19

Buscar un sitio donde reunirse era la parte difícil, porque el Jugador no quería que lo vieran con Jim Doe en público, y suponía que el sentimiento era mutuo. Eso significaba que la caravana policial y el restaurante quedaban descartados. Así que la mayor parte de las veces se encontraban en la habitación que el Jugador ocupaba en el motel. Doe se había quejado, porque aquello parecía demasiado gay, pero como no se le ocurrió nada mejor, tuvo que aguantarse.

Ahora estaba sentado en la habitación del Jugador bebiendo un café del Dunkin' Donuts con un chorrito de bourbon. Le ayudaba a mantener la cabeza despejada.

El Jugador le miraba con aquel aire de suficiencia: daban ganas de darle con el puño en la cara. Doe veía perfectamente el cariz que estaba tomando la situación. Todo su trabajo se estaba perdiendo en una bruma de avaricia, y encima ahora aquel gilipollas estaba empeñado en averiguar quién le había timado y cómo.

– Sigues caminando de esa forma -dijo el Jugador-. Tendrías que ir al médico.

– Me golpeé con algo cuando estaba moviendo los cuerpos.

– Ya caminabas raro antes de que fuéramos a buscar los cuerpos. Si te duele la pierna o tienes algún problema no tendrías que dejarlo. Que lo mire un médico.

A Doe no le hacía falta aquella mierda.

– No es nada, joder. Ya tengo bastantes problemas para aguantar que me hagas de madre.

– Bueno. Yo solo digo que tendrías que ir al médico. -Hizo una pausa para recuperar el impulso-. He hablado con el chico.

– ¿Sí? ¿Y qué dice?

– Nada. Que iban a comprar y se echaron atrás en el último minuto. Lo que no acabo de entender es por qué le dejaron entrar y lo tuvieron allí sentado tres horas e hicieron ver que tenían hijos.

– Karen tiene hijos -dijo Doe-. O los tenía. De su primer marido. Un listillo que se llama Fred George. ¿Te lo puedes creer? Tiene un nombre compuesto. Trabajaba para el banco y el tipo se creía que era una gran cosa, como si fuera un jugador profesional de rugby o algo así. Se largó con las niñas cuando Karen empezó con el speed.

– Pero ¿por qué fingir que quería comprar enciclopedias? Ella no sabía nada del acuerdo que tenéis conmigo, ¿verdad?

Doe no conocía la respuesta, pero sabía que el Jugador creía conocerla, creía que estaba siendo inteligente y llevando la conversación por donde él quería.

– Yo qué coño sé. No creo. Y lo de por qué… cómo voy a saber lo que esa tenía en la cabeza. No sé qué hacía allí dentro con Cabrón. A lo mejor estaban tratando de pegárnosla. A lo mejor él quería esconder el dinero en la caravana, se llevaba algo entre manos pero salió mal.

– El chico ha dicho otra cosa.

– Ah, ¿sí? -Dio un sorbo al café. Un poco más de bourbon no le habría ido mal.

– Dice que te vio merodeando fuera.

– No me conoce. ¿Cómo va a decir que me vio?

El Jugador chasqueó los labios con impaciencia.

– Me dio una descripción que encajaba contigo.

– ¿Un tipo guapo?

El otro se lo quedó mirando.

– ¿Cómo?

– Esa descripción me habría señalado a mí directamente. Tipo guapo.

– Ostias, Doe. ¿Es que te divierte todo esto? Tenemos un montón de cadáveres, un dinero que ha desaparecido y tengo a B. B. encima.

– Siempre tienes a B. B. encima.

– Sí, bueno, pero no tanto como para que me llame desde el coche y me diga que viene hacia aquí para tratar de averiguar dónde está el dinero.

Doe sintió que palidecía.

– Joder, y viene con esa freaky, ¿no?

– Siempre va con Desiree a todas partes y, puesto que viene hacia aquí, supongo que sí, ella viene también. Es lo normal, ¿no te parece?

