42

Rachel extrajo el cargador de la pistola de Backus y descubrió que sólo faltaban las dos balas que ella había disparado. Volvió a colocarlo en su sitio y corrió a la ventana.

– ¿Quieres que vaya contigo? -preguntó Ed desde atrás.

Ella se volvió. Thomas se había liberado. Estaba de pie, sosteniendo el cuchillo preparado.

– Haz lo que ha dicho Harry. Consíguenos refuerzos.

Rachel salió al alféizar y saltó, bajo la lluvia. Rápidamente avanzó junto a la buganvilla hasta que descubrió un hueco y alcanzó la valla del río. Se puso la pistola de Backus en su cartuchera y escaló y saltó al otro lado, rasgando la manga de la chaqueta al engancharse. Se dejó caer en el arcén de gravilla que estaba a sesenta centímetros del borde. Miró por encima y vio que el agua estaba a sólo un metro del límite del cauce. Se estrellaba contra las paredes de hormigón, creando el sonido atronador de la muerte. Apartó la vista y miró hacia delante. Vio que Backus corría. Estaba a medio camino del puente de Saticoy. Rachel se levantó y echó a correr. Disparó un tiro al aire para que él pensara en lo que venía detrás y no en lo que podía aguardarle en el puente.

El Mercedes patinó en el bordillo en la parte superior del puente. Salté, sin preocuparme por apagar el motor, y corrí hacia la barandilla. Vi que Rachel corría hacia mí, con la pistola levantada, por el arcén del canal. Pero no vi a Backus.

Retrocedí y miré en todas direcciones, pero seguí sin verlo. Era imposible que hubiera alcanzado el puente antes que yo. Corrí hasta la verja que flanqueaba el puente y daba acceso al arcén del canal. Estaba cerrada, pero vi que el arcén continuaba por debajo del puente. Era la única alternativa. Sabía que Backus tenía que estar escondido allí debajo.

Rápidamente salté la verja y me dejé caer en el suelo de gravilla. Salí, empuñando la pistola con ambas manos, debajo del puente.

Me agaché y avancé en la oscuridad.

El sonido del torrente hacía un eco atronador debajo del puente, sostenido por cuatro grandes soportes de hormigón. Backus podía estar oculto detrás de cualquiera de ellos.

– ¡Backus! -grité-. Si quieres vivir, sal. ¡Ahora!

Nada. Sólo el sonido del agua. Entonces oí una voz a lo lejos y me volví. Era Rachel. Todavía estaba a cien metros. Estaba gritando, pero el ruido del agua oscurecía sus palabras.


Backus se agazapó en la oscuridad. Trató de conjurar todas las emociones y concentrarse en el momento. Había estado allí antes. Acorralado en la oscuridad. Había sobrevivido entonces y sobreviviría otra vez. Lo importante era concentrarse en el momento, sacar fuerzas de la oscuridad.

Oyó que su perseguidor le llamaba. Estaba cerca. El tenía el arma, pero Backus tenía la oscuridad. La oscuridad siempre había estado de su lado. Se apretó otra vez contra el hormigón y deseó poder desaparecer en las sombras. Sería paciente y actuaría en el momento oportuno.


Aparté la mirada de la figura distante de Rachel y volví a concentrarme en el puente. Avancé, manteniéndome lo más alejado posible de los refugios de hormigón sin caer al canal. Descarté los dos primeros y miré otra vez a Rachel. Ahora estaba a cincuenta metros. Empezó a hacerme señales con el brazo izquierdo, pero no entendí el movimiento de gancho que me repetía.

De repente me di cuenta de mi error. Había dejado las llaves en el coche. Backus podía subir por el otro lado del puente y meterse en el Mercedes.

Eché a correr, deseando llegar a tiempo de disparar a los neumáticos. Pero me equivocaba con el coche. Al pasar el tercer soporte de hormigón Backus saltó sobre mí por sorpresa, golpeándome contundentemente con el hombro. Retrocedí con los brazos extendidos, con Backus encima de mí, resbalando los dos sobre la gravilla hasta el borde del canal de hormigón.

Él trataba de arrebatarme la pistola, usando ambas manos para arrancármela de las mías. Supe en un instante que si llegaba a la pistola todo habría acabado, me mataría a mí y después a Rachel. No podía dejar que se apoderara del arma.

