17

Rachel se quedó sola en la sala de conferencias. Su shock inicial dio paso a una oleada de culpa. Terry McCaleb había tratado de contactar con ella a lo largo de los años. Ella había recibido los mensajes, pero nunca había respondido. Sólo le había enviado una tarjeta y una nota cuando estuvo en el hospital recuperándose del trasplante. Eso había sido cinco o seis años antes. No podía recordarlo con precisión. Sí recordaba con claridad que no había puesto remite en el sobre. En ese momento se dijo a sí misma que lo hacía porque no iba a quedarse en Minot mucho tiempo. Sin embargo, entonces ya sabía que la verdadera razón era que no quería mantenerse en contacto con McCaleb. No quería las preguntas acerca de las elecciones que había hecho. No quería ese vínculo con el pasado.

Ahora ya no tenía que preocuparse, el vínculo se había perdido para siempre.

La puerta se abrió y Cherie Dei asomó la cabeza.

– Rachel, ¿quieres una botella de agua?

– Claro, muy amable. Gracias.

– ¿Pañuelos?

– No, no pasa nada. No estoy llorando.

– Enseguida vuelvo. -Dei cerró la puerta.

– No lloro -dijo Rachel a nadie.

Puso los codos en la mesa y hundió la cara en sus manos. En la oscuridad vio un recuerdo. Ella y Terry en un caso. No eran compañeros, pero Backus los había puesto juntos en aquella ocasión. Se trataba del análisis de una escena del crimen. Una de las malas. Alguien había atado a una madre y su hija y las había arrojado al agua. La hija se había aferrado con tanta fuerza a un crucifijo que éste le quedó grabado en la mano. La marca todavía era visible cuando se hallaron los cadáveres. Terry estaba trabajando con las fotos y Rachel fue a la cafetería a buscar café. Cuando volvió notó que él había estado llorando. Fue entonces cuando supo que era un empático, uno de los suyos.

Dei volvió a entrar en la sala y puso una botella de agua mineral y un vaso de plástico delante de ella. -¿Estás bien?

– Sí, bien. Gracias por el agua.

– Fue un shock. Yo apenas lo conocía y me quedé de piedra cuando corrió la voz.

Rachel se limitó a asentir. No quería hablar de ello. Sonó el teléfono y Rachel se estiró hacia él antes que Dei. Cogió el aparato en lugar de pulsar el botón de teleconferencia. Esta vez tuvo ocasión de hablar privadamente con Doran en primer lugar. Al menos, la parte de Doran no sería oída por todos.

– ¿Brass?

– Rachel, hola, lo siento mucho, no…

– No te preocupes. No es tu trabajo mantenerme informada de todo.

– Ya lo sé, pero esto tendría que habértelo dicho.

– Probablemente estaba en alguno de los boletines y se me pasó. Resulta extraño enterarse de esta forma.

– Ya lo sé, lo siento.

– ¿Fuiste al funeral?

– Al servicio, sí. Fue en la isla donde vivía, en Catalina. Fue muy bonito, y muy triste. -¿Había muchos agentes?

– No, no demasiados. Era bastante difícil de llegar. Había que tomar un ferry. Pero había unos cuantos policías y familia y amigos. Estuvo Clint Eastwood. Creo que llegó en su propio helicóptero.

La puerta se abrió y entró Alpert. Parecía renovado, como si hubiera estado respirando oxígeno puro durante el receso. Los otros dos agentes, Zigo y Gunning, lo siguieron y tomaron asiento.

– Estamos listos para empezar -dijo Rachel a Doran-. Ahora voy a poneros en pantalla.

– Vale, Rachel. Hablamos después.

Rachel le pasó el teléfono a Alpert, quien lo puso en modo teleconferencia. Doran apareció en pantalla, con aspecto más cansado que antes.

– Bueno -dijo Alpert-. ¿Listos para continuar?

Después de que nadie dijera nada, él prosiguió.

– Muy bien, pues, ¿qué significan estas huellas en el barco?

– Significan que hemos de descubrir cuándo y por qué McCaleb estuvo en el desierto antes de morir -dijo Dei.

– Y significa que hemos de ir a Los Ángeles y echar un vistazo a su muerte -intervino Gunning-, sólo para asegurarnos de que su ataque al corazón fue un ataque al corazón.

– Estoy de acuerdo con eso, pero será un problema -dijo Doran-. Lo incineraron.

– Esto apesta -dijo Gunning.

– ¿Hubo autopsia? -preguntó Alpert-. ¿Se recogieron sangre y tejidos?

– Eso no lo sé -dijo Doran-. Lo único que sé es que lo incineraron. Fui al funeral. La familia echó las cenizas por la borda de su barco.

Alpert miró las caras de los reunidos en la sala y se detuvo en Gunning.

– Ed, ocúpate tú. Ve allí y a ver qué puedes encontrar. Hazlo deprisa. Llamaré a la oficina de campo y les diré que os dejen la gente que necesitéis. Y, por el amor de Dios, mantened a la prensa alejada. McCaleb era una celebridad menor por la cuestión de la película. Si la prensa huele algo de esto se nos echará encima.

– Entendido.

– ¿Otras ideas? ¿Sugerencias?

Nadie dijo nada al principio. Después Rachel se aclaró la garganta y habló con calma.

– ¿Sabéis que Backus también fue mentor de Terry? Hubo una pausa de silencio hasta que Doran dijo: -Es cierto.

– Cuando empezaron el programa de formación, Terry fue el primero que eligió Backus. Yo fui la siguiente.

– ¿Y cuál es el significado de eso ahora? -preguntó Alpert.

Rachel se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe? Pero Backus me llamó con el GPS. Quizá llamó a Terry antes que a mí.

