Veintiuno

– ¡Primero! -Alessandro se apoya en el cristal del bar.

– ¡Claro, me has engañado, eres un tramposo!

– ¡No sabes perder!

Se quedan los dos en la puerta, doblados sobre si mismos, intentando recuperar el aliento.

– Sea como sea, la carrera ha estado bien, ¿eh?

– Sí, y pensar que todos los días juego a voleibol. Creía que te ganaría con facilidad, de no ser así, no te hubiese retado.

Alessandro se levanta respirando con la boca abierta.

– Lo siento, cinta rodante en casa. Veinte minutos cada mañana… Con una pantalla delante para simular bosques y montañas, paisajes que ayudan a mantenerse en forma y, sobre todo a derrotar a una como tú.

– Ya, ya. Si repetimos, pierdes.

– Claro, ahora que sabes que mi tope son veinte minutos, tendrías ventaja. El secreto tras una victoria consiste en no volver a jugar. Hay que saber levantarse de la mesa en el momento oportuno. Todo el mundo es buen jugador, pero pocos son auténticos vencedores.

– ¿Ésta es tuya?

– No lo sé, tengo que decidirlo. No recuerdo si se la he robado a alguien.

– ¡Entonces de momento me parece una gilipollez!

– ¿Qué pasa, que si la dice otro cambia su valor?

– Depende de quién sea el otro.

– Excúsenme… -Una pareja de extranjeros les pide educadamente que se aparten. No pueden entrar en el local.

– Oh, certainly, sorry… -dice Alessandro, haciéndose a un lado.

– Vale que con tu cinta rodante y tus sucios trucos me hayas ganado la carrera, pero en inglés te gano de calle. Podrías contratarme como account internacional.

Alessandro sonríe, abre la puerta acristalada, espera a que ella entre y la cierra de nuevo.

– ¿Sabes lo que solíamos decir nosotros cuando se acababan los partidos de futbito y empezaban las discusiones…? El que gana, lo celebra, el que pierde, lo explica.

– Sí, está bien, lo he pillado: me toca pagar. Estoy de acuerdo. Yo siempre pago mis apuestas cuando pierdo.

– Vale, pues de momento paga ésta. Para mí un rico batido de frutas del bosque.

Niki observa las distintas posibilidades en la carta.

– Para mí, en cambio, kiwi y fresa. ¿De qué iba aquella historia de «el pendiente»?

– Ah, ya. Bueno, dado que no lo sabes, si quieres puedes no pagar. Sería incluso justo que no lo hicieses.

– Tú de momento explícamelo, después ya decidiré si pago o no pago.

– Vaya, hay que ver cómo te pones… la derrota escuece, ¿eh?

Niki intenta darle un puntapié, pero Alessandro se aparta con presteza.

– Vale, vale, ya basta. Te explico lo que es «el pendiente». Se trata de una tradición napolitana. En Nápoles son generosos en todo y, cuando van a un bar, además del café que se toman ellos, dejan uno pagado para otra persona que entre después. De modo que hay un café «pendiente» para quien no pueda pagárselo.

– Qué fuerte, me gusta. Pero ¿y si después el del bar se hace el loco? ¿Si se guarda el dinero y no le dice nada al que entra, que no tiene dinero pero quiere un café?

– «El pendiente» se basa en la confianza. Yo lo pago, el del bar acepta mi dinero y con ello implícitamente me está prometiendo que cumplirá. Tengo que fiarme del dueño del bar. Es un poco como con eBay, cuando pagas por un objeto y después confías en que te llegará a casa.

– ¡Sí, pero en el bar no puedes dejar después tus comentarios y valoraciones!

– Pues yo creo que en el bar es muy fácil, sólo te juegas el dinero de un café. En cambio, estaría bien poderse fiar de los desconocidos para cosas más importantes. A veces no lo conseguimos ni siquiera de quien siempre ha estado a nuestro lado…

Niki lo mira. En el tono de su voz nota que hay algo profundo y lejano.

– De mí te puedes fiar.

Alessandro sonríe.

– ¡Seguro! ¡Lo máximo que puedo perder es el seguro del coche!

– No, lo máximo que puedes perder es el miedo.

– ¿Cómo?

– Porque te toca volver a creer en todo aquello en lo que habías dejado de creer.

Y se quedan así, en suspenso, con esas miradas hechas de sonrisas y alusiones, de lo que no se conoce, de curiosidad y diversión; indecisos a la hora de tomar o no el pequeño sendero que se aleja del camino principal y se adentra en el bosque. Pero que a veces es tan hermoso, incluso más que la propia fantasía. Una voz irrumpe estridente en sus pensamientos.

