38 Medida de males

Scott recorrió el camino de acceso a la casa de Sally debatiéndose entre dudas e incertidumbres. Cuando llegó a la puerta, fue a pulsar el timbre, pero vaciló. Se volvió y contempló la oscura calle. Estaba seguro de que Michael O'Connell merodeaba por allí. Se preguntó si aquel psicópata lo estudiaba con el mismo esmero que él. Dudaba que fuera posible adelantarse a sus movimientos, ganar ventaja. Intuía que en algún lugar de aquella manzana, allí mismo, en ese instante, O'Connell estaba oculto en la oscuridad, vigilándolo. Scott sintió un arrebato de ira y quiso gritar en voz alta. Pensó que todo lo que había descubierto en su viaje, lo que había creído tan impredecible, era en realidad previsto y anticipado por aquel hombre. No podía desprenderse de la idea de que, de algún modo, O'Connell se había enterado de todo lo que él había hecho.

Un gemido de rabia escapó de sus labios. Se apartó de la puerta, furioso, queriendo enfrentarse al hombre que creía estaba vigilando.

Entonces la puerta se abrió tras él. Era Sally.

Ella siguió la mirada de Scott. En ese segundo, comprendió lo que él estaba buscando.

– ¿Crees que está ahí fuera? -preguntó.

– Sí -dijo Scott-. Y no.

– ¿Te decides?

– Creo que o bien está ahí mismo, en las sombras, vigilando todos nuestros movimientos, o bien no está. Pero no podemos saber la diferencia, así que estamos jodidos, de un modo u otro.

Sally le tocó un hombro, un acto de sorprendente ternura, y a ella misma le pareció extraño al darse cuenta de que hacía años que no tocaba al hombre con el que había compartido una vez su vida.

– Pasa -dijo-. Estaremos igual de jodidos dentro, pero más caldeados.

Hope bebía una cerveza y cada poco se apoyaba la fría botella contra la frente, como si ardiera de fiebre. Ashley y Catherine estaban en la cocina, preparando algo de comer, o al menos eso les había pedido Sally para tenerlas fuera de la habitación mientras ellos hablaban. Scott aún sentía tensión, como si la sensación experimentada en la entrada al contemplar la noche le hubiera acompañado adentro. Sally, por su parte, se mostraba serena. Se volvió hacia Scott y señaló a Hope.

– Apenas ha dicho una palabra desde que ha vuelto. Pero creo que ha descubierto algo…

Antes de que Scott pudiera abrir la boca, Hope dejó con fuerza la cerveza sobre la mesa.

– Creo que es peor de lo que habíamos imaginado -dijo, rompiendo por fin su silencio.

– ¿Peor? ¿Cómo demonios puede ser peor? -repuso Sally.

Hope recordó de repente la sonriente máscara de la muerte de un gato congelado.

– Es un tipo enfermo y retorcido. Le gusta torturar y matar animales…

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo vi.

– ¡Joder! -exclamó Scott.

– ¿Un sádico? -aventuró Sally.

– Tal vez. Eso parece, desde luego. Pero eso es sólo parte de su personalidad. Además, tiene un arma.

– ¿La viste también? -preguntó Scott.

– Sí. Me colé en su apartamento mientras estaba fuera.

– ¿Cómo conseguiste…?

– ¿Qué más da? Lo hice. Entablé amistad con una vecina que casualmente tenía una llave. Y lo que vi me convenció de que las cosas van a empeorar. Es un tipo malo de verdad. ¿Hasta qué punto? No lo sé. ¿Lo bastante malo para matar a Ashley? No vi nada que pudiera sugerir que no. Tiene archivos codificados sobre ella. Uno llamado «Ashley amor» y otro «Ashley odio». Y no acaba ahí: también tiene algo sobre nosotros. No pude abrir esos archivos, pero el solo hecho de que los tenga muestra el grado de su obsesión malsana. Así pues, está enfermo, es decidido y está obsesionado. ¿Qué suma todo eso?

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Sally.

– Que todo lo que vi sugiere una tragedia inevitable. Y ya sabéis lo que significa eso. -Le costaba apartar de su mente las imágenes de aquel apartamento: gatos congelados, una pistola en una bota, paredes peladas y monacales, un sitio sucio y descuidado dedicado a un solo propósito: Ashley. Se hundió en la butaca, pensando lo difícil que era expresar la idea más simple: O'Connell no tenía otra cosa en la vida que esa persecución.

Sally se volvió hacia Scott.

– ¿Y tu viaje? ¿Descubriste algo?

– Mucho. Pero nada que contradiga lo que Hope acaba de decir. Vi el sitio donde creció y hablé con su padre. Sería difícil encontrar un hijo de perra más desagradable, ruin y depravado.