– Es rara, ¿eh? Y esa cicatriz que tiene… Pero ¿alguna vez se te ha ocurrido que también es… no sé, sexy? El tipo de tía que no se te ocurriría tirarte pero si ella viene y te dice «Oh, venga, ven» seguramente acabarías tirándotela. No sé si me entiendes.

– Si no me ayudas un poco es a ti a quien van a joder, y no será Desiree precisamente.

Doe se levantó.

– Oye, un momento. No me gusta cómo me estás hablando. ¿Me estás acusando de algo?

El Jugador mantuvo una expresión neutra.

– Solo trato de averiguar por qué Cabrón hizo cosas tan raras. Dejar entrar a uno de mis vendedores y tenerlo ocupado tres horas. Y me gustaría saber qué hacías tú merodeando fuera.

– Vi al chico en la calle y me reí un poco de él. Y ya está. No sé por qué coño Cabrón le invitó a entrar. A lo mejor para él era todo una broma.

– ¿Quieres que te diga lo que pienso?

A Doe no le apetecía especialmente oírlo, pero supuso que tendría que escucharlo de todos modos y prefirió no quejarse. Volvió a sentarse.

– Mi teoría es que Cabrón le invitó a entrar porque tenía miedo de que le pasara algo y prefirió tener un testigo. Y, dado que tú estabas rondando fuera, a ciertas personas les parecerá que tenía miedo de ti. Y como además resulta que tú y él os estabais tirando a la misma drogata y él acabó muerto y con nuestro dinero desaparecido, a algunas personas les parecerá que eres tú quien le mató y se ha quedado el dinero.

Doe dejó su taza de un golpe, derramando el café sobre la mesa de conglomerado.

– ¿Y me puedes decir exactamente quiénes son esas personas que van a pensar eso?

– B. B. -dijo el Jugador-. Y si no encuentras el dinero acabarás con la mierda al cuello, amigo mío.

Eso hizo que parte de su ira desapareciera. Tenía razón. El Jugador era un cabrón, pero sabía llamar a las cosas por su nombre. Si B. B. iba hasta allí para ver qué pasaba con el dinero, significaba que no creía que Doe pudiera manejar la situación. Si el dinero no aparecía, el negocio podía estar en peligro.

Aun así, no parecía tan lógico que B. B. lo culpara a él. Todo ese cuento de que si a algunos les parecería esto o lo otro. Era el Jugador el que se aseguraría de que B. B. viera las cosas como él quería para cubrirse el culo.

La cuestión era que, si hacía falta, Doe podía encontrar el dinero. Eso significaría un viaje a las islas Caimán, y le dolería, pero podía hacerlo. Desde luego, el dinero se había perdido bajo su vigilancia. Pero aun así, solo consideraría aquella opción cuando hubiera agotado todas las alternativas.

– Bueno, ¿qué crees que ha pasado con el dinero? -preguntó Doe.

– Y yo qué sé -dijo el Jugador-. Me pone malo, pero será mejor que lo averigües.

– Sí -dijo Doe.

Se terminó el café y dejó la taza en la mesa, sobre una película de bebidas derramadas. El Jugador se estaba poniendo tan duro con él que empezaba a pensar que era él quien tenía el dinero. A lo mejor había matado a Karen y a Cabrón y se había llevado la pasta. Doe nunca le había visto matar a nadie, pero sí le había visto apalear a algunos drogatas tratando de sacarles la mercancía. Bien podía ser que hubiera ido a ver a Cabrón por cualquier asuntillo, la cosa se hubiera descontrolado y Karen y Cabrón hubieran acabado muertos. Y ahora estaba tratando de cubrirse las espaldas o de aprovecharse de la situación.

Quizá el Jugador no le estuviera previniendo por si acaso, le estaba previniendo y punto. Y eso significaba que Doe tenía que pensar algo él solito.


Cuando Doe abandonó la habitación, B. B. salió del cuarto de baño. Se había escondido detrás de la cortina marrón de la ducha, surcada por una Vía Láctea de moho. Entró en la habitación y se instaló en un asiento que había junto a los pies de la cama. Se sacudió su traje de lino y se alisó los pantalones.