– Aquí tienen sus batidos; para la señorita, kiwi y fresa, para usted, frutas del bosque.

Niki coge el suyo. Empieza a tomárselo con la pajita, mirando alegre a Alessandro, sin pensar en nada, con la mirada limpia, rebosante y transparente. Luego deja de beber.

– Hummm, qué bueno. ¿Te gusta el tuyo?

– Está buenísimo.

– ¿Cómo es?

– ¿Qué quiere decir «cómo es»?

– Que qué tiene dentro.

– Entonces debes decir «de qué es» o «qué gusto has elegido». Mi batido es de frutas del bosque.

– Madre mía, eres peor que la Bernardi.

– ¿Quién es ésa?

– Mi profesora de italiano. Me rayas tanto como ella. Venga, que se entendía perfectamente lo que quería decir… ¿no?

– Sí, bueno, depende de lo que quisieras decir, todo es una cuestión de matiz… ¿Sabes que el italiano es la lengua más rica en matices y entonaciones? Por eso se estudia fuera de aquí, porque nuestras palabras permiten expresar con exactitud la realidad.

– Vale, no eres como la Bernardi.

– Ah, eso mismo quería oír.

– ¡Eres peor! -Y vuelve a tomarse su batido con la pajita. Se lo acaba y empieza a sorber los restos, haciendo muchísimo ruido, ante la mirada escandalizada de algún turista anciano y la divertida de Alessandro. Está acabando con lo poco que queda cuando…-: Demonios.

– ¿Y ahora qué pasa?

– Nada, mi móvil. -Niki lo saca del bolsillo de sus téjanos-. Había puesto el vibra. -Mira el número que aparece en la pantalla-. Qué mierda, es de mi casa.

– A lo mejor sólo quieren saludarte.

– Lo dudo. Serán las tres preguntas de costumbre.

– ¿A saber?

– Dónde estás, con quién estás y a qué hora piensas volver. Vale, voy a responder… Me sumerjo… -Niki abre su teléfono-. ¿Sí?

– Hola, Niki.

– ¡Eres tú, mamá, qué sorpresa!

– ¿Dónde estás?

– Dando una vuelta por el centro.

– ¿Y con quién estás?

– Sigo con Olly. -Mira a Alessandro y se encoge de hombros como diciendo: «Qué mierda, me toca seguir mintiendo.»

– Niki…

– ¿Qué pasa, mamá?

– Olly acaba de llamar hace un momento. Dice que no le coges el móvil.

Niki levanta los ojos al cielo. La articulación de sus labios no deja lugar a dudas. Mierda, mierda, mierda. Alessandro la mira sin comprender absolutamente nada de lo que está sucediendo. Niki da unas patadas al suelo.

– No me he explicado bien, mamá. Hasta hace poco he estado con Olly, luego ella no quería venir al centro y nos hemos despedido. Le he dicho que me iba para casa, pero después he decidido venir sola. Me ha dejado en el ciclomotor.

– Imposible. Me ha dicho que durante el recreo te había acompañado al mecánico. ¿Cuándo lo has recogido?

Mierda, mierda, mierda. La misma escena de antes con Alessandro, que cada vez entiende menos lo que está pasando.

– Pero, mamá, ¿no lo entiendes? Que me venía en el ciclomotor se lo he dicho a ella porque no me gusta cómo conduce, tengo miedo de ir detrás.

– ¿Sí? Y entonces, ¿con quién piensas volver?

– Me he encontrado con un amigo.

– ¿Tu novio?

– No, mamá… Él es ya un ex… Ya te he dicho que lo hemos dejado. Se trata de otro amigo.

Silencio.

– ¿Lo conozco?

– No, no lo conoces.

– ¿Y por qué no lo conozco?

– Y yo qué sé, mamá, a lo mejor un día lo conoces, qué sé yo…

– Yo lo único que sé es que me estás contando mentiras. ¿No nos habíamos prometido que siempre nos lo diríamos todo?

– Mamá -Niki baja un poco la voz y se vuelve un poco-, ahora mismo estoy con él. ¿No podríamos suspender este interrogatorio?

– Ok. ¿Cuándo vas a volver?

– Pronto.

– ¿Pronto cuándo? Niki, acuérdate que tienes que estudiar.

– Pronto, mamá, te he dicho pronto. -Y cuelga-. Jo, cuando quiere mi madre puede ser muy pesada.

