Treinta y nueve

Poco después están en la calle. Alessandro mira a Niki, que va conduciendo.

– Eh, se te da de lo más bien, Niki. Podemos dejar ya las clases.

– Muy bien, si de veras crees eso, ahora mismo choco.

– De acuerdo, eres una negada.

– ¡Muy bien, bravo! -Niki sonríe-. ¡Y a lo mejor nos la pegamos juntos, pero contra otro!

– Y en esa proyección tuya de nuestro futuro, ¿habrá también de vez en cuando momentos en los que podremos no estar juntos?

– Rarísimos.

– Lo sospechaba.

Llegan hasta el ciclomotor, que habían dejado en la gasolinera. Niki se baja, le quita la cadena, la guarda en el cofre y se pone el casco.

– Vete si quieres… Desde aquí llego fácil a casa.

– No, prefiero acompañarte.

– ¿Lo ves? Hablas y hablas, pero no puedes vivir sin mí.

Alessandro le sonríe. En realidad, está preocupado. Sólo faltaría que le pasase algo. La última persona con la que habría sido vista soy yo y seguro que me interrogarían. Ya se imagina a los dos policías, felices de poder llevar hasta el final su trabajo.

– Sí, no lo resisto, es verdad. Anda, ve tú delante, que yo te sigo.

Niki parte con su ciclomotor y Alessandro la sigue con su Mercedes. Lungotevere. Piazza Belle Arti, Valle Giulia, via Salaria, corso Trieste, Nomentana. Una vez llegan a su casa, Niki se quita el casco, lo guarda en el cofre y coge la cadena. La pasa por la rueda, la amarra al poste de siempre y cierra el candado. Después se sube al Mercedes.

– Ok. Gracias por darme escolta.

– Un placer.

– Oye, ¿podrías sacarme de dudas?

– Cómo no, la vida está llena de dudas de las que salir…

– Muy buena la frase… ¿es de un anuncio?

– Sí, mío. Va, dime.

Niki echa su aliento en el cristal, encima de la pegatina del seguro y, sobre el empañamiento, dibuja un corazón con las letras A y N dentro. Después añade un «4ever».

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Alex y Niki forever [3]. Así, cada vez que se te empañe el cristal, en vez de enfadarte pensarás en mí y sonreirás…

– Ya, sonreiré. ¿Qué es lo que querías preguntarme?

– Si te has preparado el discurso para mis padres.

– ¡Niki! Estás de broma, ¿no?

– No. Antes o después te querrán conocer. Querrán saber con quién estoy saliendo… ¿O es que tienes miedo?

– ¿Miedo yo? ¿Por qué?

– Bueno, digamos que has salido de una manera muy peculiar con su hija.

– Pero eso no tengo por qué mencionarlo en mi discurso, ¿no?

– No, no, claro.

De repente, Niki mira hacia delante.

– Ah, ahí están. Hola, mamá. Así te la presento en seguida.

Alessandro siente que se va a desmayar. Mira hacia delante pero no ve a nadie. Mira a Niki de nuevo. Y otra vez a la calle, intentando comprender, aterrorizado.

– Alex… era una broma.

– Ah…

– Creía que te morías…

– Has creído mal. Es que no veía a nadie.

– Sí, sí, corazón de león. Mira, pero has hecho un montón de anuncios publicitarios preciosos… ¡invéntate uno sobre ti! A lo mejor mis padres están encantados de adquirirte…

– Sí, no faltaba más, tranquila que esta noche me pongo a pensar en ello. ¡Por el momento, espero que les guste el envoltorio!

– Bueno, en mi opinión podrían congeniar contigo, no sé, mis padres son muy raros a veces. Vale, me voy. -Le da un beso rápido en los labios-. Que sueñes con los angelitos, que duermas bien. Y no salgas a la terraza, el olor de los jazmines te podría sugerir cosas extrañas. -Y mientras lo dice coge su bolso, se va corriendo hacia el portal y desaparece sin girarse.

Alessandro arranca su Mercedes y regresa a casa. Dios mío, en buen lío me he metido. Yo y una chica de diecisiete años. Si lo supiesen mis padres… Si lo supiesen mis dos hermanas, ya casadas y con hijos… Si lo supiesen mis amigos y sus mujeres respectivas… Si lo supiese Elena y, sobre todo, si lo supiesen los padres de Niki… Y así, sin apenas darse cuenta, ha llegado ya a su casa. Nunca había conducido tan rápido. A lo mejor es porque de repente siente ganas de escapar de todos aquellos si… Se monta en el ascensor y poco después ya está de nuevo en su casa. Se cierra por dentro y echa el pestillo. Fiuuu. Un suspiro de alivio. El CD sigue sonando a bajo volumen. Éste es el momento de Ligabue, L'amore conta. Qué compilación tan bella ha hecho Enrico. Luego un recuerdo. Y otro. Y otro más. Pequeños flashes. Frames de amor. Sabores, perfumes, detalles, los momentos más bellos de una película inolvidable. Niki. Qué sueño. Pero ¿ha sucedido de veras? Claro que ha sucedido. Y qué ha sucedido… Es realmente una muchacha hermosa. Y dulce. Y generosa. Y divertida. E ingeniosa. Y despierta. Y tierna. Y… Y tiene diecisiete años.

Alessandro coge la botella de ron y se sirve un vaso pequeño. No le iría nada mal un poco de zumo de pera. Pero no, ¿por qué hemos de querer siempre algo más para estar satisfechos? Basta con disfrutar el momento, lo dice también Niki, y se lo toma todo de un trago. Sólo ron. Ron puro. Diecisiete años. ¿Te detienen en estos casos? Sí. Qué va. No lo sé. Luego, casi sin querer, se halla de nuevo en la terraza. La música se difunde ligera en aquella atmósfera. Se acerca lentamente al lugar donde todo ha sucedido… El lugar del crimen, le gustaría decir. Pero prefiere no pensar en ello bajo esa luz. Mira. En el suelo, en una esquina, está el vaso de Coca-Cola con su rodajita de limón. Y en la tumbona, en una esquina más lejana, la goma del pelo abandonada. Después se acerca a la mata de jazmines, casi se sumerge en ella e inspira profundamente, llenándose de su perfume. Justo en ese momento, se enciende la luz de la terraza de enfrente. Aparece una señora y grita a pleno pulmón:

– Aldo, Aldo… ¿Dónde estás?

– Estoy aquí, María… ¡No grites!

– Pero ¿no vienes a la cama?

De improviso, un hombre se aleja del seto, haciéndose presente bajo la luz de la lámpara de la terraza. Debe de ser Aldo. Mira hacia Alessandro. La mujer vuelve a entrar.

– Venga, que mañana tenemos que madrugar.

El hombre entra en la casa. Apaga la luz de fuera, después la del salón, luego la del pasillo, desapareciendo de nuevo en la oscuridad. Alessandro sale de la mata de jazmines. Aldo. Se llama Aldo. A lo mejor esta noche ha estado allí, mirando. De todos modos, no cree que haya podido ver gran cosa. Y así, un poco más tranquilo, también Alessandro se mete en casa. Cierra la puerta corredera. Una cosa es segura: al menos esta noche no me ha denunciado.

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