Me clavó el codo izquierdo en la mandíbula y sentí que el arma me resbalaba. Disparé dos veces, con la esperanza de darle en un dedo o en la palma de la mano. Backus gritó de dolor, pero enseguida sentí que redoblaba su esfuerzo e intensificaba la presión, alimentado por el dolor.


Su sangre se coló entre mis dedos y debilitó mi agarre. Iba a perder la pistola. Lo sabía. Tenía una mejor posición y una fuerza animal. El arma se me escapaba. Podía intentar aguantar unos segundos hasta que llegara Rachel, pero para entonces puede que ella también estuviera corriendo a una trampa mortal.

Opté por la única alternativa que me quedaba. Clavé los talones en la gravilla e impulsé todo mi cuerpo hacia arriba. Mis hombros resbalaron sobre el borde de hormigón. Replanté los pies y lo volví a intentar. Esta vez fue suficiente. Backus pareció darse cuenta de su situación de repente. Soltó la pistola y trató de agarrarse del borde. Pero era demasiado tarde también para él.

Juntos caímos por el borde al agua negra.


Rachel los vio caer desde sólo unos pocos metros de distancia. Gritó «¡No!», como si eso pudiera detenerlos. Fue al lugar desde el que habían caído y miró hacia abajo, pero no vio nada. Corrió a lo largo del borde hasta salir de debajo del puente. No vio nada. Miró río abajo en busca de alguna señal de ellos en la rápida corriente.

Finalmente, vio que Bosch salía y movía la cabeza como para comprobar su posición. Estaba pugnando con algo debajo del agua y ella se dio cuenta de que estaba tratando de quitarse el impermeable.

Rachel buscó por el río, pero no vio por ninguna parte la cabeza de Backus. Miró de nuevo a Bosch mientras éste se alejaba. Vio que él la miraba a ella. Bosch levantó un brazo por encima del agua y señaló. Ella siguió la dirección que Bosch le indicaba y vio el Mercedes aparcado encima del puente. Vio que el limpiaparabrisas estaba en marcha y supo que las llaves seguían allí.

Echó a correr.


El agua estaba fría, más de lo que habría imaginado. Y yo ya estaba débil por la lucha con Backus. Me sentía pesado en el agua y me costaba mantener la cara sobre la superficie. El agua parecía viva, como si me estuviera agarrando y tirando de mí hacia el fondo.

Había perdido la pistola y no había rastro de Backus. Extendí los brazos y traté de maniobrar el cuerpo de manera que simplemente pudiera cabalgar los rápidos hasta que recuperara parte de la fuerza y pudiera hacer un movimiento o Rachel consiguiera ayuda. Me acordé del niño que había caído al río tantos años antes. Los bomberos, los policías, incluso los viandantes trataron de salvarlo, echando al agua mangueras, escaleras y cuerdas. Pero fallaron y el niño se ahogó. Al final, el rabión lo devoró todo.

Traté de no pensar en eso. Traté de no caer preso del pánico. Giré las palmas hacia abajo y tuve la sensación de que podía mantener la cabeza fuera del agua con más facilidad. La nueva posición incrementó mi velocidad en la corriente, pero me permitió conservar la cabeza a flote. Me dio confianza. Empecé a pensar que podía lograrlo. Durante un rato. Todo dependía de cuándo llegara la ayuda. Miré al cielo. No había helicópteros. No había bomberos. Todavía no había ayuda. Sólo el vacío gris del cielo y la lluvia que caía.

El operador del servicio de emergencias le dijo a Rachel que se mantuviera en línea, pero ella no podía conducir deprisa y con seguridad con el teléfono en la oreja. Lo soltó en el asiento del pasajero sin desconectarlo. Cuando llegó a la siguiente señal de stop frenó tan en seco que el teléfono cayó al suelo, fuera de su alcance. No le importó. Estaba acelerando por la calle mirando a su izquierda en cada cruce en busca del siguiente puente que cruzara el canal.

Cuando finalmente vio uno, aceleró hasta él y detuvo el Mercedes encima del puente, en medio de la calzada. Bajó de un salto y corrió a la barandilla.

No se veía ni a Bosch ni a Backus. Pensó que podía haberlos adelantado. Cruzó la calle. Un motorista hizo sonar la bocina, pero ella pasó a la barandilla del otro lado sin preocuparse por eso.

