Cuarenta y cinco

Alessandro llega jadeante. Ha pasado por su casa, se ha dado una ducha rápida, se ha puesto una camisa limpia y ha salido corriendo, confiando en llegar a tiempo. Y lo ha conseguido.

– Venga, que sólo faltabas tú. -Enrico le sale al encuentro a la puerta del círculo Canottieri Roma. Lo coge por la chaqueta y se lo lleva consigo, arrastrándolo por la escalera. Entran corriendo en el restaurante. Alguna pareja aburrida está comiendo en alguna mesa. Cuatro hombres ancianos y vestidos con elegancia cenan educadamente entre risas ligeras, casi estudiándose, antes de su habitual partida de bridge. Alessandro y Enrico llegan a donde están los demás invitados, cerca de una treintena, ocultos tras un enorme biombo en la esquina más recóndita del restaurante. Enrico lo empuja con los demás.

– Quedaos aquí bien escondidos, que ya llega…

Alessandro saluda a Flavio, a Pietro, a sus mujeres respectivas, a aquellos a quienes conoce y le quedan más cerca.

– Hola, chicos… ay, no empujéis… esto parece el metro.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Desde cuándo coges tú el metro?

– No lo cojo nunca, pero siempre me lo he imaginado así.

– Chissst, que se oye, chissst.

Poco después, Enrico y Camilla bajan por la escalera que conduce al restaurante. Los amigos, escondidos en silencio, reconocen sus voces.

– Cariño, por un momento pensaba que te habías olvidado.

– Para nada. Esta mañana he fingido a propósito, lo que quería en realidad era felicitarte en seguida.

– Qué detallista… hasta has hecho poner en la mesa las flores que me gustan. Pero aclárame una cosa: ¿por qué aquí, en el Canottieri? No es que no me guste, ¿eh?, no me malinterpretes, es sólo por saberlo. Hay un montón de restaurantes que cuestan bastante menos; vaya, que podrías haber elegido cualquiera, a excepción quizá del de Alberto, que no es caro, pero se come fatal…

– ¡Porque aquí estamos todos nosotros! -Una chica que está detrás del biombo decide intervenir, dado que el pobre Alberto está allí mismo, escondido con los demás. Salen todos.

– ¡Felicidades, Camilla!

– ¡Feliz cumpleaños!

Alguno se pone a cantar «¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz!».

Camilla se pone roja de vergüenza.

– ¡Gracias, menuda sorpresa! ¡No había sospechado nada! ¡Dios mío, he caído de lleno!

Empiezan a darle paquetes, un ramo de flores, algunos no han traído nada, pues han colaborado en la compra de un regalo mejor sugerido por el propio Enrico. En poco rato, Camilla está inundada de regalos. También el pobre Alberto le da el suyo, una botella de vino, sonriéndole y con un beso en la mejilla. Es posible que esté fingiendo no haber oído nada. Lo que es cierto es que esa botella es mejor que lo que se suele beber en su local. Enrico se acerca a Alessandro, que está conversando con Flavio y Pietro. Lo coge del brazo.

– Disculpad. -Y se lo lleva de allí.

Pietro los mira.

– ¡Tienen secretitos!

Flavio se encoge de hombros. Alessandro y Enrico se detienen a poca distancia de los demás.

– ¿Y bien?

– Todo en orden, Enrico. Fui a verlo y ha aceptado el encargo.

– ¿Por cuánto?

– Tres mil euros. Mil quinientos al contado, que ya le di, y mil quinientos al acabar el trabajo.

– Está bien. -Enrico saca su cartera.

– Venga, Enrico, aquí no, que pueden vernos. Una de estas noches lo arreglamos todo con calma.

– Ok, gracias. -Enrico vuelve a guardarse la cartera en el bolsillo. Después mira a su mujer de lejos. Está rodeada de amigos. Muchos todavía la están besando y le están dando sus regalos.

– ¿Has visto? ¿Te has dado cuenta?

Alessandro mira en la misma dirección que Enrico.

– ¿De qué? La están felicitando, ¿qué pasa?

– No, fíjate bien.

Alessandro se esfuerza, entrecierra los ojos para captar el más mínimo detalle, pero no nota nada.

– A mí me parece todo normal, se ríe, bromea con sus amigas, conversa. Está contenta.

– El pelo. Mírale el pelo.