B. B. se sentó en el sillón pero se levantó de un salto.

– Está mojado -dijo.

– Solo es agua -dijo el Jugador-. Anoche derramé un poco de hielo.

– ¿Has visto que iba a sentarme en un sillón mojado y no dices nada?

– Joder. Derramé el agua anoche. Se me había olvidado.

B. B. volvió al cuarto de baño, cogió una toalla de mano y se puso a darse toquecitos contra las nalgas.

Siempre había sido un poco raro, pero últimamente le preocupaba la ropa, el pelo y los zapatos, como una mujer; se obsesionaba por los detalles más raros e insignificantes del negocio y dejaba que esa freaky rara de la cicatriz y el biquini hiciera el trabajo importante. Últimamente estaba distraído, como si el negocio lo apartara de algo mucho más importante.

Aquella mañana, mientras esperaban a Doe, habían quedado que B. B. se escondería en el cuarto de baño, y de pronto el tipo se fue sin decir nada. Estaba y luego no estaba. El Jugador asomó la cabeza por la puerta y lo vio en la galería, mirando a un par de críos sin camiseta que estaban junto a la piscina. Si Doe hubiera aparecido entonces, todo el plan se habría ido al traste.

No es que a él le importara, la verdad. Si B. B. quería ir por ahí montándoselo con críos, con maricas o con víctimas de accidente, era asunto suyo, pero el negocio no se descuida, joder. Esa es la cuestión. Primero el negocio, luego lo demás.

Fue en ese momento, cuando vio a B. B. apoyado contra la baranda mirando a aquellos críos como un borracho en un club de strip, cuando decidió que las cosas no podían seguir así. Por el bien de todos. El problema es que no sabía cómo hacerse con el control. Aquello no era El padrino. No podía mandar a sus chicos a apalear a los chicos de B. B. Allí no había chicos ni palizas. Aquel negocio no funcionaba así. Se mantenían en la sombra, tras la fachada de las enciclopedias y la granja de cerdos.

En aquellos momentos B. B. le miraba, con su cara de niño algo enrojecida, mientras se limpiaba el culo como si acabara de cagar.

– La próxima vez sé un poco más cuidadoso.

– Claro. Bien. -El Jugador levantó las manos en un gesto de rendición-. Siento que te hayas sentado en mi sillón mojado. ¿Podemos seguir ya?

B. B. arrojó la toalla en la cama.

– Es que no me gusta sentarme sobre mojado.

– ¿Podemos seguir?

B. B. apoyó la mano sobre la esquina de la cama para ver si estaba mojada, pensó un momento y entonces se sentó con tiento, como si temiera que saliera un chorro de agua si no se sentaba despacio.

– Esos dos chicos que había junto a la piscina, ¿los conoces? -¿Por qué iba a conocerlos?

– Parecían…, no sé, me suenan. ¿Los has visto con sus padres? -¿Y eso qué importa?

– Ya sabes que tengo una fundación de ayuda para adolescentes desprotegidos. Solo quería saber si necesitan ayuda. Si los ves con sus padres, ¿me puedes decir cómo son?

– Vale, pero ¿podemos volver a Doe? ¿Qué te parece?

B. B. meneó la cabeza.

– Creo que el tipo está metido hasta el cuello, pero eso no significa que tenga el dinero.

– Y entonces, ¿qué significa?

– Sobre todo que está metido hasta el cuello. Pero sabe que le conviene encontrar el dinero. Me alegro de que Desiree no estuviera aquí y no haya oído lo que ha dicho. No le gustan esa clase de comentarios. Si lo llega a decir delante de ella lo mato.

– Puede que alguien tenga que matarlo.

En realidad, no estaba tan seguro. Incluso si era Doe quien había cogido el dinero, lo necesitaban para dirigir el negocio en Jacksonville. Y el Jugador sabía que él mismo era necesario para que la tapadera de los libros funcionara sin contratiempos. Allí el único que no aportaba nada era B. B.

B. B. lo miró furioso.

– Enseguida recurres a la violencia, ¿eh?

– Solo era un comentario.

