Treinta y ocho

Niki y Alessandro se ríen y bromean frente a aquella extraña cinta rodante culinaria, hablan de esto y de lo de más allá. Cogen al vuelo aquellos platitos llenos de especialidades japonesas recién hechas. Se paga según el color del plato elegido. Niki coge uno naranja, carísimo. Prueba sólo la mitad del sashimi y vuelve a dejar el plato en la cinta rodante. De inmediato, Alessandro mira preocupado a su alrededor. Sólo faltaría que apareciesen también allí, es su día libre, Serra y Carretti, los dos policías de costumbre. Y siguen riéndose. Y otra anécdota. Y otra curiosidad. Y, sin deliberación, sin malicia, sin pensarlo demasiado, Niki se halla en casa de Alessandro.

– ¡Es una chulada! Caramba, entonces sí que eres de verdad un tipo importante. ¡Alguien de éxito!

– Bueno, hasta ahora no me ha ido mal.

Niki deambula por la casa, se da la vuelta y le sonríe.

– Ya veremos cómo te va mañana con mis ideas, ¿no?

– Sí. -Alessandro sonríe, pero prefiere no pensar en ello.

– Oye, Alex, de verdad, esta casa me gusta un montón. Además, está tan vacía… ¡Qué fuerte, en serio! No hay nada de más; el sofá en el centro, el televisor y una mesa, y el ordenador allí. Te juro que es un sueño. Y éstas… ¡No! No me lo puedo creer.

Niki entra en el despacho. Una librería grande y varias fotos. En color, en blanco y negro, escritas, descoloridas. Con las frases más famosas. Y piernas, y chicas, y coches, y bebidas, y rostros, y casas, y cielos. E imágenes de su gran creatividad, de lo más variado, colgadas de la pared, sujetas por finos hilos de nailon y con marcos de color azul oscuro plateado con un pequeño ribete ocre.

– ¡Qué pasada! Si todos son anuncios que he visto… ¡Nooo! ¡No me lo puedo creer!

Niki señala una foto en la que aparecen unas piernas de mujer con medias. Las más variadas, las más extrañas, las más coloridas, las más serias, las más alocadas.

– ¿Lo hiciste tú?

– Sí, ¿te gustó?

– ¿Que si me gustó? ¡Me vuelven loca esas medias! No tienes idea de las que me he llegado a comprar. Es que siempre se me hacen carreras. O bien porque me apoyo las manos en las piernas y a lo mejor tengo una cutícula levantada. Es que yo me como las uñas, ¿sabes?, o bien porque me engancho con algo, vaya que rompo unas cuatro o cinco por semana, y siempre me las compro de esa marca.

– Y yo que creía que había tenido éxito con mi publicidad. ¡Tantas ventas sólo porque tú no paras de romper las medias!

Niki se acerca a Alessandro y se frota un poco contra él.

– No te hagas el modesto conmigo. Además, mira… -Niki coge la mano de Alessandro, se levanta un poco la falda y se la apoya en lo alto del muslo. Acerca su rostro a él y lo mira ingenua, con sus grandes ojos, lánguida, y después maliciosa, y de nuevo pequeña, y luego mayor, y luego, ufff… Pero hermosa de todos modos. Y deseable. Y una voz suave y cálida y excitante-. ¿Lo ves? No siempre llevo medias. -Y a continuación suelta una carcajada y se aparta, dejando caer su vestido, colocándoselo mejor. Después se quita los zapatos y se sacude un poco el pelo, se lo fricciona casi, liberándolo de aquel orden que lo aprisiona impuesto por una simple goma del pelo.

– Eh -se vuelve y lo mira-, ¿en esta casa se puede beber algo? -sonríe maliciosa.

– Ejem, por supuesto, claro que sí. -Alessandro intenta recuperarse y se dirige hacia el mueble bar-. ¿Qué quieres, Niki, un ron, un gintonic, vodka, whisky…?

Niki abre la puerta de la terraza.

– No, eso es demasiado fuerte. ¿No tienes una simple Coca-Cola?

– ¿Coca-Cola? En seguida.

Alessandro se dirige a la cocina, Niki sale a la terraza. La luna está alta en el cielo, atravesada por algunas nubes ligeras. Parece una amiga que guiña el ojo. En la cocina, Alessandro sirve una Coca-Cola en un vaso y corta un limón. Niki le grita desde lejos:

– Alex, ¿por qué no pones también un poco de música?

– Sí.

Coge el vaso, echa un poco de hielo, luego va hacia donde ha dejado la chaqueta y busca en el bolsillo. Encuentra el CD que le ha regalado Enrico. Es doble, increíble. Coge uno de los dos discos sin prestar demasiada atención y lo mete en el equipo de alta fidelidad que está colgado en la pared. Aprieta una tecla para ponerlo en marcha. Aprieta otra para que la música se oiga por toda la casa. Sale a la terraza con Niki.

