Capítulo 7

2002

No había calendario lo bastante grande para la vicepresidenta del grupo parlamentario de los Demócratas. Entre las siete de la mañana y las cinco de la tarde, Merete Lynggaard tenía catorce reuniones con representantes de diversas organizaciones. Le presentarían por lo menos cuarenta caras nuevas en su calidad de portavoz de Sanidad, y la mayoría de ellos esperarían que conociera su historia y actividades, sus expectativas de futuro y los respaldos científicos con que contaban. Si hubiera contado aún con Marianne como apoyo, habría tenido alguna probabilidad, pero la nueva secretaria, Søs Norup, no era tan lista. Eso sí, era discreta. Durante el mes que llevaba en el despacho de Merete no había hecho ni una sola mención de carácter personal. Era un robot nato, aunque tenía problemas con la memoria RAM.

La organización reunida con Merete había estado de ronda. Primero con los partidos del Gobierno, y después llegó el turno del principal partido de la oposición, es decir, de Merete Lynggaard. Parecían bastante desesperados, y con razón, porque poca gente del gabinete se preocupaba por nada aparte del escándalo de Farum y los ataques del alcalde a varios ministros.

La delegación hizo lo posible para informarla debidamente de los posibles efectos negativos para la salud de las nanopartículas, el control magnético del transporte de partículas por el cuerpo, la defensa inmunitaria, las moléculas de reconocimiento y las investigaciones con placenta. Esto último era su tema estrella.

– Somos plenamente conscientes de las cuestiones éticas que pueden surgir -afirmó el portavoz-. Por eso sabemos también que los partidos del Gobierno representan a sectores de la población que se opondrán a una recogida generalizada de placentas, pero aun así debemos lograr que se aborde la cuestión.

El portavoz era un hombre elegante en la cuarentena que llevaba mucho tiempo ganando millones en el sector. Era fundador del famoso laboratorio médico BasicGen, que sobre todo ofrecía investigación básica a otras empresas farmacéuticas más grandes. Cada vez que se le ocurría una nueva idea se plantaba en los despachos de los portavoces de Sanidad de los diversos partidos. A los demás integrantes del grupo no los conocía, pero observó que detrás del portavoz había un joven mirándola fijamente. Ofrecía al portavoz del grupo unos pocos datos, tal vez estuviera allí sólo para observar.

– Este es Daniel Hale, nuestro mejor colaborador en cuestiones de laboratorio. El apellido suena a inglés, pero Daniel es danés de pura cepa -dijo después el portavoz al presentarlo cuando ella los fue saludando uno a uno.

Merete estrechó su mano y sintió enseguida lo caliente que estaba.

– Daniel Hale, ¿verdad? -le preguntó.

Él sonrió. Por un instante la mirada de ella vaciló. Qué embarazoso.

Merete miró a su secretaria, uno de los puntos de apoyo neutrales del despacho. Si hubiera sido Marianne, habría escondido su sonrisa irónica tras los papeles que siempre llevaba en la mano. Esta secretaria no sonreía.

– ¿Trabajas en un laboratorio? -quiso saber Merete.

En ese momento los interrumpió el portavoz. Tenía que apurar sus preciosos segundos. La siguiente organización esperaba ya a la puerta del despacho de Merete Lynggaard. Nadie sabía cuándo se presentaría la próxima oportunidad. Se trataba de dinero y tiempo costosamente invertido.

– Daniel tiene un pequeño laboratorio que es el mejor de Escandinavia. Bueno, ya no es tan pequeño después de la ampliación -contestó, vuelto hacia el joven, que sacudió la cabeza con una sonrisa. Una sonrisa atractiva. Después el delegado continuó-. Quisiéramos entregar este informe. Puede que la portavoz de Sanidad lo lea con detenimiento a su debido tiempo. Es sumamente importante para las futuras generaciones que esta problemática se tome muy en serio desde ya.


Merete no había contado con ver a Daniel Hale en el bar del Parlamento, y con que aparentemente la estuviera esperando. Los demás días de la semana solía comer en su despacho, pero llevaba un año sentándose a almorzar todos los viernes con las portavoces de Sanidad de los Socialistas y Radicales de Centro. Eran tres mujeres valientes capaces de sacar de quicio a la gente del Partido Danés. El mero hecho de que tomaran café juntas en público era para muchos una espina clavada.

Estaba solo, medio escondido tras una columna, sentado en una silla de Kasper Salto y con un café delante. Sus miradas se cruzaron en cuanto ella entró por la puerta de cristal, y Merete no pensó en otra cosa mientras estuvo allí.

Cuando las mujeres se levantaron después de la tertulia, él se acercó.

Merete percibió cuchicheos mientras se sentía atrapada por la mirada del joven.

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