– ¿Peor que la Bernardi?

Niki sonríe.

– No sabría decirlo. -Después se vuelve hacia el camarero-. ¿Me trae otro?

– ¿Lo mismo? ¿Kiwi y fresa?

– Sí, estaba de muerte.

Alessandro se acaba el suyo y arroja el vaso de plástico en el cesto que hay junto a la caja.

– ¿Te vas a tomar otro, Niki?

– ¿Qué te importa? Pago yo.

– No, no lo digo por eso. Es que dos son demasiado, ¿no te parece?

– ¿Sabes?, sólo hay una persona capaz de superar a mi madre y a la Bernardi.

– Creo que sé de quién se trata.

Niki se dirige hacia la caja. Alessandro se le adelanta.

– Quieta, pago yo.

– ¿Estás de broma? He perdido la apuesta y pago yo, faltaría más. Bien, son tres batidos y un «pendiente».

La cajera la mira extrañada.

– Lo siento, no tenemos batido pendiente.

– Se lo explico. Yo dejo pagado otro batido además de los tres que nos hemos tomado. Si entra alguien que no tenga dinero para pagar y quiere uno, usted le dice que hay un batido pendiente. Y hace que se lo preparen…

Niki le da diez euros a la cajera. Ésta marca cuatro batidos y le da dos euros de vuelta.

– Es una idea bonita. ¿Es tuya?

– No, es de mi amigo Alex. Bueno, en realidad se trata de una tradición napolitana. Ahora todo depende de usted.

– ¿De mí, en qué sentido?

– Nosotros nos fiamos de usted, ¿entiende? El pendiente está en sus manos.

– Claro, ya me lo has explicado… y tengo que ofrecérselo a quien lo necesite.

– Exacto. -Niki coge el batido que le acaban de preparar y hace ademán de salir. Pero se detiene en la puerta-. También podríamos quedarnos toda la tarde ahí fuera, para controlar… Adiós.

Alessandro alarga los brazos hacia la cajera.

– Lo siento, es una desconfiada.

La cajera se encoge de hombros. Alessandro da alcance a Niki, que va caminando mientras toma su batido.

– Contigo, a buen entendedor pocas palabras bastan, ¿eh Niki?

– Mi madre me ha enseñado que fiarse está bien y no fiarse aún mejor. Y así podría continuar durante horas. Mi madre me ha enseñado un montón de refranes. ¿Tú crees en ellos?

Y siguen así, hablando, paseando, conversando de lo divino y de lo humano, de los viajes que han hecho, de los soñados, de fiestas, de locales recién inaugurados y de los que ya han cerrado, y de otras novedades, capaces de escucharse, de reír, y de olvidar, por un momento, esos veinte años de diferencia.

– ¿Me dejas probar tu batido?

– Ah, ¿ahora sí…?

– Si te has pedido otro es que tiene que ser bueno.

– Toma. -Niki le pasa el vaso.

Alessandro aparta la caña y bebe un sorbo directamente del vaso. Luego se lo devuelve.

– Hummm, has hecho bien en pedir otro. Está bueno de verdad.

– Has apartado la cañita. ¿Tan remilgado eres?

– No es por mí, es que a lo mejor te molestaba a ti. Beber con la misma cañita es un poco como besarse.

Niki lo mira y sonríe.

– En realidad, no. Es diferente. Muy diferente.

Silencio. Se quedan un rato mirándose a los ojos. Luego Niki vuelve a pasarle el vaso.

– ¿Un poco más?

– Sí, gracias. -Esa vez Alessandro bebe directamente con la pajita. Y la mira. Fijamente. Con intensidad.

– Ahora es como si me hubieses besado.

– ¿Y te ha gustado?

– Hummm, sí, mucho. ¡Era un beso con sabor a kiwi y fresa!

Y se miran. Y sonríen. Y por un momento no se sabe bien quién es el más maduro. O inmaduro. De repente, algo los devuelve a la realidad. Suena el Motorola de Alessandro.

Niki resopla.

– ¿Qué ocurre? ¿Otra vez de tu oficina?

Alessandro mira la pantalla.

– No. Peor. ¿Sí?

– Hola, tesoro, ¿cómo estás?

– Hola, mamá.

– ¿Estás en la oficina? ¿Con el director? ¿Estás reunido?

– No, mamá.

Alessandro mira a Niki y se encoge de hombros. Después tapa el micrófono con la mano.