– Aquí tienes tu Coca-Cola.

Niki la coge y toma rápidamente un sorbo.

– Hummm, buena, el limón le va perfecto además.

Justo en ese momento, comienza la música.

«¿Qué sabrás tú de un campo de trigo, poesía de un amor divino…?» Y en seguida la voz de Enrico: «Bien, aquí Lucio quería poner de relieve la imposibilidad de explicar, de comprender, de interpretar, de situar el amor al mismo nivel que la belleza de un campo de trigo, como esas emociones imprevistas que a veces, como traídas por el viento, no se pueden explicar, de ahí la pregunta de "qué sabrás tú de un campo de trigo…" Una pregunta que quedará sin respuesta, del mismo modo que el porqué de estas otras palabras resulta en cambio más claro…»

Y de inmediato suena otro tema de Lucio Battisti. «Conducir como un loco de noche con los faros apagados.» «Bien, en este caso claramente hubo una discusión previa a la composición del tema entre Lucio y Mogol, cosa que se deduce claramente a partir de las palabras que…»

– Ejem, disculpa, me he equivocado de CD.

Alessandro corre, vuelve al estudio, para el CD, lo saca y ve que encima tiene escrito «Interpretaciones varias». Coge el otro CD. «Sólo atmósfera.» Mejor. Lo mete con la esperanza de que esta vez la cosa salga mejor. Aprieta el botón, espera a que suene la música. Ya está. Alessandro coge la carátula del CD y mira los títulos apuntados por Enrico. Sonríe. Son las canciones de ambos. El camino de una amistad. Mira las primeras y le parecen perfectas. La cuarta no la conoce, pero se fía de su amigo. Regresa a la terraza. Cuando sale, la luz está apagada.

– Qué oscuro…

Alessandro hace ademán de dirigirse al interruptor.

– No, déjalo así, es más bonito.

Niki está allí, a poca distancia de él, en medio de una mata de jazmines. Ha arrancado uno y está mordisqueando la parte final de la flor.

– Hummm, Coca-Cola y jazmines… un sueño hecho realidad.

– Ya. -Alessandro coge su vaso y se le acerca.

– Podríamos lanzar al mercado esta nueva bebida. Jazmín-Cola. ¿Qué te parece?

– Demasiado complicado. A la gente le gustan las cosas simples.

– Es verdad, a mí también. Y tú me pareces tan simple, Alex…

Alessandro posa el vaso.

– Eso me suena a ofensa.

– ¿Por qué? Simple. Simple de ánimo.

– Pero a veces las cosas simples son las más difíciles de alcanzar.

– No te hagas el complicado. ¡En serio! Juntos podemos conseguirlo… Además, está bien claro lo que tú deseas. Las cosas que quieres. Se ven, se leen, y aunque no las hubiese comprendido, al final me las ha sugerido tu corazón.

– ¿Y qué te ha dicho? A veces miente…

Niki se echa a reír y se esconde detrás de un jazmín. Pequeño. Demasiado pequeño para una sonrisa tan espléndida.

– Conmigo ha sido sincero. -Niki mordisquea otro jazmín. Chupa el néctar-. Oye, sabe riquísimo. ¿Me das un beso?

– Pero, Niki, yo…

– Chissst… ¿Hay algo más simple que un beso?

– Pero tú y yo… es complicado.

– Chissst… deja que hable tu corazón. -Niki se le acerca. Apoya su mano sobre el corazón de Alessandro. Después la oreja. Y se pone a escuchar. Y aquel corazón emocionado late con fuerza. Y Niki sonríe-. Puedo oírlo.

Y se aparta de su pecho. Lo mira a los ojos y sonríe en la penumbra de la terraza.

– Dice que no…

– ¿Que no a qué?

– A que entre tú y yo las cosas no son complicadas. Son simples.

– Ah, ¿sí?

– Sí. Y luego le he preguntado: «¿Qué hago, lo beso?»

– ¿Y que te ha dicho?