Alessandro se esfuerza aún más, pero no nota nada en absoluto.

– Oye, a mí me parece que lo lleva como siempre, ¿por qué lo dices? ¿Qué se supone que se ha hecho?

– ¿Cómo que qué se ha hecho? Lleva flequillo.

– ¿Y qué? Se ha cortado el pelo… ¿Qué pasa, es eso un crimen?

– No, una comedia. 1973. Una dama y un bribón. La bonne année, en francés. Una película de Claude Lelouch con Lino Ventura y Francoise Fabián. Él acaba en la cárcel y ella va a visitarlo. Recuerdo su diálogo. Él: «¿Te has cambiado el corte de pelo?» Ella: «Sí, ¿por qué? ¿No te gusto?» Él: «Sí, sí, es sólo que cuando una mujer se cambia de peinado, quiere decir que está a punto de cambiar de hombre.»

Enrico se queda mirándolo en silencio. Luego, de vez en cuando le echa una mirada a Camilla, sentada allí al fondo.

Alessandro lo mira y menea la cabeza.

– Pues vaya, pero francamente, yo me acuerdo de otras frases, del tipo «¿Qué es una mujer?», «Es un hombre que a veces llora». Perdona pero es mejor. ¡Y, de todos modos, estás hablando de una película!

– Sí, pero las películas se basan precisamente en la realidad. Se ha cortado el pelo, por lo que quizá está con otro.

– Mira, llegados a este punto, a mí no me cabe ya la menor duda: nunca un dinero se habrá gastado mejor. Estoy seguro de que Tony Costa te sacará por fin de cualquier duda irracional, ¿ok?

– Ok…

– Ahora me voy a beber algo.

Pero, justo en ese momento, Enrico ve que Camilla deja de hablar con sus amigas, se saca el móvil del bolsillo y mira en la pantalla el nombre de quien la está llamando. Sonríe y responde. Después se da la vuelta y se aleja un poco de la gente, buscando un poco de privacidad. Enrico mira a Alessandro, que intenta tranquilizarlo.

– Hoy es su cumpleaños. Sabes que la llamará un montón de gente para felicitarla. A lo mejor es una amiga suya a la que has olvidado invitar, o una prima lejana que acaba de acordarse…

– Sí, claro. O a lo mejor es alguien que llama para decirle lo mucho que le ha gustado su nuevo corte de pelo…

Alessandro pone los ojos en blanco y lo abandona en busca de un vaso de vino. Se acerca a la mesa del bufé.

– Un poco de vino tinto, por favor.

Un educado camarero coge una botella.

– En seguida, señor. -Alessandro observa el vaso mientras se llena. Luego un recuerdo lejano. Imprevisto, ahora invasor. Elena. Unos días antes de que se fuera… Elena entra en la habitación mientras Alessandro está en el ordenador.

– Cariño… ¿te gusta? ¿Qué te parece?

– ¿El qué, amor?

– ¿No te has dado cuenta? ¡Me he cortado el pelo! Me he dado además un tinte más oscuro.

Alessandro se levanta, se le acerca y le da un beso en los labios.

– Si eso fuese posible, estarías aún más guapa que antes. -Elena se aleja y sonríe. Segura. Demasiado segura. ¿Fue en eso en lo que me equivoqué? ¿En darle demasiada seguridad?

– Aquí tiene…

– ¿Cómo?

– Su vino, señor. -El camarero le pasa la copa y el recuerdo se desvanece.

– Gracias. -Mientras bebe, se percata de que Enrico lo está mirando desde lejos. Le sonríe. Todo bien, Enrico, todo va bien. Porque hay recuerdos que carece de sentido compartir, ni siquiera con un amigo. Aunque hagan daño. Aunque resulten dolorosos. Podría decirse que en el amor, el dolor es proporcional a la belleza de la historia que has vivido. Una buena máxima.

Alessandro mira de nuevo a Enrico. «Y tú, amigo mío, ¿sufrirás? Y si sufres, ¿cuánto sufrirás?» Luego Alessandro le sonríe. Enrico le devuelve la sonrisa, un poco perplejo. Alessandro deja el vaso vacío en una mesa cercana. Claro que decirle una máxima como ésa a uno que cree que su mujer lo engaña, quiere decir otra cosa: que no eres un verdadero amigo.

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