Todos reflexionaron un momento. Había mucho que decir, pero los tres sabían que no ampliaría nada que ya no supieran.

Fue Sally quien rompió el silencio.

– Tenemos que… -Se detuvo, sintiendo un frío interior. Pensó que si estuvieran midiendo su corazón, daría una línea plana-. ¿Es un asesino? -preguntó bruscamente-. ¿Estamos seguros?

– ¿Qué es un asesino? Quiero decir, ¿cómo podemos saberlo con seguridad? -respondió Scott-. Todo lo que he descubierto me dice que la respuesta es sí. Pero hasta que haga algo…

– Puede que haya matado a Murphy.

– Puede que haya matado también a Jimmy Hoffa y JFK, por lo que sabemos -ironizó Scott-. Tenemos que concentrarnos en lo que sabemos con certeza.

– Sí, bueno, pero certezas no es algo que tengamos en abundancia -respondió Sally-. De hecho, es lo que menos tenemos. No sabemos nada, excepto que es malvado y que está ahí fuera, en alguna parte. Y que puede hacerle daño a Ashley. Puede hacer cualquier cosa.

De nuevo todos guardaron silencio. Hope pensó que estaban atrapados en un laberinto y no importaba qué camino siguieran: no había salida.

Sally habló en un susurro.

– Alguien tiene que morir -dijo.

La palabra congeló la habitación.

Scott habló primero, como afónico, mirando a su ex.

– El plan era encontrar un delito y achacárselo. Eso es lo que tenías que preparar…

– La única forma de hacer algo con certeza… maldición, odio emplear esa palabra, es crear algo complejo, que tal vez no tengamos tiempo de inventar, o hacer que Ashley mienta. Quiero decir, podríamos darle una paliza a nuestra hija y luego denunciar que lo hizo O'Connell. Eso sería asalto y probablemente lo llevaría una temporada a la cárcel. Naturalmente, uno de nosotros tendría que encargarse de hacerle los moratones, partirle los dientes y romperle costillas para que constituya un delito grave. ¿Os gusta esta propuesta? Y si flaqueamos cuando algún detective se aplique en el interrogatorio…

– Muy bien, pero ¿qué…?

– Pues otra opción es acudir al juez y conseguir una orden de alejamiento. ¿Alguien piensa que un papel la protegerá?

– No.

– Basándonos en lo que sabemos de O'Connell, ¿creéis que violaría la orden de alejamiento sin lastimar a Ashley? Si lo hace, sólo sería sometido a juicio, un proceso largo durante el cual saldría bajo fianza, y él seguramente lo sabe.

– Maldición -masculló Scott.

Sally lo miró.

– ¿Cómo es su padre?

– Más cabrón que él.

Sally asintió.

– ¿Y su relación con el hijo?

– Odia a su hijo, y éste lo odia a él. Hace años que no se ven.

– ¿Qué sabes de ese odio?

– Fue un padre abusivo, tanto con su hijo como con su esposa. El tipo de individuo que bebe demasiado y recurre a los puños fácilmente. Nadie lo aprecia en el barrio.

Sally tomó aire, tratando de imponer razón a las palabras que iba a decir, porque sabía que había cierta locura en ellas.

– ¿Dirías… -preguntó con cautela- dirías que ese hombre fue el motivo, psicológicamente hablando, de que Michael O'Connell sea como es?

Scott asintió.

– Desde luego. Quiero decir, cualquier psicoanalista lo confirmaría.

– Ya. La violencia engendra violencia -asintió Sally-. Así pues, Ashley está amenazada porque ese hombre creó hace años en su propio hijo una necesidad insana, probablemente obsesiva y asesina, de poseer a otra persona, no sé, de arruinar o quedar arruinado, no sé cómo expresarlo…

– Ésa fue mi impresión -coincidió Scott-. Y hay algo más… La madre, que tampoco era ninguna santa, murió en circunstancias dudosas. Puede que él la matara, pero no pudieron acusarlo…

– Así que además de crear un asesino, ¿tal vez lo sea también? -preguntó Sally.

– Sí. Supongo que se podría decir eso.

– Por tanto -continuó Sally, sopesando sus palabras-, estarás de acuerdo en que la amenaza que Michael O'Connell representa actualmente para nuestra Ashley fue creada en su mente por su padre, ¿verdad?

– Pues sí.

– Bien -dijo Sally bruscamente-. Entonces es sencillo.

– ¿Qué es sencillo? -preguntó Hope.

– En vez de matar a Michael O'Connell, matamos al padre. Y encontramos un modo de inculpar al hijo.

Un silencio estupefacto se adueñó de la habitación.

– Tiene sentido -añadió Sally-. El hijo odia al padre. El padre odia al hijo. Así que, si estuvieran juntos, la muerte resolvería la ecuación, ¿no?