Examinó la superficie turbulenta durante unos segundos, hasta que vio a Bosch. Tenía la cabeza encima de la superficie e inclinada hacia atrás, con la cara hacia el cielo. Rachel sintió pánico. ¿Seguía vivo? ¿O se había ahogado y su cuerpo simplemente era arrastrado por la corriente? Entonces, casi con la misma rapidez con que el miedo la había atenazado, vio que Bosch sacudía la cabeza, como hacen con frecuencia los nadadores para apartarse el pelo y el agua de los ojos. Estaba vivo y a unos cien metros del puente. Vio que pugnaba por modificar su posición en la corriente. Rachel se inclinó hacia delante y miró al agua. Sabía lo que él estaba haciendo. Iba a intentar agarrarse a uno de los soportes del puente. Si podía agarrarse y aguantar, podrían sacarlo y salvarlo allí mismo.

Rachel corrió de nuevo al coche y abrió la puerta del maletero. Buscó en la parte de atrás algo que pudiera ayudarla. Allí estaba su bolsa y poco más. La echó al suelo de un tirón y levantó el panel de suelo alfombrado. Alguien atrapado detrás del Mercedes en la calle empezó a tocar el claxon. Ella ni siquiera se volvió a mirar.


Golpeé con tanta fuerza el pilar central del puente que me quedé sin respiración y pensé que me había roto cuatro o cinco costillas. Pero me agarré. Sabía que era mi oportunidad. Me aferré con todas las fuerzas que me quedaban.

La corriente tenía garras. Sentía miles de garras tirando de mí, tratando de devolverme al torrente oscuro. El agua me azotaba la cara. Con un brazo a cada lado del muelle, traté de trepar por el hormigón resbaladizo, pero cada vez que ganaba unos centímetros las garras me aferraban y tiraban de mí hacia abajo. Rápidamente entendí que lo mejor que podía hacer era agarrarme. Y esperar.

Al abrazarme al hormigón pensé en mi hija. Pensé en ella suplicándome que resistiera, diciéndome que tenía que hacerlo por ella. Me dijo que no importaba dónde estuviera o qué hiciera, ella todavía me necesitaba. Incluso en aquel momento supe que era una ilusión, pero me pareció reconfortante. Me proporcionó la fuerza para no soltarme.


Había herramientas y una rueda de repuesto en el compartimento, nada que sirviera. Entonces, debajo de la rueda, a través de los agujeros del diseño de la llanta, Rachel vio cables negros y rojos. Cables de batería.

Puso los dedos en los agujeros de la llanta y tiró hacia arriba. Era grande, pesada y difícil de agarrar, pero no se amilanó. Sacó la rueda de un tirón y la dejó en el suelo.

Cogió los cables y cruzó de nuevo la calle a la carrera, causando que un coche patinara de costado cuando el conductor pisó los frenos.

En la barandilla, miró al río, pero no vio a Bosch hasta que miró justo debajo y lo vio agarrado al pilar de soporte. El agua le impactaba en el rostro y tiraba de él. Tenía las manos y los dedos llenos de arañazos y sangrantes. Estaba mirándola a ella con lo que le pareció una pequeña sonrisa en el rostro, casi como si le estuviera diciendo que iba a salvarse.

Insegura de cómo iba a completar el rescate, ella tiró el extremo de uno de los cables al agua. Eran demasiado cortos.

– ¡Mierda!

Había una tubería que recorría el lateral del puente. Si lograba bajar hasta la tubería quizá pudiera hacer descender los cables un metro y medio más… Eso podría bastar.

– Señora, ¿está bien?

Ella se volvió. Tenía un hombre a su lado, debajo de un paraguas. Estaba cruzando el puente.

– Hay un hombre en el río. Llame al novecientos once. ¿Tiene móvil? Llame al novecientos once.

El hombre empezó a sacar un teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. Rachel se volvió de nuevo hacia la barandilla y empezó a treparla.

Ésa era la parte sencilla. Pasar por encima de la barandilla y bajar por la tubería era la maniobra arriesgada. Se puso los cables en torno al cuello y lentamente bajó un pie a la tubería y luego el otro. Se dejó resbalar hasta quedar con una pierna a cada lado de la tubería, como si estuviera montando a caballo.

