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Todo se reducía a geometría de escuela primaria. Tenía dos de los tres vértices de un triángulo y necesitaba el tercero. Era así de fácil y así de difícil al mismo tiempo. Para llegar a ese punto contaba con el perímetro del triángulo. Me senté, abrí la libreta por una página en blanco y me puse a trabajar con el mapa de McCaleb.

Recordaba del artículo del Times que el kilometraje registrado en el coche de alquiler de uno de los hombres desaparecidos era de 528 kilómetros. Siguiendo la que creía que era la teoría de McCaleb, esa distancia equivaldría al total de los tres lados del triángulo. Ya sabía, gracias a las anotaciones en el mapa, que un lado del triángulo -de Zzyzx al aeropuerto de Las Vegas- medía 148 kilómetros. Eso dejaba 380 kilómetros para los dos lados restantes. Esa cifra podía repartirse de diversas maneras, situando el lado restante del triángulo en infinidad de posibles situaciones en el mapa. Lo que necesitaba era un compás para trazar con precisión el triángulo, pero tendría que apañarme con lo que tenía.

Según la leyenda del mapa, un centímetro equivalía a 30 kilómetros de terreno. Saqué mi billetera y extraje mi licencia de conducir. Colocando uno de sus lados cortos en la escala determiné que el lado del carnet equivalía a 150 kilómetros en el mapa. Sobre esa base, compuse varios triángulos cuyos dos últimos lados sumaban los 380 kilómetros restantes. Tracé puntos tanto al norte como al sur de la línea de base que había dibujado desde Zzyzx Road a Las Vegas. Pasé veinte minutos estudiando las posibilidades, y mi dibujo llevó el tercer posible vértice del triángulo hasta el Gran Cañón, en el otro extremo de Ari-zona, o bien al norte, hacia la zona militar vedada bajo el comando de la base de la fuerza aérea en Nellis. No tardé en frustrarme, al darme cuenta de que las posibilidades eran inacabables y que ya podía haber identificado el vértice faltante del triángulo y ni siquiera me habría dado cuenta.

Me levanté y fui a buscar otra cerveza a la media nevera. Todavía enfadado conmigo mismo abrí el móvil y llamé a Buddy Lockridge. La llamada fue al buzón de voz sin que la contestara.

– Buddy, ¿dónde diablos está?

Cerré el móvil de golpe. No era que necesitara a Buddy en ese momento, sólo necesitaba gritarle a alguien y él era el objetivo más fácil.

Salí al balcón y busqué a Jane. No estaba allí y me sentí levemente decepcionado. Mi vecina era un misterio y me gustaba hablar con ella. Barrí con la mirada el aparcamiento y los jets que había al otro lado de la valla y capté la figura de un hombre en el extremo más alejado del aparcamiento. Llevaba una gorra negra con letras doradas que no podía leer. Estaba bien afeitado y llevaba gafas de espejo y camisa blanca. Su mitad inferior quedaba oculta por el coche tras el cual se hallaba. Parecía estar mirándome directamente a mí.

El hombre de la gorra no se movió durante al menos dos minutos y yo tampoco lo hice. Estuve tentado de salir del apartamento y bajar al aparcamiento, pero temía que si perdía de vista al hombre, aunque fuera por unos segundos, éste desaparecería.

Nos quedamos paralizados en nuestras respectivas miradas hasta que el hombre de repente cambió de posición y empezó a cruzar el aparcamiento. Al pasar por detrás del coche vi que llevaba pantalones cortos de color negro y una especie de cinturón de herramientas. También fue entonces cuando alcancé a leer la palabra «Seguridad» en su camisa y me di cuenta de que aparentemente trabajaba para el Double X. Se metió en el pasaje que separaba los dos edificios que formaban el Double X y desapareció de mi vista.

Lo dejé estar. Era la primera vez que veía un vigilante de seguridad en los apartamentos a la luz del día, pero tampoco era tan sospechoso. Comprobé otra vez el balcón de al lado en busca de Jane -no había señal de ella- y volví a entrar.

