos.
Rachel miró fijamente a Alpert. Odiaba que gente que estaba trabajando tan estrechamente en el caso tuviera que seguir haciéndolo sin disponer de la información fundamental, pero sabía que si decía algo pronto estaría fuera de la investigación.
– ¿Tiene una pregunta, Rachel?
La había pillado con la guardia baja. Vaciló.
– ¿Por qué se llevan los cadáveres a Nellis en lugar de examinarlos aquí o en Los Ángeles?
Conocía la respuesta antes de formular la pregunta, pero necesitaba decir algo para escapar del momento.
– De esta manera es más fácil mantener el secreto. Los militares saben mantener un secreto. -Su tono sugería una pregunta final no expresada: «¿Y usted?» Volvió a mirar a Richards-. Continúe, doctor.
Rachel se fijó en la sutil diferencia. Alpert había llamado a Richards doctor, mientras que se había dirigido a Greta Coxe sencillamente por su nombre de pila. Era un rasgo característico. O bien Alpert tenía problemas con las mujeres en posiciones de poder y conocimiento o no respetaba la ciencia de la antropología. Supuso que se trataba de lo primero.
– Bueno, estamos contemplando la asfixia como la causa de la muerte -dijo Richards-. Es bastante obvio con lo que tenemos. No ha quedado mucho con lo que trabajar, pero de momento no vemos otras lesiones. El sudes los domina de alguna manera, les sujeta con cinta muñecas y tobillos y después les pone la bolsa en la cabeza. Creemos que la cinta en torno al cuello es significativa. Es indicativa de una muerte lenta. En otras palabras, el sudes no estaba sosteniendo la bolsa. Se tomaba su tiempo, ponía la bolsa en la cabeza, la sujetaba con cinta y luego retrocedía para observar.
– ¿Doctor? -preguntó Rachel-. ¿La cinta se aplicó desde detrás o desde delante?
– Los extremos están en la nuca, lo cual indica que la bolsa se puso desde detrás, posiblemente con la víctima sentada, y después se fijó en su lugar.
– Así que él… el, eh, sudes… podría haber estado avergonzado o temía encararse a las víctimas cuando hacía eso.
– Es muy probable.
– ¿Cómo va la identificación? -preguntó Alpert. Richards miró a Sundeen y éste continuó. -Hasta ahora sólo tenemos los cinco incluidos en la investigación de Las Vegas. Suponemos que el sexto de ellos estará en una de las dos exhumaciones finales. Con los otros, por el momento, estamos teniendo problemas. No disponemos de huellas útiles. Hemos enviado la ropa, lo que quedaba de ella, a Quantico y quizá Brass tenga una actualización al respecto. Entretanto…
– No, ninguna actualización -dijo Doran desde la pantalla de televisión.
– De acuerdo -dijo Sundeen-. Hoy hemos introducido los datos dentales en el ordenador. Así que tal vez obtengamos algún resultado por esta vía. Aparte de eso estamos esperando que ocurra algo.
Asintió con la cabeza al terminar su informe. Alpert retomó la dirección de la reunión.
– Quiero dejar a Brass para el final, así que hablemos del suelo.
Mary Pond intervino.
– Hemos tamizado la tierra extraída y todo ha salido limpio salvo por un elemento que obtuvimos ayer que es apasionante. En la excavación siete encontramos un trozo de chicle envuelto en papel. Juicy Fruit, según el envoltorio. Estaba enterrado a entre sesenta y setenta y cinco centímetros en una tumba de noventa centímetros. Así que creemos que está relacionado y que podría ser una pista para nosotros.
– ¿Dentales? -preguntó Alpert.
– Sí, tenemos dentales. Todavía no puedo concretar nada, pero parecen tres buenas impresiones. Lo puse en una caja y se lo mandé a Brass.
– Sí, está aquí-dijo Doran desde la pantalla-. Llegó esta mañana. Lo he puesto en marcha, pero todavía no tenemos nada. Quizá más tarde. Aunque estoy de acuerdo. De lo que tenemos sacaremos al menos tres dientes. Quizás incluso ADN.
– Puede ser todo lo que necesitamos -añadió Alpert, excitado.
Aunque recordaba perfectamente que Bob Backus tenía la costumbre de mascar Juicy Fruit, Rachel no estaba excitada. El chicle de la tumba era demasiado bueno para ser cierto. Pensó que no había modo alguno de que Backus hubiera dejado una prueba tan importante. Era demasiado listo para eso, como agente y como asesino. Sin embargo, Rachel no podía expresar apropiadamente sus dudas en la reunión, debido a su acuerdo con Alpert de no sacar a relucir a Backus ante otros agentes.
– Será una trampa -dijo.
Alpert la miró un momento, sopesando el riesgo de preguntarle por qué.