– Me ha dicho que tú no lo pones fácil, pero que también eso es simple…

Y Alessandro se rinde. Y Niki se le acerca lentamente. Y lo besa. Dulce. Amable. Tierna. Suave. Ligera. Como un jazmín. Como Niki. Coge los brazos que Alessandro tiene caídos y abandonados y se los pone alrededor del cuello. Y sigue besándolo. Ahora con más pasión. Alessandro no se lo puede creer. Diablos. Tiene diecisiete años. Veinte menos que yo. ¿Y el vecino? ¿Y si nos está mirando? Alessandro abre un poco los ojos. Estamos en medio de los jazmines. Las matas nos ocultan. Hice bien en poner todas estas plantas en mi terraza. ¿Y Elena? ¡Dios mío, Elena tiene las llaves de casa! Pero sobre todo se ha ido. Se ha ido y no tiene intención alguna de regresar. O quizá sí. Pero Alessandro olvida todos esos pensamientos. Fatigosos. Inútiles. Difíciles. Que le gustaría que condujesen a alguna parte pero que al final no llevan a nada. Y se deja amar. Así, con una sonrisa. Una simple sonrisa. Niki se baja los tirantes del vestido y lo deja caer al suelo. Después salta por encima de él con sus zapatillas Adidas negras, altas, de boxeo, y se queda así, en bragas y sujetador y nada más. Con la espalda apoyada en los jazmines, sumergida en aquellas pequeñas florecitas, perdida en aquel perfume, como una rosa deshojada con delicadeza en aquella mata por azar. Ella, perfumada de sí misma, con la piel oliendo aún a mar, con los brazos fuertes, con unas piernas de músculos largos y bien dibujados y un estómago plano, ligeramente marcado por unos músculos educados que no se muestran en demasía. Niki, toda ella naturaleza, sana, como corresponde a una amante del surf. Es el momento de Alessandro, y poco después se hallan ya en mar abierto. Bajo la luna, entre hojas delicadas de jazmines abiertos, que juegan ahora con otra flor. Noche. Dibujar con una caricia los confines de lo que se siente. O intentarlo al menos. Y perderse entre su largo cabello ligeramente húmedo todavía. Y andar a tientas casi en aquel deseo sofocado, tímido, embarazoso, en aquel sentirse desnudar, descubrir que se tiene miedo a atreverse. Pero tener ganas. Tantas. Y seguir adelante así, dejándose llevar por la corriente del placer. No me lo creo, esa compilación de música es buenísima. Y seguir así, con esas notas que acompañan con dulzura el latido de sus corazones. Y luego otro tema clásico y otro y otro más… Y hallarse de repente en medio de una tormenta… «I was her, she was me, we were one, we were free…», rodeados por altas olas… «and if there's somebody calling me on, she's the one…» y un viento de pasión… «we were fine all along…»

Con los ojos casi cerrados, Alessandro se pierde en aquella marea que huele toda a ella, a Niki, a sus besos, a su sonrisa, a sus largos suspiros, a esa muchacha suave y joven con aroma a jazmín y a muchas otras cosas más.


Algunas estrellas después. Niki atraviesa el salón desnuda. Camina ufana y orgullosa, en absoluto tímida. Abre la puerta corredera y desaparece para reaparecer al cabo de un momento y sentarse frente a él, en aquel banco. Cruza las piernas y se apoya el bolso encima, una manera educada de cubrir su desnudez. Niki rebusca en él, mientras Alessandro permanece sentado frente a ella. Él sólo lleva puesta la camisa, desabotonada, y tiene el rostro desencajado. Sigue sumido en la incredulidad de que «todo aquello» haya ocurrido entre ellos.

– ¿Te molesta si fumo? De todos modos, estamos al aire libre, ¿no?

– Sí, sí, fuma si quieres…

Niki enciende un cigarrillo y le da una calada, después suelta una nube de humo hacia el cielo.

– ¿Sabes?, en casa no puedo fumar. Mis padres no saben que fumo.

– Claro. -Alessandro se pregunta si sabrán todo lo demás.

– ¿En qué estás pensando? Y no me digas como de costumbre que en nada, ¿eh?

– Estaba pensando en si tus padres saben todo lo demás… Sí, en fin, que tú…

– ¿Ya no soy virgen?

– Digámoslo así.

– ¿Estás loco, qué van a saber? Jamás han tenido siquiera el valor de tocar ese tema, imagínate si lo van a saber. De todos modos, yo creo que mi madre lo sabe… Al menos eso pienso. Quiero decir que una vez Fabio, mi ex, se olvidó una caja de preservativos en mi casa y no volví a encontrarla. O la encontraron mis padres, o la asistenta, o mi hermano, que en aquel entonces tenía diez años y, la verdad, no creo que le sirvieran.

Alessandro tiene una sensación extraña pensando en los preservativos y en su novio, su ex, y en todo cuanto le acaba de contar Niki. No lo entiende. Le cuesta creerlo. No es posible. ¿Celos? Niki da otra calada a su cigarrillo. Entonces se da cuenta de que pasa algo extraño.

– Eh, ¿qué te pasa?

– Nada.

– ¡Qué raro!

– No, en serio, nada.

– ¡¿Ves como siempre dices que nada?! Como los niños. Di la verdad, te ha molestado que haya hablado de mi novio, de los preservativos y de todo lo demás. Dilo. Puedes decirlo. En serio.