Esta vez sabía que el cable llegaría a Bosch. Empezó a bajarlo y él se estiró a cogerlo. Pero justo cuando la mano de Bosch lo agarró, Rachel vio un borrón de color en el agua y Bosch fue golpeado por algo y no pudo evitar desasirse del pilar de soporte. En ese momento Rachel se dio cuenta de que había sido Backus, vivo o muerto, lo que lo había soltado.

Ella no estaba preparada. Cuando Bosch se soltó, se mantuvo aferrado al cable, pero su peso y el peso de Backus y la corriente fueron demasiado para Rachel. Su extremo del cable se le escapó y cayó en el agua, bajo el puente.

– ¡Ya vienen! ¡Ya vienen!

Rachel miró al hombre que estaba debajo del paraguas asomado a la barandilla.

– Es demasiado tarde -dijo ella-. Se ha soltado.


Yo estaba débil, pero Backus estaba aún más débil. Sabía que no tenía la misma fuerza que había mostrado en la confrontación al borde del río. Me había arrancado del puente porque no lo había visto venir y porque me había golpeado con todo su peso, pero se agarraba a mí como un ahogado, sólo trataba de no soltarse.

Dimos tumbos en la corriente, que nos atrajo hasta el fondo. Traté de abrir los ojos, pero el agua era demasiado oscura para ver a través de ella. Lo llevé con fuerza hasta el lecho de hormigón y me situé detrás de él. Coloqué el cable que todavía sujetaba en torno al cuello de Backus. Tiré del cable una y otra vez hasta que él me soltó y llevó las manos a su propio cuello. Me ardían los pulmones. Necesitaba aire. Me empujé en Backus para salir a la superficie. Al separarnos intentó por última vez agarrarse de mis tobillos, pero yo logré liberarme.

En los últimos momentos Backus vio a su padre. Muerto e incinerado hacía mucho tiempo, a él se le apareció vivo, con los ojos severos que Backus siempre recordaba. Tenía una mano a la espalda, como si ocultara algo. La otra mano llamaba a su hijo para que siguiera adelante. Para que fuera a casa.

Backus sonrió y después rió. El agua le entró en la boca y en los pulmones. No sintió pánico. Le dio la bienvenida. Sabía que renacería. Volvería. Sabía que el mal nunca podía ser derrotado. Sólo cambiaba de un sitio a otro y aguardaba.


Salí a la superficie y tragué aire. Me revolví en el agua buscando a Backus, pero había desaparecido. Me había librado de él, pero no del agua. Estaba exhausto. Notaba los brazos tan pesados en el agua que apenas podía sacarlos a la superficie. Pensé en el chico otra vez, en lo asustado que tuvo que estar, completamente solo y con las garras aferrándose a él.

Delante de mí, vi donde el agua se vaciaba en el canal principal del río. Estaba a cincuenta metros de distancia y sabía que allí el río sería más ancho, más llano y más violento. Pero los muros de hormigón hacían pendiente en el canal principal y sabía que podría tener una oportunidad de salir si conseguía frenar mi velocidad y encontrar un agarre.

Bajé los ojos y decidí situarme lo más cerca posible de la pared sin ser empujado con fuerza contra ella. Entonces vi una salvación más inmediata. El árbol que había visto en el canal desde la ventana de la casa de Turrentine estaba a cien metros de distancia, en el río. Debía de haberse enganchado en el puente y le había dado alcance.

Con mi última reserva de fuerzas, empecé a nadar con la corriente, cogiendo velocidad y dirigiéndome al árbol. Sabía que podía ser mi bote salvavidas. Podría llevarme hasta el Pacífico si era necesario.


Rachel perdió de vista el río. Las calles la alejaron de él y enseguida lo perdió. No podía volver. En el coche había una pantalla de GPS, pero ella no sabía cómo funcionaba y de todas formas dudaba de que dispusiera de conexión con el satélite con semejante clima. Se inclinó hacia delante y golpeó el volante con rabia con la palma de la mano. Sentía que estaba abandonando a Harry, que sería culpa suya si se ahogaba.

Entonces oyó el helicóptero. Volaba bajo y se movía con rapidez. Se inclinó hacia delante para mirar a través del parabrisas. No vio nada. Bajó del coche y giró en círculos bajo la lluvia, mirando. Todavía lo oía, pero seguía sin verlo.

