La caminata hasta el Kwick Stop a buen paso me llevó algo más de quince minutos. Estaba seguro de haber visto fuera un cartel que decía abierto las 24 horas. Cuando llegué, compré una linterna, pilas y un café para el camino.
Salí y me senté en el exterior a poner las pilas en la linterna. El café estaba tibio, quemado y demasiado espeso, pero me lo bebí deprisa. A los cinco minutos ya estaba otra vez listo para echar a andar.
La idea de merodear por Meadowbrook Grove de noche no me hacía mucha gracia. Estaría en el territorio de Jim Doe, y si el policía me veía no cabía duda de que tendría problemas. Graves problemas. La clase de problemas de los que no regresas.
De todos modos, ya tenía ese tipo de problemas. ¿No era eso lo que había aprendido de Melford, lo que había aprendido a poner en práctica aquella noche con Ronny Neil? Lo importante no era la cantidad de problemas que tenías, sino cómo tratabas de salir de ellos. No podía quedarme sentado en mi habitación del motel. Seguramente eso era lo que habría hecho una semana antes. Pero ya no.
Me mantuve apartado de la carretera. Trataba de avanzar por los patios traseros, sin preocuparme por los insectos y por los saltos, carreras y deslizamientos que provocaba a mi paso entre las criaturas nocturnas que despertaba o molestaba al pasar. Y tenía que ir con cuidado con las mascotas. Unos ladridos frenéticos habrían llamado demasiado la atención. A raíz de mis incursiones nocturnas con los libros durante las largas horas en que trataba desesperadamente de hacer alguna venta antes de volver a casa, sabía que los perros ladran y que los propietarios no hacen caso. Al menos a las nueve y media de la noche no. Pero casi a las dos de la mañana un ladrido furioso seguramente llamaría bastante más la atención.
Cuando llegué a la calle de Karen y Cabrón, avancé pegado a las caravanas, tratando de evitar las luces. La caja con archivos donde ponía oldham health services estaba allí desde el principio, en la caravana. Allí estaba la clave de todo, la explicación de por qué Melford los había matado y qué me ocultaba.
Me sentía extrañamente exaltado. Cuando leyera aquellos archivos, por fin lo entendería todo. Por fin sabría quién era realmente Melford, qué buscaba. Y sabría si de verdad tenía intención de dejarme salir ileso de todo aquello.
Miré por la parte de atrás de la caravana y vi que la puerta de la cocina estaba abierta. Fuera no había ningún coche, ni se veía ningún haz de luz en el interior. Me acerqué a la puerta y escuché. Nada.
Era una estupidez, una idiotez. Lo sabía, pero de todos modos entré. Tenía que verlo.
Encendí la linterna para echar un vistazo rápido. Era un aparato bastante malo, y emitía una luz anémica; aun así, vi que había algo en el suelo de la cocina.
Se suponía que debería haberme acostumbrado a la muerte, pero lo cierto es que cuando vi aquel nuevo cadáver fue como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Di un paso atrás, tambaleante, y topé con el mostrador de la cocina.
Volví a enfocar aquella luz endeble sobre el cuerpo para asegurarme. No, no había error posible. Bajo la luz amarilla y distorsionada de la linterna vi el rostro del hombre al que había visto en la habitación del Jugador, el del traje de lino, el que parecía distraído. El que pensé que era B. B. Gunn.
Tenía la cara ensangrentada, pero no habría sabido decir cómo había muerto. Tampoco me interesaba especialmente. Me volví con la intención de salir huyendo, pero una linterna mucho más potente que la mía me enfocó a los ojos. No puedo decir que me sorprendiera. En cierto modo, parecía inevitable.
Me detuve en seco. La luz era demasiado fuerte para que viera quién había detrás, pero ya lo sabía. Solo podía ser una persona.
– Vaya, vaya, si tenemos aquí al aficionado a los detectives privados -dijo Jim Doe.
Me lo quedé mirando. ¿Cómo sabía eso?
– Idiota -me dijo con una risa aguda-. Quieres averiguar algo sobre B. B. y vas y contratas a un colega mío. ¿No se te ocurrió pensar que un tipo que vive en Meadowbrook Grove seguramente me conocería? En fin, ya no importa. Estás arrestado por asesinato.
Durante un segundo, puede que dos, no me moví, pero en ese tiempo se me pasaron un sinfín de cosas por la cabeza. Pensé en lo improbable que era que Doe disparara a un vendedor de enciclopedias desarmado. No le interesaba llamar la atención. Y, teniendo en cuenta que nuestro encuentro anterior había sido presenciado por Aimee Toms -policía del condado que había advertido a Doe que se mantuviera lejos de mí-, un disparo atraería el tipo de investigación que Doe no podía permitirse. Por otro lado, también cabía la posibilidad de que me disparara e hiciera desaparecer mi cuerpo. Y no volvería a ver a Chitra.
Así que corrí.