– Bueno, un poco.

– ¡Guau! No me lo creo. -Tira el cigarrillo al suelo y se le echa encima completamente desnuda-. ¡Soy feliz! Me gustas un montón. Es decir, en realidad no soporto los celos, o sea, que alguien esté celoso por mí. Yo pienso que dos personas o se aman o no, por lo que los celos no tienen ningún sentido. ¿Para qué vas a estar con alguien si no lo amas, no? Pero tú, que pareces el hombre frío por excelencia, ¡estas celoso! Bueno, digamos que me puedo volver loca.

Y lo besa en la boca con pasión.

– ¿Sabes? -prosigue luego-, tengo que decirte que también yo antes estaba un poco celosa. ¡Caminaba por la casa y me preguntaba en qué lugares habrías hecho… el amor con tu ex! Y entonces me he dicho: seguro que aquí, en esta tumbona, entre los jazmines, no lo habrá hecho nunca, ¿tengo razón?

– En realidad, en esta tumbona lo único que había hecho era tomar el sol.

– Muy bien. -Niki le da otro beso-. Y esta noche ahí me has tomado a mí. Esa compilación de música es perfecta. Te hace sentir bien de verdad. ¿Y te has dado cuenta de lo mejor? ¿Te has dado cuenta de que nos hemos corrido juntos justo cuando sonaba esa canción, Eskimo, que a mí me gusta un montón?

– No, en realidad no estaba prestando atención a la música.

– ¿Qué dices? Sí te dabas cuenta, lo he visto. Y me ha gustado a morir.

Niki se da la vuelta sobre sí misma y se apoya sobre Alessandro, que a su vez se recuesta en la tumbona, tras levantar un poco el respaldo. Niki suelta un largo suspiro.

– Sólo por momentos como éste vale la pena vivir, ¿no es cierto?

Alessandro no sabe bien qué decir.

– Sí. No sé qué es lo que me ha pasado -prosigue Niki-. Quiero decir, que puede que te suene absurdo, pero cuando chocamos, es decir, cuando te me tiraste encima, apenas te vi supe que eras tú…

– ¿A qué te refieres?

– Que tú eres tú. Yo creo en el destino. Tú, eres tú, eres el hombre de mi vida.

– ¡Niki, pero si te llevo veinte años!

– ¿Y qué? ¿Qué importa eso? Hoy en día, en el mundo pasa de todo y más, ¿y tú te montas un problema con la edad frente al amor?

– Yo no. Pero ve a explicárselo a tus padres…

– ¿Yo? Se lo explicas tú. Sabes ser convincente. Eres tranquilo, eres una persona serena; por tanto, das tranquilidad y serenidad. Mira, es la primera vez que salimos y ya has conseguido llevarme a la cama…

– A la tumbona, si acaso, ¡y de todos modos, tampoco me parece que me haya costado un gran trabajo convencerte!

Niki se vuelve y le da un golpe con el puño.

– ¡Ay!

– Idiota. Más bien imbécil. ¿Te crees que yo me voy a la cama con el primero que pasa?

– No, con el primero que te tira al suelo…

– Si acaso con el primero que se me echa encima, visto que te gustan los chistes malos. De todos modos, yo sólo he estado con Fabio. Y ahora que te he conocido, me gustaría que eso no hubiese sucedido.

– Pero ¿qué dices, Niki? Nosotros no nos conocemos en absoluto.

– Perdona, te lo he dicho, he hablado con tu corazón, y resulta que… Tú eres el hombre de mi vida.

– Está bien, me rindo. -Alessandro se queda callado. También Niki. Luego ella toma la palabra de nuevo.

– Ok, es verdad, no nos conocemos muy bien. Digamos que hemos hecho las presentaciones un poco al contrario. Pero podemos llegar a conocernos mejor, ¿no? Tú me ayudas con las clases de conducción, y yo te ayudo en tu trabajo.

Alessandro decide no discutir.

– Ya encontraremos la manera de dar sentido a esta historia.

– Ok, me parece bien.

Niki mira su reloj.

– Tenemos que irnos. Les he dicho a mis padres que volvería pronto.

Se levanta y recoge su ropa de la hamaca.

– Claro que hubiese estado bien poderse quedar aquí, ¿eh?

Alessandro se abotona la camisa.

– Hubiese sido muy bonito.

– Piensa en lo hermoso que será cuando vivamos juntos, y, después de hacer el amor nos quedemos abrazados y durmamos juntos y después al día siguiente desayunemos juntos y comamos juntos y por la noche regresemos a casa juntos.

– Niki…

Alessandro la está mirando con la boca abierta.

– Vale, vale, es verdad. Antes hemos de conocernos mejor.

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