Por la noche Merete Lynggaard recuperaba su vida privada. Por cada línea discontinua que desaparecía bajo el coche camino de casa, iba dejando atrás elementos de sí misma que no encajaban en la vida tras los tejos de Magleby. En el mismo instante en que doblaba hacia los grandes campos apacibles de Stevns y atravesaba el puente sobre el riachuelo Tryggevaelde, se sentía transformada.
Uffe estaba como siempre sentado en el sofá con el té frío junto al borde de la mesa baja, bañado en la luz del televisor y con el volumen a tope. Cuando ella aparcaba el coche en el garaje y se encaminaba a la puerta trasera, lo solía ver con claridad desde el patio, detrás de los cristales. Siempre el mismo Uffe. Silencioso e inmóvil.
Se quitó los zapatos de tacón en la recocina, puso el maletín sobre la caldera de la calefacción, colgó el abrigo en el recibidor y dejó los papeles en su despacho. Después se despojó del traje de Filippa K, lo puso en la silla junto a la lavadora, asió de un tirón la bata y se calzó las zapatillas de casa. Así tenía que ser. No era de las que tenían que quitarse de encima la mugre del día bajo la ducha en cuanto entraban en casa.
Rebuscó en la bolsa de la compra y encontró los caramelos en el fondo. Hasta tener el caramelo en la lengua y notar que le subía el azúcar en la sangre no se sentía lista para dirigir la mirada hacia la sala.
Sólo entonces solía gritar: «¡Hola, Uffe, ya estoy en casa!». Siempre el mismo ritual. Sabía que Uffe había visto las luces del coche en el preciso instante en que coronaba la colina, pero ninguno de los dos necesitaba contacto hasta llegado el momento.
Se sentó ante él y trató de captar su mirada.
– Hola, campeón. ¿Qué…? ¿Viendo las noticias y comiéndote con los ojos a Trine Sick?
El rostro de Uffe se contrajo y sus patas de gallo se alargaron hasta las sienes, pero sus ojos no se desviaron de la pantalla.
– Menudo estás hecho -dijo su hermana, tomándolo de la mano, que estaba caliente y suave como siempre-. Pero te gusta más Lotte Mejlhede, ¿crees que no me he dado cuenta?
Entonces los labios de Uffe se abrieron poco a poco en una sonrisa. Se había establecido el contacto. Sí, Uffe seguía allí dentro. Y sabía perfectamente qué deseaba en la vida.
Merete se volvió hacia la pantalla y siguió los dos últimos reportajes del telediario. Uno de ellos trataba de la propuesta del Consejo de Nutrición de prohibir los ácidos grasos insaturados producidos industrialmente, y el otro era sobre una campaña de publicidad desastrosa que la Asociación Danesa de Mataderos de Aves había llevado a cabo con ayuda estatal. Conocía los casos de primera mano. Le habían supuesto dos noches de trabajo intensivo.
Se giró hacia Uffe y le revolvió el pelo, dejando al descubierto la larga cicatriz del cuero cabelludo.
– Venga, holgazán, vamos a comer algo.
Agarró un cojín del sofá con la mano libre y lo golpeó en la nuca, hasta que Uffe empezó a chillar de alegría y sacudir brazos y piernas. Entonces ella le soltó el pelo y brincó como una cabra montes por encima del sofá, atravesó la sala y se dirigió a las escaleras. Nunca fallaba. Dando voces y riendo, desbordando ganas de vivir y energía contenida, Uffe la siguió de cerca. Como un par de vagones de tren separados por amortiguadores, subieron a toda mecha hasta el primer piso, volvieron a bajar, salieron hasta el garaje, regresaron a la sala y finalmente a la cocina. Pronto comerían delante del televisor lo que les había preparado la asistenta. La noche anterior habían visto Mr. Bean. Anteayer, Charlot. Ahora iban a volver a ver Mr. Bean. La colección de vídeos de Uffe y Merete abarcaba solamente las cosas que le encantaba ver a Uffe. Normalmente aguantaba media hora antes de caer dormido. Entonces ella lo tapaba con una manta, dejándolo dormir en el sofá hasta que él, en algún momento de la noche, subía al dormitorio. Allí la tomaba de la mano y gruñía un poco antes de volver a dormirse junto a ella en la cama doble. Cuando por fin se quedaba profundamente dormido, emitiendo sonidos susurrantes, ella encendía la luz y preparaba el trabajo del día siguiente.
Así era como transcurría la noche. Porque así lo quería Uffe; el buenazo e inocente de su hermano pequeño. El buenazo de Uffe, tan callado él.