El mocoso salió huyendo. Bueno, ¿y qué esperaba? ¿Que se quedara allí sentado y dijera «Sí, creo que no tengo más remedio que ir contigo y dejar que me mates»? Y cómo corría… No tenía intención de perseguirle. Jesús, con aquel dolor en las pelotas casi no podía caminar, así que no digamos correr. Lo intentó, corrió unos treinta metros quizá, pero tuvo que parar. Parecía que iba a desmayarse. O a vomitar.
Bueno, que se fuera. No necesitaba detener a nadie por el asesinato de B. B. Lo arrojaría a la laguna de desechos. Seguramente era la mejor opción.
Doe se quedó allí doblado, respirando con dificultad, con las manos en las rodillas, tratando de aclararse las ideas y disipar los remolinos negros que le nublaban la vista. El problema era deshacerse del cadáver de B. B., y en eso estaba solo. Un rato antes su teléfono había sonado, y desde el otro lado de la línea alguien que fingía la voz -el segundo de la noche, aunque lo reconoció, sabía que era aquel mocoso que trabajaba para el Jugador, Ronny Neil- le dijo que fuera a la caravana de Karen. Que le esperaba una sorpresa.
No culpaba a aquel mierda por engañarle. Desde luego, encontrarse con el cuerpo de B. B. había sido una sorpresa. Le habían dado a base de bien, le habían golpeado tanto que tenía las piernas como mantequilla y la cara hecha un cromo. Uno de los ojos estaba muy abierto, prácticamente se salía del globo ocular. Lo habían hecho picadillo.
No encontró mensajes, ni instrucciones, pero Doe no necesitaba que le dijeran lo que tenía que hacer. El Jugador había quitado de en medio a B. B., y eso estaba bien. Para él era un alivio que el Jugador hubiera tomado el mando. Como había dicho antes, había cosas muy importantes en juego, mucho más importantes que su ego. Había dinero, e incluso si B. B. no hubiera querido joder al Jugador, no dejaba de meter la pata. Aun así, su cuerpo planteaba ciertos problemas reales, y el primero era que aquella zorra tan rara pensaría que lo había hecho él. Habían dejado el cuerpo en su territorio para buscarle problemas, para que le quedara claro que era el Jugador quien mandaba.
A Doe no le importaba. No le importaría quién llevara las riendas mientras las llevara alguien y el dinero siguiera entrando. Si el Jugador creía que tenía que demostrar que era un hombre duro, pues perfecto. Si creía que tenía que presionarle y exigirle que encontrara el dinero o le diera una explicación, también perfecto. No había llegado a donde estaba por no saber reaccionar en los momentos en que estaba sometido a presión.
Haría lo que el Jugador quería como una muestra de buena voluntad, así el hombre vería que las cosas funcionaban y que no tenía sentido cambiar nada. Entendería que el negocio iba adelante porque lo tenía controlado. Porque no llamaban la atención. Eso siempre significaba trabajar con grupos reducidos, exponerse lo menos posible y evitar el derramamiento de sangre. Aquel fin de semana habían muerto cuatro personas, y eso era mucho. El Jugador no lo quitaría de en medio, de ninguna manera. Aun así, era posible que tratara de dejarlo al margen o de quitarle responsabilidad. No le gustaba tener que suplicar, pero si eso significaba dinero… haría lo que fuera.
Todo lo cual significaba que tenía que llegar al fondo de aquella mierda. Y eso estaba bien, porque ahora Doe ya sabía qué era cada cosa. Sabía por qué el chico le había hablado de él al Jugador. Y sabía dónde estaba el dinero. Así de sencillo. Si encontraba al chico, encontraría el dinero.