– La mía es peor que la tuya y la Bernardi juntas.

Niki se echa a reír.

– ¿Y dónde estás entonces?

– En via del Corso.

– Ah, de compras.

– No, por trabajo. Una investigación. Estamos estudiando a la gente para entender mejor cómo entrar en el mercado.

– Qué bien. Me parece una buena idea. En el fondo, la gente es la que escoge, ¿no?

– Así es.

– Oye, ¿te vienes a cenar a casa el viernes por la noche? Vendrán también tus hermanas con sus maridos e hijos. Podrías venir con Elena. Nos encantaría.

– Mamá, ahora mismo no te lo puedo decir, tengo que mirar mi agenda.

– Venga, no te hagas el ocupado con nosotros.

– Es que estoy ocupado, mamá.

– ¡Sí, pero puedes andar de parranda por el centro!

– ¡Ya te he dicho que se trata de un estudio de mercado!

– Eso se lo cuentas a tus jefes, no a mí. Debes de estar de paseo, divirtiéndote con esos amigos tuyos tan vagos… Vale, intenta venir el viernes por la noche, ¿de acuerdo? -Y cuelga.

Niki alza las cejas.

– Dime una cosa: ¿cuántos años tienes?

– Treinta y seis.

– Ah, te hacía mayor.

– Vaya, muchas gracias…

– No me has entendido. No me refería a la edad. Es por cómo te vistes, por tu manera de actuar, por tu cultura.

– ¿Me tomas el pelo?

– No, lo digo en serio. Sólo estaba pensando… ¿cuando tenga treinta y seis años, mi madre seguirá dándome la paliza?

– Mira, un día echarás de menos ese tipo de paliza.

Niki le da un último sorbo al batido y arroja el vaso en un contenedor medio abierto que hay por allí cerca.

– ¡Canasta! -Después se coge del brazo de Alessandro-. ¿Lo ves? Cuando dices estas cosas, tus treinta y seis años me parecen un montón! -Y se van. En parte corren y en parte no. En parte hablan y en parte también. Sin prisas, sin pensar en nada, sin llamadas de teléfono. Hasta llegar a donde habían aparcado y encontrarse con una única sorpresa. El Mercedes ya no está.

– Mierda… Me lo han robado.

– Quizá no estaba aquí… A lo mejor estaba un poco más allá.

– No, no, estaba aquí. Me acuerdo bien. No me lo puedo creer, me han robado el coche por la tarde, en pleno centro, en la via della Penna. Es absurdo.

– No del todo. Lo absurdo era creer que lo encontraría todavía aquí.

Una voz a sus espaldas. Un guardia particularmente diligente lo ha oído todo.

– Usted ha aparcado en una zona donde actúa la grúa. ¿No ha leído el cartel?

– No, estaba distraído. -Y mira a Niki con una sonrisa forzada-. Y ahora, ¿dónde lo puedo encontrar?

– Se lo ha llevado la grúa, de modo que en el depósito de Ponte Milvio o en el del Villaggio Olímpico, como es obvio. -Y se va con su bloc en la mano, preparado para multar a otro.

– Como es obvio. ¿Y ahora, cómo nos vamos de aquí?

– Es facilísimo. Ven. ¿Será posible que te tenga que enseñar tantas cosas?

Niki lo coge de la mano y echa a correr. Atraviesa piazza del Popolo, casi arrastrándolo, como si fuesen dos turistas que intentan llegar a tiempo a algún museo antes de que cierre, y se suben al vuelo en el pequeño tranvía que circula por via Flaminia. Se dejan caer sobre los primeros asientos que encuentran.

Todavía jadeante, Alessandro saca su cartera, va a pagar, pero Niki lo detiene. Y le susurra:

– Total, vamos a bajar en seguida.

– Sí, ¿y si sube el revisor?

– Si nos bajamos en la próxima.

Pero no. Aún faltan dos paradas. Y justo en la penúltima sube el revisor.

– Billetes, billetes.

Alessandro mira a Niki y mueve la cabeza.

– ¿Por qué te habré hecho caso?

Ella no tiene tiempo de responder. El revisor llega a su altura.

– Billetes. -Y Niki lo intenta. Se justifica de todos los modos posibles, le pone ojitos, menciona a la multa, explica extrañas historias acerca de un coche robado, de un amor que terminó hace poco, le explica el asunto del batido pendiente, un gesto generoso que denota su honestidad. Pero nada. No hay manera. Y ese billete no comprado se convierte en un billete de cincuenta euros menos para Alessandro.