Todos hicieron una pausa un momento para pensar en ello.

– Me refiero… ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me envió el paquete a mí cuando sabe que ya no estoy en Comportamiento? Hay una razón. Backus tiene algún tipo de plan. Quizá Terry fue la primera parte de él.

Alpert asintió lentamente con la cabeza.

– Sé que es un ángulo que tenemos que contemplar.

– Podría estar vigilando a Rachel -dijo Doran.

– Bueno, no nos adelantemos -dijo Alpert-. Limitémonos a los hechos. Agente Walling, quiero que actúe con todas las precauciones, por supuesto. Pero comprobemos la situación de McCaleb y veamos lo que tenemos antes de empezar a dar saltos. Entretanto, Brass, ¿qué más tienes?

Esperaron mientras Doran bajaba la mirada a algunos documentos que estaban fuera de cámara y aparentemente cambiaba de marcha desde McCaleb al resto de los indicios.

– Tenemos algo que podría relacionarse con McCaleb. Pero dejad que vaya por orden y descartemos antes estas otras cosas. Ah, primero, estamos empezando con la cinta y las bolsas recuperadas en los cadáveres. Necesitamos otro día en eso para hacer un informe. Veamos, sobre la ropa, probablemente estará en la sala de secado otra semana antes de que esté lista para el análisis. Así que no hay nada por ahí. Ya hemos hablado del chicle. Pusimos el perfil dental en la base de datos y tendremos el resultado al final del día. Lo cual deja sólo el GPS.

Rachel se fijó en que todos los presentes en la sala estaban mirando intensamente a la pantalla de televisión. Era como si Doran estuviera en la sala con ellos.

– Estamos progresando bien con eso. Investigamos el número de serie y vimos que era de una tienda Big Five de Long Beach, California. Agentes de la oficina de campo de Los Ángeles fueron a la tienda ayer y obtuvieron copia de la factura de venta de este Gulliver modelo Cien a un hombre llamado Aubrey Snow. Resulta que el señor Snow es un guía de pesca y ayer estaba en el mar. Anoche, cuando finalmente regresó a puerto, fue interrogado en profundidad acerca del Gulliver. Nos dijo que perdió el dispositivo unos once meses antes en una partida de póquer con varios guías de pesca más. Era valioso porque en ese momento tenía marcados varios waypoints correspondientes a sus lugares favoritos, las zonas de pesca más productivas a lo largo de la costa del sur de California y México.

– ¿Nos dijo el nombre del tipo que lo ganó? -preguntó rápidamente Alpert.

– Desafortunadamente, no. Fue una partida improvisada. Hacía mal tiempo y había poca actividad. Había muchos guías varados en puerto y se reunían para jugar al póquer casi todas las noches. Diferentes noches, diferentes jugadores. Mucha bebida. El señor Snow no recordaba el nombre ni apenas nada del hombre que le ganó el GPS. No creía que fuera del puerto deportivo donde el señor Snow guarda su barco porque no había vuelto a verlo desde entonces. Se suponía que la oficina de campo iba a reunirse con Snow y un dibujante hoy para tratar de hacer un retrato robot del tipo. De todas formas, aunque consiguieran un buen dibujo, esa zona está llena de puertos deportivos y hay empresas de excursiones de pesca por todas partes. Ya me han dicho que la oficina de campo sólo puede cedernos a dos agentes para esto.

– Eso lo cambiaré con una llamada -dijo Alpert-. Cuando llame para poner a Ed en la cuestión de McCaleb, conseguiré más gente para esto. Iré directo a Rusty Havershaw.

Rachel conocía el nombre, Havershaw era el agente especial a cargo de la oficina de campo de Los Ángeles.

– Eso ayudará -dijo Doran.

– Dices que esto se relaciona con McCaleb. ¿Cómo?

– Bueno, ¿viste la película?

– La verdad es que no, no fui a verla.

– Bueno, McCaleb tenía una empresa de excursiones de pesca en Catalina. No sé lo conectado que está con esa comunidad, pero existe la posibilidad de que conozca a algunos de los guías de esas partidas de póquer.

– Ya veo. Es una posibilidad remota, pero está ahí. Ed, tenlo en cuenta.

– Entendido.

Hubo una llamada a la puerta, pero Alpert no hizo caso. Cherie Dei se levantó y respondió. Rachel vio que era el agente Cates. Le susurró algo a Dei.

– ¿Algo más, Brass? -preguntó Alpert.

– Por el momento no. Creo que necesitamos cambiar el énfasis a Los Ángeles y encontrar…

– Perdón -dijo Dei, introduciendo de nuevo a Cates en la sala-. Escuchen esto.

Cates levantó las manos como para decir que no había para tanto.

– Eh, acabamos de recibir una llamada desde el puesto de control del emplazamiento. Han retenido a un hombre que venía en coche. Es un detective privado de Los Ángeles. Se llama Huhromibus Bosch. Es…

– ¿Quiere decir Hieronymus Bosch? -preguntó Rachel-. ¿Como el pintor?

– Sí, eso es. No conozco a ningún pintor, pero así lo dijo mi hombre. En cualquier caso, la cuestión es ésta. Lo han metido en una de las autocaravanas y han echado un vistazo a su coche sin que lo supiera. Tenía una carpeta en el asiento delantero. Hay notas y cosas, pero también hay fotos. Una de las fotos es del barco.

– ¿Se refiere al barco que estaba allí fuera? -preguntó Alpert.

– Sí, el que marcaba la primera tumba. También había un artículo sobre los seis hombres desaparecidos.

Alpert miró a los otros de la sala un momento antes de hablar.

– Cherie y Tom, llamad a Nellis y que preparen un helicóptero -dijo finalmente-. En marcha. Y llevad a la agente Walling con vosotros.

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