– Joder, no sé qué podemos hacer, Marcus -dijo el subinspector, mirándolo, como si acabara de oír que su casa había ardido en un incendio.
– ¿Y estás seguro de que los periodistas no prefieren hablar conmigo o con el jefe de Información? -preguntó el jefe de Homicidios.
– Han pedido expresamente entrevistar a Carl. Han hablado con Piv Vestergård y ella los ha remitido a él.
– ¿Por qué no has dicho que estaba enfermo, o de servicio, o que no quería? ¡Cualquier cosa! No podemos arriesgarnos a que meta la pata. Los periodistas de la radio-televisión danesa no van a desistir.
– Lo sé.
– Tenemos que hacer que se niegue, Lars.
– Para eso seguro que eres mejor que yo.
A los diez minutos Carl Mørck estaba rezongando en el hueco de la puerta.
– ¿Qué…? -se interesó el jefe de Homicidios-. ¿Haces progresos?
Carl se encogió de hombros.
– Bak no tiene ni idea del caso Lynggaard, para que lo sepas.
– No me digas. Parece extraño. ¿Y tú sí?
Carl entró en el despacho y se dejó caer en una silla.
– No esperes maravillas.
– O sea, que no tienes tanto que contar sobre el caso.
– Todavía no.
– Entonces, ¿les digo a los de las noticias de televisión que es demasiado pronto para entrevistarte?
– No quiero que me entrevisten para las noticias.
Entonces Marcus sintió un grato alivio, que se expandió por su cuerpo, dando lugar a una sonrisa tal vez demasiado espléndida.
– Lo comprendo, Carl. Cuando estás en medio de una investigación quieres que te dejen en paz. Los demás, que trabajamos en casos actuales, tenemos que hacerlo por consideración al interés público, pero los casos antiguos como el tuyo hay que dejar que se investiguen con paz y tranquilidad. Se lo haré saber, Carl. No pasa nada.
– ¿Te encargarás de que me envíen al sótano una copia de los papeles de la contratación de Assad?
¿Ahora iba a tener que hacer de secretario de sus subordinados?
– Por supuesto, Carl -le aseguró-. Se los pediré a Lars. ¿Estás contento con él?
– Ya veremos. Pero de momento, sí.
– Y supongo que no lo estás involucrando en la investigación, ¿verdad?
– Tranquilo, hombre -respondió Carl con una de sus raras sonrisas.
– O sea, ¿que lo utilizas en la investigación?
– Bueno, verás, en este momento Assad está en Hornbæk, entregándole a Hardy unos papeles que ha fotocopiado. No tienes nada que objetar, ¿verdad? Ya sabes que a veces Hardy nos supera a todos cuando se pone a pensar. Así tendrá algo que lo mantenga entretenido.
– No tenemos nada que objetar a eso -al menos es lo que esperaba-. ¿Y Hardy?
Carl se encogió de hombros.
Sí, era lo que había esperado Marcus. Lamentable.
Ambos asintieron con la cabeza. La sesión había terminado.
– Ah, sí -añadió Carl cuando estaba en la puerta-. Ahora, cuanto te entrevisten para la tele en vez de a mí, no menciones que el departamento se compone de hombre y medio. Eso entristecería a Assad, si lo viera. Bueno, y también a los que han puesto el dinero, supongo.
Tenía razón. En menuda movida se habían metido.
– Por cierto, otra cosa, Marcus.
El jefe de Homicidios escrutó la cara de zorro de Carl con las cejas arqueadas. ¿Qué más quería ahora?
– Cuando vuelvas a ver a la psicóloga, dile que Carl Mørck necesita sus servicios.
Marcus miró a su hijo problemático. No parecía estar a punto de sufrir una depresión. La sonrisa de su rostro no encajaba con la seriedad del tema.
– Sí, estoy obsesionado con ideas sobre la muerte de Anker. Puede que sea porque veo tanto a Hardy. La psicóloga tiene que decirme qué debo hacer.