– Y os he hecho descuento. Como si uno de los dos hubiese llevado billete, ¿vale?

Es de locos, piensa Alessandro. Ha faltado poco para que hasta le haya dado las gracias. En cuanto bajan, Niki no espera un momento. Echa a correr de nuevo a toda pastilla, arrastrándolo tras ella, haciéndolo casi tropezar, hasta detenerse frente al depósito de la Guardia Urbana.

– Hola… Venimos a buscar el coche.

– Sí, ¿dónde lo tenía aparcado?

– En via della Penna.

– Sí, acaba de llegar. Es un Mercedes ML, ¿no? Serán ciento veinte euros más sesenta de transporte. En total, ciento ochenta euros.

Alessandro le da su tarjeta de crédito. Después de cobrar, por fin le permiten entrar en el parking.

– Allí está, allí está, ¿no es ése? -Niki corre hacia un Mercedes aparcado en la penumbra. Alessandro prueba a abrirlo con el mando a distancia. Se encienden los cuatro intermitentes.

– Sí, es ése.

Niki se sube en un periquete. Alessandro la sigue. Salen lentamente del parking. Él la mira con la ceja ligeramente levantada.

– Ese accidente empieza a resultarme caro. Si te pido que salgamos como una pareja normal, a lo mejor ahorro.

– Qué va. El dinero tiene que circular, eso ayuda a la economía nacional. Es algo que hay que hacer para saberlo. Además, perdona, pero el director creativo eres tú, ¿no?, y esto es un estudio de mercado. Has visto gente, has saboreado una realidad diferente a la tuya. Ah, y de tu lista de gastos de hoy tienes que restar el mío.

– ¿Cuál?

– Los ocho euros de los batidos.

– No faltaba más… En cuanto quede libre un puesto en la empresa, te cojo de contable.

– Gira, gira ahí a la derecha.

– Eres peor que un navegador roto.

Pasan por delante del Cineporto y salen a una explanada enorme, completamente vacía. Tan sólo hay algún coche aparcado al fondo.

– ¿Y qué hay aquí?

– Nada.

– Entonces, ¿qué hacemos aquí? -Alessandro la mira un momento perplejo. Levanta una ceja-. Aquí vienen normalmente parejitas -dice él. Y le sonríe.

– Sí. Pero también los de las autoescuelas.

– ¿Y nosotros a qué grupo pertenecemos?

– Al segundo. Venga, quítate, déjame que pruebe a conducir tu coche.

– ¿Bromeas?

– Venga, no te hagas el duro. De todos modos, ya es tarde para ir a la oficina. Venga, hasta ahora hemos estado haciendo un estudio de mercado y, por una cifra ridícula, te he dado un montón de datos útiles. Eso te hubiese costado una barbaridad. Ahora tienes que ser un poco generoso. Ya tengo el permiso de prácticas. Vamos, déjame practicar un poco.

– De acuerdo, pero ve despacio, y sin salir de aquí.

Alessandro se baja del coche y da la vuelta, pasando por delante del capó. La mira mientras ella pasa de un asiento al otro por encima del cambio de marchas. Se aposenta bien, mete uno de los CD comprados en Mensajes y pone la música a todo volumen. Alessandro aún no ha tenido tiempo de cerrar la puerta cuando Niki arranca de sopetón.

– ¡Eh, despacio! ¡Despacio! ¡Y ponte el cinturón!

El Mercedes se queda clavado. Después vuelve a ponerse en marcha en seguida. Alessandro se inclina hacia Niki.

– Eh, ¿qué haces -protesta ella-, qué pretendes? ¿Te estás aprovechando?

– Pero ¿qué dices? ¡Te estoy poniendo el cinturón!

Alessandro se lo ajusta y se lo cierra. Niki intenta cambiar de marcha, pero se equivoca de pedal y frena.

– Eh, ¡no hay embrague!

– No.

– ¿Cómo?

– Esa palanca a la que te has agarrado como un pulpo, no son las marchas… Se llama cambio automático. Para ser exactos, 7G-Tronic, y va provisto también del sistema direct selection. Basta con un toque suavecito para que entre la marcha.

– Entonces no vale. Así no me sirve de nada. -No obstante, Niki arranca de nuevo, traza una pequeña curva estrecha, acelera. No se percata de que otro coche está entrando en ese momento en la explanada. Frena como puede, pero le da de lleno y rompe el faro de la derecha y abolla parte del lateral. Alessandro, que todavía no había tenido tiempo de ponerse el cinturón, se ve impulsado hacia delante y acaba con la mejilla aplastada contra el cristal.

