Siete

Heladería Alaska. Las Olas están sentadas en unas sillas de hierro, dispuestas junto a la entrada. Olly tiene las piernas estiradas y apoyadas en la silla vecina.

– ¡Hummm, realmente aquí hacen un helado de caerte de culo! -Lo lame a fondo, golosa, al final le da incluso un pequeño mordisco-. En mi opinión, al chocolate le ponen algún tipo de droga. No es posible que esté tan enganchada.

Justo en ese momento, dos muchachos pasan frente a ellas. Uno viste una cazadora negra de tela que lleva escrito detrás «Surfer». El otro, una roja en la que pone «Fiat». Charlan, ríen y entran en la heladería.

– ¡Ufff, creo que también estoy muy enganchada al último «Fiat»!

Niki se echa a reír.

– ¿Y no te gustaría probar el surf?

– No…, ya lo he probado…

– Olly, me parece que nos tomas el pelo. No me creo que hayas estado también con ése.

– En mi opinión -interviene Diletta-, lo dice a propósito porque yo estoy aquí. Quiere darme envidia. Quiere que piense en todo lo que me estoy perdiendo.

– No es que haya estado con él. Ha sido solamente algún paseo en coche.

Llega un chico en su ciclomotor a toda velocidad, frena a un milímetro de ellas, se baja y lo aparca a toda pastilla.

– ¡Conque estabais aquf, ¿eh?! -Es Giò, el novio de Erica-. ¡Os he buscado por todas partes!

– Hemos ido a dar una vuelta.

– Sí, lo sé.

Erica se levanta y lo abraza. Se dan un ligero beso en los labios.

– Amor…, me encanta que te pongas celoso.

– De celoso nada, lo que estaba era preocupado. Han hecho una redada en el Eur, estaban haciendo un bum-bum-car, y han arrestado a un montón de gente por robo de coches, apuestas clandestinas y asociación para delinquir.

– ¡Vaya, esto sí que es un auténtico bum-bum! Nada menos que asociación para delinquir. -Olly levanta los pies de la silla y le da un último mordisco al helado-. ¿Y también banda armada?

– Estoy hablando en serio. Me lo ha dicho Giangi que estaba allí, logró escapar cuando llegaron.

– Caramba, entonces es verdad. -Diletta se pone en pie-. Giangi estaba allí.

– Entonces, ¿vosotras también estabais? -Giò mira furioso a Erica.

– Fui con ellas.

– Qué demonios me importa que hayas ido con ellas, no quiero que vayas allí y basta.

– Claro. -Olly menea la cabeza-. Estás celoso de Fernando, el de las apuestas.

– Ya, figúrate… ¡Me preocupo por ella y basta! Imagina que la hubiesen detenido. Porque los han detenido, ¿sabes? ¿O es que no lo entiendes?

– Bueno, si la hubiesen detenido… la hubiesen detenido -replica Olly con calma.

Giò coge a Erica por el brazo.

– Cariño, ¿por qué no me lo dijiste?

Erica se suelta.

– Y dale. Dios, te pareces a mi padre. ¡Déjame en paz! Ya te he dicho que estaba con mis amigas. -Y añade en voz más baja-: Venga, no tengo ganas de discutir delante de ellas, dejémoslo.

– Ok, como quieras.

Suena el móvil de Niki. Ésta se saca del bolsillo del pantalón su pequeño Nokia.

– Caramba, es mi madre, ¿qué querrá a estas horas? Hola mamá, qué agradable sorpresa.

– ¿Dónde estás?

– Perdona, pero ¿ni siquiera me vas a decir hola?

– Hola. ¿Dónde estás?

– Ufff… -Niki resopla y levanta la vista al cielo-. Estoy en corso Francia, tomándome tranquilamente un helado con mis amigas. ¿Qué pasa?

– Menos mal. Perdona, pero acabamos de llegar a casa, tu padre ha encendido la televisión y en las noticias de medianoche han dicho que habían arrestado a varios jóvenes en el Eur. Han dado los nombres y entre ellos estaba también el hijo de esos amigos nuestros, Fernando Passino…

– ¿Quién?

– Sí, ese que a veces sale contigo, ¡venga, no te hagas la tonta! Sabes perfectamente de quién estoy hablando, Niki, no me hagas enfadar. Sé que forma parte del grupo con el que sales. En fin, sólo han dado los nombres de los mayores de edad, como es obvio, pero por un momento he pensado que también tú podrías estar metida.

– Pero ¿tú qué te crees, mamá? Perdona, pero ¿por quién me tomas? -Niki pone los ojos en blanco, sus amigas se acercan a ella curiosas. Niki sacude una mano como diciendo «No sabéis lo que ha pasado»-. ¿Y han dicho por qué los habían arrestado? ¿Qué han hecho?

– La verdad es que no lo he oído bien, algo relacionado con coches, robos o algo así, no lo he entendido bien… Sonaba como a stumpcar.

– Se llama bum-bum-car…

– Eso mismo. ¿Y tú cómo lo sabes?

Niki aprieta los dientes y busca la manera de arreglarlo.

– Es que acaba de llegar Giorgio, el novio de Erica, y nos lo ha contado. Ha oído la noticia en la radio pero nosotras no le creíamos.

Olly y Diletta se ríen por lo bajo. Después Olly imita a un gato resbalando sobre un cristal. Niki intenta darle una patada para que se vaya y no la haga reír.

– ¿Lo ves? No te estoy diciendo ninguna tontería -continúa la madre-. Ya ves que es cierto, que ha sucedido. Oye, ¿por qué no vuelves a casa? Es ya medianoche.

– Mamá, ¿quién hubiese querido tener por hija a Cenicienta? En seguida estoy ahí. ¡Adiós! Besos, te quiero.

– Sí, besos, besos, pero vente para casa, ¿de acuerdo? -Y cuelga el teléfono.

– Joder, entonces es cierto lo que ha dicho Giò.

– ¿Y por qué iba a deciros una mentira? ¿Qué motivos tendría?

– Venga, chicas, vámonos a casa, mañana tendremos más detalles en los periódicos.

Las Olas se dirigen hacia sus ciclomotores y minicoche respectivos.

Olly se monta en su ciclomotor, se pone el casco y lo arranca.

– Una noche floja, ¿eh?

Niki sonríe y se monta en el suyo.

– ¿Sabes lo que pienso? Yo creo que ha sido Giò quien ha llamado a la policía; por lo menos se ha quitado de en medio a Fernando por un tiempo.

Diletta se echa a reír.

– Desde luego, sois unas víboras. He llegado a la conclusión de que, con vosotras, el secreto está en quedarse siempre hasta el final. Por lo menos así no tenéis ocasión de hablar mal de una.

– Ah ¿sí? Bien pensado -replica Niki sonriente-. De todos modos, puedes estar segura de que antes de dormirme le enviaré a Olly un sms con algún chisme sobre ti. Lo siento, no nos lo puedes impedir.

Y mientras lo dice, arranca su ciclomotor, da gas y se va, estirando las piernas, alzándolas al viento, divertida por el hecho de poder saborear esa tonta, pequeña, espléndida libertad.

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