Scott asintió muy despacio.

– ¿No constituyen los dos una amenaza para Ashley? -Esta vez Sally se volvió hacia Hope, que también asintió-. Pero ¿podemos convertirnos en asesinos? -preguntó-. ¿Podemos asesinar a alguien, aunque sea por el mejor motivo, y luego despertar al día siguiente y retomar nuestra vida normal como si no hubiera sucedido nada?

Hope miró a Scott. «Tampoco para él la respuesta es fácil», pensó.

Sally continuó, implacable:

– El asesinato es una medida extrema. Pero su objetivo es devolver la vida de Ashley a su estatus anterior a Michael O'Connell. Probablemente podamos conseguirlo si ella no se entera de nada, lo cual no será fácil de conseguir. Pero nosotros somos los conspiradores en esto. Nos cambiará profundamente, incluso desde esta conversación. Hasta ahora hemos sido los buenos, tratando de proteger a nuestra hija del mal. Pero de repente somos los malos. A Michael O'Connell lo impulsan fuerzas psicológicas reconocibles: su mal deriva de su educación, de su pasado, de lo que sea. Probablemente no tiene la culpa de haberse convertido en el tipo malvado que es. Es el producto inconsciente de la depravación y el dolor. Así que, lo que sea que nos haya hecho, y lo que pudiera hacerle a Ashley, tiene, como mínimo, una base emocional. Tal vez todo su mal tenga una explicación científica. Sin embargo nosotros, bueno, lo que estoy diciendo es que tenemos que conservar la sangre fría, ser egoístas y no esperar ningún aspecto redentor. Salvo quizás uno…

Tanto Hope como Scott escuchaban con atención. Sally se había retorcido en el asiento, como torturada por cada palabra pronunciada.

– ¿Cuál? -preguntó Hope.

– Salvaremos a Ashley.

De nuevo guardaron silencio.

– Es decir, dando por sentado un detalle crucial… -añadió Sally casi en un susurro.

– ¿Qué detalle? -preguntó Scott.

– Que logremos salirnos con la nuestra.

Había caído la noche y estábamos sentados en sendas sillas de madera en el patio de piedra. Asientos duros para pensamientos duros. Yo rebosaba de preguntas, e insistía en hablar con los protagonistas de la historia o, al menos, con uno de ellos que pudiera informarme del momento en que pasaron de ser víctimas a conspiradores. Pero ella no estaba dispuesta a ceder, cosa que me enfurecía. En cambio, contemplaba la húmeda oscuridad del verano.

– Es notable, ¿verdad?, a lo que puede llegarse cuando se está presionado al límite -dijo.

– Bueno -repliqué con cautela-, si uno está contra la pared…

Ella soltó una risita sin alegría.

– Pero es justo eso -dijo con brusquedad-. Ellos creían estar contra la proverbial pared. Pero ¿cómo puedes estar tan seguro?

– Tenían miedos legítimos. La amenaza que O'Connell suponía era obvia. Y por eso se hicieron cargo de sus propias circunstancias.

Ella volvió a sonreír.

– Haces que parezca fácil y convincente. ¿Por qué no le das la vuelta?

– ¿Cómo?

– Bueno, míralo desde el punto de vista legal. Tienes a un joven que se ha enamorado y persigue a la chica de sus sueños. Sucede continuamente. Tú y yo sabemos que se trata de una obsesión, pero ¿qué podría demostrar la policía? ¿No crees que Michael O'Connell ocultó perfectamente su acoso informático para que no pudieran rastrearlo? ¿Y qué hicieron ellos? Trataron de sobornarlo. Trataron de amenazarlo. Mandaron que le dieran una paliza. Si fueras policía, ¿a quién te sería más fácil acusar? Scott, Sally y Hope ya habían violado la ley. Incluso Ashley, con esa arma que se había buscado. Y ahora conspiraban para cometer un asesinato. De un hombre inocente. Tal vez no era inocente de un modo psicológico o moral, pero legalmente… ¿Qué defensa tendrían desde un punto de vista ético?

No respondí.

Mi mente daba vueltas a una pregunta: ¿cómo lo consiguieron?

– ¿Recuerdas quién dijo que decir y hacer son cosas distintas? ¿Quién señaló lo difícil que es apretar un gatillo?

Sonreí.

– Sí. Fue O'Connell.

Ella rió amargamente.

– Eso le dijo a la más dura de todos ellos, a la que tenía menos que perder disparándole aquella escopeta en el pecho, a una mujer que ya había vivido casi todo su tiempo y habría arriesgado menos al disparar. En aquel momento crucial ella fracasó, ¿no? -Hizo una pausa y contempló la oscuridad-. Pero alguien tendría que ser lo bastante valiente.

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