– ¡Ay! No me lo puedo creer, no me lo creo, eres un desastre. -Se toca repetidamente la nariz, preocupado, y se mira la mano buscando sangre.

– No tienes sangre -dice Niki-. Venga, que no te has hecho nada.

Alessandro ni siquiera la escucha. Abre la puerta y se baja a toda prisa.

Niki baja también.

– Pero señor, ¿adónde mira? ¡Yo tenía preferencia!

El otro conductor sale de su coche.

– ¡¿Qué?!

Es alto, gordo y mayor, de unos cincuenta, cabello oscuro y manos nudosas. En resumen, uno de esos tipos que, si quieren, pueden hacer daño. Y mucho.

– Oye, chiquilla, ¿estás de coña? Yo venía por la derecha. Tú ni siquiera me has visto. Me has acertado tan de pleno que ni en el tiro al blanco. Y menos mal que en el último momento has frenado, que si no ni siquiera estaríamos aquí hablando. Mira esto, mira el estropicio que has hecho…

– Sí, pero usted no ha mirado. Lo he visto, estaba distraído con la señora.

Una mujer baja del coche.

– Disculpa, pero ¿qué estás diciendo? Ni siquiera estábamos hablando…

Alessandro decide intervenir.

– Vale, vale, calma, lo importante es que nadie se ha hecho daño, ¿no?

El señor mueve la cabeza.

– Yo no. ¿Y tú, Giovanna? ¿Te has dado un golpe en la cabeza? ¿Te ha dado un latigazo? ¿Te duele el cuello?

– No, Gianfrá, nada.

– Perfecto. -Alessandro se mete en el coche. Niki va con él.

– ¿Se me está hinchando la nariz?

– Qué va, estás hecho un primor. Oye, en mi opinión estos dos han venido aquí a lo que han venido, ¿entiendes? Ambos llevan alianza. De modo que están casados. Si dices que vas a llamar a la policía y que quieres hacer un parte verbal, a lo mejor se asustan y se van.

– ¿Tú crees?

– Seguro.

– Niki…

– ¿Qué?

– Hasta ahora no has acertado una… El aparcamiento, el billete del autobús. ¿Estás segura de que quieres atreverte con la policía?

Niki pone los brazos en jarra.

– ¿Los batidos eran buenos?

– Buenísimos.

– Pues ya ves cómo a veces acierto en algo. Dame otra oportunidad…

– Ok.

Alessandro sale del Mercedes.

– Creía que tenía un parte amistoso y resulta que no. Me parece que tendremos que llamar a la Guardia Urbana, para que levanten el atestado… y podamos hacer un parte verbal.

La mujer mira al hombre.

– Gianfrá, me parece que eso va a tardar bastante.

Niki mira satisfecha a Alessandro y le guiña un ojo.

Gianfranco se toca la barbilla, pensativo. Niki interviene.

– En vista de la situación… hagamos como si nada hubiera pasado: vosotros os vais y nosotros también.

Gianfranco la mira perplejo. No entiende.

– ¿Y el coche que me has destrozado?

– Gajes del oficio -osa decir Niki.

– ¿Qué? ¿Estás de coña? La única vez que salgo con mi mujer para estar a solas un rato porque ya no puedo más, mis hijos siempre en casa, con una decena de amigos, busco un sitio donde estar tranquilo con ella, ¿y ahora, por tu culpa, tengo yo que pagar el pato? ¡Mira, tía lista, a la Urbana la voy a llamar yo de inmediato, y esperaremos lo que haya que esperar! ¡Aunque sea un año! -Gianfranco saca su móvil del bolsillo y marca un número.

Niki se acerca a Alessandro.

– Ok, no he dicho nada…

– Eso.

– ¿Tienes un parte en el coche o no?

– Claro que tengo, pero he fingido que no por tu espléndida historia de los amantes.

– Entonces cógelo…

– Pero ya está llamando a los urbanos.

– Será mejor que lo saques… ¡Fíate de mí!

– Pero ¡se van a dar cuenta de que íbamos de farol!

– Alex… no tengo permiso de prácticas y tengo diecisiete años.

– Pero me dijiste que… aaah, contigo renuncio.

Alessandro se tira dentro del coche y sale un segundo después con un folio en la mano.

– ¡Gianfranco, mire! ¡He encontrado un parte! ¡Qué suerte, ¿eh?!

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