Ciento catorce

Noche. Noche profunda. Noche de sorpresas. Noche absurda. Noche de dulce venganza.

Alessandro está sentado en el salón. Oye el ruido de las llaves en la cerradura. Coge el champán de la cubitera y se sirve un poco más. Se queda sentado mirándola entrar. Elena deja el bolso sobre la mesa. Alessandro enciende la luz. Elena se asusta.

– Ah, estás despierto… Creía que te habrías ido, o que estarías dormido.

Alessandro deja que hable. Elena se detiene y lo mira a los ojos. Con determinación.

– ¿Tienes algo que decirme?

Alessandro sigue tomándose su champán tranquilamente.

– Bueno, en vista de que no dices nada, hablaré yo. Eres un gilipollas. Porque me has hecho… -Y Elena continúa soltando insultos, rabia, absurdidades y maldades.

Alessandro sonríe y la deja hablar. De repente, coge de la mesa que tiene a su lado un folio doblado. Y lo abre. Elena se detiene.

– ¿Qué es eso?

– Un mail. Me llegó hace unos días. Pero por desgracia no lo había visto hasta esta noche.

– ¿Y a mí qué me importa?

– A ti puede que no, porque ya lo sabes. A mí, en cambio, mucho, porque no lo sabía. En realidad, nunca me lo hubiese imaginado. En el mail hay una carta tuya.

– ¿Mía?

Elena se queda blanca como el yeso.

– Sí, tuya. Te la leo, ¿eh? Por si acaso se te ha olvidado. Bien. «Amor mío. Esta mañana me he despertado y he soñado contigo. Estaba muy excitada todavía, pensando en lo que habíamos hecho. Sobre todo, me excita a morir pensar que estarás reunido con él. ¿Podrás pasar a mediodía? Tengo ganas de…» -Alessandro para de leer un momento. Y baja el folio-. Lo que sigue me lo salto, porque son una serie de obscenidades tuyas. Sigo aquí: «Espero que ganes, porque así te quedarás en Roma y podremos seguir juntos… Porque como estoy contigo, Marcello…» -Alessandro deja el folio sobre la mesa-. Pero Marcello, ese joven deficiente que se suponía que iba a ocupar mi lugar, ha perdido. Ha ido a parar a Lugano y, mira por dónde, de improviso, plaf, qué extraño, justo después de su marcha, precisamente reapareces tú en mi vida… Por lo que sea, te lo has pensado mejor y, mira por dónde, después de su derrota has decidido casarte conmigo.

Elena está como petrificada. Alessandro sonríe, se toma otro sorbo de champán.

– Y yo preocupado porque no sabía cómo decirte que ya no te amo.

Se levanta y pasa junto a ella, después se dirige al cuarto de baño y coge de allí dos maletas ya listas. Abre la puerta de la casa y las deja en el rellano.

– He metido todo lo que era tuyo, incluso algún regalo y alguna que otra cosa, libros, plumas, perfumes, jabones, tazas, todo lo que me pudiese recordar a ti. Me gustaría que fueses como las hadas de las películas. Mejor que ellas. Que desaparecieras para siempre.

Alessandro cierra la puerta tras ella. Gira la llave dos veces, y la deja puesta en la cerradura, luego corre el cerrojo. A continuación, coge la botella de champán, sube la música a tope y se va a su habitación. Feliz como nunca. Ni siquiera tengo que buscarme un hotel. Ahora sólo me queda saber quién es este «amigo verdadero» y, sobre todo, si todavía estoy a tiempo de recuperar mis jazmines.

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