No estaba muy seguro de querer bajar a la piscina aquella noche. Lo que necesitaba era pasar inadvertido, que el resto del fin de semana transcurriera sin que me odiara más gente y evitar encontronazos con Ronny Neil y Scott. Y con el Jugador. Y con Bobby. Por otro lado, si no bajaba, no vería más a Chitra, a menos que hiciera algo. Así que tal vez me convenía concentrarme en eso.
Miré por la ventana la zona de la piscina. La gente empezaba a llegar, pero no había ni rastro de Chitra. Podía bajar, tomarme un par de cervezas y ver si aparecía.
Salí de la habitación, bajé la escalera, esta vez sin estorbos, y empecé a cruzar el camino. Andaba rápido, con la cabeza gacha, como hacía cuando estaba absorto en mis pensamientos; el ruido de fondo quedaba casi ahogado por el sonido de mis pasos. Esto es, habría quedado ahogado por el sonido de mis pasos de no ser porque capté una voz que mi sistema nervioso estaba deseando oír. Me había convertido en una especie de radar, atento a una determinada señal, y cuando esa señal aparecía, el plato rotaba automáticamente en esa dirección.
Era la voz de Chitra, musical y cantarina. Pero esta vez no parecía tan dulce. Sonaba algo estridente.
– Ronny Neil, por favor.
Detrás del edificio de recepción había un par de máquinas expendedoras. En más de una ocasión, cuando volvía a mi habitación por la noche, había oído a alguna pareja que estaba haciendo manitas allí. Solo que esta vez era Chitra la que estaba allí. Con Ronny Neil.
¿Discutían? ¿Era posible que me hubiera mentido tan descaradamente sobre su relación con Ronny Neil? ¿Era tan estúpida? ¿Era yo tan estúpido como para haberla creído?
– Hoy he conseguido una doble -oí que decía Ronny Neil.
Me acerqué un paso más.
– Sí, eso está bien, pero me has traído aquí con engaños. No quiero quedarme.
– Claro que quieres, nena.
– No, no quiero. Quítame la mano de encima. No quiero quedarme.
– Dame un beso. Vamos. No es tan difícil.
Sabía que aquello era una oportunidad de oro. Podía acercarme a la máquina expendedora y ser un héroe. Si rescataba a Chitra, no habría vuelta atrás. El único problema es que no sabía cómo rescatarla. Ojalá Melford hubiera estado conmigo, con su pistola, su valor y su serenidad. Melford habría sabido exactamente lo que había que hacer.
Miré a mi alrededor, como si pensara que podía encontrar una respuesta por allí cerca. Me llegaban voces de la piscina, risas, el sonido del mobiliario de jardín que arrastraban por el suelo. Y estaba aquel pálpito en mi cabeza, las venas, las arterias o lo que fuera que tenía en las sienes, que martilleaban y martilleaban como un gong de cobardía. Estaba convencido de que me iría. Chitra podía cuidarse solita unos minutos más, mientras yo iba a buscar ayuda. Mi papel sería mucho menos heroico, pero ella estaría a salvo y el riesgo quedaría repartido más equitativamente.
Estaba convencido de que me iría, pero no me fui. Me abrí paso entre los arbustos y vi a Chitra acorralada contra la máquina de Coca-Cola. Tenía la cabeza contra la superficie roja de la máquina, la cola de caballo chafada y en el rostro una expresión de miedo y desprecio. Ronny Neil estaba delante, ligeramente inclinado sobre ella, sujetándola con fuerza por la muñeca.
Yo quería gritar algo absurdo y melodramático, pero se me atragantaron las palabras; la cuestión era que Melford podía estar loco, podía ser un freak asesino, pero seguía sabiendo un par de cosas sobre el mundo y la naturaleza humana.
– Eh, chicos -dije-. ¿Qué hacéis? -pasé por delante de Chitra en dirección a la máquina de refrescos y me metí la mano en el bolsillo para sacar cambio. Las manos me temblaban de mala manera, pero estaba seguro de que podía controlarlo. Me volví hacia Chitra-. ¿Me dejas un momento?
Ella se apartó de la máquina y yo metí las monedas en la ranura y apreté el botón del Sprite.
No es que importara la bebida. Podía haber apretado el botón de meado de cabra y habría servido lo mismo. Pero el caso es que el Sprite aterrizó con un sonido hueco y metálico y yo lo cogí, tiré de la anilla y me volví hacia aquellos dos.
