Noventa y dos

Esa misma tarde.

– ¡Sapere aude! -Niki está sentada junto a su cama. Está leyendo en voz alta un texto de filosofía. Kant-. Ten valor para utilizar tu inteligencia. ¿Te enteras, Diletta?

Niki apoya el libro en sus piernas. Observa inútilmente ese rostro tranquilo, relajado, que parece no poder oír. Pero es su última esperanza. Mantener viva su atención. Un suspiro. Y Niki saca fuerzas de flaqueza.

– Ya vale, es inútil que te hagas la despistada. Tienes que repasar Kant tú también. ¿No te habrás creído que te vas a librar de la Selectividad? Perdona, pero habíamos quedado en que iríamos todas juntas a la universidad. ¡Y las Olas no traicionan jamás sus promesas! -Niki sigue leyendo-. Veamos, aquí las cosas se ponen más difíciles. Y por eso mismo necesitaría que me prestases un poco de atención. Pasemos a la gnosología de Kant…

– Gnoseología.

Una voz repentina. Floja. Ligera. Débil. Pero su voz.

– ¡Diletta!

Diletta está vuelta hacia Niki. Le sonríe.

– Tienes que decirlo con la «e». Siempre te equivocas.

Niki no se lo puede creer. Empieza a llorar a mares. Y en parte llora y en parte se ríe.

– ¡Gnoseología, gnoseología, lo voy a repetir mil veces, joder, con la «e», con la «e» ¡Es la palabra más hermosa del mundo.

Y se levanta y la abraza con torpeza, intentando no agitarla, pero no consigue contenerse. Se pierde con el rostro en su cuello y sigue llorando, como la niña que fue, que es, que adora ser.

– ¡Y eso que dicen que la filosofía da sueño!

Esa niña que se ha visto recompensada. Que ha hecho los deberes día tras día y acaba de recibir el regalo más bello del mundo. La respuesta a sus plegarias. Vuelve a tener a su amiga. Y, una tras otra, entran también Olly, Erica, y los padres, además de alguna prima de quien nunca recuerdan el nombre, y por fin también la jefa de enfermeras.

– ¡Fuera, fuera, dejadla respirar, aquí hay demasiada gente, fuera!

– ¡Vaya modales!

Por no hablar de los de Olly.

– ¡Es nuestra amiga, joder!

Y se ríen todos, hasta los padres, felices por un día por no tener que reñir a nadie. Ligeras al fin, Olly, Niki y Erica salen de la habitación. Están como locas.

– Esta noche todas al Alaska, qué digo, me tiro a la Fontana di Trevi. Venga, ¿nos tiramos?

– ¡Olly, eso lo hace todo el mundo!

– Pero a lo mejor nos encontramos un tipo guay, como ese… Marcello… Marcello… Come here!

– Ya sabemos por qué lo quieres hacer. ¡Tú eres de ideas fijas!

Y se ríen. Después se abrazan en círculo, al estilo de los jugadores de rugby, en mitad del pasillo. Tienen la cabeza agachada.

– Por Diletta.

– ¡Hip hip hurra! -Y explotan con un salto altísimo, todas a la vez, riéndose, atrayendo la atención de las enfermeras que les gritan «¡Silencio!», y de quienes todavía no pueden dar ese grito pero les gustaría poderlo dar.

Fuera del hospital. Niki se pone el casco.

– Chicas, esta noche me quedo en casa estudiando. Jo, falta poquísimo.

– Hemos perdido un montón de tiempo.

– ¡Perdido de qué! Dirás que lo hemos ganado. ¡Hemos sido nosotras quienes la hemos hecho regresar! De haber sido por los jodidos médicos…

Justo en ese momento pasa uno.

– Eh, ¿ése no es el tipo que dijo que Diletta no iba a volver a hablar?

– Sí, parece el mismo.

– ¡Es él!

Olly abre el cofre de su ciclomotor y coge algo. Luego se monta en él, lo baja del caballete y sale disparada, dirigiéndose hacia el médico.

– Pero ¿qué vas a hacer? ¡Olly!

– Eh, doctor.

Al oír que lo llaman, el médico se vuelve.

– ¿Sí?

Y Olly le acierta en plena cara con una pistola de agua.

– ¡Chúpate ésta, gafe, más que gafe!

El médico, totalmente empapado, se seca los ojos con los faldones de su bata blanca, mientras las chicas ganan rápidamente la salida a bordo de sus ciclomotores.

Niki se acerca a Olly.

– ¡Qué pasada, le has dado de lleno! ¡Menuda puntería!

Erica asoma por detrás.

– ¿Y cómo es que la llevabas en el cofre?

– La tengo desde la lucha de los cien días.

– ¡Jo, anda que no ha llovido desde entonces! ¿Y no se te había vaciado?

– Hace un par de días que la voy recargando. Me ayuda Giancarlo, el que vive en mi edificio.

– ¿Cómo?

– ¡Todas las mañanas lo obligo a mear dentro!

– ¡Calla, Olly! ¡Qué asco!

– Desde que el médico dijo esa frase, esperaba este momento. ¡Me gustaría ver si se atreve a mear más frases gilipollas!

Y se van, riéndose a carcajadas, Olas rebeldes, jóvenes Robin Hood de los sentimientos, Don Quijote con minifalda que por primera vez, aunque haya sido con una pistola de agua, han hecho reflexionar a ese estúpido molino de viento.

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