– Una trampa. ¿Por qué dice eso, Rachel?
– Porque no veo que este tipo que está enterrando un cadáver en medio de ninguna parte, probablemente de noche, se tome el tiempo de dejar la pala, sacarse el chicle de la boca, envolverlo en un papel, que tiene que sacarse del bolsillo, y después tirarlo. Creo que si hubiera estado mascando chicle simplemente lo habría escupido fuera. Pero no creo que estuviera mascando chicle. Creo que cogió ese pequeño trozo de goma de mascar de alguna parte, se lo llevó a la tumba y lo dejó caer para que nos patinaran las ruedas con eso cuando decidiera llevarnos hasta los cadáveres con el truco del GPS.
Paseó la vista por la sala. La estaban mirando, pero sabía que para ellos era más una curiosidad que una colega respetada. La pantalla de televisión rompió el silencio.
– Creo que probablemente Rachel tiene razón -dijo Doran-. Nos han manipulado en esto desde el primer día. ¿Por qué no con el chicle? Parece un error increíble en una acción tan bien planeada.
Rachel se fijó en que Doran le guiñaba un ojo.
– ¿Un trozo de chicle? ¿Un error en ocho tumbas? -dijo Gunning, uno de los agentes de Quantico-. No creo que sea tan poco probable. Todos sabemos que nadie ha cometido nunca el crimen perfecto. Sí, la gente se escapa, pero todos cometen errores.
– Bueno -dijo Alpert-, esperemos y veremos qué sacamos de esto antes de saltar a ninguna conclusión en un sentido o en otro. Mary, ¿algo más?
– Ahora no.
– Entonces pasemos al agente Cates, a ver cómo lo están haciendo los locales con las identificaciones.
Cates abrió una carpeta de piel que contenía un bloc de notas de tamaño folio. El hecho de que tuviera una carpeta tan bonita y cara para un bloc normal y corriente le decía a Rachel que el hombre estaba muy orgulloso de su trabajo y de lo que hacía. O bien que la persona que le había regalado la carpeta tenía esos sentimientos. En cualquier caso, a Rachel le cayó bien de inmediato. También le hizo sentir que le faltaba algo. Ella ya no sentía ese orgullo en el FBI o en su trabajo.
– Muy bien, empezamos a husmear en el caso de personas desaparecidas de la policía metropolitana de Las Vegas. Estamos coartados por la necesidad de mantener el secreto. Así que no estamos entrando a saco. Sólo hemos establecido contacto y hemos explicado que estamos interesados sólo por la cuestión interestatal, por el hecho de que haya víctimas de distintos estados e incluso una de otro país. Eso nos da acceso, pero no queremos mostrar la mano entrando a saco. Así que está previsto que hoy tengamos una reunión con ellos. En cuanto establezcamos una cabeza de puente, por decirlo así, empezaremos a ir hacia atrás examinando a esos individuos y buscando el denominador común. Hay que tener en cuenta que esos tíos llevan en el caso varias semanas y por lo que sabemos no tienen una mierda.
– Agente Cates -dijo Alpert-. La cinta.
– Oh, disculpe mi lenguaje. No tienen nada, es lo que quería decir.
– Muy bien, agente Cates. Manténgame informado.
Y a continuación no hubo más que silencio. Alpert continuó sonriendo amablemente a Cates hasta que el agente local captó el mensaje.
– Ah, eh, ¿quiere que me vaya?
– Lo quiero en la calle, trabajando sobre esas víctimas -dijo Alpert-. No tiene sentido que pierda el tiempo aquí escuchando como le damos vueltas a las cosas sin fin.
– De acuerdo.
Cates se levantó. Si hubiera sido un hombre blanco, la turbación habría sido más notable en su rostro.
– Gracias, agente Cates -dijo Alpert a su espalda cuando aquél cruzaba el umbral.
Acto seguido, Alpert volvió su atención a la mesa.
– Creo que Mary, Greta, Harvey y Doug también pueden irse. Me temo que los necesitamos de nuevo en las trincheras, y no iba con segundas.
Repitió la sonrisa administrativa.
– De hecho -dijo Mary Pond-, me gustaría quedarme y escuchar lo que Brass ha de decir. Podría ayudarme en mi trabajo sobre el terreno.
En esta ocasión Alpert perdió la sonrisa.
– No -dijo con firmeza-, no será necesario.
Un silencio incómodo envolvió la sala hasta que éste quedó finalmente puntuado por los sonidos de las sillas del equipo científico al ser separadas de las mesas. Los cuatro se levantaron y abandonaron la sala sin hablar. A Rachel le dolió verlo. La arrogancia sin límites de los dirigentes era endémica en el FBI. No iba a cambiar nunca.