– ¿Qué os pasa? -pregunté. Conseguí mantener la vacilación de mi voz al mínimo.
– ¿Por qué no te piras? -dijo Ronny Neil.
Yo me encogí de hombros, como si me hubiera preguntado por mis planes para el fin de semana.
– No sé. No lo había pensado.
– ¿Qué dices? -preguntó Ronny Neil con desprecio.
– Que no sé por qué no me piro -le expliqué-. Creo que no estoy de humor para pirarme en estos momentos. -Miré a Chitra-. ¿Te apetece dar un paseo?
Una leve sonrisa apareció en sus labios, como si de pronto hubiera comprendido el juego.
– Sí. -La sonrisa aumentaba-. Me gustaría mucho.
Miré a Ronny Neil.
– Nos vemos luego en la habitación.
Y así, sin más, nos fuimos.
Pasamos por recepción, donde Sameen me dedicó una mirada de curiosidad, y seguimos hacia la piscina. Aunque no dijimos nada, los dos supusimos que si íbamos hacia allá Ronny Neil no nos seguiría. Me paré para tirar el Sprite y coger un par de cervezas de la nevera, porque, Jesús, necesitaba una cerveza. Le pasé una a Chitra y abrí la mía. En realidad no sabía tan diferente del Sprite, pero estaba bien. Lo necesitaba. Nunca antes había necesitado beber de una forma tan masculina.
Me sentía más tranquilo de lo que esperaba, más quizá de lo que me convenía. El corazón me latía con fuerza y las manos aún me temblaban, pero no me importaba. La calidez que emanaba de Chitra, su silencio apreciativo, su sonrisa aliviada y divertida, eran como el péndulo de un hipnotizador.
Pasamos de largo junto a la piscina y volvimos a la protección del motel. No tenía ni idea de adónde íbamos, y creo que Chitra tampoco. Nadie de los grupos de ventas se alojaba en aquella parte del motel. Subimos la escalera y caminamos por la galería de la primera planta mirando por la barandilla, que estaba pintada de blanco pero ya empezaba a oxidarse. Nos detuvimos donde el edificio giraba y el ala tomaba la forma de un bumerán. Allí había otro par de máquinas expendedoras -de comida y bebida- y una máquina de hielo.
Chitra volvía a estar apoyada contra una máquina expendedora y yo estaba algo inclinado ante ella, como Ronny Neil antes. Solo que esta vez ella sonreía. Me cogió de las manos.
– Eres muy listo.
– Entonces ya somos dos. ¿Qué hacías detrás de los arbustos con ese idiota?
Chitra se rió y su piel color caramelo se oscureció por el rubor.
– Me dijo que en la máquina había un refresco indio. No entiendo cómo pude creerle.
– Yo tampoco. Uau.
Rió de nuevo.
– Sé que suena idiota, pero resulta que los propietarios de este motel son indios. No sé, tampoco sería tan raro.
– Cierto. Se puede comprar chutney en la máquina del vestíbulo.
Seguía riéndose.
– Deja de burlarte de mí.
– Vale. Quizá lo haga.
Durante un rato no dijimos nada. Ella me mantenía la mirada y sonreíamos. Yo sabía que tenía que besarla. Lo sabía. Pero era de la India. ¿Cómo hacían estas cosas allí? A lo mejor la ofendía. A lo mejor besarse era lo último que Chitra tenía en la cabeza, quizá estaba enzarzada en algún misterioso ritual hindú de agradecimiento y si intentaba algo me odiaría. Sería tan malo como Ronny Neil.
Pero de pronto Chitra ya no estaba sujetándome las manos. Me había cogido por los brazos y me los frotaba arriba y abajo. Di un paso al frente, Chitra me puso las manos detrás del cuello y tiró de mí para besarme.
Tenía los labios suaves y cálidos, sentía su aliento formando pequeños remolinos en mi boca. Y entonces se apartó. Y sonrió.
Yo… no sé, esperaba algo más apasionado y desgarrador. Por otra parte, me gustó su dulzura.
– Me alegra que hayas sido tú quien me ha salvado -dijo Chitra-. No me habría gustado tener que besar a Scott de esta forma.
– A mí tampoco. Mira, Chitra. Estás muy guapa a la luz de esta máquina de Coca-Cola. No me malinterpretes. Pero, me estaba preguntando si podíamos ir a algún sitio más… ya sabes, más privado.