Esta vez abordé la geometría desde un punto de vista diferente. Me olvidé de los kilómetros y simplemente miré el mapa. Mi ejercicio anterior me había proporcionado una idea general de lo largo y ancho que podía ser el triángulo en el mapa. Empecé a estudiar las carreteras y localidades de esa zona. Cada vez que una localidad me interesaba medía las distancias para tratar de conseguir un triángulo de aproximadamente 528 kilómetros.

Había medido casi dos docenas de localizaciones, sin llegar siquiera a acercarme en la aproximación de kilometraje cuando me topé con una localidad situada justo al norte de la base del triángulo. Era tan pequeña que estaba marcada sólo por un punto negro, la demarcación más pequeña de un centro de población según la leyenda del mapa. Era una localidad llamada Clear. Conocía el lugar y me entusiasmé de repente, porque en un instante de lucidez comprendí que encajaba con el perfil del Poeta.

Utilizando mi licencia de conducir medí las distancias. Clear estaba aproximadamente a 120 kilómetros al norte de Las Vegas por la autopista Blue Diamond. Después había otros 250 kilómetros aproximadamente por rutas rurales a través de la frontera de California y al sur a través del valle de Sandy hasta la interestatal 15 y el tercer punto del triángulo en Zzyzx. Si sumaba el kilometraje de la base del triángulo entre Zzyzx y el aeropuerto de Las Vegas, obtenía un perímetro de aproximadamente 518 kilómetros, sólo diez menos que el total registrado en el coche alquilado por uno de los hombres desaparecidos.

Estaba empezando a bullirme la sangre. Clear, Nevada. Nunca había estado allí, pero sabía que era una población de burdeles y de los servicios que se derivan de tales negocios. Lo sabía porque más de una vez en mi carrera de policía había seguido la pista de sospechosos a través de Clear, Nevada. En más de una ocasión un sospechoso que se había entregado voluntariamente en Los Ángeles me contó que había pasado sus últimas noches de libertad con las damas de Clear, Nevada.

Era un lugar al que los hombres iban en privado, poniendo esmero en no dejar pistas que revelaran que se habían hundido en semejantes aguas turbias de la moral. Hombres casados. Hombres de éxito y piedad religiosa. Tenía muchas similitudes con el distrito rojo de Amsterdam, el lugar donde el Poeta había encontrado a sus víctimas con anterioridad.

Buena parte del trabajo policial se basa en el instinto y las corazonadas. Uno vive y muere por los hechos y las pruebas. Eso es innegable. Pero es tu instinto el que con frecuencia te proporciona esa información crucial y después la une como la cola. Y yo estaba siguiendo el instinto. Tenía una corazonada acerca de Clear. Sabía que podía sentarme en la mesa del comedor y trazar triángulos y puntos en el mapa durante horas si quería. Pero el triángulo que había trazado con la ciudad de Clear en el vértice superior me dejó parado al mismo tiempo que la adrenalina me fluía en la sangre. Creía que había trazado el triángulo de McCaleb. No, más que creerlo. Lo sabía. Mi compañero silencioso. Usando sus crípticas notas como guía, ahora sabía adonde iba. Añadí dos líneas al mapa valiéndome de mi licencia de conducir a modo de regla y completé el triángulo. Golpeé cada uno de los vértices en el mapa y me levanté.

El reloj de la pared de la cocina decía que eran casi las cinco. Concluí que era demasiado tarde para ir hacia el norte esa noche. Podía llegar casi a oscuras y eso podía ser peligroso. Rápidamente puse en marcha un plan para salir al alba y tendría casi un día entero para hacer lo que necesitaba hacer en Clear.

Estaba pensando en lo que necesitaría para el viaje cuando una llamada a la puerta me sobresaltó, aunque la estaba esperando. Me levanté para ir a abrir a Buddy Lockridge.

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