– Bueno, ¿dónde estábamos? -dijo Alpert, metamorfoseándose con facilidad después de lo que acababa de hacerle a cinco buenas personas-. Brass, es tu turno. Estabas con el barco, la cinta y las bolsas, la ropa, el GPS, y ahora tienes el chicle, que todos sabemos que no nos llevará a ninguna parte, muchas gracias, agente "Walling.
Dijo la palabra «agente» como si fuera sinónimo de «idiota». Rachel levantó las manos en ademán de rendición.
– Lo siento, no sabía que la mitad del equipo no sabe quién es el sospechoso. Es curioso, pero cuando estaba en Comportamiento nunca trabajábamos así. Compartíamos la información y el conocimiento. No nos la ocultábamos los unos a los otros.
– ¿Se refiere a cuando trabajaba para el hombre al que ahora estamos buscando?
– Mire, agente Alpert, si está tratando de mancillarme con esa mierda, entonces…
– Este es un caso clasificado, agente Walling. Es lo único que quiero transmitirle. Como le he dicho antes es need to know.
– Obviamente.
Alpert le dio la espalda como para borrarla de su memoria y miró la pantalla de televisión.
– Brass, puedes empezar por favor.
Alpert se aseguró de que estaba de pie entre Rachel y la pantalla, para subrayarle a la agente de Rapid City su posición de outsider en el caso.
– De acuerdo -dijo Doran-. Tengo algo significativo y…, bueno, extraño con lo que comenzar. Ayer les hablé del barco. El análisis inicial de huellas dactilares de superficies expuestas resultó negativo. Había estado expuesto a los elementos desde quién sabe cuánto tiempo. Así que dimos otro paso. El agente Alpert autorizó el desmontaje de la prueba y eso se hizo anoche en el hangar de Nellis. En el barco hay lugares de agarre, tiradores para mover la embarcación. En una ocasión fue una lancha de salvamento, construida a finales de los treinta y probablemente vendida como excedente militar después de la Segunda Guerra Mundial.
Mientras Doran continuaba, Dei abrió una carpeta y sacó una foto del barco. La sostuvo para que Rachel lo viera, puesto que nunca había visto el barco. Cuando ella había llegado al emplazamiento de la excavación, el barco ya estaba en Nellis. Pensó que era sorprendente y típico que el FBI pudiera acaparar tal cantidad de información sobre un barco varado en el desierto, pero tan poca en relación con el crimen con el que estaba relacionado.
– En nuestro primer análisis no pudimos llegar al interior de los agujeros de agarre. Cuando desmontamos la pieza sí lo conseguimos. Aquí es donde tuvimos suerte, porque este pequeño hueco estuvo en gran medida protegido de los elementos.
– ¿Y? -preguntó Alpert, con impaciencia. Obviamente no estaba interesado en el trayecto, sólo quería saber el destino final.
– Y sacamos dos huellas de la parte de babor del agarre de proa. Esta mañana las hemos cotejado en las bases de datos y casi al momento obtuvimos un resultado. Esto va a sonar extraño, pero las huellas eran de Terry McCaleb.
– ¿Cómo puede ser eso? -preguntó Dei.
Alpert no dijo nada. Su mirada bajó a la mesa que tenía ante sí. Rachel también se quedó sentada tranquilamente, con su mente ganando velocidad para procesar y entender este último fragmento de información.
– En algún momento puso la mano en el agujero de agarre del barco, es la única forma de que pasara -dijo Doran.
– Pero está muerto -dijo Alpert. -¿Qué? -exclamó Rachel.
Todos los presentes en la sala se volvieron a mirarla. Dei asintió lentamente con la cabeza.
– Murió hace un mes. De un ataque al corazón. Supongo que la noticia no llegó a Dakota del Sur.
La voz de Doran sonó a través del altavoz.
– Rachel, lo siento mucho. Debería habértelo dicho, pero estaba tan consternada que me fui directamente a California. Lo siento. Tendría que haberte llamado.
Rachel se miró las manos. Terry McCaleb había sido su amigo y colega. Era uno de los empáticos. De repente sintió una repentina y profunda sensación de pérdida, a pesar de que no había hablado con él en años. Sus experiencias compartidas los habían unido de por vida, y ahora esa vida había terminado para él.
– Muy bien, gente, vamos a tomar un descanso -dijo Alpert-. Quince minutos y volvemos aquí. Brass, ¿puedes volver a llamar?
– Lo haré. Tengo más información.
– Ya hablaremos entonces.
Todos desfilaron en busca de café o de los lavabos. Rachel se quedó sola.
– ¿Está usted bien, agente Walling? -preguntó Alpert.
Ella levantó la mirada. Lo último que iba a hacer era dejar consolarse por él.
– Estoy bien -dijo, moviendo la mirada a la pantalla en blanco de la televisión.