– ¿No estarás tratando de llevarme a tu habitación?
Se me escapó una risa nerviosa que incluso a mí me pareció idiota.
– Oh, ¿para que nos encontremos con Ronny Neil otra vez? No, la verdad, no era eso lo que tenía en mente. Había pensado en un sitio con sillas. Podríamos llamar a un taxi y salir a tomar algo. El caso es salir de aquí.
– ¿Quieres una hamburguesa?
– No -dije-. La verdad es que no.
– Yo tampoco. Ya vale de tomarte el pelo. Sabes, es sorprendente que no te fijes en las cosas que te rodean. No imaginas las posibilidades que se abren ante ti, ni siquiera cuando las tienes delante.
Me la quedé mirando. Sonaba demasiado parecido a algo que hubiera podido decir Melford.
– Chitra, me gustas mucho. Pero, de verdad, no sé qué pretendes decirme.
Sus grandes ojos, oscuros y muy abiertos, se clavaron en los míos.
– Lo que pretendo decirte es que en este motel hay habitaciones que cuestan treinta y nueve dólares la noche.
Me sentí como si me hubiera dado una patada en la barriga el pie más maravilloso de la Tierra. Estaba asustado, aterrado. Quería decir que no, pisar el freno, pero esa habría sido otra forma de cobardía, y yo lo sabía.
– ¿De verdad?
– Segurísimo. A la entrada hay un gran letrero con el precio. -No me refería a eso.
– Ya sé que no te referías a eso. Me gustaría compartir una habitación contigo. No sé lo que pasará dentro, pero creo que puedo confiar en ti. Solo quiero alejarme de todo y de todos por un rato, hablar en privado, que tengamos nuestro propio espacio. Sé que hablar en una habitación de un motel suena muy sugerente, pero confío en que no pase nada para lo que no esté preparada. ¿Puedo confiar en ti?
– Por supuesto -le dije, extrañamente aliviado por no tener que perder mi virginidad todavía-. Pero si lo descubren -añadí-, te despedirán.
– No quiero volver si tú ya no estás.
Esta vez la patada en el estómago fue menos placentera. No le había hablado a nadie de mis planes de no volver, ni siquiera a Melford.
– ¿Cómo sabes eso?
– Oh, vamos. Esta noche te vi bajar del coche de tu amigo Melford. Está claro que ya ni siquiera intentas vender.
– Es muy complicado -dije.
– No tienes por qué darme explicaciones.
– Quiero hacerlo, pero en estos momentos no puedo.
– ¿Tienes algún problema? No te habrá metido en alguna cosa peligrosa o ilegal…
No quería mentirle abiertamente, así que enfoqué el asunto de otro modo.
– Melford es una persona complicada.
– Veo que no me contestas. Sigo pensando que hay algo raro en él.
– En Melford no hay nada que no sea raro. Pero que no quiera vender no tiene nada que ver con él. Ha salido de mí. Ya no quiero seguir haciendo esto. Pagan bien, pero no vale la pena.
– Te entiendo perfectamente. El fin de semana pasado gané tanto dinero que casi ni me di cuenta de lo mal que me sentía. Pero este fin de semana es como si fuera a marchas forzadas. Esperaba poder verte, pero si no piensas volver creo que me sentiré fatal.
No podía creer que me estuviera diciendo aquello. Me sentía indigno.
– Yo siento lo mismo -dije. Muy estúpidamente, imagino. Ella rió un poco.
– Mi padre se alegrará cuando lo sepa. Necesitamos el dinero, pero no le gusta que venda de casa en casa.
– ¿Crees que le caeré mejor que Teddy?
– Se llama Todd. Y mientras no seas ni Todd ni paquistaní, todo es negociable.
– Entonces ya tengo dos puntos a mi favor. Bueno, vamos a por esa habitación -dije-. Pago yo.
– A las mujeres nos gustan los hombres generosos.
Nos volvimos hacia la escalera y nos detuvimos en seco. Bobby estaba allí, con los brazos cruzados y los ojos convertidos en dos rayas acusadoras.
– Me han dicho que habías venido hacia aquí.
Bobby nos miraba con expresión iracunda. Me miraba con expresión iracunda. Su rostro redondeado estaba muy rojo. También los ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando.
Abrí la boca para darle alguna débil excusa, como, por ejemplo, que solo estábamos tomando un refresco. Decidí ahorrármela.
– El Jugador quiere que vayas ahora mismo a su habitación -dijo.