– Aquí el único que hace comentarios soy yo, ¿de acuerdo? No lo olvides.

– ¿Qué pasa, es que no se pueden hacer sugerencias?

– Haz buenas sugerencias y podrás.

– Joder, sí que estamos sensibles. Olvídalo. -Miró por la ventana-. ¿Crees que hacer que Desiree persiga al chico servirá de algo?

– No, es una pérdida de tiempo. Por eso se lo he pedido.

El Jugador meneó la cabeza.

– Vale, lo que tú digas.

– Eso es. Lo que yo diga.

El Jugador no contestó. Era imposible contestar sin darle una buena patada en el culo.


Ya en su habitación, B. B. se sentó en un lado de la cama y cogió el teléfono. Había memorizado el número, pero hasta entonces no lo había utilizado. Por un momento pensó que el martilleo que sentía en el pecho podía ser algo malo. Tal vez parecía joven, pero tenía más de cincuenta años, y todos los días moría gente de su edad, gente que parecía sana, por problemas del corazón.

Solo eran nervios. Es curioso que estuviera tan nervioso, como un crío que va a pedir una cita a una chica. Él solo llamaba, nada más.

Oyó el clic del otro teléfono y se preparó para colgar, hasta que oyó una voz familiar.

– ¿Hola?

– ¿Chuck? -dijo B. B.

– Sí, soy yo.

– Soy B. B.

– Oh -dijo la voz con alegría, con una alegría maravillosa y alentadora-. Hola.

– Hola -dijo B. B. Durante unos momentos guardó silencio, tratando de ordenar sus pensamientos-. Mira, solo llamaba para decirte que, ya sabes, me lo pasé muy bien contigo anoche. -Esperaba que no sonara muy estúpido.

– Sí, fue divertido. La comida estaba buena.

– ¿Y el vino?

– Sí. Eso no se lo he dicho a mi madre, pero también me gustó.

– A lo mejor te apetece probarlo otra vez.

– Estaría bien.

– Tengo una buena colección en mi casa.

– Vale.

El chico parecía vacilar. ¿No le gustaba la idea de que le invitara a su casa o es que no sabía lo que era una colección de vinos?

– Podrías venir la semana que viene. A ver mi colección. Probar algunas botellas de muestra.

– Sería genial. Gracias, B. B.

B. B. sintió que contenía el aliento. Chuck quería ir a su casa. Quería beber vino con él. A Desiree no le gustaría. Pensaría que tramaba algo. Pero ya se encargaría de eso más tarde, porque Chuck era un chico especial, puede que el más especial con el que se había topado, y había muchas cosas que enseñarle. En eso consiste hacer de mentor.

En la distancia, B. B. oyó la voz chillona de la madre de Chuck que lo llamaba.

– Oye -dijo B. B.-. Tengo que irme, pero pásate por la fundación a principios de la semana que viene y quedamos. -Ya mandaría a Desiree a perseguir a alguien o algo.

– Suena genial. Nos vemos.

B. B. colgó el teléfono y meneó la cabeza maravillado. Allí lo tenía, el niño que siempre había sabido que le estaba esperando allá afuera. Un niño al que podía enseñar cosas, al que podía educar e iluminar, y juntos podrían decirle al mundo que se perdiera con su estrechez de miras.

A lo mejor las cosas estaban cambiando. A lo mejor era hora de avanzar, de dejarle el negocio a Desiree. Se había quedado muy sorprendida, claro, pero lo único que tenía que hacer era ayudarla a sentir confianza. Y con eso seguro que se iba de la casa.

Sin embargo, había una cosa más. No podía pasarle el negocio a Desiree si el Jugador seguía metido en él. Desiree no sería el nuevo B. B.; sería el nuevo Jugador, solo que con más responsabilidad. Y eso significaba que por fin había llegado el momento. Había tenido al Jugador a su lado durante mucho tiempo, saboreando la oportunidad, disfrutando de la sensación de estar jugando con él. Había llegado el momento de deshacerse de él.

Y aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo, no le preocupaba lo más mínimo.

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