Tenía que ser el rescate, pensó. Con esa lluvia, ¿quién más podía estar volando? Se metió de nuevo en el Mercedes y siguió la pista del sonido. Dobló a la derecha por la primera calle que pudo y empezó a seguir la dirección del sonido. Conducía con la ventanilla bajada y la lluvia la empapaba. Escuchó el sonido del helicóptero en la distancia.

Enseguida lo vio. Estaba volando en círculos un poco más adelante y a la derecha. Rachel continuó y cuando llegó a Reseda Boulevard giró de nuevo a la derecha y vio que, de hecho, había dos helicópteros, uno encima del otro. Los dos eran rojos con letras blancas en el lado. No eran de la televisión ni de la radio. Los dos aparatos llevaban las siglas del Departamento de Bomberos de Los Ángeles.

Había un puente delante, y Rachel vio coches detenidos y gente saliendo bajo la lluvia y corriendo hacia la barandilla. Miraban al río.

Ella detuvo el coche en medio de un carril de tráfico e hizo lo mismo. Corrió a la barandilla a tiempo de asistir al rescate. Bosch llevaba un arnés de seguridad amarillo y estaba siendo elevado en un cable desde un árbol caído que estaba encajado en la parte más baja, donde el río se ensanchaba hasta una distancia de cincuenta metros.

Mientras era alzado al helicóptero, Bosch miró la enfurecida corriente. El árbol no tardó en desencajarse y empezó a dar tumbos en los rápidos. Cogió velocidad y pasó bajó el puente, con sus ramas rompiéndose en los pilares de soporte y arrancándose.

Rachel observó que los rescatadores metían a Bosch en el helicóptero. No apartó la vista hasta que él estuvo a salvo dentro del helicóptero y éste empezó a alejarse. Y fue sólo entonces cuando otros curiosos reunidos en el puente empezaron a gritar y a señalar al río. Ella miró y vio a otro hombre en el agua. Pero para ese hombre no había rescate posible. Flotaba boca abajo, con los brazos inertes y el cuerpo sin vida. Tenía cables rojos y negros enrollados en el cuerpo y en el cuello. Su cráneo afeitado parecía la pelota perdida de un niño cabeceando en la corriente.

El segundo helicóptero siguió al cuerpo desde lo alto, esperando que se estancara como antes había hecho el árbol antes de arriesgarse a sacarlo del agua. En esta ocasión no había prisa.

Cuando la corriente se arremolinó entre los pilares del puente, el cadáver giró en el agua. Justo antes de que pasara bajo el puente, Rachel atisbo la cara de Backus.

Tenía los ojos abiertos bajo el brillo del agua, y a Rachel le pareció que la miraba justo antes de desaparecer bajo el puente.


Hace muchos años, cuando servía en el ejército en Vietnam, me hirieron en un túnel. Me sacaron de allí mis camaradas y me pusieron en un helicóptero que me devolvió al campo base. Recuerdo que, cuando el aparato se elevó y me alejó del camino del peligro, sentí una euforia que oscurecía con creces el dolor de mi herida y el cansancio que sentía.

Sentí lo mismo ese día en el río. Déjà vu. Lo había logrado. Había sobrevivido. Estaba a salvo. Estaba sonriendo cuando un bombero con un casco de seguridad me envolvió con una manta.

– Vamos a llevarle al USC para que le hagan un chequeo -gritó por encima del ruido del rotor y de la lluvia-. Llegaremos en diez minutos.

Me levantó el dedo pulgar y yo repetí el mismo signo. Al hacerlo me fijé en que mis dedos habían adquirido un color blanco azulado y que yo estaba temblando a causa de algo más que frío.

– Siento lo de su amigo -gritó el bombero.

Vi que estaba mirando a través del panel de cristal de la parte inferior de la puerta que acababa de cerrar. Me incliné y vi a Backus en el agua. Estaba boca arriba y se movía lánguidamente en la corriente.

– Yo no lo siento -dije, pero no lo bastante alto para que me oyera.

Me recosté en el asiento en el que me habían colocado. Cerré los ojos y saludé con la cabeza a la imagen conjurada de mi compañero silencioso, Terry McCaleb, sonriendo y de pie en la popa de su barco.

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