Su voz tenía un tono sombrío. Tardé un instante en reconocer lo que era, pero cuando lo supe, era inconfundible. Era más que ira. Era rabia.
– ¿Para qué?
– Tú limítate a seguirme.
Miré a Chitra.
– No sé. No quiero dejar a Chitra sola. Ronny Neil estaba acosándola hace un rato y es posible que siga por aquí buscando problemas. No es seguro.
– A nadie le gustan los chivatos -dijo Bobby.
– ¿Chivatos? No sé si se puede hablar de chivarse cuando lo que denuncias es un intento de violación.
Él siguió impertérrito. Pero Chitra me puso una mano en el hombro.
– No pasa nada. Iré a la piscina y procuraré quedarme donde haya gente.
– No vayas sola a ningún sitio.
Ella sonrió.
– No lo haré.
Bobby intuyó que ya habíamos acabado de despedirnos y me empujó.
Seguí a Chitra con la mirada cuando bajaba la escalera, y hasta que no la vi llegar sana y salva a la piscina no desvié mi atención hacia Bobby.
– Bueno, ¿de qué va todo esto?
– Como si no lo supieras -dijo él.
– No, no lo sé. Dímelo tú.
Aunque supuse que solo podía ser una cosa. Bobby le había comentado al Jugador que me había visto salir de su habitación y eso había provocado una reacción en cadena que había llevado hasta allí. Los músculos de mis piernas se pusieron tensos; estaba por echar a correr cuando Bobby añadió algo.
– Joder, no mereces que te ayude, pero no le he dicho que te vi salir de su habitación. Me has jodido, pero no hasta el punto de que quiera buscarte problemas. Si se entera, te mata.
Vale, o sea que no era porque había estado en su habitación.
– Te agradezco el gesto, pero si el Jugador no sabe nada de eso, ¿qué quiere?
– Oh, vamos, Lem. Me mentiste y me dejaste en evidencia. Tanto que es posible que pierda mi trabajo.
– ¿De qué hablas? ¿En qué te he mentido?
– Déjalo ya, ¿quieres? Está claro que te han descubierto.
– Bobby, de verdad, no tengo ni idea de qué estás hablando. Bobby dejó escapar un suspiro.
– El periodista -dijo, y me miró con una sonrisa muy particular, como si acabara de dejar caer una bomba.
– ¿El periodista? ¿Qué periodista?
– El del Miami Herald. Está en la habitación del Jugador.
Aquello tenía mala pinta. El palurdo de Jim Doe tal vez era demasiado idiota y estaba demasiado ocupado con sus propios crímenes para adivinar qué les había pasado a Karen y a Cabrón, pero un reportero del Miami Herald era otra cosa. Sin embargo, aunque yo sí tenía motivos para estar asustado, no entendía por qué Bobby estaba tan enfadado.
– ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
– Pensaba que eras lo bastante listo para no clavarme la puñalada por la espalda. Sobre todo después de lo que he hecho por ti. Pero ya que no lo eres, por lo menos podrías haberte cubierto las espaldas. ¿No se te ocurrió decirle a ese tipo que habías acudido a él a escondidas? Si se lo hubieras dicho, a lo mejor no habría ido a llamar a la puerta del Jugador.
– Bobby, todo esto es un error, y cuando vea a ese individuo te dirá que es un error. No tengo ningún interés en hablar con ningún periodista.
– Claro -dijo él.
Ya estábamos ante la puerta de la habitación del Jugador. Bobby llamó con los nudillos, con irritación, y al cabo de un momento el Jugador abrió. Nos lanzó una mirada asesina y musitó algo que no pude entender.
Sentado cerca de una mesita de cristal, junto a la ventana más alejada, había un hombre con un traje blanco de lino y una camiseta negra. Ocultaba los ojos tras unas gafas de sol, pero me dio la sensación de que no me miraba. No. Eso me pareció raro, y pensé que no me recordaba a ningún periodista que hubiera visto antes. Vaya, en realidad tampoco es que hubiera visto a ninguno en la vida real, pero aquel tipo era más del estilo de Corrupción en Miami que de Lou Grant.
Cuando la puerta se abrió del todo vi que había otro hombre sentado en el lado opuesto de la mesita de cristal. Sosteniendo un bloc de notas sobre sus piernas cruzadas jugueteaba con un rotulador, ansioso por empezar a escribir. Estaba claro que este era el periodista.
Era Melford.